domingo, 28 de junio de 2020

Domingo 13º del TO. Ciclo A (28.06.2020): Mateo 10,37-42 Me gusta Mateo 7,12 y ¡10,40! y Domingo 31º de ‘Los Hechos de los Apóstoles’ (28.06.2020): Hch 17,16-34 “Ellos sí escucharán” (Hechos 28,28-29)


¿Y no aprendemos?
Estos días llevo retraso con mis tareas de estos envíos. No sé si se trata de cansancio por romper la rutina del confinamiento alarmista o por todo lo contrario. El cuerpo de uno al cabo de unas semanas se acaba acostumbrando a la nueva realidad. Y cuando hay que cambiar, uno se cansa. 

Pasó en marzo, al dejar la normalidad de ir y venir, entrar y salir, trabajar y descansar y de buenas a primeras, de hoy para mañana nos tuvimos que quedar en casa. Y ahora, en el mes de junio, al revés. Hay que empezar a dejar de estar en casa y salir, que nos dé el aire, que tenemos que encontrarnos... ¿Todo esto lo crea un virus? ¿Un invisible al ojo humano natural, pero visible a miles ante el ojo humano del laboratorio de la óptica inventada y superampliadora de la realidad. Lo pienso despacio y me digo en mi silencio: ¡Cuanto me gustaría ver y mirar con uno de esos ojos ópticos que parecen verlo todo!

Y ya puesto a escribir deseos bien fundados, me gustaría disponer de esos artilugios que sé que existen y de cuya realidad me he enterado en este confinamiento por la pandemia...
Existe un ojo supernosequeespecialísimo que es capaz de fotografíar desde el aire lo que existe en el fondo del océano, por ejemplo, sin preocuparse de la existencia del agua y de su oleaje. Es decir, que allá por las costas de la Normandía francesa se puede ver en nítidas fotos y ampliables todo el arsenal de guerra que quedó sepultado en la océana mar Atlántica con motivo del desembarco aliado. Y al parecer es tal el arsenal de chatarra bélica que puede divisarse que asusta con sólo ver 'la ingeniería de material bélico y deshumanizador' que sonroja a cualquier ojo humano normal.  Con estos ojos artilúgicos que crea la mente humana se ve todo, sobre todo, las dimensiones pandémicas de la deshumanización de la guerra. Todo ello creado con la única finalidad de matar al otro, a otra persona, a otras y a puñados, a malsalva... hasta despejar los caminos que llevan a proclamarse... ¡la corona del mundo!

Lo pienso en frío y me quedo paralizado, cansado, seco, sin gana alguna de desescalar del confinamiento y con todo el miedo y el odio metido en los adentros que me hacen mirar a quien sale a la calle conmigo como al mayor de los enemigos... Ese ojo artilúgico es tan nefasto y prepotente como aquelese otro ojo del triángulo trinitario de los credos religiosos tan deshumanizadores como cargados de razones para la ostentación, el lujo y la omnipotencia. ¡Qué barbaridades!

Por eso, no es nada extraño que pueda leer en un relato del Evangelista Mateo que se atreve a poner en labios de su Jesús de Nazaret una cosa como esta y tan escandalosamente actual siempre: "quien regale un vaso de agua ¡¡¡¡¡¡¡fresca!!!!!!! a alguien que lo necesita que sepa, que lo sepa, que nunca lo olvide... ese es como yo, porque yo he venido a ser así. Soy el regalador del agua fresca. Soy el agua fresca".

Para qué sirve regalar un vaso de agua 'fresca' cuando alguien trae un misil escondido para despachurrarle a uno en milmillones de partículas tan invisibles como las de un coronavirus? ¿Para qué sirve...? Para vivir, para evangelizar, para ayudarnos a ser personas. Nada más. Un nada más que es el todo. Así me digo yo, cuando hablo con mis neuronas en el único templo de mi cerebro. ¡Qué irrelevancia frente a la pandémica barbaridad! Y no aprendemos
A continuación se pueden leer los comentarios del relato de Mateo 10,37-42 y del Libro de los Hechos de los Apóstoles 17,16-34. También se los puede leer en el archivo adjunto.  

Domingo 13º del TO. Ciclo A (28.06.2020): Mateo 10,37-42
Me gusta Mateo 7,12 y ¡10,40! Lo medito y escribo CONTIGO,

Para el nuevo domingo se nos propone la lectura del Evangelio de Mateo 10,37-42, justamente la continuación del relato del domingo pasado. Y sabrá bien cada lector de estas líneas que con este mensaje del Jesús de Mateo se acaba el segundo de los cinco discursos de este nuevo y sorprendente Moisés para el pueblo judío y para quien decida hacerse hoy su seguidor.

Quiero recordar que este discurso comenzaba con unas palabras que Mateo nos dice que las pronunció su Jesús en alguno de los poblados de la región de Galilea: “Y llamando [Jesús] a los DOCE les dio poder... para curar toda enfermedad y dolencia... Y les decía: No vayáis a tierras y ciudades de paganos, ni entréis en poblados samaritanos...” (Mateo 10,1-7).

Seguramente que a ti y a mí nos sorprende este mensaje tan claro y directo de este Jesús de ahora. Este mismo Jesús, en la escena final del Evangelio de Mateo, dirá explícitamente lo contrario: “Id y haced discípulos a todas las gentes...” (Mateo 28,19). Tal vez, en alguna ocasión, así me lo imagino, el Evangelista Lucas leyó lo mismo que acabamos de recordar de Mateo y se atrevió a poner en labios de su Jesús aquella parábola de ‘El samaritano bueno’ para hablar de sí mismo al especialista en la Ley de Moisés (Lc 10,25-37). ¡Cuánto contraste!

Y añado otro dato más en esta cuestión de la misión de entonces. ¿No fue esta evangelización a los judíos y a los gentiles o paganos una cuestión que enfrentó a los primeros seguidores después de la muerte de Jesús? Los lectores de estas líneas, y que leen también los comentarios del Libro de los Hechos, saben bien ya cuánto malestar y enfrentamiento suscitó esta realidad a lo largo del siglo primero de nuestra historia. Y la cuestión sigue y seguirá viva.

Se comprenderá ahora la importancia de asumir muy críticamente las orientaciones de este discurso que el narrador Mateo nos ha dejado como manantial de agua y luz, de alimento y energía y de proyecto para ahora y el futuro para cuantos deseamos conocer, acompañar y vivir como aquel hombre judío y laico de Galilea que fue una buena noticia de sentido común.

Y con ese y desde ese ‘sentido común’, creo, no necesitan otro más explícito comentario las tres o cuatro sugerencias orientativas con las que Mateo creyó comprender la misión evangelizadora de su Jesús. Y si me lo permiten me guardo para mis adentros esta imagen final del discurso: el vaso de agua fresca compartido y compartida (Mateo 10,37-42).

Evangelizar es compartir el agua, como también ya lo había escrito Marcos en su relato del 9,41. Pero Mateo se atreve a añadir una caricia humanizadora con tan solo sugerir que el agua fuera ‘fresca’. ¿Qué dijo ‘real y verdaderamente’ aquel Jesús sobre la misión evangelizadora del agua? ¿Tenía que ser fresca? ¿Bastaba con ser agua? Y esa agua, creo, ¿no es ‘mi’ Jesús?

He escrito ahora ‘mi Jesús’ con la misma intencionalidad con la que suelo escribir ‘el Jesús de Mateo’ o ‘el Jesús de Saulo/Pablo’ o ‘el Jesús de la historia-Cristo de la fe’ de los doctores en Cristología o ‘el Jesús del catecismo’ o... Quiero recordar siempre aquella pregunta para no engañarme ni engañar: ¿Quién dices tú que soy yo? Y ahora me leo Mateo 10,40. ¡Definitivo!

Domingo 31º de ‘Los Hechos de los Apóstoles’ (28.06.2020): Hch 17,16-34
“Ellos sí escucharán” (Hechos 28,28-29)

Leemos ahora el relato de Hechos de los Apóstoles 17,16-34. Reconozco una vez más el prodigioso talento narrativo de Lucas que aquí y ahora nos presenta a su Saulo/Pablo (el fuerte y enclenque) en solitario ante Europa. En Atenas. Con toda la Grecia del pasado y con toda la presencia estratégica del imperio de Roma. Pablo y nadie más. Sin Silas ni Timoteo.

El relato de esta tarea evangelizadora de Pablo en Atenas  está organizado en dos apartados. El primero comienza y acaba de esta manera: “En Atenas le llegaba al alma ver la ciudad poblada de ídolos. Por un lado, hablaba en la sinagoga a los judíos y adictos. Además, a diario, hablaba en ‘la plaza mayor’ [ágora, foro] con los que encontraba... Los atenienses y los forasteros residentes allí gastaban el tiempo contando o escuchando la última noticia” (Hch 17,16-21).

El segundo apartado está dedicado al discurso que el narrador Lucas nos ha puesto en labios de Pablo. Este Pablo del Evangelista está solo, como ya queda dicho. Si habló tal como está escrito, me pregunto, ¿quién, o quiénes de los oyentes, transcribió sus palabras? ¿Acaso estuvo ahí el propio Lucas como aventajado reportero misionero?: “Pablo, de pie en medio del Areópago, dijo: Atenienses, veo que sois casi nimios en lo que toca a religión...” (Hch 17,22-34).

Quiero ahora traer a estas líneas dos breves anotaciones. Una, sobre el Areópago, o Colina de Ares (o Marte, el dios romano de la guerra), situado muy cerca de la acrópolis de Atenas. Era el lugar de reunión de las autoridades judiciales de la ciudad. ¿Fue ahí donde Pablo tuvo que dirimir el asunto de la divinidad o divinidades de las que hablaba?: “Al oír que anunciaba a Jesús y la resurrección, decían... (Hch 17,18  en el Ágora; y Hch 17,32 en el Areópago).

La segunda anotación está relacionada directamente con estas cuestiones de los dioses conocidos y desconocidos. Quiero imaginar que en estos ámbitos de la reflexión se conocía, la obra, entre otras, de un ilustre pensador romano llamado Lucrecio, fiel seguidor del ilustre griego Epicuro, que ya dejó escrita esta nada despreciable constatación: “La religión cometió criminales y crueles acciones” (De rerum naturae -Sobre la naturaleza de las cosas- I,83).

Lucas nos ha recreado un triple escenario para su evangelizador judeocristiano Saulo/Pablo de Tarso: la sinagoga (17,17), el ágoragriega-fororomano-nuestraplazamayor y los tribunales de la justicia en el Areópago. ¿No se trata aquí y ahora de la verdadera religión, de la divinidad de las divinidades? El discurso de este Pablo de Lucas no me deja lugar para las dudas: “Eso que veneráis sin conocerlo os lo anuncio yo... En él vivimos, nos movemos y existimos... Somos estirpe suya... Dios pasa por alto aquellos tiempos de ignorancia... Un día juzgará con justicia... por medio de un hombre... resucitado por Él de entre los muertos”. ¿No debía de anunciar, sobre todo, a Jesús, de Nazaret, en su vida, en sus hechos y dichos? ¿Ignora todo esto de él?

Sorprende que este Pablo de Lucas no abandone sus vínculos judíos cuando se trata de cuestiones de Religión. ¿Le seguían rondando en sus neuronas las conclusiones finales de la Asamblea de Jerusalén? Probablemente. Por esto, Lucas certifica la decepción de la misión en Atenas: “Pablo se marchó... Sólo le siguieron un hombre, una mujer y pocos más” (17,33-34).

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