La Virgen de Agosto
Copio textualmente de un
calendario muy popular por estos ámbitos de Madrid por donde respiro: Dos de
agosto, Nuestra Señora de los Ángeles; Cinco de agosto, Nuestra Señora de las
Nieves y Nuestra Señora de África; Quince de agosto, Nuestra Señora de la Asunción;
Veintidós de agosto, Santa María, reina...
En alguna ocasión y cuando no
tenga otras cosas más importantes en qué pensar me dedicaré a constatar que
cada día de los treinta y uno que tiene este mes está dedicado a la Virgen
María y con la advocación 'TAL' o 'CUAL'. Trataré de conseguir una fotografía
de su imagen así como de la ermita, iglesia, templo, seo o catedral en la que
pueda ser visitada... María de Nazaret, la señora María, por obra y gracia del
pueblo -así dicen con la pretensión de que nos lo creamos- se ha
figurado y transfigurado desdibujándose, en la Virgen, Nuestra Madre o
Señora de... La presencia de María ocupa un poquito más de la mitad de la
llamada 'RELIGIOSIDAD POPULAR'.
Nada entiendo de sociología
religiosa, pero tengo por intuición que la fuerza de una religión viene a
medirse por la fuerza de la religiosidad popular. Es tan fuerte y apasionada
esta centralidad de María, Santa María, en la religiosidad católica y cristiana
en general que toda tarea llamada pastoral o espiritualidad debe tener muy
presente esta realidad mariana.
Desde hace un tiempo lo
primero que suelo mirar en los documentos eclesiales es el final. Casi todos,
porque la totalidad es inabarcable, se hable de lo que se hable en tal
documento, finalizan con una referencia a María, experta y doctora en la tal o
cual problemática tratada. Lo mismo vale para un roto que para un descosido.
¿Cuándo va a llegar el
momento de EVANGELIZAR la presencia de María en la Iglesia y en el mundo?
Pienso en esto y me viene a
la mente la persona de Jesús de Nazaret.
Él pretendió evangelizar
(empapar de buena noticia) la presencia de la ley de dios que se había
originado como ley de Moisés y se iba cristalizando en la Religión del Templo
de Jerusalén. Pretendió evangelizar la realidad religiosa de su tiempo y de su
pueblo. Pretendió, y pagó con su vida el valor de su pretensión.
Imagino que algo muy
semejante puede sucederle a aquel viviente lleno del espíritu de la vida que
pretenda evangelizar la presencia de María en la Iglesia y el mundo de
hoy.
Y llegado a este punto me
quedo con el Evangelio en las manos, con los cuatro Evangelios. En el Evangelio
de Juan, el último de los cuatro, nunca se nombra a María por su nombre. En el
Evangelio de Marcos, el primero de los cuatro, tan sólo dos referencias y como
muy de pasada 3,31-35 y 6,1-6. De los Evangelios de Mateo y Lucas no desearía
hablar ahora y aquí, por cuestión de tiempo y espacio. Alguien puede
pensar que en ambos Evangelios María es la Virgen y Madre Santísima... Hablaremos
de ello en otra ocasión.
Llegado a este punto, es
conveniente desear que alguien, con mucha o poca autoridad, nos devuelva a
la señora María de Nazaret, que ya va siendo hora de hacerlo. Comprendo que
tratar abiertamente de estas cosas de María es en nuestra casa de la iglesia,
como decía la semana pasada, abrir heridas en infinidad de sensibilidades.
A continuación se encuentran
los comentarios del Evangelio del 15 de agosto.
Domingo de la
Asunción de la Virgen María (15.08.2021): Lucas 1,39-56. ¿Y la señora María de Nazaret? Lo comento y escribo CONTIGO,
Quienes
nos acercamos a esta página, ya sea para leer o para escribir, sabemos bien que
las autoridades de la liturgia nos presentan textos evangélicos para ser leídos
en la liturgia no con la pretensión de comprender el Evangelio, sino con el
respetable objetivo de afianzar y proclamar las verdades de los dogmas de la
religión llamada católica. Y un nuevo ejemplo de esto es la lectura de Lucas
1,39-56 para hablar de un asunto del que nadie sabe nada.
Lucas
1,39-56 es el final del capítulo primero de este Evangelio. Ni textualmente
ni teológicamente, ni simbólicamente se alude, ni por lo más rebuscado a eso
que se nos dice de la ‘Asunción de la Virgen María al Cielo’. Este asunto de la
asunción es cosa de la tradición eclesiástica, se nos afirma. La TRADICIÓN es
el distintivo de los católicos romanos frente a los cristianos protestantes,
arraigados en Lutero, que se dice que les importa sólo el EVANGELIO.
Nos
han ‘ascendido a la Santísima Virgen María a lo más alto del Cielo’ y hemos
olvidado qué fue de ‘la señora María de Nazaret’. Sencillamente su
endiosamiento se tragó su humanidad. Y ahí seguimos casi sin capacidades para
cambiar el paso. El Evangelista Lucas ignoró todo esto.
Lucas
1,39-56 es la tercera parte de un relato compuesto en siete actos (Lucas
1-2, llamado también Evangelio de la Infancia). No es nada complicado
recordarlo siempre. El primer acto es el anuncio a Zacarías del nacimiento de
su primer hijo. El segundo es el anuncio a María del nacimiento de su primer
hijo. El tercero es el encuentro de las dos mujeres embarazadas (Isabel, esposa
de Zacarías y María, esposa de José). El cuarto acto es el nacimiento de Juan,
el hijo de Isabel. El quinto es el nacimiento de Jesús, el hijo de María. El
sexto es el cumplimiento de la ley de la purificación y presentación de Jesús
en Jerusalén. Y el séptimo acto es la primera decisión de Jesús: perderse en el
Templo de Jerusalén, al final de su infancia, con doce años, ya adulto.
Lucas
1,39-56 es la narración del encuentro de las dos esposas embarazadas, de
seis meses Isabel y de tres meses María. Según esta precisa narración de Lucas,
el encuentro duró tres meses: “María permaneció con Isabel unos tres meses.
Luego se volvió a su casa” (Lc 1,56). La lectura popular del relato ha
resumido este encuentro de ambas mujeres en una sola palabra, que en muchos
casos se usó como nombre de mujer: Visitación. Sólo Lucas cuenta estas
cosas.
¿Cómo
le llegó al narrador Lucas la información de cuanto sucedió en casa de
Zacarías, sumo sacerdote del Templo de Jerusalén? Lo cierto es que el texto
evangélico no nos cuenta nada del día a día en esta casa y durante esos tres
meses tan significativos. Que nadie olvide la edad de ambas mujeres y la
situación en la que cada una se encuentra. Conviene imaginar mucho y cuanto más
mejor. No es oportuno guardar tanto silencio. Escribiría ahora mucho sobre
esto.
En
cambio, Lucas pone en boca de María de Nazaret, embarazada de tres meses y
residiendo en una casa que no es ni la suya ni está en su tierra, un poema que
recuerda mucho las canciones entonadas en Jerusalén y que se consideraban como
los salmos y plegarias de David. Hablamos del Magníficat. Casi todo el mundo lo
conoce, pero no es sencillo admitir que estas palabras fueran de Lucas, el
Evangelista. Siempre que leo, escribo y medito sobre este poema se me dibuja un
inmenso interrogante sobre este mensaje: “derribó a los potentados de sus
tronos y engrandeció a los humildes” (1,52). ¿Cuándo y dónde sucedió o
sucede tal realidad? Más bien se sigue constatando lo contrario. ¿Se inventó
Lucas así a María? Carmelo Bueno Heras.
CINCO MINUTOS
con la Biblia entre las manos. Domingo
38º: 15.08.2021. Después de comentar los cuatro Evangelios y Hechos
¡completos!...
EL
CÓDIGO SECRETO DE GABRIEL
Hace varios años que llama mi atención una, en apariencia, precisión
histórica colocada por el evangelista Lucas en su narración de la Infancia de
Jesús: “Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de
Galilea...” (Lc 1,26). En varias ocasiones, la liturgia eclesial reemplaza
esta referencia temporal por la expresión genérica: “Por aquel tiempo fue
enviado...”.
Este cambio de redacción apenas altera nada del mensaje lucano, porque el
propio autor, dentro del mismo relato, aclara y precisa: “Y éste es ya el
sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible
para Dios” (Lc 1,36-37). Se trata, pues, del sexto mes del embarazo de
Isabel, esposa de Zacarías. Y ambos, padres de Juan el Bautista.
El lector del relato de la anunciación de Gabriel
a María (Lc 1,26-38) deberá sumar, a los seis meses citados, los nueve del
embarazo de María anunciado por Gabriel. Y, a estos quince meses, deberán sumarse
los cuarenta días que marcaba la Ley (Levítico 12,1-4) para presentar al
primogénito y recién nacido Jesús en el templo de Jerusalén y celebrar también
la purificación de los padres (Lc 2,22-32). En este momento de la historia, el
anciano judío Simeón, justo, piadoso y lleno del Espíritu Santo, recibe a José
y María en el templo, toma en sus brazos a Jesús y proclama: “Ahora, Señor,
estoy viendo al Salvador que has enviado para todos los pueblos. Él es la luz
de los gentiles y la gloria de tu pueblo”.
¿Todo esto ocurrió así? Aparentemente, sí. Pero,
será bueno retomar la suma de meses y días que antes apuntaba, porque esa
parece ser la clave que ha dejado el evangelista para comprender el mensaje.
Desde que Gabriel anunció el nacimiento de Juan (Lc 1,5ss), hasta que Simeón
confiesa en el templo que Jesús es el Mesías de Dios han pasado 490 días, o
setenta semanas. Justamente, éste es el tiempo que, curiosamente, el mismo
ángel Gabriel había anunciado al viejo profeta judío Daniel para la llegada del
Mesías que estaba esperando Israel (Daniel 9,20-27).
El evangelista Lucas, buen conocedor de los
mensajes proféticos, se ha servido del anuncio del libro de Daniel para
comunicar a los buscadores de lo divino que en Jesús se ha cumplido la promesa
anunciada por Gabriel, porque Dios es fiel y para este Dios, que Jesús de
Nazaret nos dio a conocer en sus dichos y en sus hechos, nada es imposible (Lc
1,37).
Ahora que se ha comprendido este mensaje, el
lector queda invitado a releer la obra de Lucas (el Evangelio de su nombre y el
libro de los Hechos) y rastrear en ella todas las promesas anunciadas. Todas
estas promesas se cumplirán porque Dios es fiel y para él nada es imposible.
Por sorprendente que parezca, creo que el profeta
Mahoma también debió entender así estos mensajes, porque el libro que ofrece a
su pueblo (El Corán) le ha sido inspirado por su Dios a través de la mediación
de su embajador, el mismísimo ángel Gabriel, consejero de Daniel y anunciador
de la buena noticia a María. Por cierto, la misión de Gabriel está inscrita en
la identidad de su nombre: fuerza de Dios o Dios es fuerte. Es decir,
nada le es imposible. Carmelo Bueno Heras, Educar hoy 91 (febrero.2004).
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