domingo, 15 de febrero de 2015

Exhortación apostólica de su Santidad Pablo VI (Evangelii nuntiandi). II. ¿QUÉ ES EVANGELIZAR?

     II. ¿QUÉ ES EVANGELIZAR?

     Complejidad de la acción evangelizadora

     17. En la acción evangelizadora de la Iglesia, entran a formar parte ciertamente algunos elementos y aspectos que
     hay que tener presentes. Algunos revisten tal importancia que se tiene la tendencia a identificarlos simplemente con
     la evangelización. De ahí que se haya podido definir la evangelización en términos de anuncio de Cristo a aquellos
     que lo ignoran, de predicación, de catequesis, de bautismo y de administración de los otros sacramentos.

     Ninguna definición parcial y fragmentaria refleja la realidad rica, compleja y dinámica que comporta la
     evangelización, si no es con el riesgo de empobrecerla e incluso mutilarla. Resulta imposible comprenderla si no se
     trata de abarcar de golpe todos sus elementos esenciales.

     Estos elementos insistentemente subrayados a lo largo del reciente Sínodo siguen siendo profundizados con
     frecuencia, en nuestros días, bajo la influencia del trabajo sinodal. Nos alegramos de que, en el fondo, sean
     situados en la misma línea de los que nos ha transmitido el Concilio Vaticano II, sobre todo en Lumen gentium,
     Gaudium et spes, Ad gentes.

     Renovación de la humanidad...

     18. Evangelizar significa para la Iglesia llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad y, con su
     influjo, transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad: "He aquí que hago nuevas todas las cosas" (46).
     Pero la verdad es que no hay humanidad nueva si no hay en primer lugar hombres nuevos con la novedad del
     bautismo (47) y de la vida según el Evangelio (48). La finalidad de la evangelización es por consiguiente este
     cambio interior y, si hubiera que resumirlo en una palabra, lo mejor sería decir que la Iglesia evangeliza cuando,
     por la sola fuerza divina del Mensaje que proclama (49), trata de convertir al mismo tiempo la conciencia personal
     y colectiva de los hombres, la actividad en la que ellos están comprometidos, su vida y ambiente concretos.

     ... y de sectores de la humanidad

     19. Sectores de la humanidad que se transforman: para la Iglesia no se trata solamente de predicar el Evangelio en
     zonas geográficas cada vez más vastas o poblaciones cada vez más numerosas, sino de alcanzar y transformar con
     la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de
     pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad, que están en contraste con la
     palabra de Dios y con el designio de salvación.

     Evangelización de las culturas

     20. Posiblemente, podríamos expresar todo esto diciendo: lo que importa es evangelizar -no de una manera
     decorativa, como un barniz superficial, sino de manera vital, en profundidad y hasta sus mismas raíces- la cultura y
     las culturas del hombre en el sentido rico y amplio que tienen sus términos en la Gaudium et spes (50), tomando
     siempre como punto de partida la persona y teniendo siempre presentes las relaciones de las personas entre sí y
     con Dios.

     El Evangelio, y por consiguiente la evangelización, no se identifican ciertamente con la cultura y son independientes
     con respecto a todas las culturas. Sin embargo, el reino que anuncia el Evangelio es vivido por hombres
     profundamente vinculados a una cultura, y a la construcción del reino no puede por menos de tomar los elementos
     de la cultura y de las culturas humanas. Independientes con respecto a las culturas, Evangelio y evangelización no
     son necesariamente incompatibles con ellas, sino capaces de impregnarlas a todas sin someterse a ninguna.

     La ruptura entre Evangelio y cultura es sin duda alguna el drama de nuestro tiempo, como lo fue también en otras
     épocas. De ahí que hay que hacer todos los esfuerzos con vistas a una generosa evangelización de la cultura, o
     más exactamente de las culturas. Estas deben ser regeneradas por el encuentro con la Buena Nueva. Pero este
     encuentro no se llevará a cabo si la Buena Nueva no es proclamada.

     Importancia primordial del testimonio

     21. La Buena Nueva debe ser proclamada en primer lugar, mediante el testimonio.

     Supongamos un cristiano o un grupo de cristianos que, dentro de la comunidad humana donde viven, manifiestan
     su capacidad de comprensión y de aceptación, su comunión de vida y de destino con los demás, su solidaridad en
     los esfuerzos de todos en cuanto existe de noble y bueno. Supongamos además que irradian de manera sencilla y
     espontánea su fe en los valores que van más allá de los valores corrientes, y su esperanza en algo que no se ve ni
     osarían soñar. A través de este testimonio sin palabras, estos cristianos hacen plantearse, a quienes contemplan su
     vida, interrogantes irresistibles: ¿Por qué son así? ¿Por qué viven de esa manera? ¿Qué es o quién es el que los
     inspira? ¿Por qué están con nosotros? Pues bien, este testimonio constituye ya de por sí una proclamación
     silenciosa, pero también muy clara y eficaz, de la Buena Nueva. Hay en ello un gesto inicial de evangelización. Son
     posiblemente las primeras preguntas que se plantearán muchos no cristianos, bien se trate de personas a las que
     Cristo no había sido nunca anunciado, de bautizados no practicantes, de gentes que viven en cristiano pero según
     principios no cristianos, bien se trate de gentes que buscan, no sin sufrimiento, algo o a Alguien que ellos adivinan
     pero sin poder darle un nombre. Surgirán otros interrogantes, más profundos y más comprometedores,
     provocados por este testimonio que comporta presencia, participación, solidaridad y que es un elemento esencial,
     en general al primero absolutamente en la evangelización (51).

     Todos los cristianos están llamados a este testimonio y, en este sentido, pueden ser verdaderos evangelizadores.
     Se nos ocurre pensar especialmente en la responsabilidad que recae sobre los emigrantes en los países que los
     reciben.

     Necesidad de un anuncio explícito

     22. Y, sin embargo, esto sigue siendo insuficiente, pues el más hermoso testimonio se revelará a la larga impotente
     si no es esclarecido, justificado -lo que Pedro llamaba dar "razón de vuestra esperanza" (52) -, explicitado por un
     anuncio claro e inequívoco del Señor Jesús. La Buena Nueva proclamada por el testimonio de vida deberá ser
     pues, tarde o temprano, proclamada por la palabra de vida. No hay evangelización verdadera, mientras no se
     anuncie el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el reino, el misterio de Jesús de Nazaret Hijo de Dios.

     La historia de la Iglesia, a partir del discurso de Pedro en la mañana de Pentecostés, se entremezcla y se confunde
     con la historia de este anuncio. En cada nueva etapa de la historia humana, la Iglesia, impulsada continuamente por
     el deseo de evangelizar, no tiene más que una preocupación: ¿a quién enviar para anunciar este misterio? ¿Cómo
     lograr que resuene y llegue a todos aquellos que lo deben escuchar? Este anuncio -kerigma, predicación o
     catequesis- adquiere un puesto tan importante en la evangelización que con frecuencia es en realidad sinónimo. Sin
     embargo, no pasa de ser un aspecto.

     Hacia una adhesión vital y comunitaria

     23. Efectivamente, el anuncio no adquiere toda su dimensión más que cuando es escuchado, aceptado, asimilado
     y cuando hace nacer en quien lo ha recibido una adhesión de corazón. Adhesión a las verdades que en su
     misericordia el Señor ha revelado, es cierto. Pero, más aún, adhesión al programa de vida -vida en realidad ya
     transformada- que él propone. En una palabra, adhesión al reino, es decir, al "mundo nuevo", al nuevo estado de
     cosas, a la nueva manera de ser, de vivir juntos, que inaugura el Evangelio. Tal adhesión, que no puede quedarse
     en algo abstracto y desencarnado, se revela concretamente por medio de una entrada visible, en una comunidad
     de fieles. Así pues, aquellos cuya vida se ha transformado entran en una comunidad que es en sí misma signo de la
     transformación, signo de la novedad de vida: la Iglesia, sacramento visible de la salvación (53). Pero a su vez, la
     entrada en la comunidad eclesial se expresará a través de muchos otros signos que prolongan y despliegan el signo
     de la Iglesia. En el dinamismo de la evangelización, aquel que acoge el Evangelio como Palabra que salva (54), lo
     traduce normalmente en estos gestos sacramentales: adhesión a la Iglesia, acogida de los sacramentos que
     manifiestan y sostienen esta adhesión, por la gracia que confieren.

     Impulso nuevo al apostolado

     24. Finalmente, el que ha sido evangelizado evangeliza a su vez. He ahí la prueba de la verdad, la piedra de toque
     de la evangelización: es impensable que un hombre haya acogido la Palabra y se haya entregado al reino sin
     convertirse en alguien que a su vez da testimonio y anuncia.

     Al terminar estas consideraciones sobre el sentido de la evangelización, se debe formular una última observación
     que creemos esclarecedora para las reflexiones siguientes.

     La evangelización, hemos dicho, es un paso complejo, con elementos variados: renovación de la humanidad,
     testimonio, anuncio explícito, adhesión del corazón, entrada en la comunidad, acogida de los signos, iniciativas de
     apostolado. Estos elementos pueden parecer contrastantes, incluso exclusivos. En realidad son complementarios y
     mutuamente enriquecedores. Hay que ver siempre cada uno de ellos integrado con los otros. El mérito del reciente
     Sínodo ha sido el habernos invitado constantemente a componer estos elementos, más bien que oponerlos entre
     sí, para tener la plena comprensión de la actividad evangelizadora de la Iglesia.

     En esta visión global lo que queremos ahora exponer, examinando el contenido de la evangelización, los medios
     de evangelizar, precisando a quién se dirige el anuncio evangélico y quién tiene hoy el encargo de hacerlo.



                                             NOTAS

                                                

     46. Ap. 21, 5; cf. 2 Cor. 5, 17; Gál. 6, 15. [Regresar]

     47. Cf. Rom. 6, 4. [Regresar]

     48. Cf. Ef. 4, 23-24; Col. 3, 9-10. [Regresar]

     49. Cf. Rom. 1, 16; 1 Cor. 1, 18; 2, 4. [Regresar]

     50. Cf. 53: AAS 58 (1966), p. 1075. [Regresar]

     51. Cf. Tertuliano, Apologeticum, 39: CCL, I, pp. 150-153; Minucio Félix, Octavius 9 y 31: CSLP, Augustae
     Taurinorum 1963, pp. 11-13, 47-48. [Regresar]

     52. 1 Pe. 3, 15. [Regresar]

     53. Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, 1, 9, 48: AAS 57 (1965), pp. 5, 12-14, 53-54;
     Const. past. Gaudium et Spes, 42, 45; AAS 58 (1966), pp. 1060-1061, 1065-1066; Decr. Ad gentes, 1, 5;
     AAS 58 (1966), pp. 947, 951-952. [Regresar]

     54. Cf. Rom. 1, 16; 1 Cor. 1, 18. [Regresar]





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