Concepción del ser humano en el marco de una
ecología integral
2017-11-29
En su encíclica sobre
"el Cuidado de la Casa Común" el Papa Francisco sometió a una
rigurosa crítica el clásico antropocentrismo de nuestra cultura a partir de una
visión de ecología integral, cosmocentrada, dentro de la cual el ser humano
aparece como parte del Todo y de la naturaleza. Esto nos invita a revisar
nuestra comprensión del ser humano en el marco de esta ecología integral. Cabe
subrayar que las contribuciones de las ciencias de la Tierra y de la vida
subyacentes al texto papal vienen englobadas en la teoría de la evolución
ampliada. Ellas nos han traído visiones complejas y totalizadoras,
insertándonos como un momento del proceso global, físico, químico, biológico y
cultural.
Después
de todos estos conocimientos nos preguntamos, no sin cierta perplejidad:
¿quiénes somos, al final, en cuanto humanos? Intentando responder diríamos: el
ser humano es una manifestación de la Energía de Fondo, de donde todo proviene
(Vacío Cuántico o Fuente Originaria de todo Ser); un ser cósmico, parte de un
universo, posiblemente entre otros paralelos, articulado en once dimensiones
(teoría de las cuerdas), formado por los mismos elementos físico-químicos y por
las mismas energías que componen todos los seres; somos habitantes de una
galaxia media, una entre doscientos mil millones y de un planeta que circula
alrededor del Sol, una estrella de quinta categoría, una entre otros
trescientos mil millones, situada a 27 mil años luz del centro de la Vía
Láctea, en el brazo interior de la espiral de Orión; que vive en un planeta
minúsculo, la Tierra, considerada un superorganismo vivo que funciona como un
sistema que se autorregula, llamado Gaia.
Somos
un eslabón de la cadena de la vida; un animal de la rama de los vertebrados,
sexuado, de la clase de los mamíferos, del orden de los primates, de la familia
de los hominidos, del género homo, de la especie sapiens/demens, dotado de un
cuerpo de 30 mil millones de células y 40 mil millones de bacterias,
continuamente renovado por un sistema genético que se formó a lo largo de 3.800
millones de años, la edad de la vida; que tiene tres niveles de cerebro con
cerca de cien mil millones de neuronas: el reptiliano, surgido hace 300
millones de años, que responde de los movimientos instintivos, en torno al cual
se formó el cerebro límbico, responsable de nuestra afectividad, hace 220
millones de años, completado finalmente por el cerebro neo-cortical, surgido
hace unos 7-8 millones de años, con el que organizamos conceptualmente el
mundo.
Portador
de una psique con la misma ancestralidad del cuerpo, que le permite ser sujeto,
psique ordenada por emociones y por la estructura del deseo, de arquetipos
ancestrales, y coronada por el espíritu que es aquel momento de la conciencia
por el cual se siente parte de un Todo mayor, que lo hace siempre abierto al
otro y al infinito; capaz de intervenir en la naturaleza, y así de hacer
cultura, de crear y captar significados y valores y de preguntarse sobre el
sentido último del Todo y de la Tierra, hoy en su fase planetaria, hacia la
noosfera, por la cual mentes y corazones confluirán en una Humanidad unificada.
Nadie
mejor que Pascal (†1662) para expresar el ser complejo que somos: "¿Qué es
el ser humano en la naturaleza? Una nada delante del infinito, y un todo ante
la nada, un eslabón entre la nada y el todo, pero incapaz de ver la nada de
donde viene y el infinito hacia donde va. En él se cruzan los tres infinitos:
lo infinitamente pequeño, lo infinitamente grande y lo infinitamente complejo
(Chardin). Siendo todo eso, nos sentimos incompletos y todavía naciendo pues
nos percibimos llenos de virtualidades. Estamos siempre en la prehistoria de
nosotros mismos. Y a pesar de ello experimentamos un proyecto infinito que
reclama su objeto adecuado, también infinito, que solemos llamar Dios o con otro
nombre.
Y
somos mortales. Nos cuesta acoger la muerte dentro de la vida y la dramaticidad
del destino humano. Por el amor, por el arte y la fe presentimos que nos
transfiguramos a través de la muerte. Y sospechamos que en el balance final de
las cosas, un pequeño gesto de amor verdadero e incondicional vale más que toda
la materia y la energía del universo juntas. Por eso, sólo vale hablar, creer y
esperar en Dios si Él es sentido como prolongación del amor en forma de
infinito. Pertenece a la singularidad del ser humano no sólo aprehender una
Presencia, Dios, pasando a través de todos los seres, sino entablar con Él un
diálogo de amistad y de amor. Intuye que Él es el correspondiente al deseo
infinito que siente, Infinito que le es adecuado y en el que puede reposar. Ese
Dios no es un objeto entre otros, ni una energía entre otras. Si así fuera
podría ser detectado por la ciencia. Se presenta como aquel soporte, cuya
naturaleza es Misterio, que todo sostiene, alimenta y mantiene en la
existencia. Sin Él todo volvería a la nada o al Vacío Cuántico de donde
irrumpió cada ser. Él es la fuerza por la que el pensamiento piensa, pero que
no puede ser pensada. El ojo que ve todo pero que no puede verse. Él es el
Misterio siempre conocido y siempre por conocer indefinidamente. Él atraviesa y
penetra hasta las entrañas de cada ser humano y del universo. Podemos pensar,
meditar e interiorizar esa compleja Realidad, hecha de realidades y es en esa
dirección como debe ser concebido el ser humano. Quien es y cuál es su destino
final se pierde en el Incognoscible, siempre de alguna manera cognoscible, que
es el espacio del Misterio de Dios o del Dios del Misterio. Somos seres siendo
sin parar. Por eso es una ecuación que nunca se cierra y que permanece siempre
abierta. ¿Quién revelará quiénes somos?
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