lunes, 27 de julio de 2015

Maestro Eckhart (místico medieval) Sermón XXV

SERMÓN XXV(240)
Moyses orabat dominum deum suum etc.

Acabo de pronunciar una palabrita en latín que está escrita en la Epístola que se lee
en el día de hoy, y la palabra reza en lengua vulgar: «Moisés imploró a Dios, su Señor:
“Señor, ¿por qué tu encono se ha enfurecido contra tu pueblo?”» (Exodo 32, 11). Entonces
le contestó Dios y dijo: «“¡Moisés, deja que me enfurezca, concédeme, permíteme,
admíteme, acéptame que me enfurezca y me vengue de ese pueblo!” Y Dios elogió a
Moisés y dijo: “Yo te enalteceré y te haré grande y extenderé tu estirpe y te haré Señor
de un pueblo grande” (Cfr. Exodo 32, 9 s.). [Mas] Moisés dijo: “¡Señor, bórrame del libro
de los vivientes o perdónale al pueblo!”» (Exodo 32, 31 s.).
¿Qué es lo que quiere decir cuando dice: «Moisés imploro a Dios, su Señor»? De veras,
si Dios ha de ser tu Señor, tú tienes que ser su siervo; mas, cuando luego haces tus
obras en provecho propio o por tu placer o por tu propia bienaventuranza, en verdad, no
eres su siervo; porque no buscas solamente la honra de Dios, buscas tu propio provecho.
¿Por qué dice: Dios, su Señor? Si Dios quiere que estés enfermo, mas tú quisieras estar
sano… si Dios quiere que tu amigo muera, mas tú quisieras que viviese en contra de la
voluntad de Dios, en verdad, Dios no sería tu Dios. Si amas a Dios y luego estás enfermo…
¡[sea] en el nombre de Dios! Si muere tu amigo… ¡[sea] en el nombre de Dios! Si
pierdes un ojo… ¡[sea] en el nombre de Dios! Y semejante hombre estaría bien encaminado.
Mas, si estás enfermo y le pides a Dios [que te dé] salud, entonces prefieres la salud
a Dios [y] por lo tanto no es tu Dios: es el Dios del cielo y de la tierra, pero no es tu
Dios.
Ahora observad que Dios dice: «¡Moisés, deja que me enfurezca!» Podríais decir:
¿Por qué se enfurece Dios?… Por ninguna otra cosa que por la pérdida de nuestra propia
bienaventuranza y no porque busque lo suyo; tanto le apena a Dios que actuemos en
contra de nuestra bienaventuranza. A Dios no le pudo pasar nada más penoso que el
martirio y la muerte de Nuestro Señor Jesucristo, su Hijo unigénito, que sufrió por nuestra
bienaventuranza. Ahora observad [otra vez] que Dios dice: «¡Moisés, deja que me
240 Véase lo dicho en la nota 1 del Sermón I. Nuestras notas se basan sobre todo en los resultados publicados
por Quint en el tomo II de Meister Eckehart Predigten en la edición crítica (Stuttgart, 1971).
Para detalles y términos de la traducción véase también nuestra Introducción. Atribución: S’<er> mo mag
<istr>i Eg <hardi>. Encabezamiento: «El martes luego de media cuaresma». El texto bíblico está tomado del martes después del cuarto domingo de cuaresma.

enfurezca!» Luego mirad qué es lo que un hombre bueno es capaz [de hacer] ante Dios.
Ésta es una verdad cierta y necesaria: quienquiera que entregue por completo su voluntad
a Dios, cautiva y obliga a Dios de modo que Él no puede hacer otra cosa sino lo que
quiere el hombre. Quien le da por completo su voluntad a Dios, a ése Dios, [por su parte]
le devuelve su voluntad tan completa y tan propiamente que la voluntad de Dios llega
a ser propiedad del hombre, y Él ha jurado por sí mismo que no puede hacer nada
fuera de lo que quiere el hombre; porque Dios no llega a ser propiedad de nadie que primero
no haya llegado a ser su propiedad [la de Dios]. Dice San Agustín(241): «Señor, tú no
serás posesión de nadie a no ser que él antes se haya hecho propiedad tuya». Nosotros
aturdimos a Dios de día y de noche diciendo: «¡Señor, hágase tu voluntad!» (Mateo 6,
10). Y luego, cuando se hace la voluntad de Dios, nos enojamos y eso está muy mal.
Cuando nuestra voluntad se convierte en la voluntad de Dios, eso está bien; mas, cuando
la voluntad de Dios llega a ser nuestra voluntad, está mucho mejor. Si tu voluntad llega
a ser la voluntad de Dios y si luego estás enfermo, no querrías estar sano en contra de la
voluntad de Dios, mas quisieras que fuese la voluntad de Dios de que estuvieras sano. Y
cuando te va mal, querrías que fuera la voluntad de Dios de que te vaya bien. Pero cuando
la voluntad de Dios llega a ser tu voluntad y estás enfermo… ¡[sea] en el nombre de
Dios! Si muere tu amigo… ¡[sea] en el nombre de Dios! Una verdad segura y necesaria
es [ésta]: Si de ello dependieran todas las penas del infierno y todas las penas del purgatorio
y todas las penas de este mundo… [tal hombre] querría sufrir eternamente de
acuerdo con la voluntad de Dios todas las penas del infierno y lo consideraría para siempre
su bienaventuranza eterna, y de acuerdo con la voluntad de Dios renunciaría a la
bienaventuranza y a toda la perfección de Nuestra Señora y de todos los santos y querría
sufrir para siempre jamás las eternas penas y amarguras sin apartarse de ello por un solo
instante; ah sí, ni siquiera sería capaz de tener un solo pensamiento para desear alguna
otra cosa. Cuando la voluntad se une así [con la voluntad de Dios] de modo que lleguen
a ser un Uno único, entonces el Padre, desde el reino de los cielos, engendra a su Hijo
unigénito en sí [al mismo tiempo que] en mí. ¿Por qué en sí [al mismo tiempo que] en
mí? Porque soy uno con Él, no me puede excluir, y en esa obra el Espíritu Santo recibe
su ser y su devenir tanto de mí como de Dios. ¿Por qué? Porque estoy en Dios. Si [el Espíritu
Santo] no lo toma de mí, tampoco lo toma de Dios; no me puede excluir en modo
alguno. La voluntad de Moisés había llegado a ser tan completamente la voluntad de
Dios que prefería la honra de Dios [manifestada] en su pueblo, a su propia bienaventuranza.
«Dios hizo una promesa a Moisés», mas él no la tomó en cuenta; ah sí, aunque le hubiera
prometido toda su divinidad [Moisés] no le habría permitido [enfurecerse]. «Y
241 Cfr. Augustinus, Enarrationes in Psalmos 145 n. 11; e In Ps. 32 En. 2 Sermo 2 n. 18.
266

Moisés imploró a Dios y dijo: ¡Señor, bórrame del libro de los vivientes!» (Exodo 32,
32). Los maestros preguntan(242): ¿Era que Moisés amaba más al pueblo que a sí mismo?,
y dicen: ¡No! porque Moisés sabia bien que si el buscaba la honra de Dios [manifestada]
en su pueblo, se hallaba más cerca de Dios que si hubiera renunciado a la honra de Dios
[manifestada] en su pueblo, buscando su propia bienaventuranza. Así debe ser un hombre
bueno, de manera que no busque lo suyo en todas sus obras sino únicamente la honra
de Dios. En tanto que tú con todas tus obras tiendes de alguna manera más hacia ti o
más hacia una persona que hacia otra, la voluntad de Dios aún no ha llegado a ser verdaderamente
tu voluntad.
Nuestro Señor dice en el Evangelio: «Mi doctrina no es mía sino de Aquel que me ha
enviado» (Juan 7, 16). Un hombre bueno debe proceder de la misma manera
[pensando]: «Mi obra no es mía, mi vida no es mía». Y si me comporto así: toda la perfección
y toda la bienaventuranza que tiene San Pedro, y, el hecho de que San Pablo
ofreciera su cabeza, y toda la bienaventuranza que obtuvieron a causa [de su actitud], se
me hacen tan gustosas como a ellos, y participaré perpetuamente de ello como si hubiera
hecho las obras yo mismo. Más aún: de todas las obras realizadas alguna vez por todos
los santos y todos los ángeles y aun de las hechas alguna vez por María, [la] Madre de
Dios, habré de recibir eterna alegría como si las hubiese realizado yo mismo.
Digo yo: [La] humanidad y [el] hombre son [dos cosas] distintas. [La] humanidad en
sí misma es tan noble que lo más elevado de ella tiene similitud con los ángeles y parentesco
con la divinidad. La unión máxima que ha tenido Cristo con el Padre, me resulta
asequible con tal de que sepa deshacerme de lo proveniente de esto o aquello, siendo capaz
de entenderme como humanidad. Todo cuanto Dios ha dado alguna vez a su Hijo
unigénito, me lo ha dado a mí tan completamente como a Él, y nada menos, sino que me
lo ha dado en mayor medida: a mi humanidad en Cristo le dio más que a Él, porque a Él
no se lo dio; a mí me lo ha dado y no a Él; no se lo dio, ya que Él lo poseyó en el Padre
desde la eternidad. Si te golpeo, golpeo en primer término a un Burcardo o a un Enrique
y sólo luego golpeo al ser humano. Mas Dios no hizo tal cosa; Él adoptó primero la humanidad.
¿Quién es un hombre? Un hombre que tiene su nombre propio de Jesucristo. Y
por lo tanto dice Nuestro Señor en el Evangelio: «Quien toca a uno de éstos aquí, toca el
ojo mío» (Cfr. Zacarías 2,8).
Ahora repito: «Moisés imploró a Dios, su Señor». Mucha gente le pide a Dios todo
cuanto Él puede hacer, pero ellos no quieren dar a Dios todo cuanto ellos pueden hacer;
pretenden repartir [las cosas] con Dios y darle lo menos valioso y un poco. Pero lo primero
que da Dios en cualquier momento, es Él mismo. Y si tú tienes a Dios, tienes junto
con Él todas las cosas. He dicho a veces: Quien tiene a Dios y todas las cosas junto con
242 Cfr. Thomas, S. theol. II II q. 26 a. 4; y Sent. III d. 29 a. 5.
267

Él, no tiene más que aquel que tiene solamente a Dios. Digo además: En la eternidad,
miles de ángeles no son más, en cuanto a su número, que dos o uno, porque en la eternidad
no hay número: ella se halla por encima de todos los números(243).
«Moisés imploró a Dios, su Señor.» Moisés significa lo mismo que «uno que fue levantado
del agua»(244). Ahora hablaré nuevamente de la voluntad. Si alguien diera cien
marcos de oro por amor de Dios, esto sería —y parecería ser— una obra grande; mas yo
digo: Si tengo semejante intención —puesto el caso de que posea cien marcos para darlos—
y si esta intención es perfecta, por cierto [se los] he pagado a Dios y Él ha de compensarme
como si le hubiera pagado cien marcos. Y digo más aún: Si yo tuviera la intención
de ceder todo el mundo [a Dios], con tal de que lo poseyera, entonces le he dado
en pago a Dios todo un mundo y Él tiene que compensarme como si le hubiera dado en
pago todo un mundo. Digo yo: Si el Papa fuera muerto por mi mano y no hubiese sido
mi intención ¡me presentaría ante el altar y, no obstante, diría misa! Digo: [La] humanidad
es tan perfecta en el hombre más pobre y despreciado como en el Papa o en el Emperador;
porque prefiero la humanidad en sí misma al hombre que llevo conmigo.
¡Que la verdad de la cual acabo de hablar, nos ayude a tener semejante unión con
Dios! Amén.
243 Cfr. Sermón X nota 4.
244 Cfr. Éxodo 2, 10; Isidorus Hispalensis, Etymologiae VII c. 6 n. 46; Hieronymus, Liber interpret.
Hebr. nom.
268

No hay comentarios:

Publicar un comentario