¿Y
no aprendemos?
Estos días llevo retraso con
mis tareas de estos envíos. No sé si se trata de cansancio por romper la rutina
del confinamiento alarmista o por todo lo contrario. El cuerpo de uno al cabo
de unas semanas se acaba acostumbrando a la nueva realidad. Y cuando hay que
cambiar, uno se cansa.
Pasó en marzo, al dejar la
normalidad de ir y venir, entrar y salir, trabajar y descansar y de buenas a
primeras, de hoy para mañana nos tuvimos que quedar en casa. Y ahora, en el mes
de junio, al revés. Hay que empezar a dejar de estar en casa y salir, que nos
dé el aire, que tenemos que encontrarnos... ¿Todo esto lo crea un virus? ¿Un invisible al ojo humano natural,
pero visible a miles ante el ojo humano del laboratorio de la
óptica inventada y superampliadora
de la realidad. Lo pienso despacio y me digo en mi silencio: ¡Cuanto me
gustaría ver y mirar con uno de esos ojos ópticos que parecen verlo todo!
Y ya puesto a escribir deseos
bien fundados, me gustaría disponer de esos artilugios que sé que existen
y de cuya realidad me he enterado en este confinamiento por la pandemia...
Existe un ojo
supernosequeespecialísimo que es capaz de fotografíar desde el aire
lo que existe en el fondo del océano, por ejemplo, sin preocuparse de la
existencia del agua y de su oleaje. Es decir, que allá por las costas de la
Normandía francesa se puede ver en nítidas fotos y ampliables todo el arsenal
de guerra que quedó sepultado en la océana mar Atlántica con motivo del
desembarco aliado. Y al parecer es tal el arsenal de chatarra bélica que puede
divisarse que asusta con sólo ver 'la ingeniería de material bélico y
deshumanizador' que sonroja a cualquier ojo humano normal. Con estos ojos
artilúgicos que crea la mente humana se ve todo, sobre todo, las
dimensiones pandémicas de la deshumanización de la guerra. Todo ello creado con
la única finalidad de matar al otro, a otra persona, a otras y a puñados,
a malsalva... hasta despejar los caminos que llevan a proclamarse... ¡la corona
del mundo!
Lo pienso en frío y me quedo
paralizado, cansado, seco, sin gana alguna de desescalar del confinamiento y
con todo el miedo y el odio metido en los adentros que me hacen mirar a
quien sale a la calle conmigo como al mayor de los enemigos... Ese ojo
artilúgico es tan nefasto y prepotente como aquelese otro ojo del
triángulo trinitario de los credos religiosos tan deshumanizadores como
cargados de razones para la ostentación, el lujo y la omnipotencia. ¡Qué
barbaridades!
Por eso, no es nada extraño
que pueda leer en un relato del Evangelista Mateo que se atreve a poner en
labios de su Jesús de Nazaret una cosa como esta y tan escandalosamente actual
siempre: "quien regale un vaso de agua ¡¡¡¡¡¡¡fresca!!!!!!! a alguien
que lo necesita que sepa, que lo sepa, que nunca lo olvide... ese es como yo,
porque yo he venido a ser así. Soy el regalador del agua fresca. Soy el
agua fresca".
Para qué sirve regalar un
vaso de agua 'fresca' cuando alguien trae un misil escondido para
despachurrarle a uno en milmillones de partículas tan invisibles como
las de un coronavirus? ¿Para qué sirve...? Para vivir, para evangelizar, para
ayudarnos a ser personas. Nada más. Un nada más que es el todo. Así me digo yo,
cuando hablo con mis neuronas en el único templo de mi cerebro. ¡Qué
irrelevancia frente a la pandémica barbaridad! Y no aprendemos
A continuación se pueden leer
los comentarios del relato de Mateo 10,37-42 y del Libro de los
Hechos de los Apóstoles 17,16-34. También se los puede leer en el archivo
adjunto.
Domingo 13º del TO. Ciclo
A (28.06.2020): Mateo 10,37-42
Me gusta Mateo 7,12 y ¡10,40! Lo
medito y escribo CONTIGO,
Para el nuevo domingo se nos propone la lectura
del Evangelio de Mateo 10,37-42, justamente la continuación del relato
del domingo pasado. Y sabrá bien cada lector de estas líneas que con este
mensaje del Jesús de Mateo se acaba el segundo de los cinco discursos de este
nuevo y sorprendente Moisés para el pueblo judío y para quien decida hacerse
hoy su seguidor.
Quiero recordar que este discurso comenzaba con
unas palabras que Mateo nos dice que las pronunció su Jesús en alguno de los
poblados de la región de Galilea: “Y llamando [Jesús] a los DOCE les
dio poder... para curar toda enfermedad y dolencia... Y les decía: No vayáis a
tierras y ciudades de paganos, ni entréis en poblados samaritanos...” (Mateo
10,1-7).
Seguramente que a ti y a mí nos sorprende este
mensaje tan claro y directo de este Jesús de ahora. Este mismo Jesús, en la
escena final del Evangelio de Mateo, dirá explícitamente lo contrario: “Id y
haced discípulos a todas las gentes...” (Mateo 28,19). Tal vez, en alguna
ocasión, así me lo imagino, el Evangelista Lucas leyó lo mismo que acabamos de
recordar de Mateo y se atrevió a poner en labios de su Jesús aquella parábola
de ‘El samaritano bueno’ para hablar de sí mismo al especialista en la Ley de
Moisés (Lc 10,25-37). ¡Cuánto contraste!
Y añado otro dato más en esta cuestión de la
misión de entonces. ¿No fue esta evangelización a los judíos y a los gentiles o
paganos una cuestión que enfrentó a los primeros seguidores después de la
muerte de Jesús? Los lectores de estas líneas, y que leen también los
comentarios del Libro de los Hechos, saben bien ya cuánto malestar y
enfrentamiento suscitó esta realidad a lo largo del siglo primero de nuestra
historia. Y la cuestión sigue y seguirá viva.
Se comprenderá ahora la importancia de asumir muy
críticamente las orientaciones de este discurso que el narrador Mateo nos ha
dejado como manantial de agua y luz, de alimento y energía y de proyecto para
ahora y el futuro para cuantos deseamos conocer, acompañar y vivir como aquel
hombre judío y laico de Galilea que fue una buena noticia de sentido común.
Y con ese y desde ese ‘sentido común’, creo, no
necesitan otro más explícito comentario las tres o cuatro sugerencias
orientativas con las que Mateo creyó comprender la misión evangelizadora de su
Jesús. Y si me lo permiten me guardo para mis adentros esta imagen final del
discurso: el vaso de agua fresca compartido y compartida (Mateo 10,37-42).
Evangelizar es compartir el agua, como
también ya lo había escrito Marcos en su relato del 9,41. Pero Mateo se atreve
a añadir una caricia humanizadora con tan solo sugerir que el agua fuera
‘fresca’. ¿Qué dijo ‘real y verdaderamente’ aquel Jesús sobre la misión
evangelizadora del agua? ¿Tenía que ser fresca? ¿Bastaba con ser agua? Y esa
agua, creo, ¿no es ‘mi’ Jesús?
He escrito ahora ‘mi Jesús’ con la misma
intencionalidad con la que suelo escribir ‘el Jesús de Mateo’ o ‘el Jesús de
Saulo/Pablo’ o ‘el Jesús de la historia-Cristo de la fe’ de los doctores en
Cristología o ‘el Jesús del catecismo’ o... Quiero recordar siempre aquella
pregunta para no engañarme ni engañar: ¿Quién dices tú que soy yo? Y ahora
me leo Mateo 10,40. ¡Definitivo!
Domingo 31º de ‘Los Hechos de los Apóstoles’
(28.06.2020): Hch 17,16-34
“Ellos sí escucharán” (Hechos
28,28-29)
Leemos ahora el relato de Hechos de los
Apóstoles 17,16-34. Reconozco una vez más el prodigioso talento narrativo
de Lucas que aquí y ahora nos presenta a su Saulo/Pablo (el fuerte y enclenque)
en solitario ante Europa. En Atenas. Con toda la Grecia del pasado y con toda
la presencia estratégica del imperio de Roma. Pablo y nadie más. Sin Silas ni
Timoteo.
El relato de esta tarea evangelizadora de Pablo
en Atenas está organizado en dos apartados. El primero comienza y acaba
de esta manera: “En Atenas le llegaba al alma ver la ciudad poblada de
ídolos. Por un lado, hablaba en la sinagoga a los judíos y adictos. Además, a
diario, hablaba en ‘la plaza mayor’ [ágora, foro] con los que
encontraba... Los atenienses y los forasteros residentes allí gastaban el
tiempo contando o escuchando la última noticia” (Hch 17,16-21).
El segundo apartado está dedicado al discurso que
el narrador Lucas nos ha puesto en labios de Pablo. Este Pablo del Evangelista
está solo, como ya queda dicho. Si habló tal como está escrito, me pregunto,
¿quién, o quiénes de los oyentes, transcribió sus palabras? ¿Acaso estuvo ahí
el propio Lucas como aventajado reportero misionero?: “Pablo, de pie en
medio del Areópago, dijo: Atenienses, veo que sois casi nimios en lo que toca a
religión...” (Hch 17,22-34).
Quiero ahora traer a estas líneas dos breves
anotaciones. Una, sobre el Areópago, o Colina de Ares (o Marte, el dios romano
de la guerra), situado muy cerca de la acrópolis de Atenas. Era el lugar de
reunión de las autoridades judiciales de la ciudad. ¿Fue ahí donde Pablo tuvo
que dirimir el asunto de la divinidad o divinidades de las que hablaba?: “Al
oír que anunciaba a Jesús y la resurrección, decían... (Hch 17,18 en
el Ágora; y Hch 17,32 en el Areópago).
La segunda anotación está relacionada
directamente con estas cuestiones de los dioses conocidos y desconocidos.
Quiero imaginar que en estos ámbitos de la reflexión se conocía, la obra, entre
otras, de un ilustre pensador romano llamado Lucrecio, fiel seguidor del
ilustre griego Epicuro, que ya dejó escrita esta nada despreciable
constatación: “La religión cometió criminales y crueles acciones” (De
rerum naturae -Sobre la naturaleza de las cosas- I,83).
Lucas nos ha recreado un triple escenario para su
evangelizador judeocristiano Saulo/Pablo de Tarso: la sinagoga (17,17), el
ágoragriega-fororomano-nuestraplazamayor y los tribunales de la justicia en el Areópago.
¿No se trata aquí y ahora de la verdadera religión, de la divinidad de las
divinidades? El discurso de este Pablo de Lucas no me deja lugar para las
dudas: “Eso que veneráis sin conocerlo os lo anuncio yo... En él vivimos,
nos movemos y existimos... Somos estirpe suya... Dios pasa por alto aquellos
tiempos de ignorancia... Un día juzgará con justicia... por medio de un
hombre... resucitado por Él de entre los muertos”. ¿No debía de anunciar,
sobre todo, a Jesús, de Nazaret, en su vida, en sus hechos y dichos? ¿Ignora
todo esto de él?
Sorprende que este Pablo de Lucas no abandone sus
vínculos judíos cuando se trata de cuestiones de Religión. ¿Le seguían rondando
en sus neuronas las conclusiones finales de la Asamblea de Jerusalén?
Probablemente. Por esto, Lucas certifica la decepción de la misión en Atenas: “Pablo
se marchó... Sólo le siguieron un hombre, una mujer y pocos más”
(17,33-34).
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