lunes, 27 de julio de 2015

Beata María Clemente - SANTAS BARTOLOMEA CAPITANIO Y VICENTA GEROSA - San Cucufate - San Cristóbal (S. III) 27072015


Beata María Clemente

image Saber más cosas a propósito de los Santos del día



Beata María Clemente de Jesús Crucificado Staszewska, virgen y mártir
En Auschwitz, lugar cercano a Cracovia, en Polonia, beata María Clemente de Jesús Crucificado Staszewska, virgen de la Orden de Santa Ursula y mártir, que, internada en un campo de exterminio por quienes odiaban la fe, murió a causa de los terribles suplicios a los que fue sometida.
Elena Staszewska nació el 30 de julio de 1890 en Zloczew en el seno de una familia numerosa, en la que recibió una magnífica educación cristiana. Terminado el bachillerato en Piotrków, decidió hacerse maestra para ayudar a su numerosa familia, lo que se hizo más necesario cuando murieron al poco su padre y su madre, y hubo que hacer frente al cuidado de los hermanos pequeños. Esto le hizo retrasar su ingreso deseado en una congregación religiosa, lo que no pudo hacer hasta el año 1921 en que ingresa en las monjas ursulinas de Cracovia; tenía 31 años.

En esa congregación ya habían entrado dos hermanas suyas mayores. El 28 de agosto de ese año tomó el hábito religioso y recibió el nombre de sor María Clemencia, y al hacer sus votos al año siguiente añadió a su nombre «de Jesús Crucificado». Tres años más tarde emitió los votos perpetuos. Durante su vida religiosa, llevada adelante con gran espíritu y entrega, ejerció diversos cargos, sobre todo el de vicaria en los conventos de Siercz, Zakopane, Gdynia, Czestochowa y Stanislawowo, hasta que en agosto de 1939 fue elegida superiora del convento de Rokiciny Podhallanskie.

Allí estaba cuando la arrestó la Gestapo, siendo llevada seis semanas más tarde al campo de concentración de Auschwitz-Birkenau. Maltratada y enferma, murió el 27 de julio de 1943. Ella había dicho que deseaba unir su sacrificio a las intenciones por las que Cristo se sacrificó y que lo que deseaba era amar y unirse a la cruz de Cristo. Fue beatificada por Juan Pablo II el 13 de junio de 1999.
fuente: «Año Cristiano» - AAVV, BAC, 2003


San Bartolomea Capitanio

image Saber más cosas a propósito de los Santos del día


SANTAS BARTOLOMEA CAPITANIO
VICENTA GEROSA (†  1833,  †  1847)

He aquí dos almas gemelas en santidad, en el lugar de cuna y muerte, en la fundación de un mismo Instituto religioso y hasta en su misma canonización, proclamada a la par en la fiesta de la Ascensión del Año Santo 1950 por Su Santidad Pío XII.
 Ambas Santas son hijas de un mismo pueblo: Lóvere. Pocos paisajes hay más singularmente envidiables en el norte de Italia que el que corona el marco luminoso de esa villa recostada a lo largo de la orilla del Sebino, que desciende de los majestuosos Alpes del Bergamasco, al norte de la Lombardía. Es el 13 de enero de 1807 cuando viene al mundo Bartolomea Capitanio, en el seno de un hogar de mediana condición, elegida por Dios para resplandecer sobre las ruinas morales y sociales acumuladas al principio del 800 por el nefasto influjo de la Revolución francesa y el jansenismo, como faro de caridad.
 Mas tanto Bartolomea como Vicenta Gerosa —anterior en nacimiento (29 de octubre de 1784)— serán desde sus primeros años como flores entre espinas. En sus hogares no reina la paz ni la armonía doméstica. El padre de Bartolomea, comerciante de comestibles, era demasiado aficionado a la bebida, lo que provocaba en casa turbaciones, disgustos, gritos y lágrimas de la paciente esposa y buena madre cristiana; la cual decidió, para alejar a la inocente criatura de tales escenas, recluir a Bartolomea en el pensionado de monjas clarisas de Lóvere, una vez reinstalado su monasterio tras el huracán napoleónico.
 En cuanto al hogar de Vicenta Gerosa, su padre, Juan Antonio, era poco inteligente y práctico para los negocios de pieles, y su madre, Jaimina Macario, bastante inepta para las tareas domésticas, todo lo cual originaba continuos roces y mutuas incomprensiones de carácter. A los diecisiete años murió su padre, y entonces su madre, rechazada por sus parientes y tíos, que estaban en buena posición, tuvo que huir de casa e ir a mendigar, con gran pena de la hija, a la que sus tíos no quisieron soltar de su lado. En 1814, cuando Vicenta iba ya por los treinta años, moría su madre.
 Volvamos ahora los ojos a Bartolomea, acogida a los once años al monasterio de clarisas de Lóvere. Cuando la maestra, sor Francisca Parpani, le abría sus puertas, poco pensaba que adquiría una joya preciosa, la que luego ella misma había de llamar orgullosamente la ragazza d'oro (joven de oro). Era, sí, la edificación de todos. Soportaba las molestias, castigos y aun golpes de sus compañeras en silencio. La maestra la probó con humillaciones, que sabía sobrellevar sin molestarse. "La humildad, la abnegación y la oración me han de santificar", decía ella misma.
 Ya aquí, en el pensionado de las clarisas, aparece como confesor y director espiritual Dom Angelo Bosio, que fue puesto por la divina Providencia al lado de Bartolomea como su guía, consejero y ángel tutelar de su gran empresa apostólica. Preclaro en virtud y de certera intuición quedará indeleblemente grabada su figura en los anales del Instituto de las Hermanas de la Caridad, de la que fue su inspirador, su animador y su definitivo sostén. El intuyó con sagacidad de santo el fondo inmenso de aquella joven, y la ayudó en el camino de la perfección hasta llegar a la meta propuesta.
 Mas, entretanto, su madre añoraba a la hija querida. Dos veces llamó a las puertas del pensionado para reclamarla. A la segunda vez, en 1823, Bartolomea, con los encantos de sus dieciséis años, pero más aún con los de su formación espiritual cabe aquellos santos muros, tuvo que regresar al hogar con cierta pena. Conocía la diferencia del remanso de paz del monasterio y la agitación de su casa paterna, a causa del mal ejemplo del padre; pero también aquí vio una gran oportunidad de conducir a su progenitor al buen camino. En efecto, para apartarle del vicio iba ella en su busca por tabernas y mesones, y con sus zalamerias y buenas mañas le convencía a seguirla para casa. Poco a poco el lobo se trocó en cordero, y en siete años la santidad de Bartolomea logró su cometido. El padre moría en 1831 en la paz del Señor, después de haber vivido días tranquilos en la armonía familiar.
 Entretanto Bartolomea no se ceñía al apostolado doméstico. Con ser mucho no habría sido nada para su espíritu dinámico y emprendedor. El párroco de Lóvere le había propuesto sacar el título de maestra para consagrarse a la enseñanza. Parecióle acertada la idea, y así cursó los estudios necesarios para ello hasta obtener el diploma en Bérgamo; pero la enseñanza a los pobres era sólo una parte de su vasto programa. Día tras día confió sus planes a su confesor Dom Bosio. Ella quería abarcar toda clase de obras de misericordia corporal y espiritual.
Su corazón compasivo se estremecía ante tantas necesidades de alma y cuerpo, pero su director quería ver una mayor madurez en su dirigida y así aguardó hasta seis años —que le parecieron eternos—, al cabo de los cuales la autorizó, con la venia del prelado, monseñor Nava, para echar los primeros cimientos del Instituto religioso con la creación de un hospital a base de sus propias rentas, y del que ella fue su directora. Con el hospital nació también la idea del Instituto de las Hermanas de la Caridad, inspirándose en las reglas del Instituto que había fundado San Vicente de Paúl. Pero ella sola no podía dar un paso. Mas, ¿quién se pondría a su lado en tamaña empresa?
Fue entonces cuando Dom Bosio, que conocía a Catalina Gerosa —la que luego cambiaría su nombre en religión por el de Vicenta—, puso en contacto con Bartolomea a aquella mujer de cuarenta años, alma sencilla y humilde, desprovista de cultura, pero instruida con las luces del Señor en las cosas de Dios, y muy conocida en Lóvere también por sus generosas obras de misericordia, dada su mayor holgura económica como heredera del pingüe patrimonio de sus ricos tíos.
Después de algunas dificultades por causas familiares las dos almas entraron en contacto mutuo, y, compenetradas con el plan de un Instituto religioso de caridad, con el dinero de sus respectivos patrimonios compraron la casa De Gaya el 12 de marzo de 1832. El 21 de noviembre del mismo año emitían sus votos religiosos de pobreza, castidad, obediencia y caridad, obligándose a ofrecerse a sí mismas y sus bienes en servicio de los pobres. Así quedaba fundada la Obra en aquel pequeño nido, al que todos llamarían "conventito" para distinguirlo del convento de las clarisas. Bartolomea organizó el orfanato, la escuela y las congregaciones, dedicando algunas horas del día al hospital, y Vicenta, aunque designada superiora a pesar suyo, asumió las tareas más penosas de la casa, del huerto, de la cocina y asistencia a las huerfanitas y a los enfermos. Careciendo aún de capilla, de buena mañanita corrían a la iglesia de San Gregorio a practicar allí sus devociones y rezos.
La obra estaba en marcha. Cada día eran más las escolares y huerfanitas acogidas. Todo iba muy bien; pero he aquí que el Señor quería para sí a Bartolomea, flor lozana de virtud, a los veintiséis años tan sólo, tras unas fiebres malignas que habían de llevarla al sepulcro en cuatro meses. Resignada se dispuso a bien morir, consolando a su compañera y prometiendo ayudarla en el Instituto desde el cielo, más que si estuviera en la tierra, y que el Instituto duraría por los siglos de los siglos. Todo lo contrario, empero, parecía humanamente; muerta ella diríase que desaparecía la obra. Así, al menos, lo creían las gentes de Lóvere, que lloraron unánimemente su muerte; mas los caminos de Dios son muy distintos.
Hasta Vicenta pensó en volver al retiro de su hogar; pero Dora Bosio, aquel director espiritual de ambas almas, logró convencerla haciéndole ver claramente la voluntad divina, Ella debía continuar y perpetuar su empresa. Obedeció dócilmente. Al poco tiempo centenares de fervorosas doncellas llamaban a las puertas del "conventito" para enrolarse en sus filas. Elegida superiora general, presidió durante su vida la toma de hábito de 243 religiosas y fundó 24 comunidades por toda Italia. Se palpaba la promesa de Bartolomea en su lecho de muerte. Cuando Vicenta Gerosa dormía en la paz del Señor el 29 de julio de 1847, a los sesenta y tres años de edad, rica en méritos y en virtudes, el Instituto de las Hermanas de la Caridad quedaba consolidado y agrandado.
Porque si miramos el cuadro estadístico del Instituto hoy en día, es realmente impresionante. Sólo en Italia hay 566 Comunidades. En misiones de infieles (Bengala, China, etc.) hay setenta. En total, las religiosas son 8.665, No hay obra de misericordia que no caiga dentro del campo apostólico y caritativo del Instituto; desde los asilos, hospitales, enfermerías, orfanatos, leproserías y casas para viudas hasta los reformatorios y cárceles de mujeres, escuelas, colegios, cocinas económicas, comedores de obreras, etc.


San Cucufate

image Saber más cosas a propósito de los Santos del día



Al presentar Prudencio, en el canto IV delPeristephanon, dedicado a los mártires de Zaragoza, las más sublimes glorias que las diversas ciudades presentarán ante el Señor, refiriéndose a Barcelona nos dice: "Y tú, Barcelona, te levantarás confiada en el eximio San Cucufate".
Por otra parte, en el martirologio jeronimiano, y posteriormente en todos los calendarios y martirológios, se consigna en este día y en Barcelona el nacimiento al cielo de San Cucufate.
 Evidentemente, la vida de San Cucufate, tal como se nos refiere en la "Ieyenda de oro" de la Edad Media, presenta muchos rasgos característicos de las leyendas, tan frecuentes en todas las naciones cristianas. Sin embargo, la circunstancia de que ya Prudencio en su tiempo nos comunique con tanta precisión el hecho del martirio de San Cucufate en Barcelona, indica con suficiente claridad que, al menos, los hechos fundamentales de su martirio responden a la realidad. Téngase presente que Prudencio debió escribir dicha obra hada el año 380 y que el martirio de San Cucufate debió ocurrir el año 305 ó 306. Por consiguiente, se trataba de hechos relativamente recientes y que, por referirse a los mártires cristianos, tan venerados por todos los fieles, permanecían en la memoria de todos.
 Hay más. El testimonio de Prudencio sobre la verdad del martirio de San Cucufate adquiere un valor muy especial si se le considera juntamente con los demás que presenta el poeta en el mismo himno. Pues bien; así como debemos decir que todos esos mártires a que alude Prudencio son realmente históricos, aunque tal vez en las Actas o Pasiones correspondientes se hayan mezclado rasgos legendarios, lo mismo debemos decir de San Cucufate.
 Esto supuesto, es difícil, y aun prácticamente imposible, señalar no sólo con precisión, pero ni aun aproximadamente, cuáles son en el martirio de San Cucufate los datos históricos y cuáles los legendarios. En general podemos afirmar que los hechos fundamentales de su valor y constancia, de su ardiente fe y de su heroísmo en derramar su sangre por defenderla, son históricos y responden a la realidad. En cambio, entran, sin duda, en el campo de la leyenda multitud de rasgos accidentales o circunstanciales del martirio, particularmente la multitud de tormentos a que es sometido, los milagros estupendos y repetidos y las muertes de los perseguidores de San Cucufate. En todo caso, persiste la ejemplaridad del martirio como modelo para todo cristiano de nuestros días.
 He aquí, pues, lo que se nos ha transmitido sobre el martirio de San Cucufate:
 Era de origen africano, y nació de padres nobles y cristianos en la población de Scila. Enviado, con su hermano Félix, a Cesarea de la Mauritania para aprender las letras humanas, hizo allí grandes progresos, no sólo en el estudio, sino más aún en el espíritu. Mas, como ambos se sintieran animados de un intenso deseo del martirio, teniendo noticias de que había estallado una sangrienta persecución contra los cristianos, partieron para España y desembarcaron en Barcelona.
 Al entender, pues, que el prefecto Daciano, atravesando las Galias, se dirigía a España, mientras Félix se dirigió a Gerona, Cucufate decidió esperarlo en Barcelona, mientras se preparaba con especiales oraciones para el martirio. Al mismo tiempo se dedicó al oficio de mercader, procurando ejercitar la caridad con los hermanos cristianos. Llegado, pues, Daciano a Barcelona, como entretanto se había dado a conocer Cucufate por su eximia caridad con los pobres y necesitados y por sus obras de celo, fue bien pronto delatado.
 Preso, pues, por orden del juez, fue encerrado en un calabozo, donde se trató primero por todos los medios posibles de inducirle a que sacrificara a los ídolos. Mas, como persistiera con la mayor firmeza en la confesión de la fe, fue entregado en manos del prefecto Galerio para ser torturado. Este, en efecto, presa de una fiera rabia contra los cristianos, lo entregó a doce robustos soldados, con la orden de que por turno le azotaran y con las uñas de hierro y con los escorpiones lo despedazaran hasta que le quitaran la vida. Aplicáronle al punto tan inhumano tormento, y ya estaba el cuerpo del mártir completamente dilacerado cuando, por justo castigo de Dios, los verdugos se sienten heridos de ceguera y el prefecto cae herido de muerte, mientras Cucufate es milagrosamente sanado de sus heridas.
 Ante tan estupendos milagros gran multitud del pueblo abandona la superstición pagana y abraza la fe de Cristo; pero, entretanto, el nuevo prefecto Maximiano, sucesor de Galerio, ordena a los verdugos asar cruelmente al mártir en las parrillas y, para aumentar la tortura, untar el cuerpo asado con vinagre y pimienta. El mártir, por su parte, puesto en medio del tormento, entona salmos al Señor, y con un nuevo milagro es sanado repentinamente, mientras los verdugos perecen en el fuego. Ciego de rabia el prefecto, y atribuyendo todas estas maravillas a arte diabólica, manda inmediatamente que se encienda un gran fuego y en él se queme el mártir; mas, puesto Cucufate en medio de la ingente llama, sumido en oración al Señor, permanece enteramente ileso, mientras la llama se extingue por completo.
 Desconcertado y confuso el prefecto Maximiano, ordena volver al mártir a la cárcel, para decidir él durante la noche lo que se deberá hacer. Mas, durante aquella noche, es recreado el mártir con un resplandor celeste en su prisión, con el cual, ilustrados los carceleros, penetraron en la verdadera luz interior y creyeron en Cristo. Al tener, pues, noticia de todo esto, ciego de ira Maximiano, manda flagelar al mártir con azotes de hierro hasta quitarle la vida; pero, mientras se le aplicaba tan inhumano tormento, por efecto de la oración del mártir arde en llamas la carroza del prefecto Maximiano, y, mientras se dirigía al templo para sacrificar a los ídolos, muere presa de las llamas, al mismo tiempo que los ídolos caen al suelo hechos pedazos.
 Finalmente, el nuevo prefecto Rufo, escarmentado en sus predecesores, no se atrevió a aplicar ningún tormento al mártir, sino que, pronunciando la sentencia contra Cucufate, ordena que lo pasen por la espada. Así, pues, habiendo superado la crueldad del fuego, del hierro y de todos los tormentos, herido por la espada obtuvo la palma del martirio el 25 de julio. El martirio tuvo lugar en las afueras de la ciudad, en el campamento militar denominado Castrum Octavianum, que es la actual población de San Cugat del Vallés, junto a Barcelona.
 La memoria de San Cucufate se mantuvo fresca en Barcelona y en toda la Península, según se manifiesta claramente en las palabras de Prudencio, citadas al principio, y en los breves elogios de los martirológios. Desde el siglo VIII existió en el Castro Octaviano, un monasterio dedicado a San Cucufate (o San Cugat), de quien se suponía que se conservaban las reliquias. Sin embargo, conforme a una tradición, la cabeza había sido llevada a Francia. Este monasterio de San Cugat recibió su forma definitiva en los siglos XII y XIII y se conservó hasta la supresión general de 1835. El edificio se puede admirar todavía en nuestros días.
 Son curiosas, por otra parte, las noticias que sabemos sobre los recuerdos de San Cucufate en Francia. En efecto, consta que FuIrado, abad del monasterio de San Dionisio, se procuró algunas reliquias de San Cucufate y las depositó en un monasterio fundado por él en Alsacia. Su nombre antiguo era La Celle-de-FuIrad; pero se cambió entonces con el de San Cucufate. Pero el año 835 el abad Hildnin hizo llevar estas reliquias a San Dionisio, de París. De hecho, consta que desde el siglo IX la devoción a San Cucufate se extendió por los alrededores de París. En las proximidades de Rucil, en medio del bosque, hay un pequeño lago que ostenta el nombre de Saint Cucufat. Según algunos investigadores, hubo allí en otros tiempos una capilla dedicada al Santo, de la que todavía en el siglo XVIII se conservaba la memoria, acudiendo el pueblo para ciertas peregrinaciones. Se le designaba con el nombre transformado de Saint Quiquenfat. Otros nombres vecinos de Guinelat, Conat y Coplian son interpretados como recuerdos de San Cugat.



San Cristóbal (S. III)

image Saber más cosas a propósito de los Santos del día


mártir, patrono de los conductores. La leyenda de este santo se resume toda en la etimología de su nombre.
Es un joven licencioso, pagano, que recorre el mundo en busca de la felicidad, pero está preocupado de hallar la verdad y acallar su conciencia, que le reprende sus extravíos.
Se pone a servir y no halla ningún amo que contente y satisfaga sus aspiraciones. Un día, después de mucho bregar por el mundo, se le hace encontradizo el mismo Jesucristo en figura de tierno niño que quiere pasar un río.
Le toma en brazos el gigante y, al llegar a la orilla, Jesús se le descubre y le convierte; Cristóbal se bautiza y halla la felicidad que andaba buscando.
La historia le hace soldado del ejército del emperador Cordiano.
Se convierte en el reinado del emperador Felipe y muere asaeteado en la persecución de Decio, Licia, s. III.
Según el rito mozárabe, con él padecieron diez mil cristianos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario