82. Buena presencia
En este artículo de hoy voy a limitarme a transcribir una de las muchas cartas que en esta Navidad he recibido, y dejarla ahí, sin apenas comentario, para meditación de mis lectores. Es la carta de una desconocida que me dice lo siguiente:
«Soy una señorita de treinta años, tal vez algo mayor y minusválido. Estoy muy triste y, aunque nunca fui acomplejado, ahora sí lo estoy, porque la sociedad en que vivimos nos margina sin piedad.
Fui una niña normal hasta los nueve años, en que tuve una caída de un columpio, y a raíz de esto una hemiplejia lateral del lado izquierdo. No uso ningún aparato ortopédico, solamente tengo la pierna rígida y la mano (esto es lo peor) me quedó totalmente sin movimiento, pero afortunadamente nada me impidió hacer una vida normal. Ayudé siempre a los míos en las faenas de casa y aprendí a hacer con la mano derecha lo de las dos. Pues bien, no quiero que usted me compadezca, sino que comprenda cómo por este motivo soy rechazada por la sociedad. ¡Qué malos somos!
Tengo aprobado el Bachillerato, COU y tres años de informática como programadora. Hace años trabajé durante quince meses en una empresa. Mi trabajo se realizaba por las noches y trabajando a destajo. Yo me conformé con esto y daba gracias a Dios. A las personas sanas les hicieron contrato cada seis meses, como manda la ley, y se lo renovaban en el plazo marcado. Pero a las tres que teníamos defectos físicos no nos hicieron contrato alguno y se limitaban a pagarnos por horas. Cuando les pareció bien nos despidieron, y fuimos tan tontas que no les denunciamos y nos conformamos con esta situación.
Ahora llevo dos años presentándome a oposiciones por el Gobierno. El año pasado aprobé, pasando 20 puntos de los que pedían. Escribí
haciendo una reclamación y me contestaron que otras habían superado más puntos que yo en los exámenes y por eso no fui aprobada. Este año repetí de nuevo las oposiciones. Estudié con toda mi alma, hasta el agotamiento; creo y sé que lo hice mejor que el año anterior. Cuando fui a ver el tablón con los nombres, el mío no constaba. Me llevé el disgusto más grande de mi vida y me pasé la noche llorando. Ya no me presentaré más a oposiciones del Gobierno, porque me parece que es una guasa.
Del seguro de desempleo parece que me toman el pelo. Ya es la tercera vez que me mandan una carta con dirección para un determinado empleo. Yo, naturalmente, vibro de contenta, pero cuando llego me dicen que la plaza está ya ocupada. Este último mes recibí dos cartas para empleo. Imagínese mi alegría. Corro, me piden mis datos, me anuncian un examen. Pero nunca llega.
Y yo me pregunto: ¡Dios mío!, ¿es que los minusválidos no valemos para nada? Es indigno. Y todavía por el periódico no se me ocurre buscar nada, porque exigen «buena presencia. Y yo de cara soy tan guapa como cualquiera. Pero sé muy bien para qué quieren esa buena presencia.
Dejo esta carta aquí. Y espero que mis lectores sientan -como siento yo-- vergüenza del mundo en que vivimos.
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