San Félix de Toniza, mártir
fecha: 6 de noviembre
†: s. IV - país: África Septentrional
canonización: pre-congregación
hagiografía: Abel Della Costa
†: s. IV - país: África Septentrional
canonización: pre-congregación
hagiografía: Abel Della Costa
Elogio: En Toniza, de Numidia, san Félix,
mártir, del que habló san Agustín cuando, dirigiéndose al pueblo, dijo:
«Verdaderamente feliz en el nombre y en la corona. Porque confesó y fue
atormentado; y al otro día se encontró en la cárcel su cuerpo exánime».
San Agustín predicó el sermón sobre el
salmo 127, que hoy tenemos coleccionado en sus «Ennarrationes in Psalmos», el
día en que se celebraba la memoria de un mártir norafricano, tunecino, san
Félix, cuya historia debía ser suficientemente conocida por el auditorio del
gran predicador, ya que dice:
El mártir Félix, que fue verdaderamente
feliz por el nombre y la corona, del que hoy celebramos la festividad,
despreció el mundo. ¿Acaso temiendo al Señor era feliz, era bienaventurado
porque su mujer era en la tierra fecunda como viña y sus hijos rodeaban su
mesa? Todas estas cosas las tiene cumplidamente, pero en el Cuerpo de Aquel que
aquí se describe; y porque así lo entendió él, despreció lo presente para
recibir lo futuro. Sabéis, hermanos, que él no fue muerto como lo fueron otros
mártires: Confesó, se le retrasó el tormento, y al día siguiente se halló su
cuerpo exánime. Ellos habían cerrado la cárcel, encerrando el cuerpo, no el
espíritu. Los verdugos se preparaban a torturar en ella a quien encontraron ausente.
Perdieron su saña. Yacía exánime, sin sentido ante ellos, para que así no
pudieran atormentarle, pero con sentido ante Dios para ser coronado. ¿Cómo
hubiera, hermanos, recibido el galardón este feliz, no sólo en cuanto al
nombre, sino también en cuanto al premio de la vida eterna, si hubiera amado
estas cosas terrenas?
San Agustín está comentando el breve
salmo, que actualmente numeramos como 128, donde se ensalza el temor del Señor
y la bendición de un hogar fecundo como signos de la felicidad en Dios; sin
embargo, nos dice el santo, todo eso, aunque es supuesto, es superado por la
bienaventuranza de los mártires, capaces de despreciar incluso esa legítima
felicidad para alcanzar una felicidad aun más duradera.
No tenemos otros datos sobre san Félix de
Túnez. La referencia se halla en las Ennarrationes, salmo 127, nº 6 (la
traducción citada es de Obras Completas BAC, tomo XXII, pág 366).
Abel Della Costa
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Estas biografías de santo son propiedad de
El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino
que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía,
referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente enlace: http://www.eltestigofiel.orgindex.php?idu=sn_4055
San Pablo de Constantinopla, obispo y mártir
fecha: 6 de noviembre
fecha en el calendario anterior: 7 de junio
†: c. 350 - país: Turquía
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
fecha en el calendario anterior: 7 de junio
†: c. 350 - país: Turquía
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio: Conmemoración de san Pablo, obispo
de Constantinopla y mártir, a quien expulsaron muchas veces los arrianos por
mantener la fe nicena y otras tantas volvió a su sede, pero, al fin, el
emperador Constancio le relegó a Cucuso, pequeña población de Capadocia, donde,
según la tradición, fue cruelmente estrangulado por insidias de los arrianos.
San Pablo era nativo de Tesalónica, pero
desde su niñez fue secretario del obispo Alejandro, en Constantinopla. Era
todavía muy joven cuando tenía el cargo de diácono en aquella iglesia, y el
anciano jerarca, en su lecho de muerte (al parecer en el año 336), recomendó a
Pablo como sucesor suyo. Los electores confirmaron la elección. En
consecuencia, los más altos prelados ortodoxos consagraron obispo a san Pablo.
Todo lo que prácticamente se sabe de él y de su vida es que su episcopado se
vio sacudido por algunas tempestades causadas por los herejes arrianos, que
habían apoyado la candidatura de un diácono de mayor edad llamado Macedonio. A
instancia de los rebeldes, el emperador Constancio convocó a un concilio de
obispos arrianos, quienes acabaron por deponer a Pablo. La sede vacante no fue
ocupada por Macedonio, sino por el metropolitano Eusebio, de la vecina diócesis
de Nicomedia. San Pablo se refugió en el Occidente y no pudo recuperar su sede
hasta después de la muerte de su poderoso antagonista que, por otra parte, no
tardó mucho en ocurrir.
El regreso del obispo Pablo a
Constantinopla, fue recibido con regocijo popular. Los arrianos que aún se
negaban a reconocerle, instalaron a un obispo rival en la persona del anciano
Macedonio; muy pronto el conflicto estalló abiertamente, y las calles de la
ciudad fueron el escenario de violentos tumultos. Constancio intentó
restablecer el orden y ordenó a su general Hermógenes que expulsara a Pablo de
Constantinopla. Pero el populacho, enfurecido ante la perspectiva de perder a
su obispo, incendió la casa del general, lo atrapó cuando huía, lo asesinó y
arrastró su cadáver por las calles. El ultraje hizo que el propio Constancio se
presentase en la ciudad. Perdonó al pueblo, pero envió a san Pablo al exilio.
Por otra parte, se negó a confirmar la elección de Macedonio, puesto que, lo
mismo que la de su rival, había tenido lugar sin la sanción imperial.
Una vez más encontramos a san Pablo en
Constantinopla en el año 344. Por entonces, Constancio accedió a restablecerlo
en su puesto, por temor a incurrir en el descontento de su hermano Constante,
quien se había aliado con el papa san Julio I para
apoyar a Pablo. Pero al morir el emperador de Occidente, en 350, Constancio
envió a Constantinopla al prefecto pretoriano Felipe, con instrucciones
precisas para que expulsara a Pablo e instalase a Macedonio en su lugar. Para
no correr una suerte tan trágica como la del general Hermógenes, el astuto
Felipe recurrió a una estratagema. Invitó a san Pablo a encontrarse con él en
los baños públicos de Zeuxippus y, mientras el pueblo, que sospechaba alguna
mala jugada, se apiñaba frente al edificio, sacó a Pablo por una ventana
posterior, sus hombres se apoderaron de él y lo embarcaron al instante. El
infortunado obispo fue desterrado a Singara, en Mesopotamia; de ahí se le
trasladó a la ciudad siria de Emesa y, por fin, a la de Cucusus, en Armenia
(Cincuenta y cuatro años después, otro obispo de Constantinopla, san Juan
Crisóstomo, fue exilado al mismo lugar). Ahí le dejaron encerrado en un
siniestro calabozo durante seis días con sus noches, privado de alimento, y
luego fue estrangulado. Éste, por lo menos, es el relato que hizo Filagrio, un
funcionario que estaba de servicio en Cucusus por entonces.
La vida y los hechos de San Pablo I de
Constantinopla, pertenecen a la historia eclesiástica en general. Sobre la vida
privada de san Pablo como hombre y como pastor de almas, no sabemos casi nada,
a pesar de que hay dos biografías griegas posteriores, impresas en Minge, PG.
(ver Biblioteca Hagiográfica Griega, nn. 1472, 1473). Los bolandistas en Acta
Sanctorum, junio, vol. II, reunieron todas las informaciones que pudieron
encontrar en la antigua literatura cristiana. Su fiesta, que griegos, armenios,
y ahora también la Iglesia latina, celebran el 6 de noviembre, está señalada
para el 5 de octubre entre los coptos. Hay que señalar que el Hieronymianum
conmemora a san Pablo y, de ahí pasó su nombre al «Félire» de Oengus.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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