Trump viola la primera virtud de la sociedad
mundial
2017-02-14
Estados
Unidos se ha distinguido siempre por ser un país extremamente hospitalario,
pues, con excepción de los pueblos originarios, los indígenas, prácticamente
toda la población está compuesta por inmigrantes. Es lo mismo que Brasil adonde
vinieron representantes de 60 pueblos diferentes.
El
espíritu democrático y el respeto a las diferencias religiosas están
consignados en la constitución. Ahora surge un presidente, Donald Trump, que
rompe una larga tradición norteamericana: el respeto a las diferencias
religiosas, rechazando a la población musulmana, especialmente a la venida de
Siria, y la tradicional hospitalidad a todo o tipo de gente que acudía y acude
a ese país.
El
filósofo Immanuel Kant (+1804) en su último escrito “La paz perpetua” proponía
la república mundial (Weltrepublik) basada fundamentalmente en dos
principios: la hospitalidad y el respeto a los derechos humanos.
Para
él la hospitalidad (usa la expresión latina “die Hospitalität”) es la
primera virtud de esta república mundial, porque «todos los humanos están sobre
la Tierra y todos, sin excepción, tienen derecho a estar en ella y visitar sus
lugares y pueblos; la Tierra pertenece comunitariamente a todos». La
hospitalidad es un derecho y un deber de todos.
El
segundo principio lo constituyen los derechos humanos que Kant considera «la
niña de los ojos de Dios» o «lo más sagrado que Dios puso en la Tierra».
Respetarlos hace nacer una comunidad de paz y de seguridad que pone un fin
definitivo «a la infame beligerancia».
Pues
bien, esta hospitalidad está siendo negada en Europa a miles de refugiados, que
escapan de las guerras apoyadas por los occidentales. Esta misma hospitalidad
es explicita y conscientemente rechazada por Donald Trump para miles e incluso
millones de extranjeros y trabajadores ilegales.
En
este contexto vale recordar uno de los mitos más bellos de la cultura griega,
la hospitalidad ofrecida por un matrimonio anciano – Filemón y Baucis – a dos
divinidades: Júpiter, el dios supremo y su acompañante el dios Hermes.
Cuenta
el mito que Júpiter y Hermes se disfrazaron de andariegos miserables para
probar cuánta hospitalidad quedaba en la Tierra. En los lugares por los que
pasaban eran rechazados por todos.
Pero
un atardecer, muertos de hambre y de cansancio, fueron calurosamente acogidos
por esta pareja de viejitos que les lavaron los pies, les ofrecieron comida y
su cama para dormir. Tales gestos de hospitalidad conmovieron a los dioses.
Cuando
se estaban preparando para reposar, quitándose sus harapos, decidieron revelar
su verdadera naturaleza divina. En un abrir y cerrar de ojos transformaron la
mísera choza en un espléndido templo. Espantados, los buenos viejitos se
postraron hasta el suelo en reverencia.
Las
divinidades les dijeron que hiciesen una petición que sería prontamente
atendida. Como si lo hubiesen acordado previamente, Filemón y Baucis dijeron
que querían continuar en el templo recibiendo a los peregrinos y que al final
de la vida, los dos, después de tan largo amor, pudiesen morir juntos.
Y
fueron atendidos. Un día, cuando estaban sentados en el atrio, esperando a los
peregrinos, de repente Filemon vio que el cuerpo de Baucis se revestía de
follaje florecido y que el cuerpo de Filemón también se cubría de hojas verdes.
Apenas
pudieron decirse adiós uno a otro. Filemón fue transformado en un enorme
carvallo y Baucis en un frondoso tilo. Las copas y las ramas se entrelazaron en
lo alto. Y así abrazados quedaron unidos para siempre. Los viejos de aquella
región, hoy en el norte de Turquía, repiten siempre la lección: quien hospeda a
forasteros, hospeda a Dios.
La
hospitalidad es un test para ver cuánto humanismo, compasión y solidaridad
existen en una sociedad. Detrás de cada refugiado para Europa y de cada
inmigrante para USA hay un océano de sufrimiento y de angustia y también de
esperanza de días mejores. El rechazo es particularmente humillante, pues les
da la impresión de que no valen nada, de que ni siquiera son considerados
humanos.
Los
refugiados van a Europa porque los europeos estuvieron antes durante dos siglos
en sus países, asumiendo el poder, imponiéndoles costumbres diferentes y
explotando sus riquezas. Ahora que están tan necesitados, son simplemente
rechazados.
Vale
la pena rescatar el valor y la urgencia de la hospitalidad, presente como algo
sagrado en todas las culturas humanas. Tenemos que reinventarnos como seres
hospitalarios para estar a la altura de los millones de refugiados e
inmigrantes en el mundo entero.
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