lunes, 28 de diciembre de 2015

Santa Catalina (Caterina) Volpicelli - San Teona de Alejandría - San Antonio de Lérins 28122015

Santa Catalina (Caterina) Volpicelli

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Nació en Nápoles el 21 de enero de 1839 en el seno de una familia aristocrática. Hasta su adolescencia nada hacía presagiar que su destino fuera ser fundadora y que alcanzaría la santidad. Había recibido una educación esmerada en consonancia con su posición social, y no ocultó su dilección por las fugaces seducciones de una vida acomodada que la envolvía en ciertos oropeles.
En el Colegio Real de San Marcelino había tenido el privilegio de ser formada por la que sería cofundadora de las Hermanas Franciscanas Elisabettiane Bigie, Margarita Salatino. Dominaba varios idiomas y se ejercitó en la música, completando el estudio de las letras.
Las vanidades y anhelos de poseer un brillo más fulgurante que el de su hermana desaparecieron súbitamente al recibir respuesta a su frecuente pregunta: «Señor, ¿qué quieres que haga?», que formulaba ante el «Ecce Homo» instalado en su casa. Indudablemente, la urgencia divina se manifestaba sobre ella protegiéndola y rescatándola de lo efímero, al tiempo que la predisponía a emprender un nuevo camino.
Tenía 15 años cuando conoció al beato Ludovico de Casoria, y él le sugirió que acudiera a la Orden Franciscana Seglar, infundiéndole singular amor al Sagrado Corazón de Jesús, una devoción que mantuvo viva hasta que exhaló el último suspiro. El beato le decía. «Caterina, el mundo te atrae, pero Dios vence […]. Llegará un día en el que cerrarás todos los libros y Jesús te abrirá su corazón donde la primera página, la segunda y las demás no dirán otra cosa que Amor... Amor... Amor»
Estaba convencido de que la joven podía hacer inmenso bien. Además, su privilegiado estatus social, le permitiría convertirse en «pescadora de almas». Y no erró en su juicio. Oración, mortificación, lectura del Evangelio y obras de místicos, fueron el alimento de la santa.
En 1859 por influjo de su confesor, P. Leonardo Matera, ingresó en las Adoradoras perpetuas de Jesús Sacramentado. Pero no era su destino permanecer junto a ellas. Graves problemas de salud se interpusieron en el camino, y tuvo que dejar esta vía. El vaticinio del P. Ludovico que le había dicho: «El Corazón de Jesús, oh Catalina, ¡ésta es tu obra!», se abría paso en su acontecer. Su confesor puso en sus manos la hoja Le Messager du Coeur de Jésus editada por el Apostolado de la Oración, y Catalina no se lo pensó dos veces. Dirigió una carta al P. Enrique Ramière, máximo responsable de este movimiento en Francia, y éste le entregó el Diploma de Celadora al tiempo que le proporcionaba la información que solicitó.
La espiritualidad subyacente al Apostolado fue el germen de la fundación que la santa impulsó en Nápoles. En el estío de 1867 el P. Ramière visitó lo que sería sede de las actividades apostólicas, Largo Petrone en La Salud. El objetivo de la obra que estaba a punto de fundar sería adorar a Cristo Sacramentado con el anhelo de transmitir la noticia de su inmenso amor a todos, siempre con especial dilección por los que sufren.
El cardenal de Nápoles, Siervo de Dios Sforza, que vio en el movimiento una novedad dentro de una época de intensa convulsión social, política y eclesial, aprobó el naciente Instituto de «Esclavas del Sagrado Corazón» que Catalina había puesto en marcha junto a doce mujeres en 1874. Los primeros momentos fueron difíciles. Hubo incomprensiones por parte de miembros de la Iglesia, y la fundación fue vista con recelos por la masonería que pensaba que las Esclavas atentaban contra sus intereses. Ignoraban que el único afán de Catalina y de sus hermanas era llevar el amor del Corazón de Cristo por doquier. Incansable apóstol, rebosante de caridad hacia su prójimo, creó un asilo para huérfanas, la Asociación de las Hijas de María, y una biblioteca de carácter circulante, vehículo que facilitaría a cualquier interesado su acceso a la cultura. En 1884 durante la epidemia de cólera se volcó en los damnificados. Ese año fue consagrado el Santuario dedicado al Sagrado Corazón de Jesús mandado erigir por Catalina para la adoración reparadora solicitada por el Papa; un instrumento apostólico para difusión del Evangelio y de ayuda a la Iglesia.
Catalina abrió nuevas casas, alentó y participó en el primer Congreso Eucarístico Nacional realizado en Nápoles en 1891, que culminó con la confesión y comunión de los participantes. Por influjo de esta santa se produjeron grandes conversiones. Entre otras, la del beato Bartolomé Longo que había sido afín al espiritismo y a la superstición. Catalina murió en Nápoles el 28 de diciembre de 1894, ofreciendo sus sufrimientos por la Iglesia y por el Papa. Juan Pablo II la beatificó el 29 de abril de 2001. Y Benedicto XVI la canonizó el 26 de abril de 2009.




San Teona de Alejandría

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San Teona de Alejandría, obispo
En Alejandría, en Egipto, san Teona, obispo, que fue el maestro y predecesor de san Pedro, mártir.
San Teonas es nombrado por Eusebio de Cesarea en su Historia Eclesiástica, como obispo de Alejandría, entre Máximo y Pedro. Eusebio dedica algunos comentarios al episcopado del predecesor y del sucesor, pero lamentablemente, sólo el nombre y la duración del que nos ocupa: diecinueve años. Por lo que si Pedro comenzó su pontificado hacia el 300, Teonas lo hizo hacia el 281. Se conserva una carta presuntamente de Teonas a Luciano, secretario en la corte de Diocleciano, pero se trata de una falsificación antigua.

La fecha de su memoria en el Martirologio Romano anterior al actual era el 27 de agosto, sin embargo, su nombre es mencionado en varios sinaxarios orientales antiguos, como el etíope o el copto, en fecha del 28 o 30 de diciembre, tal como se lo ha inscripto en el Martirologio actaul. Esos mismo sinaxarios le atribuyen no sólo ser el antecesor de Pedro de Alejandría, sino también quien lo bautizó, así como le atribuyen la construcción de una iglesia dedicada a la Madre de Dios. San Atanasio de Alejandría dice que su predecesor, Alejandro de Alejandría (313-326) dedicó un templo a la memoria de san Teonas.



San Antonio de Lérins

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San Antonio de Lérins, monje
Conmemoración de san Antonio, monje, que llevó vida solitaria y, siendo ya anciano, se recluyó en el monasterio de Lérins, en la Provenza, donde, amable y docto, murió piadosamente.
Antonio nació en Valeria, de la baja Panonia (actuaes Rumanía y Serbia), durante la época de las invasiones de los bárbaros. Como su padre murió cuando el niño tenía apenas ocho años de edad, se confió su cuidado a san Severino, el intrépido apóstol de Noricum. Es muy probable que Antonio viviese con su tutor en el monasterio que éste había fundado en Faviana y es posible que, aún niño, viese a Odoacro cuando encabezaba su marcha triunfal hacia Roma. San Severino murió alrededor del año 482, y entonces Antonio quedó a cargo de su tío Constancio, obispo de Lorch, en Baviera. Tomó el hábito de monje, se retiró de Noricum a Italia, junto con los otros romanos, en el 488, cuando apenas tendría veinte años. Al cabo de algunas vacilaciones, se estableció en las proximidades del Lago de Como, donde se asoció y se puso al servicio de un sacerdote llamado Mario, que dirigía a un grupo de discípulos. Mario llegó a sentir una gran admiración por Antonio y le instó a que se ordenase sacerdote y compartiese su trabajo. Pero la vocación de Antonio estaba en la vida solitaria, por lo que se apartó de Mario para unirse a dos ermitaños que se habían establecido cerca de la tumba de san Félix, al otro lado del lago.

Allá vivió en una cueva, dedicado a la plegaria, el estudio y el cultivo de su huerto, aunque, con frecuencia, le distraían los numerosos visitantes. Fue por entonces, cuando un asesino que huía de la justicia simuló un fervor extraordinario y se quedó con Antonio como discípulo. Sin embargo, el santo «leyó en su alma», proclamó su impostura y el asesino huyó. Pero también Antonio debió alejarse de su retiro porque aquel incidente acrecentó su fama y aumentaron los visitantes. Por fin, ya sin esperanza de encontrar la soledad absoluta y, ante el temor de que los homenajes y muestras de respeto que recibía le hiciesen caer en la vanidad, cruzó los Alpes hacia el sur de las Galias. Ahí ingresó en el monasterio de Lérins. San Antonio murió en aquel claustro, muy venerado por sus virtudes y sus milagros. San Enodio de Pavía escribió su biografía.

Corpus Scriptorum ecclesiasticorum latinorum de Viena, vol. VI, pp. 383-393, así como en Monumenta Germaniae Historica, Auctores antiquissimi, vol. VII, pp. 185-190 y en la PL. de Migne, vol. LXIII, cc. 239-246.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

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