78. La rata sin esperanza
He leído no sé dónde que, según lo prueban repetidos experimentos científicos, una rata enjaulada a la que se le cierra varias veces la salida por la que intenta escapar termina por rendirse, por arrinconarse y por dejarse morir de desesperación, incluso si, luego, se le deja abierta la puerta por la que podría escapar. Muere, así, por desesperanza, incluso antes que por hambre y agotamiento.
Me temo que esta rata desesperada sea el símbolo de tantos hombres que un día, cansados de luchar, se acurrucan, se enroscan sobre sí mismos y viven en la esterilidad de la desesperación, negándose a seguir viviendo, seguros de que la vida no tiene ya salida para ellos.
Pero a mí me parece que el hombre no es una rata. Y que su verdadera grandeza es poder usar la terquedad, saber que nunca-nunca- nunca están todas las puertas cerradas mientras estemos vivos. Atreverse a creer en lo que yo he llamado alguna vez la «humilde omnipotencia» de la esperanza. Es cierto: el hombre no lo puede todo, pero, armado de un coraje esperanzado, lo puede casi todo, es pequeñamente omnipotente. Desanimarse es ceder a la animalidad. Ser hombre es, precisamente, estar seguro de que eso es larguísimo, siempre estimable, porque los recursos de lucha de la Humanidad son mucho mayores de los que cualquiera de nosotros puede imaginar.
Yo tengo un gran cariño a ese libro estupendo -que no sé si sigue leyendo ahora la gente- que es el Diario de Ana Frank. Cada vez que releo sus páginas me impresiona el coraje de esta niña que, sumergida en el espanto de la guerra mundial y en el drama de su condición de judía, supo, ya que no sobrevivir, sí llenar de alegría el tiempo que estuvo entre nosotros. Me admira su capacidad para encontrar fuerza en las cosas más pequeñas:
«Para el que tiene miedo, para el que se siente solo o desgraciado, el mejor remedio es salir al aire libre, encontrar un sitio aislado donde pueda estar en comunión con el cielo, con la Naturaleza y con Dios. Sólo entonces se siente que todo está bien así y que Dios quiere ver a los hombres dichosos en la Naturaleza, sencilla pero hermosa. Mientras esto exista, y sin duda será siempre así, estoy segura de que toda pena encontrará alivio en cualquier circunstancias
«Cuando yo miraba afuera y contemplaba directa y profundamente a Dios y a la Naturaleza era dichosa, completamente dichosa... Se puede perderlo todo, las riquezas, el prestigio, pero esta dicha dentro de tu corazón sólo puede, a lo sumo, oscurecerse, y siempre volverá a ti mientras vivas. Mientras levantes los ojos al cielo sin temor tendrás seguridad de ser puro, y volverás a ser dichoso pase lo que pase.»
Me gustaría repetir estas cosas veces y veces a tantos amigos míos que han perdido -por razones mucho menores que las de Ana- la esperanza. Repetirles que el hombre no es una rata acobardada. Asegurarles que todo laberinto tiene una puerta de salida. Gritarles que en cualquier circunstancia, incluso en el mayor abandono, hay en el hombre luz suficiente no sólo para sobrevivir, sino también para ser feliz.
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