75. El pecado original
Volviendo a ver el otro día El milagro de Ana Sullivan, me llamó de nuevo la atención aquella escena en la que uno de los personajes, al ver cómo los esfuerzos de la maestra se estrellan en la cerrazón mental de la pequeña ciega sordomuda, dice: «Pero ¿usted nunca ha sentido el desánimo? ¿Nunca se ha dicho: esto es imposible?» A lo que la maestra responde: «Ese es el pecado original: desistir.»No sé si la respuesta es muy teológico. Pero es ciertamente muy verdadera y humana. Uno de los grandes pecados de los hombres es el desaliento, el tirar nuestras esperanzas por la borda al primer o al tercer choque, el sentirnos un día desanimados tras una cadena de fracasos y decirnos a nosotros mismos: «No hay nada que hacer, esto es imposibles
El día en que esto hacemos hemos empezado a mutilar nuestra alma, que nunca vivirá entera con las alas cortadas. El que desiste de luchar, el que se resigna a cualquier fracaso, ya está condenado a no llenar su vida, a dejarla a medias.
Y es terrible comprobar que a los más de los hombres les escasea más la constancia que la inteligencia. No es que muchos carezcan de dotes para triunfar. Tienen inteligencia, tienen capacidades para hacerlo. Pero tal vez les falta eso que es lo más decisivo de todo: la constancia, la perseverancia, el tesón inquebrantable. Porque un hombre mediana- mente inteligente, pero tenaz, vale muchísimo más que otro inteligentísimo, pero veleta.
Confieso que yo nunca he estado muy conforme con ese tono negativo y despectivo que el diccionario añade a muchos adjetivos castellanos: obstinado, terco, tozudo, cabezudo, contumaz, emperrado, porfiado, testarudo, terne, persistente... Son, es cierto, negativos cuando se trata de encerrarse en las propias ideas o cuando uno se niega a revisarlas.
Pero son, en cambio, positivísimos cuando se refieren al coraje de mantener la apuesta por la vida, a la constancia en luchar por aquello que se ama.
Me parece exactísimo aquello que decía Luis Vives de que «la constancia y la tenacidad son los principales puntales para un hombre que quiere triunfar». Yo he repetido ya alguna vez que me impresiona el saber que los buscadores de petróleo tienen que excavar un promedio de 247 pozos para encontrar uno que les resulte rentable. Y no se desaniman por su cadena de fracasos. Siguen buscando, porque saben que un solo pozo fecundo vale la larga serie de búsquedas estériles. ¿Y la vida de un hombre valdría menos que un pozo de petróleo? ¿Y el encuentro de un verdadero amor sería menos rentable?
La verdad es que, en la vida común, los más se desaniman al tercero, al quinto fracaso. Tiran la toalla. Concluyen que no hay nada que hacer. Y tal vez la fortuna les esperaba en el séptimo o en el décimo intento.
Tal vez sea cierto. Tal vez nuestro pecado original sea el desaliento. Quizá es eso lo que hace que haya más fracasados que triunfadores.
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