Santa Eduvigis, religiosa
fecha: 16 de octubre
n.: c. 1174 - †: 1243 - país: Polonia
otras formas del nombre: Hedwig, Eduviges
canonización: C: Clemente IV 26 marzo 1267
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
n.: c. 1174 - †: 1243 - país: Polonia
otras formas del nombre: Hedwig, Eduviges
canonización: C: Clemente IV 26 marzo 1267
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio: Santa Eduvigis, religiosa, la cual, nacida en Baviera y duquesa de
Silesia, demostró gran interés en ayudar a los pobres, para los cuales fundó
hospicios. Fallecido su marido, se retiró en el monasterio de monjas
cistercienses que ella misma había fundado, y del que era abadesa su hija
Gertudis, lugar donde terminó su vida, en Trebnitz, el día quince de octubre.
Patronazgos: patrona de Silesia y Polonia, de Berlín, Wroclaw, Trebnitz y
Cracovia, de las personas que migran y los cónyuges.
Oración: Señor, por intercesión de santa
Eduvigis, cuya vida fue para todos un admirable ejemplo de humildad, concédenos
siempre los auxilios de tu gracia. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que
vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos
de los siglos. Amén (oración litúrgica).

Eduviges era hija del conde Bertoldo de
Andechs. Nació en Andechs, de Baviera, hacia 1174. Su hermana Gertrudis fue la
madre de santa Isabel de Hungría. Sus padres la confiaron, de niña, a las
religiosas del monasterio de Kintzingen, en Franconia. A los doce años de edad,
Eduviges contrajo matrimonio con el duque Enrique de Silesia, quien sólo tenía
dieciocho años y Dios los bendijo con siete hijos, pero sólo uno de ellos,
Gertrudis, sobrevivió a su madre y llegó a ser abadesa de Trebnitz. El marido
de Eduviges heredó el ducado a la muerte de su padre, en 1202. Inmediatamente,
a instancias de su esposa, fundó el gran monasterio de religiosas cistercienses
de Trebnitz, a cinco kilómetros de Breslau. Se cuenta que todos los malhechores
de Silesia fueron condenados a trabajar en la construcción del monasterio, que
fue el primer convento de religiosas en Silesia. El duque y su mujer fundaron
además otros muchos monasterios, con lo cual no sólo propagaron en sus
territorios la vida religiosa, sino también la cultura germánica. Entre los
monasterios fundados por los duques, los había de cistercienses, de canónigos
de San Agustín, de dominicos y de franciscanos. Enrique fundó el hospital de la
Santa Cruz en Breslau, y santa Eduviges, un hospital para leprosas en Neumarkt
donde solía asistir personalmente a las enfermas. Después del nacimiento de su
último hijo, en 1209, Eduviges instó a su marido para que hiciesen voto de
continencia perpetua y, en adelante, vivieron separados durante largos
períodos. Según se cuenta, en los treinta años que le restaban de vida, Enrique
no volvió a cortarse la barba ni a llevar oro, plata o púrpura. Por ello se le
llamó Enrique el Barbado.
Los hijos de Enrique y Eduviges hicieron
sufrir mucho a sus padres. Por ejemplo, en 1212, el duque repartió sus
posesiones entre Enrique y Conrado, sus hijos varones, pero ninguno de los dos
quedó contento con su parte. A pesar de que santa Eduviges hizo cuanto pudo por
reconciliarlos, los dos hermanos y sus partidarios trabaron batalla, y Enrique
derrotó a su hermano Conrado. Esa pena ayudó a santa Eduviges a comprender y
deplorar la vanidad de las cosas del mundo y a despegarse más y más de él. A
partir de 1209, la santa fijó su principal residencia en el monasterio de Trebnitz,
a donde solía retirarse con frecuencia. Durante sus retiros, dormía en la sala
común con las otras religiosas y observaba exactamente la distribución. No
usaba más que una túnica y un manto, lo mismo en invierno que en verano y
llevaba, sobre sus carnes una camisa de pelo con mangas de seda blanca para que
nadie lo sospechase. Como acostumbraba caminar hasta la iglesia con los pies
desnudos sobre la nieve, los tenía destrozados, pero llevaba siempre en la mano
un par de zapatos para ponérselos si encontraba a alguien por el camino. Un
abad le regaló en cierta ocasión un par de zapatos nuevos y le arrancó la
promesa de que los usaría. Algún tiempo después, el abad volvió a ver a la
santa descalza y le preguntó dónde estaban los zapatos. Eduviges los sacó de
entre los pliegues de su manto, diciendo: «Siempre los llevo aquí».
En 1227, los duques Enrique de Silesia y
Ladislao de Sandomir se reunieron para organizar la defensa contra el ataque
del «svatopluk» de Pomerania. Pero el svatopluk se enteró y cayó sobre ellos,
precisamente durante la reunión, y Enrique, que estaba en el baño, apenas logró
escapar con vida. Santa Eduviges acudió lo más pronto posible a cuidar a su
marido, pero éste había partido ya con Conrado de Masovia para defender los
territorios de Ladislao, quien había perecido a manos del svatopluk. La
victoria favoreció a Enrique, el cual se estableció en Cracovia. Pero al poco
tiempo fue nuevamente atacado por sorpresa en Mass, y Conrado de Plock le tomó
prisionero. La fiel Eduviges intervino y consiguió que ambos duques llegasen a
un acuerdo, mediante el matrimonio de las dos nietas de Enrique con los dos
hijos de Conrado. Así se evitó el encuentro entre las fuerzas de ambos, con
gran regocijo de santa Eduviges, quien siempre hacía cuanto estaba en su mano
para evitar el derramamiento de sangre. En 1238, murió el marido de santa
Eduviges y fue sucedido por su hijo Enrique, apodado «el Bueno». Cuando la
noticia de la muerte del duque llegó al monasterio de Trebnitz, las religiosas
lloraron mucho; Eduviges fue la única que permaneció serena y reconfortó a las
demás: «¿Por qué os quejáis de la voluntad de; Dios?. Nuestras vidas están en
sus manos, y todo lo que ÉI hace está bien hecho, lo mismo si se trata de
nuestra propia muerte que de la muerte de los seres amados». La santa tomó
entonces el hábito religioso de Trebnitz, pero no hizo los votos para poder
seguir administrando sus bienes en favor de los pobres. En cierta ocasión,
santa Eduviges encontró a una pobre mujer que no sabía el Padrenuestro y
comenzó a enseñárselo; como la infeliz aldeana no consiguiese aprenderlo, la
santa la llevó a dormir en su propio cuarto para aprovechar todos los momentos
libres y repetirle la oración hasta que la mujer consiguió aprenderla de
memoria y entender lo que decía.
En 1240, los tártaros invadieron Ucrania y
Polonia. El duque Enrique II les presentó la batalla cerca de Wahlstadt. Se
dice que los tártaros emplearon entonces los gases venenosos: «un humo espeso y
nauseabundo brotaba en forma de serpiente de unos tubos de cobre y embrutecía a
los soldados polacos». Enrique pereció en la batalla. Santa Eduviges tuvo una
revelación sobre la muerte de su hijo tres días antes de que llegase la noticia
y dijo a su amiga Dermudis: «He perdido a mi hijo; se me ha escapado de las
manos como un pajarillo y jamás volveré a verle». Cuando el mensajero trajo la
triste noticia, santa Eduviges consoló a su hija Gertrudis y a Ana, la esposa
de Enrique. Dios premió la fe de su sierva con el don de milagros. Una
religiosa ciega recobró la vista cuando la santa trazó sobre ella la señal de
la cruz. El biógrafo de Eduviges relata varias otras curaciones milagrosas
obradas por ella y menciona diversas profecías de la santa, entre las que se
contaba la de su propia muerte. Durante su última enfermedad, santa Eduviges
pidió la extremaunción cuando todos la creían fuera de peligro. Murió en
octubre de 1243 y fue sepultada en Trebnitz. Su canonización se llevó a cabo en
1267. En 1706 la fiesta de santa Eduviges fue incluida en el calendario general
de la Iglesia de Occidente.
Existe en latín una biografía o leyenda de
santa Eduviges, escrita probablemente a fines del siglo XIII; el autor,
anónimo, afirma que se basó principalmente en las memorias del cisterciense
Engelberto de Leubus. Existen dos versiones: la corta y la larga; ambas pueden
verse en Acta Sanctorum, oct., vol. VIII, y en otras obras. En Schlakenwert se
conserva una copia manuscrita, que data de 1353 y es particularmente
interesante por las miniaturas con que está iluminada; dichas miniaturas han
sido reproducidas con frecuencia, por ejemplo en la obra de Riesch, Die hl.
Hedwig (1926). Las principales biografías alemanas son las de F. H. GSrlich
(1854); F. Becker (1872); F. Promnitz (1926); K. y F. Metzger (1927). En la
imagen, una de las miniaturas de la edición de la Vida de 1353 mencionada en la
bibliografía.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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Estas biografías de santo son propiedad de
El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino
que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía,
referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente
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Santa Margarita María Alacoque, virgen
fecha: 16 de octubre
n.: 1647 - †: 1690 - país: Francia
canonización: B: Pío IX 18 sep 1864 - C: Benedicto XV 13 may 1920
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
n.: 1647 - †: 1690 - país: Francia
canonización: B: Pío IX 18 sep 1864 - C: Benedicto XV 13 may 1920
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio: Santa Margarita María Alacoque, virgen, monja de la Orden de la
Visitación de la Virgen María, que progresó de modo admirable en la vía de la
perfección y, enriquecida con gracias místicas, trabajó mucho para propagar el
culto al Sagrado Corazón de Jesús, del que era muy devota. Murió en el
monasterio de Paray-le-Monial, en la región de Autun, en Francia, el día
diecisiete de octubre.
Oración: Infunde, Señor, en nuestros
corazones el mismo espíritu con que enriqueciste a santa Margarita María de
Alacoque, para que lleguemos a un conocimiento profundo del misterio
incomparable del amor de Cristo y alcancemos nuestra plenitud según la plenitud
total de Dios. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén
(oración litúrgica).

A pesar de los grandes santos y del
inmenso número de personas piadosas que hubo en Francia en el siglo XVII, no se
puede negar que la vida religiosa de dicho país se había enfriado, en parte
debido a la corrupción de las costumbres y, en parte, a la mala influencia del
jansenismo, que había divulgado la idea de un Dios que no amaba a toda la
humanidad. Pero, entre 1625 y 1690, florecieron en Francia tres santos, Juan
Eudes, Claudio de la Colombiére y Margarita María Alacoque, quienes enseñaron a
la Iglesia, tal como la conocemos actualmente, la devoción al Sagrado Corazón
como símbolo del amor sin límites que movió al Verbo a encarnarse, a instituir
la Eucaristía y a morir en la cruz por nuestros pecados, ofreciéndose al Padre
Eterno como víctima y sacrificio.
Margarita, la más famosa de los «santos
del Sagrado Corazón» nació en 1647, en Janots, barrio oriental del pueblecito
de L'Hautecour, en Borgoña. Margarita fue la quinta de los siete hijos de un
notario acomodado. Desde pequeña, era muy devota y tenía verdadero horror de
«ser mala». A los cuatro años «hizo voto de castidad», aunque ella misma
confesó más tarde que a esa edad no entendía lo que significaban las palabras
«voto» y «castidad». Cuando tenía unos ocho años, murió su padre. Por entonces,
ingresó la niña en la escuela de las Clarisas Pobres de Charolles. Desde el primer
momento, se sintió atraída por la vida de las religiosas, en quienes la piedad
de Margarita produjo tan buena impresión, que le permitieron hacer la primera
comunión a los nueve años. Dos años después, Margarita contrajo una dolorosa
enfermedad reumática que la obligó a guardar cama hasta los quince años;
naturalmente, tuvo que retornar a L'Hautecour. Desde la muerte de su padre, se
habían instalado en su casa varios parientes y una de sus hermanas, casada,
había relegado a segundo término a su madre y había tomado en sus manos el
gobierno de la casa. Margarita y su madre eran tratadas como criadas.
Refiriéndose a aquella época de su vida, la santa escribió más tarde en su
autobiografía: «Por entonces, mi único deseo era buscar consuelo y felicidad en
el Santísimo Sacramento; pero vivíamos a cierta distancia de la iglesia, y yo
no podía salir sin el permiso de esas personas. Algunas veces sucedía que una
me lo daba y la otra me lo negaba». La hermana de Margarita afirmaba que no era
más que un pretexto para salir a hablar con algún joven del lugar. Margarita se
retiraba entonces al rincón más escondido del huerto, donde pasaba largas horas
orando y llorando sin probar alimento, a no ser que alguno de los vecinos se
apiadase de ella. «La mayor de mis cruces era no poder hacer nada por aligerar
la de mi madre».
Dado que Margarita se reprocha amargamente
su espíritu mundano, su falta de fe y su resistencia a la gracia, se puede
suponer que no desperdiciaba las ocasiones de divertirse que se le presentaban.
En todo caso, cuando su madre y sus parientes le hablaron de matrimonio, la
joven no vio con malos ojos la proposición; pero, como no estuviese segura de
lo que Dios quería de ella, empezó a practicar severas penitencias y a reunir
en el huerto de su casa a los niños pobres para instruirlos, cosa que molestó
mucho a sus parientes. Cuando Margarita cumplió veinte años, su familia
insistió más que nunca en que contrajese matrimonio; pero la joven, fortalecida
por una aparición del Señor, comprendió lo que Dios quería de ella y se negó
rotundamente. A los veintidós años recibió el sacramento de la confirmación y
tomó el nombre de María. La confirmación le dío valor para hacer frente a la
oposición de su familia. Su hermano Crisóstomo le regaló la dote, y Margarita
María ingresó en el convento de la Visitación de Paray-le-Monial, en junio de
1671. La joven se mostró humilde, obediente, sencilla y franca en el noviciado.
Según el testimonio de una de sus connovicias, edificó a toda la comunidad «por
su caridad para con sus hermanas, a las que jamás dijo una sola palabra que
pudiese molestarlas, y por la paciencia con que soportó las duras reprimendas y
humillaciones a las que fue sometida con frecuencia». En efecto, el noviciado
de la santa no fue fácil. Una religiosa de la Visitación debe ser
«extraordinaria, en lo ordinario», y Dios conducía ya a Margarita por caminos
muy poco ordinarios. Por ejemplo, era absolutamente incapaz de practicar la
meditación discursiva: «Por más esfuerzos que hacía yo por practicar el método
que me enseñaban, acababa siempre por volver al método de mi Divino Maestro (es
decir, la oración de simplicidad), aunque no quisiese». Cuando Margarita hizo
la profesión, Dios la tomó por prometida suya «en una forma que no se puede
describir con palabras». Desde entonces, «mi divino maestro me incitaba continuamente
a buscar las humillaciones y mortificaciones». Por lo demás, Margarita no tuvo
que buscarlas cuando fue nombrada ayudante en la enfermería. La hermana
Catalina Marest, la directora, era una mujer activa, enérgica y eficiente, en
tanto que la santa era callada, lenta y pasiva. Ella misma se encargó de
resumir la situación en las siguientes palabras: «Sólo Dios sabe lo que tuve
que sufrir allí, tanto por causa de mi temperamento impulsivo y sensiIde como
por parte de las creaturas y del demonio». Hay que reconocer, sin embargo, que
si bien la hermana Marest empleaba métodos demasiado enérgicos, también ella
tuvo que sufrir no poco. Durante esos dos años y medio, Margarita María sintió
siempre muy cerca de sí al Señor y le vio varias veces coronado de espinas.
El 27 de diciembre de 1673, la devoción de
Margarita a la Pasión fructificó en la primera gran revelación. Hallábase sola
en la capilla, arrodillada ante el Santísimo Sacramento expuesto y de pronto,
se sintió «poseída» por la presencia divina, y Nuestro Señor la invitó a ocupar
el sitio que ocupó san Juan (cuya fiesta se celebraba ese día) en la última
Cena, y habló a su sierva «de un modo tan sencillo y eficaz, que no me quedó
duda alguna de que era Él, aunque en general tiendo a desconfiar mucho de los
fenómenos interiores». Jesucristo le dijo que el amor de su Corazón tenía
necesidad de ella para manifestarse y que la había escogido como instrumento
para revelar al mundo los tesoros de su gracia. Margarita tuvo entonces la
impresión de que el Señor tomaba su corazón y lo ponía junto al Suyo. Cuando el
señor se lo devolvió, el corazón de la santa ardía en amor divino. Durante
dieciocho meses, el Señor se le apareció con frecuencia y le explicó claramente
el significado de la primera revelación. Le dijo que deseaba que se extendiese
por el mundo el culto a su corazón de carne, en la forma en que se practica
actualmente esa devoción, y que ella estaba llamada a reparar, en la medida de
lo posible, la frialdad y los desvíos del mundo. La manera de efectuar la
reparación consistía en comulgar a menudo y fervorosamente, sobre todo el
primer viernes de cada mes, y en velar durante una hora todos los jueves en la
noche, en memoria de su agonía y soledad en Getsemaní. (Actualmente la devoción
de los nueve primeros viernes y de la hora santa se practican en todo el mundo
católico). Después de un largo intervalo, el Señor se apareció por última vez a
Santa Margarita, en la octava del Corpus de 1675 y le dijo: «He aquí el Corazón
que tanto ha amado a los hombres, sin ahorrarse ninguna pena, consumiéndose por
ellos en prueba de su amor. En vez de agradecérmelo, los hombres me pagan con
la indiferencia, la irreverencia, el sacrilegio y la frialdad y desprecian el
sacramento de mi amor». En seguida, pidió a Margarita que trabajase por la
institución de la fiesta de su Sagrado Corazón, que debía celebrarse el viernes
siguiente a la octava del Corpus. De esa suerte, por medio del instrumento que
había elegido, Dios manifestó al mundo su voluntad de que los hombres reparasen
la ingratitud con que habían correspondido a su bondad y misericordia, adorando
el Corazón de carne de su Hijo, unido a la divinidad, como símbolo del amor que
le había llevado a morir para redimirlos.

Nuestro Señor había dicho a santa
Margarita: «No hagas nada sin la aprobación de tus superiores, para que el demonio,
que no tiene poder alguno sobre las almas obedientes, no pueda engañarte».
Cuando Margarita habló del asunto con la madre de Saumaise, su superiora, ésta
«hizo cuanto pudo por humillarla y mortificarla y no le permitió poner en
práctica nada de lo que el Señor le había ordenado, burlándose de cuanto decía
la pobre hermana». Santa Margarita comenta: «Eso me consoló mucho y me retiré
con una gran paz en el alma». Pero esos sucesos afectaron su salud y enfermó
gravemente. La madre de Saumaise, que deseaba una señal del cielo, dijo a la
santa: «Si Dios os devuelve la salud, lo tomaré como un signo de que vuestras
visiones proceden de Él y os permitiré que hagáis lo que el Señor desea, en
honor de su Sagrado Corazón». La santa se puso en oración y recuperó inmediatamente
la salud; la madre de Saumaise cumplió su promesa. Sin embargo, como algunas de
las religiosas se negaban a prestar crédito a las visiones de Margarita, la
superiora le ordenó someterlas al juicio de ciertos teólogos; desgraciadamente
esos teólogos, que carecían de experiencia en cuestiones místicas, dictaminaron
que se trataba de meras ilusiones y se limitaron a recomendar que la visionaria
comiese más. Nuestro Señor había dicho a la santa que le enviaría un director
espiritual comprensivo. En cuanto el P. de la
Colombiére se presentó en el convento como confesor
extraordinario, Margarita comprendió que era el enviado del Señor. Aun que el
P. de la Colombicre no estuvo mucho tiempo en Paray, su breve estancia le bastó
para convencerse de la autenticidad de las revelaciones de Margarita María, por
quien concibió un gran respeto; además de confirmar su fe en las revelaciones,
el P. de la Colombiére adoptó la devoción al Sagrado Corazón. Poco después
partió para Inglaterra (donde no encontró «Hijas de María, ni mucho menos a una
hermana Alacoque») y Margarita atravesó el período más angustioso de su vida.
En una visión, el Señor la invitó a ofrecerse como víctima por las faltas de la
comunidad y por la ingratitud de algunas religiosas hacia su Sacratísimo
Corazón. Margarita resistió largo tiempo y pidió al Señor que no le diese a
beber ese cáliz Finalmente. Jesucristo le pidió que aceptase públicamente la
prueba, y la santa lo hizo así, llena de confianza, pero al mismo tiempo
apenada porque el Señor había tenido que pedírselo dos veces. Ese mismo día, 20
de noviembre de 1677, la joven religiosa, que sólo llevaba cinco años en el
convento, obtuvo de su superiora la autorización de «decir y hacer lo que el
Señor le pedía» y, arrodillándose ante sus hermanas, les comunicó que Cristo la
había elegido como víctima por sus faltas. No todas las religiosas tomaron
aquello con el mismo espíritu de humildad y obediencia. La santa comenta: «En aquella
ocasión, el Señor me dio a probar el amargo cáliz de su agonía en el huerto».
Se cuenta que, a la mañana siguiente, los confesores que había en Paray no
fueron suficientes para escuchar las confesiones de todas las religiosas que
acudieron a ellos. Desgraciadamente, existen razones para pensar que no
faltaron religiosas que mantuvieron su oposición a santa Margarita María por
muchos años.
Durante el gobierno de la madre Greyfié,
que sucedió a la madre de Soumaise, santa Margarita recibió grandes gracias y
sufrió también duras pruebas interiores y exteriores. El demonio la tentó con
la desesperación, la vanagloria y la compasión de sí misma. Tampoco las
enfermedades escasearon. En 1681, el P. de la Colombiére fue enviado a Paray
por motivos de salud y murió allí en febrero del año siguiente. Santa Margarita
tuvo una revelación acerca de la salvación del P. de la Colombiére y no fue ésa
la única que tuvo de ese tipo. Dos años después, la madre Melin, quien conocía
a Margarita desde su ingreso en el convento, fue elegida superiora de la
Visitación y nombró a la santa como ayudante suya, con la aprobación del
capítulo. Desde entonces, la oposición contra Margarita cesó o, por lo menos,
dejó de manifestarse. El secreto de las revelaciones de la santa llegó a la
comunidad en forma dramática (y muy molesta para Margarita), pues fue leído
incidentalmente en el refectorio en un libro escrito por el beato de la
Colombiére. Pero el triunfo no modificó en lo más mínimo la actitud de
Margarita. Una de las obligaciones de la asistenta consistía en hacer la
limpieza del coro; un día en que cumplía ese oficio, una de las religiosas le
pidió que fuese a ayudar a la cocinera y ella acudió inmediatamente. Como no
había tenido tiempo de recoger el polvo, las religiosas encontraron el coro
sucio. Esos detalles eran los que ponían fuera de sí a la hermana de Marest, la
enfermera y, probablemente, debió acordarse entonces con una sonrisa de la que
fuera su discípula doce años antes. Santa Margarita fue nombrada también
maestra de novicias y desempeñó el cargo con tanto éxito, que aun las profesas
pedían permiso para asistir a sus conferencias. Como su secreto se había
divulgado, la santa propagaba abiertamente la devoción al Sagrado Corazón y la
inculcaba a sus novicias. En 1685, se celebró privadamente en el noviciado la
fiesta del Sagrado Corazón. Al año siguiente, los parientes de una antigua
novicia acusaron a Margarita María de ser una impostora y de introducir
novedades poco ortodoxas, lo que suscitó nuevamente la oposición durante algún
tiempo; pero el 21 de junio de ese año, toda la comunidad celebró en privado la
fiesta del Corazón de Jesús. Dos años más larde, se construyó allí una capilla
en honor del Sagrado Corazón, y la devoción empezó a propagarse por todos los
conventos de las visitandinas y por diversos sitios de Francia.
En octubre de 1690, después de haber sido
elegida asistenta de la superiora por un nuevo período, Margarita cayó enferma.
«No viviré mucho -anunció-, pues ya he sufrido cuanto podía sufrir». Sin embargo,
el médico declaró que la enfermedad no era muy seria. Una semana después, la
santa pidió los últimos sacramentos: «Lo único que necesito es estar con Dios y
abandonarme en el Corazón de Jesús». Cuando el sacerdote le ungía los labios,
Margarita María expiró. Su canonización tuvo lugar en 1920.
En la biografía escrita por el P. A.
Hamon, Vie de Ste Marguerite-Marie (1907), que es muy completa, hay casi
treinta páginas consagradas al estudio de las fuentes y la bibliografía.
Nosotros nos contentaremos con mencionar la semblanza autobiográfica, escrita
por la santa cinco años antes de su muerte, a petición de su director
espiritual, así como las 133 cartas suyas y las notas espirituales escritas de
su mano. Existen, además, un interesante memorial escrito por la madre Greyfié
y los testimonios de sus hermanas, con miras a la beatificación. El primer
resumen biográfico de la santa fue publicado en 1691; el P. Croiset lo incluyó
en forma de apéndice en su libro sobre la "Devoción al Sagrado Corazón".
A este resumen siguió una cuidadosa biografía escrita por Mons. Languet, obispo
de Soissons (1729). Generalmente se citan las obras de la santa, refiriéndose a
Vie et Oeuvres, publicado por las religiosas de la Visitación de
Paray-le-Monial en 1876. En la página de Corazones.org
dedicada a santa Margarita María, además de las semblanzas
biográficas e introducciones teológicas hay, al final de todo, una pequeña
selección de escritos de la propia santa.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
accedida 2432 veces
ingreso o última modificación relevante: ant 2012
Estas biografías de santo son propiedad de
El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino
que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía,
referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente
enlace: http://www.eltestigofiel.orgindex.php?idu=sn_3772
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