miércoles, 29 de julio de 2015

Beatos Luis Bertrán, Mancio de la Santa Cruz y Pedro de Santa María - Beato Carlos Nicolás Antonio Ance - Beato Luis Martin 29072015

Beato Luis Bertrán

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Beatos Luis Bertrán, Mancio de la Santa Cruz y Pedro de Santa María, mártires
En Omura, en Japón, beatos mártires Luis Bertrán, presbítero, y Mancio de la Santa Cruz y Pedro de Santa María, religiosos, todos ellos de la Orden de Predicadores, que por su fe en Cristo fueron quemados vivos.
Luis (Exarc) Beltrán nació en Barcelona, pariente por parte de madre de San Luis Beltrán, y por ello dejó su apellido paterno y se apellidaba solamente Beltrán. Parece que nació el año 1593 pero el dato no es seguro. Con unos quince años entra en la Orden de Predicadores en el convento de Santa Catalina de su ciudad natal y hace la profesión religiosa. Pese a su delicada salud, era un religioso muy austero y penitente y tenía el aprecio de sus superiores que lo enviaron al estudio dominico de Orihuela. Ya ordenado sacerdote es invitado, en 1618, por el obispo Diego Aduarte a ofrecerse para las misiones de Filipinas, y así lo hace, siendo aceptada su oferta. Viaja a pie hasta Sevilla, en cuyo convento de San Pablo se hospeda, y en su puerto se embarca para Filipinas. Aquí se le manda aprender tagalo para hacer apostolado entre los nativos, y visto su buen trabajo se le pide que aprenda chino para el trabajo evangeüzador con los muchos chinos que había en Filipinas, y así lo hace. En 1623 se plantea la necesidad de enviar misioneros a Japón a sustituir a los que habían muerto por martirio o fatigas. Se ofrece Luis y con otros tres compañeros, vestido como caballero español, viaja a Japón y desembarca sin ningún problema. Se dedica primero a aprender el idioma, y es recibido como un ángel por los perseguidos cristianos que enseguida le toman un singular aprecio. Trabajó mucho y bien, sostuvo a los cristianos en la fe y logró atraer a otros muchos a ella. Para su propia salvaguarda, vivía en una cabaña entre las cabañas de los leprosos. Iba de un pueblo a otro con gran energía espiritual, pero con sumo sacrificio y trabajo, dispuesto siempre a desgastarse por las almas. Llegó a visitar a cristianos que hacía veinte años no habían recibido los sacramentos. Por fin se produjo su detención el 28 de julio de 1626, fue en una casa de leprosos y a causa de la delación de un apóstata. Fue llevado a la horrible cárcel de Omura. Estuvo en esta cárcel todo un año con los que le habían hospedado, padeciendo privaciones y crueldades, pero teniendo el consuelo de poder celebrar la eucaristía y dar el hábito religioso a sus compañeros de cárcel.

Mancio De La Cruz era un cristiano japonés, fervoroso catequista, que había adoptado el apelativo «de la Cruz» cuando encontró en el tronco de un madero dos cruces admirablemente grabadas, y que a él le pareció que le anunciaban el martirio. Estaba con el P. Luis Beltrán cuando fue hecho preso y al llegar con él a la cárcel le pidió el santo hábito, haciendo el noviciado en la prisión y profesando como hermano lego.

Pedro De Santa María era cristiano desde pequeño y había demostrado desde su infancia una gran inclinación a la piedad. Era catequista y ejercía su oficio con gran celo, acompañando y guiando con gran prudencia a los misioneros en los viajes. El P. Luis Beltrán lo apreciaba sobremanera. Tenía dieciséis años cuando lo hicieron preso junto con el P. Luis. En la cárcel de Omura hizo el noviciado y con los 17 años ya cumplidos hizo la profesión en la prisión. El día 29 de julio de 1627 fueron llevados al lugar del suplicio, donde les ataron a sendos postes, rodeados de leña a la que prendieron fuego. El P. Luis animó a sus compañeros de martirio, los cuales se sumaron a él en alabar y bendecir a Dios hasta que se quemaron sus cuerpos y sus almas volaron al cielo. Fueron beatificados el 7 de julio de 1867 por Pío IX.
fuente: «Año Cristiano» - AAVV, BAC, 2003


Beato Carlos Nicolás Antonio Ance

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Beato Carlos Nicolás Antonio Ancel, presbítero y mártir
En la costa de Francia, ante la ciudad de Rochefort, beato Carlos Nicolás Antonio Ancel, presbítero de la Congregación de Jesús y María, mártir, que durante la Revolución Francesa, por su condición de sacerdote, fue encarcelado en condiciones inhumanas en un barco convertido en prisión, donde murió como auténtico mártir, víctima de una enfermedad contagiosa.
Carlos Nicolás Antonio Ancel nació el 11 de octubre de 1763 en Ruán, siendo bautizado al día siguiente. Llegado a la adolescencia, opta por la vida clerical y, hechos los estudios pertinentes, recibe el sacerdocio en Lisieux el 22 de marzo de 1788. Estaba adscrito a la congregación de San Juan Eudes. Poco tiempo después de su ordenación, el 18 de mayo de 1788 se le vuelve a encontrar en el colegio de Lisieux, donde se inscribe como miembro de la congregación de la Inmaculada. Parece que prestó servicios sacerdotales intermitentes en Pin.

Rehusó el juramento de 1791 y no se marchó de Francia, alegando que las leyes que lo establecían no iban con él pues no era funcionario público, es decir, sacerdote con cargo. Arrestado e interrogado el 23 de abril de 1793, volvió a negarse a prestar el juramento o dejar voluntariamente Francia. Detenido en la prisión de Saint-Vivien, parte para Rochefort el 9 de marzo de 1794, y consta que en abril ya estaba allí. Embarcado en Les Deux Associés, murió de enfermedad y miseria el 29 de julio de 1794. Sacerdote piadoso y lleno de virtudes, sus compañeros apreciaron en él sus magníficas cualidades.
fuente: «Año Cristiano» - AAVV, BAC, 2003




Beato Luis Martin

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Beato Luis Martin, padre de familia
En Burdeos, Francia, beato Luis Martin, esposo de la beata Celia Guerín y padre de Santa Teresa del Niño Jesús, beatificado conjuntamente con su esposa, cuya memoria se celebra el 28 de agosto, como ejemplo de matrimonio cristiano.
Aunque, conforme a la práctica habitual del Martirologio, inscribimos a la beata Celia y al beato Luis en sus respectivas fechas de fallecimiento, han sido beatificados como matrimonio, y corresponde que tratemos conjuntamente su hagiografía.
Luis Martin nació en Burdeos el 22 de agosto de 1823. Era el segundo de los cinco hijos del matrimonio Pierre-François Martin, capitán del ejército francés, y Marie Anne Fanny Boureau, cristianos de fe viva. La primera formación de Luis estuvo vinculada a la vida militar y se benefició de las facilidades que tenían los hijos de los militares. Al jubilarse su padre, la familia se trasladó a Alençon (1831) y Luis estudió con los Hermanos de las Escuelas Cristianas de la ciudad. Tanto en la familia como en el colegio recibió una sólida formación religiosa. Terminados los estudios, no se inclinó hacia la vida militar, sino que quiso aprender el oficio de relojero, primero en Bretaña, luego en Rennes, Estrasburgo, en el Gran San Bernardo (Alpes suizos) y por último en París.
A los veintidós años sintió el deseo de consagrarse a Dios en la vida religiosa. Para ello, se dirigió al monasterio del Gran San Bernardo, con intención de ingresar en esta Orden, pero no fue admitido porque no sabía latín. Con gran valor se dedicó a estudiarlo durante más de un año, con clases particulares; pero, finalmente, renunció a ese proyecto. No se sabe mucho de este período: sólo que su madre en una carta le exhortaba a «ser siempre humilde», y que mostró su valentía y sangre fría salvando de morir ahogado al hijo del amigo de su padre, con el que residía.
En Alençon puso una relojería. Sus padres, tras la muerte de los otros hijos, vivieron siempre con él, incluso después de su matrimonio con Celia Guérin. Hábil en su oficio, tenía amigos y conocidos con los que le gustaba pescar y jugar al billar, y era apreciado por sus cualidades poco comunes y por su distinción natural, que explica por qué le presentaron un proyecto de matrimonio con una joven de la alta sociedad, al que se negó. En 1871 vendió el edificio a un sobrino. El amor al silencio y al retiro lo llevó a comprar una pequeña propiedad con una torre y un jardín. Allí instaló una estatua de la Virgen, que le había regalado la señora Beaudouin; trasladada más tarde a Buissonnets, esta imagen fue conocida en todo el mundo como la «Virgen de la Sonrisa».
Celia Guérin nació en Gandelain, departamento de Orne (Normandía), el 23 de diciembre de 1831. Era hija de Isidoro Guérin, un militar que a los 39 años decidió casarse con Louise-Jeanne Macè, dieciséis años más joven que él. De esta unión nacieron también Marie Louise, la primogénita (fue monja visitandina), e Isidore, el más pequeño. Para los padres de Celia la vida había sido dura, lo que repercutía en su manera de ser: eran rudos, autoritarios y exigentes, si bien tenían una fe firme. Celia, inteligente y comunicativa por naturaleza, dice en una de sus cartas que su infancia y juventud fueron tristes «como un sudario». A pesar de ello, cuando su padre, viudo y enfermo, manifestó el deseo de ir a habitar con ella, lo acogió y cuidó con devoción hasta que murió en 1868. Afortunadamente encontró en su hermana Marie Louise un alma gemela y una segunda madre.

Cuando se jubiló su padre, la familia se estableció en Alençon en 1844. La señora Guérin abrió un café y una sala de billar, pero su carácter intransigente no favoreció el desarrollo del negocio. La familia salía adelante con dificultad, gracias a la pensión y a los trabajos de carpintería del padre. En pocos años, la situación financiera se hizo muy precaria y no mejoró hasta que las hijas contribuyeron con su trabajo a cuadrar el balance familiar. Esta situación económica influyó en los estudios de las hijas: Celia entró en el internado de las religiosas de la Adoración perpetua; aprendió los primeros rudimentos del punto de Alençon, un encaje de los más famosos de la época; luego, para perfeccionarse, se inscribió en la "Ecole dentellière". Mientras tanto, la hermana mayor se dedicó al bordado, con su madre. No tenemos documentación de este período, pero Celia conservaba un excelente recuerdo de este tiempo.
Se dedicó a la confección de dicho encaje. Deseó formar parte de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, pero no la admitieron. Pidió luz al Señor para conocer su voluntad y el 8 de diciembre de 1851, después de una novena a la Inmaculada Concepción, se resolvió interiormente dedicarse a hacer punto de Alençon. Con la ayuda de su hermana comenzó esta empresa y ya a partir de 1853 era conocida como fabricante del punto de Alençon. En 1858 la casa para la que trabajaba recibió una medalla de plata por la fabricación de este encaje y Celia una mención de alabanza. Poco después, su hermana entró en el monasterio de la Visitación y tomó el nombre de María Dositea.
Un día, al cruzarse con un joven de noble fisonomía, semblante reservado y dignos modales, se sintió fuertemente impresionada. En poco tiempo los dos jóvenes llegaron a apreciarse y amarse, y el entendimiento fue tan rápido que contrajeron matrimonio el 13 de julio de 1858, tres meses después de su primer encuentro. Llevaron una vida matrimonial ejemplar: misa diaria, oración personal y comunitaria, confesión frecuente, participación en la vida parroquial. De su unión nacieron nueve hijos, cuatro de los cuales murieron prematuramente. Entre las cinco hijas que sobrevivieron, Teresa, la futura santa patrona de las misiones, es una fuente preciosa para comprender la santidad de sus padres: educaban a sus hijas para ser buenas cristianas y ciudadanas honradas. A los 45 años, Celia recibió la noticia de que tenía un tumor en el pecho y pidió a su cuñada que, cuando ella muriera, ayudara a su marido en la educación de los más pequeños: vivió la enfermedad con firme esperanza cristiana hasta la muerte, el 28 de agosto de 1877.
Luis se encontró solo para sacar adelante a su familia: La hija mayor tenía 17 años y la más pequeña, Teresa, cuatro y medio. Se trasladó a Lisieux, donde residía el hermano de Celia; de este modo la tía Celina pudo cuidar de las hijas. Entre 1882 y 1887 Luis acompañó a tres de sus hijas al Carmelo. El sacrificio mayor fue separarse de Teresa, que entró en el Carmelo a los 15 años. Luis tenía una enfermedad que lo fue invalidando hasta llegar a la pérdida de sus facultades mentales. Fue internado en el sanatorio de Caen, y murió el 29 de julio de 1894.
El compromiso eclesial de los esposos Martin recuerda que «la futura evangelización depende, en gran parte, de la iglesia doméstica» (Familiaris consortio, 52), y tiene el sabor de la ternura. Los esposos fueron beatificados por SS Benedicto XVI el 19 de octubre de 2008, en Lisieux (Francia).
fuente: Vaticano
 
 
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Beatos Luís Martín y Celia Guérin
«Padres de Teresa de Lisieux. Ambos vieron frustrado su anhelo de ingresar en la vida religiosa, ideal acogido por todas sus hijas, a las que generosamente secundaron en su vocación»
 En condiciones normales lo usual es que los hijos se sientan agradecidos por los padres que les dieron la vida, que reconozcan en sí mismos rasgos dignos de toda consideración que de ellos heredaron. Nada más hondo desde el punto de vista humano que estos lazos de sangre que vinculan a unos y a otros. Si las enseñanzas que impregnan las primeras etapas de la vida, para bien y para mal, dejan una huella imborrable, es fácil comprender que cuando los progenitores son santos el alcance de aquéllas para la prole sea inconmensurable. Teresa de Lisieux tuvo esa gracia. De ahí que dijese: «Dios me ha dado un padre y una madre más dignos del cielo que de la tierra».
El 19 de octubre de 2008 Benedicto XVI elevó a los altares a este virtuoso matrimonio. Ninguno de los dos pudo ingresar en la vida religiosa, como desearon, aunque acudieron a sendas órdenes. Luís tocó la puerta del monasterio del Gran San Bernardo, en los Alpes, y Celia la de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl. La misión de ambos era otra: convertirse en ejemplos de amor y fidelidad conyugal vinculados por la misma fe, y formar una familia en la que sobresalió la benjamina. Porque Teresa bebió de ellos el néctar de su caridad y con tan formidable pilar, junto a la gracia de Cristo y su entrega personal, alcanzó la santidad.
Luís, segundo de cinco hermanos, nació en Burdeos, Francia, el 22 de agosto de 1823. Su padre era capitán del ejército. Eso hizo que durante un tiempo tuviese que vivir en distintos lugares hasta que se afincaron en Alençon. No eligió la carrera militar como él, y quizá debido a su temperamento reflexivo y discreto, amante del silencio, sopesó la opción de aprender un oficio, eligiendo el de relojero. Su formación se había iniciado con los Hermanos de las Escuelas Cristianas. Luego obtuvo las herramientas precisas para su profesión en Bretaña, Rennes, Estrasburgo, el Gran San Bernardo y París. Con 22 años se propuso consagrarse. Pero tenía una seria dificultad con el latín y de su aprendizaje dependía su admisión en el monasterio. Lo intentó con verdadero esfuerzo, pero no consiguió dominar la disciplina, y este sueño quedó atrás. Se instaló en Alençon y regentó su relojería. Era sociable y tenía muchos amigos con los que compartía diversas aficiones. La vertiente espiritual siempre viva en él hallaba eco en el círculo Vital Romet integrado por jóvenes creyentes que eran dirigidos por el abate Hurel. También era miembro de las conferencias de San Vicente de Paúl. Pudo haberse casado con una joven de elevada posición social, pero eludió este compromiso. Vendió una propiedad y adquirió una casa. En ella colocó una imagen de María que le habían obsequiado. Es la conocida «Virgen de la Sonrisa», que la familia trasladó a Buissonnets, en Lisieux.
Celia nació en Gandelain, Orne, Normandía, el 23 de diciembre de 1831. Era la mediana de tres hermanos. La primogénita fue monja de la Visitación. En cuanto a Isidore, el benjamín, hizo las delicias de la casa, un extremo que apenó a la beata al ver cómo recaían en este único varón todas las atenciones maternas. De modo que tuvo una infancia y juventud dolorosas debido, en parte, al carácter de los padres, pero acentuada también por su sensibilidad. Confío este sentimiento a su hermano sin rubor, reconociendo que para ella esos años fueron: «tristes como una mortaja, pues si mi madre te mimaba, para mí, tú lo sabes, era demasiado severa; era muy buena pero no sabía darme cariño, así que sufrí mucho».
Residía en Alençon desde la jubilación de su padre. Tras su muerte, la madre fue incapaz de regentar el negocio, un bar, y la falta de recursos económicos afectó a todos. Celia recibió instrucción de las religiosas de la Adoración perpetua que le enseñaron a realizar un primoroso encaje muy valorado en la ciudad. Se dedicó a esta labor porque el día de la Inmaculada de 1851 escuchó esta locución divina: «Debes fabricar punto de Alençon». Fracasado su anhelo de consagrarse, entendió que estaba destinada por Dios al matrimonio. A su vez, la madre de Luís se había fijado en ella; la consideraba ideal para ese hijo que veía iba cumpliendo años sin pensar en su futuro. Los dos se conocieron un día al cruzar el puente de San Lorenzo. Y tres meses más tarde, el 13 de junio de 1858, se casaron.
De común acuerdo, durante diez meses vivieron como hermanos, en una perfecta castidad conyugal, hasta que el confesor les recordó el gesto generoso de dar hijos a Dios. Tuvieron nueve; cuatro fallecieron de forma prematura. A los 45 años a Celia se le detectó un tumor maligno. No sobrevivió mucho tiempo a este diagnóstico; murió el 28 de agosto de 1877. Luís, que entonces tenía 54 años, continuó sacando adelante a los hijos, aunque ya hacía tiempo que había dejado su trabajo para apoyar el negocio de bordado, y estaba implicado en su educación. Siguió infundiéndoles la vida de piedad que había llevado junto a Celia: oraciones, rezos, asistencia a misa, confesión, actividad incesante en la parroquia… Acompañó a sus hijas al umbral del convento, y afrontó el dolor de separarse de Teresa, que tenía 15 años cuando se hizo religiosa. En las cartas de la santa se constata la progresiva disminución de facultades mentales que su querido padre fue sufriendo hasta fallecer en el sanatorio de Caen, donde estaba internado, el 29 de julio de 1894.
La madre había manifestado en una ocasión: «No vivíamos sino para nuestros hijos; eran toda nuestra felicidad y solamente la encontrábamos en ellos». Y siendo así, Luís entregó generosamente a Dios a sus cinco hijas, diciendo:«Ven, vayamos juntos ante el Santísimo a darle gracias al Señor por concederme el honor de llevarse a todas mis hijas».Ciertamente, ambos son un ejemplo para todos los padres.


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