Simetría de los tiempos (reflexión sobre la ilusión que el
otoño volverá).
A ti, que tú estabas cerca este año
Antes
del Cristo parece que el tiempo no existía: nadie sabía su propia edad exactamente, no había los días
de santos, nadie celebraba a sus cumpleaños, todas las fechas históricas eran
aproximadas. Y hasta existía cierta
oposición a toda esta cronología: el cosmos se movía como una rueda en los
sistemas de Demócratas o Heráclito, todo debería desaparecer en el fuego y en
el agua que eran las fuentes de todo y su destino final. Parece que el tiempo
empezó a ser el tiempo solo con la irrupción de la eternidad, con la encarnación
y con la vida histórica de Dios que se hizo hombre. Paradójicamente, la historia
adquiere a su significado cuando en ella interviene algo distinto, el otro
Reino. En la Edad Media para que un reino empezara a tener conciencia sobre sus fronteras, haría falta la
guerra territorial con el otro reino. Así se estructuraba el espacio.
Para
que los hombres dieran la cuenta que el mundo tiene su fin y su comienzo, que
nada va a repetirse, necesitaríamos a la irrupción del Reino, como de algo
absolutamente distinto. Así el horizonte hace visibles los objetos y la
abolición de las leyes nos demuestra que estas leyes existían no solo como una
noción abstracta. Cristo habla sobre la cercanía del fin de tiempo, porque solo
su presencia da sentido a este fin. Con la cruz y la Resurrección se cumple lo
predicado por los profetas y el rio de la historia bíblica llega al mar de su
eternidad. Pero esta eternidad no hace insignificante a la historia humana,
sino al contrario, la otorga la capacidad de ser en el mismo tiempo temporal y
eterna. Todo muere y pasa, todo se queda
y se repite.
“Una vez
crucificaron al Cristo, pero cada año estamos celebrando a su Pascua”, - decía
el teólogo ruso Sergey Averintzev, - “El movimiento circular de las fiestas
anuales nos permite ver a la línea recta del tiempo como una cierta curva que
no llega a ser otra vez el circulo”. Persona siempre está rodeada por su
círculo de las ceremonias, costumbres y fiestas, por lo que “se hacía siempre”
y esto le da seguridad y estabilidad. El más grave problema ecuménico
no es territorial, de jerarquía o
dogmático (todo esto interesa a muy poca gente), sino este nivel costumbrista
de “nuestros santos” y de “lo que hacían siempre”.
El
hielo se rompe y el tiempo entra en el mar de la eternidad. El tiempo rompe al
viejo iconostasio y ya estas ante un
retablo barroco, viendo como todos los sacramentos de la liturgia están
observados por todos y el sacerdote mira a su pueblo. Así interrumpe en la
mente el Concilio Vaticano II. Y la misa
adquiere el otro ritmo, sin perder por eso su sentido, porque la eternidad de
la liturgia alarga al tiempo, lo llena hasta sus límites. Dejando atrás a
nuestras costumbres, entramos en este rio de la historia universal, donde solo
somos una parte. “Recto es nuestro camino, solo empujados por el diablo damos
las vueltas”, - escribía San Isidoro de Sevilla en sus “Sentencias”. “¡Nunca no
se repetirá ni esta escuela, ni este Platón, porque solo una vez murió el
Cristo en la cruz!”, - exclamaba San Agustín. Sin embargo, cada año los niños empiezan estudiar a la filosofía desde Platón y
Sócrates, otra vez viendo al pórtico inmortal y escuchando a sus palabras:
“¡Silencio, los atenienses!”. Y cada vez siendo pecadores damos las vueltas en
el bosque de nuestras dudas, porque a veces da miedo el camino recto hacia el
mar que ya había roto a su hielo.
El
camino recto esta trazado encima de las aguas y lo debes seguir apoyándose solo
en tu fe, sin miedo de las tempestades, a veces sin apoyo y sin esperanza. El
espacio ya no es lo mismo, alguien también andaba por las aguas y atravesaba a las paredes después de su
Resurrección. Yo nunca volveré a la iglesia de madera cerca del Mar Báltico con
los nimbos dorados de sus santos y el canto en el antiguo eslavo. Toda la
vuelta será una huida de su destino, de la voluntad divina. Así escribía San
Leandro a su desolada hermana Florentina: “Nunca no volverás de donde ya has
salido”. Ahora en esta soledad, eternidad solo debemos escuchar a la única voz,
seguir al único movimiento de la figura encima de las aguas. Pero somos
débiles, porque la soledad de la santidad es la cruz verdadera.
“Mejor amar a las cosas
dadas
con las medidas efímeras,
porque
debemos levantarnos,
sin
resbalar en las escaleras.
No son
tan limpias. No importa.
No son
muy bellas. ¡Qué más da!
Las
escaleras nos aportan
lo
que llamamos “la verdad” , -
así escribía Iosif Brodsky en su juventud. Y no se trata de la
Verdad con la letra mayúscula, pero de nuestras pobres verdades: “que yo tengo
razón”, “que es mi derecho”, “que solo quería hacer el bien” o “que este otoño
volverá otra vez, hay que guardar a los zapatos y a la bufanda”.
Ya hace
casi tres años mi padre me pidió regalarle una boina de otoño. Cuando yo llegue
a Moscú, él ya estaba flojo, la cogió en sus manos, acarició a su tela y ella
se quedó en la mesilla de la noche para siempre. “Debes comer bien y el otoño
siguiente vamos a pasear en el parque, vas a poner a tu boina”. Pero sus ojos
ya miraban al mar, donde iba una figura atravesando a las olas, calmando a los
vientos y a las tempestades. El otoño no volverá, no se repetirá y este gorro
de lana gris ya no le hará falta.
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