miércoles, 4 de febrero de 2015

65. Una niña da gracias (Razones desde la otra orilla) José Luis Martín Descalzo

65. Una niña da gracias
En el colegio, a las niñas les han explicado el valor de la vida, el gozo de respirar, de existir; Y Mar¡ Nieves -nueve preciosos años-, en la redacción que después de la clase les han puesto, ha escrito una oración. Una oración que transcribo con su ingenuo lenguaje:
«Te agradezco mis palabras, mí mirada y mi idea. Te agradezco todo eso porque de ti fue la idea, tú me creaste a tu gusto. Me hiciste así, como me pensaste, no importa cómo fuera, lo que importa es que estoy aquí. Vivo, siento, río y me entristezco. Es lo necesario, lo importante. Lo que yo tengo es mío y me gusta. Gracias por ser yo y porque vivo. Gracias. Sólo eso es necesario para que yo me sienta muy, pero que muy feliz.»
Me pregunto si tantos adultos habrán llegado a descubrir esto que Mar¡ Nieves conoce ya a los nueve años: que no hay nada comparable con el gozo de existir y de existir tal y como somos, con nuestros problemas, con nuestras zonas oscuras o luminosas, con el alma que nos inyectaron al nacer.
Es demasiado asombroso que los seres humanos gocen o sufran por miles de diminutas minucias y puedan vivir sin enterarse de la verdadera fuente de su gozo. Existir, ésa sí que es lotería. Y existir tal y como somos, únicos y diferentes, roto nuestro molde cuando nosotros nacimos. ¿O acaso me cambiaría yo por otra persona tal vez más hermosa, o más sana, o más lista, pero no yo? Yo aspiro, naturalmente, a «sacar de mí mi mejor yo», pero no experimento la menor necesidad de cambiarme por nadie. Porque mi alma me gusta. Aunque sólo sea -como Mar¡ Nieves dice porque es la mía, la que me hace ser el que soy y como soy.
No se puede ser feliz construyendo sobre sueños o imaginaciones. Yo sólo seré feliz «sobre» lo que soy, sacando el máximo de jugo del hombre que soy. No debo pelearme con mi espejo. Sólo después de aceptarme como ser humano y de descubrir que esto es ya más que suficiente, encontré la posibilidad de ir estirando -lentamente- mi alma. Si yo tratase de afeitarme por las mañanas mirando en el espejo de al lado la cara de mi vecino, lo más probable es que llenara la mía de cortaduras. Es con mi alma con la que tengo que vivir. Y no hay almas de primera y de segunda división. Hay, sí, almas cultivadas y dormidas. Y ésa es mi tarea: no «cambiar de alma», sino «cambiar mi alma». No mendigar lo que no soy, sino afilar, tal vez, vivir descontento por ser como soy, como me voy haciendo.
La verdad es que sobre la tierra de mi alma -aunque no fuera muy grande, aunque estuviera construida sobre piedra, aunque en ella fueran muy abundantes los cascotes del dolor- hay espacio más que suficiente para construir un buen

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