martes, 1 de diciembre de 2015

Beata Clementina Nengapeta Anuarite - Beato Carlos de Foucauld - San Eligio - San Nahúm, Profeta 01122015

Beata Clementina Nengapeta Anuarite

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Beata Clementina Nengapeta Anuarite, virgen y mártir
En Isiro, en la República Democrática del Congo, beata Clementina Nengapeta Anuarite, virgen de la Congregación de Religiosas Misioneras de la Sagrada Familia y mártir, que en la persecución que se desató durante la guerra civil fue apresada junto con otras religiosas, a las que exhortó a que vigilaran y oraran, y al resistirse con gran fuerza a la torpe pasión del capitán de los soldados, éste, enfurecido, la mató a causa de Cristo, su Esposo.
La Beata Clementina Anuarite Nengapeta nació en 1939 de padres que seguían la religión tradicional africana, en Wamba, en el entonces Congo Belga. Fue bautizada católica junto a la madre, realizando los estudios con las Hermanas del Niño Jesús de Nivelles, dónde se graduó. Entrada en la Congregación local de la Sagrada Familia, emitió su primera profesión religiosa el 5 de agosto de 1959. En el ámbito de su vida de religiosa, Sur Anuarite desarrolló con humildad, diligencia y amor los más diversos cargos: sacristana, ayudante de cocinera y profesora en una escuela elemental.
En 1961, a apenas un año de la independencia, el país se encuentra en el caos de la guerra civil provocado por la tentativa secesionista de Katanga. Después de la intervención de las tropas de las Naciones Unidas, la revuelta secesionista es bloqueada, pero continúan las tensiones que desembocan en la revuelta de los "Simba" en el este del Congo. El 29 de noviembre de 1964, los "Simba" secuestran a Sor Anuarite junto a un grupo de religiosas de su orden y son transportadas a Isiro, en el Noreste del País. El comandante del grupo rebelde intenta varias veces violar el compromiso de castidad de Sor Anuarite, que se opone enérgicamente a las locas solicitudes del guerrillero, afirmando que «prefiere morir antes que cometer un pecado». En la noche del 1° de diciembre de 1964, después de salvajes maltratos, Sor Anuarite es asesinada, no sin antes haber perdonado a su propio verdugo con estas palabras: «Te perdono, no eres consciente de lo que está haciendo, que el Padre te perdone.»
El 15 de agosto de 1985, el Papa Juan Pablo II beatificó a la religiosa mártir, durante su segundo viaje apostólico al entonces Zaire.
fuente: Agencia Fides


Beato Carlos de Foucauld

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  CARLOS DE FOUCAULD (Hermano Carlos de Jesús) nace en Francia, en Estrasburgo, el  15 de septiembre 1858. Huérfano a los 6 años, creció con su hermana Maria, bajo  los cuidados de su abuelo, orientándose hacia la carrera militar.
Adolescente, pierde la fe. Conocido por su gusto de la vida fácil él revela, no  obstante una voluntad fuerte y constante en las dificultades. Emprende una  peligrosa exploración a Marruecos (1883- 1884). El testimonio de fe de los  Musulmanes despierta en él un cuestionamiento sobre Dios: «Dios mío, si  existes, haz que te conozca ».
Regresando a Francia, le emociona mucho la acogida discreta y cariñosa de su  familia profundamente cristiana, y comienza una búsqueda. Guiado por un  sacerdote, el Padre Huvelin, él encuentra a Dios en octubre 1886.Tiene 28 años.  «Enseguida que comprendí que existía un Dios, comprendí que no podía hacer otra  cosa que de vivir sólo para El».
Durante una peregrinación a Tierra Santa descubre su vocación: seguir Jesús en  su vida de Nazareth. Pasa 7 años en la Trapa, primero N.S. de las Nieves, después  Akbes, en Syria. Enseguida después, él vive solo en la oración y adoración cerca  de las Clarisas de Nazareth.
Ordenado sacerdote a los 43 años (1901) parte al Sahara, primero Beni-Abbes,  después Tamanrasset en medio de los Tuaregs del Hoggar. Quiere ir al encuentro  de los más alejados, «los más olvidados y abandonados».Quiere que cada uno de  los que lo visiten lo consideren como un hermano, «el hermano universal». El  quiere «gritar el evangelio con toda su vida» en un gran respeto de la cultura  y la fe de aquellos en medio de los cuales vive. «Yo quisiera ser lo bastante  bueno para que ellos digan: “Si tal es el servidor, como entonces será el  Maestro...”?».
En el atardecer del 1° de Diciembre 1916, fue matado por una banda que rodeó la  casa.
Siempre soñó compartir su vocación con otros: después de haber escrito varia  reglas religiosas; pensó que esta «vida de Nazareth» podía ser vivida en todas  partes y por todos. Actualmente la «familia espiritual de Charles de Foucauld»  comprende varias asociaciones de fieles, comunidades religiosas e institutos  seculares de laicos y sacerdotes.





http://www.carlosdefoucauld.org/Oraciones/Oraciones.htm



Padre mío

Me abandono a Ti.

Haz de mí lo que quieras.

Lo que hagas de mí te lo agradezco.

Estoy dispuesto a todo,

Lo acepto todo,

Con tal que tu voluntad se haga en mí

Y en todas tus criaturas.

No deseo nada más, Dios mío.

Pongo mi vida en tus manos.

Te la doy, Dios mío,

Con todo el amor de mi corazón.

Porque te amo

Y porque para mí amarte es darme, 

Entregarme en tus manos sin medida,

Con una infinita confianza, 

Porque tu eres mi Padre. 

(Carlos de Foucauld)




San Eligio

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San Eligio, Obispo (590-659)
Los padres de Eligio (Eucherius y Terrigia) eran Galo-Romanos. Eucherius trabajaba el oro y otros metales y cuando su hijo demostró talentos en ese campo lo envió de aprendiz al maestro Abbo en Limoges. Eligio demostró gran talento y su trabajo aun puede verse en el catálogo de monedas de la Librería Nacional de Paris.
Después de su aprendizaje se marchó a París donde conoció a Bobbo, tesorero del rey Clotaire II. El rey lo nombró tesorero para Marsellas. Cuando el rey le dió a Eligio la orden de hacerle un silla real, Eligio fue capaz de hacer dos sillas con los materiales que recibidos. Su honestidad y talento impresionó al rey por lo que lo hizo maestro jefe de la impresió de monedas.
Pronto Eligio se hizo poderoso y rico por su gran talento. Vestía trajes de seda y oro. Con el tiempo creció su preocupación por lo pobres y su vida espiritual.
Tras la muerte del rey Clotaire en 629, Eligio ganó considerable influencia con el hijo, Dagoberto I, quien lo nombró canciller. Formó parte de una sociedad religiosa relacionada con el monasterio de San Columbano en Luxeuil. Protegió los monasterios y las reliquias de los santos.
Fundó un monasterio en Solignac en Limousin. En 632 el monasterio seguía una combinación de las reglas de San Benito y San Columba. También fundó un convento femenino en París bajo la supervisión de Santa Aurea. Era conocido por su honestidad aun en las cosas pequeñas. 
San Eligio fue ordenado sacerdote en 640 y obispo de Noyon y Tournai en 641. En aquel tiempo ministros del estado recibían con frecuencia el episcopado como un beneficio de retiro. Pero San Eligio fue un verdadero obispo por 19 años. Evangelizó y cuidó de los enfermos con gran celo a pesar que al principio lo rechazaban como a un extranjero. Sus homilías manifestaban una profunda fe, eran sencillas y directas. Una de estas que se conserva advierte el peligro de la superstición y la adivinación. En Noyon estableció un convento al que trajo para gobernarlo a Santa Godeberta desde París. El escribió su regla.
Promovió el culto de los santos. Se le atribuye la fabricación de los relicarios de San Martin de Tours, San Dionisio, San Germanus de París, Santa Genoveva y otros. 
Se preocupó por los esclavos. Durante el Concilio de Chalon c. 677, la se prohibió la venta de esclavos y se ordenó que debían descansar los domingos y días de fiesta. 
San Eligio tenía el don de profecía. Predijo su propia muerte a sus sacerdotes. Antes de morir dijo: "No lloren por mi. Felicítenme en vez. He esperado mucho por esta liberación" Encomendó a los suyos al Señor y murió.
Es patrón de herreros, joyeros, trabajadores de metal, relojeros, cerrajeros, colectores de monedas y metales, trabajadores de garajes, etc.



San Nahúm, Profeta

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San Nahúm, santo del AT
Conmemoración de san Nahúm, profeta, que predicó a Dios como el que gobierna el devenir de los tiempos y juzga con justicia a los pueblos.
Aunque hay celebraciones de santos del Antiguo y del Nuevo Testamento a lo largo de todo el año, hacia fin del año litúrgico y comienzos del siguiente se acumulan las celebraciones de profetas: Abdías, Nahúm, Habacuc, Sofonías, Ageo, Malaquías, Miqueas, se reúnen por estas fechas. A diferencia de los demás santos del Martirologio, que se inscriben por su «día de nacimiento en el cielo», en este caso desconocemos ese dato, así que la inscripción no tiene que ver con su biografía, sino con algo todavía más importante: su mensaje profético; todos ellos tienen en común que de una u otra manera rondaron -sin conocer a Cristo- la temática del «Día glorioso de Yahvé», esa consumación de todo en Cristo de la que habla nuestra liturgia a fines de noviembre y principios de diciembre. Así que estas celebraciones del calendario santoral acompañan el desarrollo del espíritu del Adviento, y ayudan a explorar sus facetas.
De muy pocos personajes de la Biblia (de ambos testamentos) tenemos datos biográficos precisos; esa inquietud no formaba parte del clima religioso en el que seurgió la Biblia, y sólo de los que más detalles se cuentan, y sólo por deducción en la mayor parte de los casos, podemos anoticiarnos de la filiación de un héroe bíblico, de la época en que vivió, o de otros detalles, importantes para nosotros pero irrelevantes para el creyente de aquellos tiempos.
Nahúm, cuyo nombre significa «Yahvé consuela», no dice de sí mismo en el comienzo de su libro más que «Libro de la visión de Nahúm de Elcós». Esta ciudad, sin embargo, no ha sido identificada; existe una ciudad de Alqosh, en Iraq, cerca de la histórica Nínive, que reclama ser la ciudad de Nahúm, pero la crítica bíblica más bien supone que la ciudad a la que el profeta se refiere tuvo que estar en Judá, porque es poco probable que hubiera podido proclamar un oráculo tan violento contra Nínive en la propia Nínive, y por otro lado los destinatarios naturales del oráculo son -aunque se refiere a Nínive- los habitantes de Judá. En la actual Alqosh existe una supuesta tumba del profeta Nahúm, que se venera como tal, y en torno a ella ha surgido -como suele ocurrir- una «biografía» del profeta, según la cual habría sido un ninivita de familia hebrea. Datos puramente legendarios de poca atendibilidad, que de todos modos tienen su valor (monetario) en los circuitos turísticos.
El pequeño librito, de apenas tres capítulos, es un poema «alfabetico», un recurso estilístico de la poesía hebrea (utilizado también en los salmos y otros escritos) en el que cada verso o grupo de versos comienza con una letra del alfabeto en secuencia: alef, beth, guimmel, etc.; naturalmente, al traducirlo, ese recurso formal se pierde. El poema forma parte del conjunto que en la tradición cristiana denominamos «profetas menores», y que en la Biblia judía se denominan simplemente «Los Doce» (pero para nosotros «Doce» sin especificación son los Apóstoles), y forman un único libro apenas separados un poema de otro.
Isaías (el Segundo Isaías, es decir, el profeta o escuela profética responsable de los capítulos 40-55 de Isaías) conoció el oráculo de Nahúm, y lo glosó en su capítulo 52,7-10; por eso este verso de Nahúm nos suena mucho:
«¡He aquí por los montes los pies del mensajero de buenas nuevas,
el que anuncia la paz!» (Nah 2,1)
pero no nos «suena» por Nahúm sino por Isaías, que lo retomó poéticamente, y es a quien leemos en la liturgia. Porque Nahúm no tuvo esa suerte: está casi del todo ausente de la liturgia, tanto judía como cristiana. Nosotros leemos el viernes de la 18ª semana del Tiempo Ordinario de los años pares un extracto del oráculo de Nahúm como primera lectura de la misa. Hay que reconocer que -como se puede constatar ampliamente conociendo el plan de lecturas de la misa- en esa sola lectura de no más de diez versículos la liturgia ha conseguido extraer lo esencial del libro profético. Un libro difícil para cualquier creyente actual, porque rezuma violencia y venganza a lo largo de prácticamente todo el texto. Así comienza, precisamente, la visión: «¡Dios celoso y vengador Yahveh, vengador Yahveh y rico en ira! Se venga Yahveh de sus adversarios, guarda rencor a sus enemigos.» (Nah 1,2)
Ningún creyente actual (y no sólo cristiano sino tampoco judío) podría leer esto sin hacer una enorme trasposición simbólica para «digerir» teológicamente la cuestión de la ira y la venganza de Dios. Ira y deseos de venganza son sentimientos profundamente humanos, que repugna en la actualidad atribuirlos a Dios; podemos entender (limitadamente) el enfado de Jesús con los cambistas del templo, pero las «profecías de ira» parecen ubicarse un paso más allá de lo cristianamente -y siquiera humanamente- asimilable. Debemos por eso colocarnos en la situación que da origen a esta visión: Nínive representaba, para el creyente judío, e incluso para cualquier habitante del Oriente Medio que no fuera asirio (cuya capital fue Nínive), el prototipo del imperio prepotente y raigalmente injusto, «violadores de toda ley e instinto de humanidad» (Richard Murphy). El oráculo de Nahúm debió haber sido compuesto entre la caída de Tebas de Egipto (año 663, de la que se habla en el cap. 3) y el 612, año en que finalmente cae Nínive. De esa caída a manos de Siria «muchos corazones se alegraron» (ibid), y en Judá se vio como la confirmación de que Yahvé por fin se decidía a actuar en la historia «como en los tiempos antiguos». Pocos años más tarde sería Siria la pesadilla de Judá, y quienes finalmente destruyan el templo de Salomón y envíen el pueblo al exilio; pero eso cae fuera ya de la visión de Nahúm.
Aunque la actuación de Dios en la historia sigue siendo para nosotros un misterio, aunque el mal -especialmente el mal moral- aparenta seguir triunfando, y donde Nínive se erradica surge Siria, un oráculo como el de Nahúm alimentó la comprensión profunda de la fe judía, que aprendió a penetrar en las apariencias de la historia con ojo de «esperanza contra toda esperanza» en el Dios de la historia; y puede servirnos a nosotros si lo leemos con ese mismo espíritu, no con el de la venganza, que forma su carcaza, sino con el de la justa indignación ante el mal, y la propia donación a la misteriosa voluntad de Dios, que forma el corazón de la profecía:
«Bueno es Yahveh para el que en él espera,
un refugio en el día de la angustia;
él conoce a los que a él se acogen,
cuando pasa la inundación.» (Nah 1,7-8)

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