02.11.17, En Educación, Evangelización, Fiestas Litúrgicas, Oración, Santidad, por Mons. José H. Gómez
Jesús habla de que el amor es el “mandamiento” más importante. ¿Alguna vez se han preguntado sobre eso?
Él nos dice que los dos mandamientos más importantes son que amemos a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra mente, con toda nuestra alma y con todas nuestras fuerzas, y que amamos a nuestro prójimo como a nosotros mismos.
En un principio, esto no parece tener sentido. No se le puede “mandar” a alguien que ame. ¡El amor es una emoción fuerte! O se siente amor o no se siente. La gente “se enamora”. No se le puede decir que lo haga.
Aquí vemos la diferencia entre lo que Jesús quiere decir con la palabra amor y lo que el mundo quiere indica al hablar de amor. Cuando entendemos el amor de Dios por nosotros, entendemos que el amor que Jesús nos ordena que tengamos es más que una emoción y que una pasión. Es más que palabras o que sentimientos.
Para Jesús, nuestro amor es una respuesta al amor de Dios, que nos ama primero y que nos ofrece su amor como un don. Al responder a su mandamiento de amar, estamos cumpliendo con la voluntad de Dios para nuestras vidas: que encontremos la felicidad y la alegría, amando a los demás y experimentando el amor de Dios.
Jesús sabe que el amor no es fácil. Hay personas que no son agradables y que no son fáciles de amar. Pero su amor nos llama a ir más allá de nuestra propia comodidad, de nuestros propios prejuicios.
Por eso Jesús conecta el amor de Dios con el amor al prójimo. Porque Jesús sabe que no podemos realmente decir que amamos a Dios si no amamos a nuestro prójimo. Cuando cerramos los ojos a las necesidades de nuestro prójimo, cerramos nuestros corazones a Dios.
Uno de los santos dijo: “Amemos a Dios tanto como amemos al que menos amamos”.
Vale la pena recordar eso. Pero debemos recordar también esto: Jesús nunca nos ordena hacer algo que no nos vaya a ayudar a hacer. Él nunca nos ordena hacer algo que Él no nos haya ya enseñado a hacer. No hay un modelo de amor más grande que Jesucristo.
Y el amor es como cualquier otra cosa en nuestras vidas. Cuanto más lo practicamos, más se convierte en un hábito para nosotros. Practiquen el amor y, por la gracia de Dios, se volverá perfecto en ustedes.
Entonces eso significa que debemos tomar esa decisión de amar todos los días, en todo momento. Tenemos que decir: “Señor, dame la gracia de amar, aquí y ahora. En esta situación. Con esta persona”.
Así es como los santos enfocan la vida. San Juan de la Cruz solía decir: “Donde no hay amor, pon amor y obtendrás amor”.
Jesús nos ordena: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”.
El mandamiento de amar nos llama a una nueva manera de vivir. Cuanto más ames, más verás el mundo con los ojos de Cristo, y más pensarás en las otras personas con la mente de Cristo.
Una vez que tomas esa decisión de amar, empiezas a ver a las demás personas, no como una amenaza o como competidores, sino que empiezas a ver a tu prójimo como una persona que es como tú mismo, con las mismas esperanzas, sueños y deseos.
El amor nos saca de nosotros mismos y abre nuestros corazones a las necesidades de los demás. Cuando amas, dejas de ver a “otros” y empiezas a ver hermanos y hermanas en ellos. Comienzas a ver a tu prójimo como a un hijo de Dios, creado a imagen de Dios.
El amor que Jesús pide no es sólo una relación que tenemos con otra persona. El amor cristiano es personal, pero es también social. Es la responsabilidad que tenemos por las demás personas de la sociedad, especialmente por aquellos que son vulnerables: los no nacidos, las viudas y los huérfanos; los inmigrantes y refugiados; los pobres.
El amor por nuestro prójimo exige que tomemos medidas para corregir las cosas cuando descubrimos que están mal. El amor significa promover la justicia donde encontremos la injusticia.
El amor cristiano es siempre un amor misionero. Jesús cuenta con nuestro amor para cambiar el mundo.
El mandamiento del amor coloca nuestra vida en un sendero, haciendo de ella un camino de amor. El amor no es fácil. Requiere un trabajo arduo. Pero puede ser hermoso y se vuelve hermoso cuanto más practiquemos el amor en nuestra vida cotidiana.
Así que al dedicarnos a las actividades de nuestra vida cotidiana, tratemos de poner más amor en el mundo. Podemos comenzar con aquellos que están más cerca de nosotros: con las personas con las que vivimos, con nuestras familias; con las personas con las que trabajamos y con las que vamos a la escuela. Intenten ser un poco más pacientes esta semana, un poco más comprensivos, un poco más indulgentes.
Oren por mí esta semana y yo oraré por ustedes. Y pidámosle juntos a nuestra Santísima Madre María que ore por nosotros. Que ella nos ayude esta semana a hacer pequeños actos de amor, pequeños actos de misericordia y bondad, para Dios y para nuestro prójimo.
*La columna de opinión de Mons. José Gomez está disponible para ser utilizada gratuitamente en versión electrónica, impresa o verbal. Sólo es necesario citar la autoría (Mons. José Gomez) y el distribuidor (ACI Prensa)
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