El desafío actual: contra el Estado
pos-democrático rescatar la democracia
2018-07-22
No son pocos los analistas
sociales y juristas del más alto nivel que denuncian la actual situación
política de Brasil como la instauración de un Estado de excepción. El golpe
parlamentario, jurídico y mediático de 2016 permitió que los golpistas pasasen
por encima de la Constitución, modificasen las leyes laborales a favor de los
patronos, engañasen al país con un techo de gastos en salud y educación,
impidiendo que se cree un Estado de Bienestar Social.
La
justicia ha dejado de ser imparcial, e incluso en los niveles más altos, se
muestra parcial contra el PT y la figura carismática de Lula. Lo que el juez
federal de primera instancia Sergio Moro hace es la aplicación descarada
del lawfare y no esconde el ánimo persecutorio contra el
expresidente, condenándolo sin pruebas materiales irrefutables. Por eso es
considerado un prisionero político.
Es
importante observar que este tipo de política obedece a una amplia estrategia
pensada a partir de los intereses del imperio con los aliados internos de
nuestro país. Brasil es decisivo en términos de geopolítica y de bienes y
servicios naturales abundantes, capaz de garantizar la base física y química
que sustenta el sistema de vida y el sistema-Tierra, ya en alto grado de
erosión.
El
golpe fue dado bajo la égida del más riguroso neoliberalismo y de la voracidad
del capital especulativo de cariz capitalista que domina la política en el
mundo entero.
Es
sabido que el orden capitalista, por su individualismo y la furia de
acumulación nunca se ha llevado bien con la democracia. Si la democracia, más
que el derecho de votar, implica buscar la igualdad de todos los ciudadanos en
referencia a las leyes, los derechos básicos, la justicia social y las
garantías fundamentales, debemos decir que es más un señuelo que una realidad.
La democracia moderna se construyó como representativa de toda la sociedad. En
realidad, en general representó los intereses de los poderosos y subrepresentó
los del pueblo trabajador o pobre.
Los
datos de varias entidades serias nos indican que cerca de ocho mil
multimillonarios controlan gran parte de la economía mundial, dejando a
millones y millones de personas en la pobreza y el hambre. Como la lógica
capitalista es la competencia y no la solidaridad, entra en una era de barbarie
y de gran inhumanidad.
Este
tipo de capitalismo necesita de democracias de bajísima intensidad, con un
Estado sometido al mercado, con la menor participación popular posible. La
estrategia de los países capitalistas apunta a recolonizar América Latina y
Brasil, condenados a ser meros exportadores de commodities (alimentos,
minerales y otros).
El
golpe de 2016 se dio con ese propósito, en sí antipatriótico, antipopular y
profundamente injusto, en beneficio de los ricos y herederos de la «Casa
Grande». Este golpe liquidó el Estado democrático de derecho. Guardó las
apariencias y las instituciones, pero no funcionan como prevé la Constitución,
o funcionan sin imparcialidad.
Se
inauguró el «pos-Estado democrático», categoría usada por Rubens Casara, juez
de derecho del Tribunal de Justicia de Río de Janeiro y profesor universitario,
con notable capacidad teórica para pensar el desastre de la democracia
brasileña y la ideología subyacente. En la actualidad rige, en efecto, un
estado de excepción, a la moda del jurista alemán Carl Schmitt (1888-1985), que
justificaba el régimen de Hitler, pues para él el criterio del político reside
en la definición del enemigo a ser satanizado y destruido (cf. El
concepto de lo político, Voces 1992, 51-53). Por encima de todas las leyes
está el «Führer» o el «Duce», que siempre tienen razón.
La
consecuencia se lee en el sub-título del libro: «neo-oscurantismo y gestión de
los indeseables». Es decir, se mantiene la farsa democrática y se castiga a los
más pobres, pues son indeseables para el sistema de acumulación y de
consumo.
El
desafío actual consiste en rescatar la democracia mínima (no aquella «sin fin»
de Boaventura de Souza Santos, o como «valor universal» de Norberto Bobbio, ni
la democracia «socio-ecológica» de Zaffaroni y mía) sino simplemente la pura y
simple democracia, expresada en el Estado Democrático de Derecho. Debemos
repudiar al Estado posdemocrático como una excrecencia de la democracia y otro
nombre para el régimen de excepción.
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