80. Héroes de nuestro tiempo
Cada vez me llama más la atención el comprobar que todos los héroes literarios o cinematográficos de nuestro tiempo son seres muy eufóricos o muy angustiados, o exaltados, o excitados, crispados por un exceso de vitalidad o de desasosiego; en ningún caso, en cambio, se pinta a los grandes personajes de hoy como seres equilibrados, maduros, de psicología sólida y dominada.
Esto resulta aún más -visible cuando observas en la televisión a los héroes que los jóvenes admiran, sus cantantes preferidos. Uno no puede menos de sonreír al verles retorcerse mientras cantan, como si acabase de darles una corriente eléctrica a través del micrófono, agitándose como drogados, aullando con los gestos y las voces. ¿Son sinceros en sus aspavientos? No, desde luego; hacen comedia; sus gestos espasmódicos están perfectamente estudiados porque forman parte de la máscara con- venida. Así, agitándose, retorciéndose, parecen más jóvenes, o más vivos, o más no sé qué. Luego, cuando terminen de cantar, volverán a ser personas normales. Vestirán en privado del modo más gris. Pero la máscara pública, en vestidos y en estilo, es la agitación, el melodrama gestual.
¿Por qué todo esto? Por de pronto, porque el equilibrio no está de moda. Se considera «moderación», y la moderación se confunde con el aburguesamiento. Hay que ser raro, detonante, llamativo, para triunfar. Y eso se transmite a todos los campos de la vida pública: pobre del escritor que no hace dos o tres piruetas al mes, no venderá un libro. Pobre del artista que muestre un rostro de hombre feliz. La felicidad ---en este mundo agitado- ni vende ni triunfa. Los héroes de nuestro tiempo son los neuróticos.
Charles Moeller lo señalaba en un diagnóstico perfecto: «Esa falsa personalidad, hecha de crispación, de desasosiego, de angustia ante la posible pérdida de lo que tenemos, es una enfermedad de¡ mundo moderno.» Es cierto, parece que nos hubiesen impuesto a todos la obligación de vivir angustiados, tensos en el mal sentido de la palabra. La gente confunde la serenidad -¡qué gran virtud!- con la apatía; la calma, con falta de espíritu juvenil; el sentido común, con aburguesa- miento.
Y tal vez es un poco de sentido común lo que más falta a la gente de nuestro tiempo, un poco de ironía para sonreír ante tanta neurosis postiza, un poco de madurez para no confundir la vitalidad con el baile San Vito.
La verdadera personalidad es, me parece a mí, lo contrario a esa neurosis exhibicionista. Grande es para mí quien ama el silencio, quien trabaja sin desalientos, quien espera preparándose sin ruido. Grande es el que tiene el corazón abierto y disponible, el que no necesita aturdirse con ruido, el que cree que en la vida no se regala nada y hay que construírselo todo con el terco trabajo sin ruido. Es decir: grande es para mí exactamente lo contrario a esas marionetas que salen en la televisión agitándose como epilépticos.
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