miércoles, 23 de diciembre de 2015

Beato Pablo Meléndez Gonzalo - Santa María Margarita de Youville - Sérvulo el Paralítico, Santo 23122015

Beato Pablo Meléndez Gonzalo

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Beato Pablo Meléndez Gonzalo, mártir
En la región de Valencia, en España, beato Pablo Meléndez Gonzalo, mártir, el cual, siendo padre de familia, al arreciar la persecución contra la fe siguió el ejemplo Cristo sin arredarse, y por su gracia llegó al reino eterno.
Era Abogado y periodista, nacido en Valencia el 7 de noviembre de 1876. Casado desde 1904, era padre de diez hijos. Fue presidente de la Acción Católica de Valencia, colaborador de confianza del arzobispado -incluso abogado del Obispo, con los riesgos que comportaba-, y animador de asociaciones y movimientos católicos. Fue asesinado junto con su hijo Alberto.

Pablo Meléndez Gonzalo, Beato
Pablo Meléndez Gonzalo, Beato

Mártir y Padre de familia, 23 Diciembre


Por: P. Fernando Pascual | Fuente: Catholic.net 



Pablo Meléndez Gonzalo, padre de familia numerosa, abogado y periodista, había nacido en Valencia (España) el 7 de noviembre de 1876. A los 14 años perdió a su padre. Desde ese momento, dedicó el tiempo disponible que le dejaba la escuela para ayudar a su madre y a otros 6 hermanos menores que él.

Dios le concedió una vida espiritual intensa, profunda, sincera. A los 15 años ingresó en las congregaciones marianas, y pronto pudo participar en los grupos de Adoración nocturna. Además, su amor a Dios le llevaba a amar a los demás, especialmente a los enfermos (con frecuencia iba a visitarlos). Todo lo hacía con la fuerza que le daba su continuo contacto con Jesús: iba a misa y recibía la comunión diariamente.

Estudió derecho en la Universidad de Valencia y obtuvo excelentes notas. Pero ello no le apartó de sus convicciones: sus compañeros y profesores notaron en seguida la fe profunda y el compromiso que Pablo tenía con la Iglesia. Por esa fe y esa convicción participó activamente en la Juventud Católica, de la que llegó a ser presidente para la zona de Valencia.

Terminados los estudios, empezó a trabajar como abogado. También fue un buen periodista. Con el tiempo, llegó a ser director del periódico “Las Provincias”.

El 25 de enero de 1904 se casó con Dolores Boscá. Dios bendijo a los esposos con 10 hijos: Pablo, Antonio, Alberto, Rafael, Carlos, María Teresa, María de los Desamparados, María Luisa, Josefa y María Dolores.

También participó en política, como miembro de la Liga católica, y ocupó algunos cargos públicos en su ciudad. Por eso, era conocido su compromiso por defender la moralidad pública y la libertad religiosa de la Iglesia. En la España de aquellos años este compromiso público podía ser muy peligroso, más en una Valencia en la que se notaba una especial hostilidad de algunos contra todo lo que “oliese a incienso” (como se decía despectivamente de la gente de la Iglesia).

Los hechos se precipitan a partir de 1931. La tensión política es muy alta en los años iniciales de la II República española. En 1934 se produce un primer intento, fracasado, de revolución izquierdista. Pero el ambiente sigue sumamente tenso, una tensión que culmina en julio de 1936 con el inicio de la guerra civil española.

Pablo Meléndez se encuentra, ese mes de julio, en un pueblo de la provincia, Paterna. La zona queda bajo gobierno de las autoridades republicanas y de los comités comunistas y revolucionarios, que no dudarán en poner en marcha una persecución sistemática contra muchos católicos.

Pablo sufre un primer registro como sospechoso, pero no es arrestado. Se traslada a la ciudad de Valencia. No le resulta posible buscar un escondite, pues tiene que proveer de atención médica a uno de sus hijos, Carlos, que está gravemente enfermo. Algunos le ofrecen ayuda para escapar, pues saben que su vida corre peligro, pero Pablo se niega: antes está el cuidado de su hijo.

Pasados algunos meses, el peligro se hace realidad. El 25 de octubre, hacia las 6 de la tarde, llegan a arrestarle. Se lo llevan con uno de sus hijos, Alberto. Uno de los que le detiene pregunta: “¿es usted católico?” Pablo Meléndez contesta con seguridad: “soy católico, apostólico y romano”.

La orden de arresto viene del Gobierno civil de Valencia, a petición del Consejo provincial de Vigilancia popular antifascista, y con un motivo sumamente concreto: Pablo Meléndez era conocido como persona comprometida con su fe católica.

Pasa a la cárcel, y allí parece sentirse algo seguro, aunque todo puede cambiar en un instante. Un compañero de prisión le pregunta si cree que saldrán vivos. Pablo le responde: “si la Providencia nos destina para mártires nos fusilarán, y si no, quedaremos libres”. Otro de los compañeros de prisión le escucha decir lo siguiente: “estamos aquí pues Dios lo ha permitido, en sus manos estamos. He ordenado a mi familia que no haga gestiones para conseguir mi libertad. Sólo pido al Señor me dé su amor y gracia, y esto me basta”. Esa última frase le gusta mucho. La repite cuando le informan que su hijo Carlos acaba de fallecer.

Se acerca la navidad de 1936. Para todo cristiano, una fiesta grande. Pablo Meléndez no sabe, quizá, que va a celebrar esa fiesta en el cielo, acompañado por sus hijo Alberto y Carlos.

El día 24 de diciembre, en la madrugada, sacan de la cárcel a Pablo y a Alberto, y los fusilan con rapidez. A la familia les dicen que los han puesto en libertad. Una de las hijas, sin embargo, sospecha lo que acaba de ocurrir. Va al cementerio, y encuentra los cadáveres de su padre y de su hermano, acribillados por las balas.

“Estamos aquí porque Dios lo ha permitido”. La vida y la muerte pertenecen a Dios, aunque a veces los hombres sienten que son ellos quienes deciden y escriben la historia. La historia terrena de Pablo Meléndez y de su hijo terminó así, en vísperas de la Navidad.

No resulta fácil comprender por qué Dios permitió su muerte, por qué privó a una familia numerosa de aquel padre que tanto amaba a los suyos. Desde la fe sabemos, sin embargo, que Pablo no dejó a los suyos: Dios lo acogió en su seno. Desde el cielo, supo seguir cerca de la familia, cerca también de todos los que seguimos en camino hacia la Casa del Padre.

La Iglesia ha sabido reconocer su fidelidad al amor y nos lo presenta como ejemplo para nuestra vida diaria. Fue declarado beato por Juan Pablo II el 11 de marzo de 2001.




Santa María Margarita de Youville

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 Santa María Margarita d’Youville, viuda y fundadora
En Montreal, en Canadá, santa María Margarita d'Youville, religiosa, que habiendo enviudado educó piadosamente a sus dos hijos, encauzándoles hacia el sacerdocio, y se entregó con todas sus fuerzas a la asistencia de los ancianos y pobres de todo género, para lo cual fundó la Congregación de Hermanas de la Caridad.
María Margarita d'Youville nació el 15 de octubre de 1701 en Varennes (Québec), primogénita de seis hijos de Cristóbal Dufrost de Lajemmerais y de María Renata Gaultier de Varennes. A la edad de siete años, la muerte de su padre deja a la familia en gran pobreza. Sin embargo ella, gracias a la colaboración de su bisabuelo Pedro Boucher, puede completar dos años de estudios con las Ursulinas de Québec, quienes revelan en ella un carácter ya bien templado y una temprana madurez. Vuelta a la familia, ayuda a la madre en las tareas de la casa y en la educación de sus hermanos menores.

Trasladada a Montreal por las segundas nupcias de su madre, conoce a Francisco d'Youville, con quien se casa en 1722. Comienza para ella, sin embargo, una etapa de grandes sufrimientos: el desinterés por laa familia de parte de su marido, dedicado al tráfico de alcohol con los indios, y sobre todo la muerte en tierna edad de cuatro de sus seis hijos. Asiste con dedicación a su marido, presa de una grave y súbita enfermedad, hasta la muerte, ocurrida en 1730.

La joven viuda, con inmensa fe en la paternidad de Dios, da comienzo a múltiples iniciativas de caridad, sin descuidar la educación de sus dos hijos, que llegarán a ser sacerdotes. El 21 de noviembre de 1737 acoge en su casa a una ciega. Desde ese moemnto, con tres compañeras que comparten sus ideales, el 31 de diciembre del mismo año se consagra a Dios para servirlo en las personas de los desheredados. Sin saberlo, Margarita llega a ser así fundadora del Instituto que se conocerá más tarde con el nombre de «Hermanas de la Caridad de Montreal», «Hermanas Grises».

Dispuesta del lado de lso más pobres, a pesar de su escasa salud, prosigue ardientemente en su obra asistencial, sin temor de los insultos y calumnias que provienen de su propio entorno familiar. Tampoco la muerte de una asociada y el incendio de su habitación disminuyen su ardor; son, por el contrario, estímulos para radicalizar aun más el empeño por los pobres. Con sus dos compañeras de la primera hora, el 2 de febrero de 1745 se empeña en poner todo en común para ayudar a un mayor número de personas necesitadas. Dos años más tarde, la «madre de los pobres», como comienza a ser llamada, asume la dirección del Hospital de los Hermanos Charon, caído en la ruina. Ella lo hace un refugio para acoger a todas las humanas miserias que tocan su ohjo perspicaz y su corazón de madre.

En 1756 un incendio devasta el Hospital, pero no disminuye la fe ni el coraje de la fundadora: invita a las hermanas y a los pobres a reconocer en ese hecho la voluntad de Dios, y a alabarlo. Y así, a los 64 años emprende la reconstrucción de aquella casa de acogida para todas las personas necesitadas y en dificultades. La muerte le llega el 23 de diciembre de 1771. El papa Juan XXIII la proclamó beata en 1959, y el papa Juan Pablo II la canonizó en 1990.
fuente: Vaticano


Sérvulo el Paralítico, Santo
Sérvulo el Paralítico, Santo

Mendigo, 23 Diciembre


Por: n/a | Fuente: ar.geocities.com/misa_tridentina04 




San Sérvulo, como el Lázaro de la parábola de Cristo, era un hombre pobre y cubierto de llagas que yacía frente a la puerta de la casa de un rico. En efecto, nuestro santo estuvo paralítico desde niño, de suerte que no podía ponerse en pie, sentarse, llevarse la mano a la boca, ni cambiar de postura. Su madre y su hermano solían llevarle en brazos al atrio de la iglesia de San Clemente de Roma. Sérvulo vivía de las limosnas que le daban las gentes. Si le sobraba algo, lo repartía entre otros menesterosos. A pesar de su miseria, consiguió ahorrar lo suficiente para comprar algunos libros de la Sagrada Escritura. Como él no sabía leer, hacía que otros se los leyesen, y escuchaba con tanta atención, que llegó a aprenderlos de memoria. Pasaba gran parte de su tiempo cantando salmos de alabanza y agradecimiento a Dios, a pesar de lo mucho que sufría. Al cabo de varios años, sintiendo que se acercaba su fin, pidió a los pobres y peregrinos, a quienes tantas veces había socorrido, que entonasen himnos y salmos junto a su lecho de muerte. El cantó con ellos. Pero, súbita mente, se interrumpió y gritó: "¿Oís la hermosa música celestial ?" Murió al acabar de pronunciar esas palabras, y su alma fue transportada por los ángeles al paraíso. Su cuerpo fue sepultado en la iglesia de San Clemente, ante la cual solía estar siempre. Su fiesta se celebra cada año, en esa iglesia de la Colina Coeli.
San Gregorio Magno concluye un sermón sobre San Sérvulo, diciendo que la conducta de ese pobre mendigo enfermo es una acusación contra aquellos que, gozando de salud y fortuna, no hacen ninguna obra buena ni soportan con paciencia la menor cruz. El santo habla de Sérvulo en un tono que revela que era muy conocido de él y de sus oyentes, y cuenta que uno de sus monjes, que asistió a la muerte del mendigo, solía referir que su cadáver despedía una suave fragancia. San Sérvulo fue un verdadero siervo de Dios, olvidado de sí mismo y solícito de la gloria del Señor, de suerte que consideraba como un premio el poder sufrir por Él. Con su constancia y fidelidad venció al mundo y superó las enfermedades corporales.

MEDITACIÓN SOBRE LA VIDA DE SAN SÉRVULO

I. San Sérvulo soportó, con heroica paciencia, una extrema pobreza y una cruel enfermedad. Jamás se le oyó una queja; en medio de sus sufrimientos, pedía sufrir más todavía. ¿Qué respondes tú a este ilustre mendigo? Compara tus aflicciones con las suyas, tu paciencia con su paciencia, y cesa de quejarte de tu pobreza y del menosprecio de que se te hace objeto. ¡Avergüénzate! Jesucristo ha sido pobre, ha sido humilde. (San Pedro Crisólogo).

II .Este santo sobreabundaba de alegría en la tribulación: el gozo de su corazón resplandecía en su rostro y se reflejaba en sus palabras. No cesaba de rezar a Dios y de celebrar sus alabanzas. Todas las aflicciones, por grandes, por penosas que fueren, te serán agradables si pides a Dios que te dé la fuerza necesaria para soportarlas, y si piensas en las promesas que hace Jesús en el Evangelio, a los que se resignan. ¿De dónde proviene que tan a menudo te veas agobiado de violenta pena, sino de que no piensas en Dios que puede consolarte, ni en el paraíso que espera a los que sufren con amor?

III. La muerte de San Sérvulo es aun más dichosa que su vida: nada teme y espera todo; al morir sólo deja dolores y miserias, para tomar posesión del remo de los cielos. Pobres que estáis afligidos, consolaos: la muerte vendrá a trocar vuestros dolores en alegría. ¡En cuanto a vosotros, los felices de este mundo, la muerte vendrá a cambiar vuestros gozos en dolores! Ancianos, ella está a vuestra puerta; jóvenes, ella os tiende asechanzas por doquier. (Guerrico).

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