viernes, 6 de febrero de 2015

66. El baúl de los recuerdos (Razones desde la otra orilla) José Luis Martín Descalzo

66. El baúl de los recuerdos
Recibo una serie de calendarios qué han editado sobre el tema de la ancianidad los religiosos camilos, que tienen entre sus preocupaciones las de asistir e iluminar a los mayores. Y en estos calendarios, con graciosos dibujos de Nando, se dicen cosas muy sabrosas sobre esa etapa de la vida a la que antes o después -y ojalá llegue,-- nos acercamos todos.
Un tema importante. Porque, asombrosamente, este siglo xx nuestro, por un lado, «produce» más ancianos que nunca -gracias al venturoso alargamiento de la vida favorecido por la medicina-, y por otro, parece valorarlos. menos que nunca. En este siglo de idolatría de la juventud (que va también unida para ellos con el espanto del paro) los viejos parecen estar de más. Y ha gentes que les miran como echándoles en cara el no haber tenido la delicadeza de morirse antes.
Por fortuna, no todos piensan así. Y hay gentes que empiezan a descubrir que la ancianidad (o la tercera edad, como otros dicen) es simplemente una etapa más de la vida, tiempo que hay que llenar de jugo y actividad como cualquier otro.
Por eso me encanta este calendario en el que, bajo el eslogan de «un anciano es mucho más que el baúl de los recuerdos», se pinta a un viejo que escribe en una mesa en cuya parte derecha hay un pequeño montoncillo de papeles que dice «memorias» y a cuya izquierda hay también un enorme montón de sobres, folios, informes en una batea que dice «proyectos».
Es absolutamente cierto: el hombre empieza a disminuir el día en que sus recuerdos son más que sus proyectos, el día en que empezamos a mirar más hacia el pasado que lacia el futuro, el día en que nos autoconvencemos de que nuestra tarea en el mundo ya está concluida.
Es la peor jubilación de todas-. la que alguien se impone a sí mismo. Un hombre está realmente vivo en a proporción de las alusiones que mantiene despiertas. ¡Y hay tantos ancianos que no parecen tener más alusión que la de ir tirando! Tirando, ¿qué? ¿Tirando su vida?
Tengo la impresión de que nuestro tiempo ha luchado más por prolongar la vida de los humanos que por conseguir que esa prolongación sea gozosa. Y hay que añadir años a la vida. Pero es mucho más importante añadir vida a los años. ¿De qué serviría añadir tres o cuatro lustros si no sirvieran más que para seguir remasticando el baúl de los recuerdos?
Pero me parece que aún hay otra cosa peor en nuestro tiempo: la gente a la que le encanta la ancianidad, pero no los ancianos; los que -sobre todo los políticos - hablan mucho de la tercera edad, pero no soportan al abuelo que tienen a su lado. A quien hay que querer y ayudar es a las personas no a las entelequias.
Lo malo del asunto es que a los ancianos (con sus inevitables manías y carencias) sólo puede querérseles con verdadero amor. Y entonces, en un mundo en el que crece a galope el egoísmo, ¿qué futuro nos espera a quienes seremos los ancianos de mañana o pasado mañana?

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