El eclipse de la figura del padre y la violencia en la sociedad
2013-09-20
Es conocida la crisis de la figura paterna en la sociedad contemporánea. Por su función parental es el principal creador de límites para los hijos e hijas. Su eclipse ha provocado entre los jóvenes en las escuelas y en la sociedad un aumento de la violencia, que es precisamente la falta de consideración de límites.
El debilitamiento de la figura del padre ha desestabilizado la familia. Los divorcios han aumentado de tal manera que ha surgido una verdadera sociedad de familias de divorciados. No sólo ha ocurrido el eclipse del padre, sino también la muerte social del padre.
La ausencia del padre es, a todas luces, inaceptable. Desestructura a los hijos e hijas, borra el rumbo a la vida, debilita la voluntad de asumir un proyecto y conseguir una vida autónoma.
Es urgente reinventar la figura del padre sobre otras bases. Para ello, en primer lugar es de importancia fundamental distinguir entre los modelos de padre y el principio antropológico de padre. Esta distinción, pasada por alto en muchas discusiones, incluso científicas, nos ayuda a evitar malentendidos y a rescatar el valor inalienable y permanente de la figura del padre.
La tradición psicoanalítica dejó claro que el padre es el responsable de la primera y necesaria ruptura de la intimidad madre-hijo/hija y la introducción del hijo/hija en otro continente, el transpersonal de los hermanos/hermanas, abuelos, familiares y otras personas de la sociedad.
En el orden transpersonal y social prevalece el orden y la disciplina, el derecho, el deber, la autoridad y los límites deben valer entre un grupo y otro. Aquí la gente trabaja, entra en conflictos y realiza proyectos de vida. Por esta razón, los hijos/as deben demostrar seguridad, valor y disposición a hacer sacrificios, ya sea para superar las dificultades o para lograr algún objetivo.
El padre es el arquetipo y la encarnación simbólica de estas actitudes. Es el puente hacia el mundo social y transpersonal. El niño, al entrar en ese mundo nuevo, debe poder orientarse por alguien. Si le falta esta referencia, se siente inseguro, perdido, sin iniciativa.
Es en este momento cuando se establece un proceso de importancia fundamental para la psique del niño con consecuencias para toda la vida: el reconocimiento de la autoridad y la aceptación de los límites, que se adquiere a través de la figura del padre.
El niño viene de la experiencia de la madre, del regazo, de la satisfacción de sus deseos, del calor de la intimidad en el que todo es seguro, en una especie de paraíso original. Ahora, tiene que aprender algo nuevo: que este nuevo mundo no prolonga simplemente el de la madre; que en él hay conflictos y límites. Es el padre quien conduce al niño a reconocer esta dimensión. Con su vida y su ejemplo, el padre aparece como portador de autoridad capaz de imponer límites y establecer responsabilidades.
Es propio del padre enseñar al hijo/hija la importancia de estos límites y el valor de la autoridad, sin los cuales no ingresan en la sociedad sin traumas. En esta etapa, el hijo/hija se aleja de la madre, y puede incluso no querer obedecerla más, y se acerca al padre: busca ser amado por él y espera sus directrices para la vida. Es tarea del padre ayudar a superar esta tensión con la madre y recuperar la armonía con ella.
Llevar a cabo esta verdadera pedagogía es incómodo. Si cada padre concreto no la asume está perjudicando fuertemente a su hijo/hija, tal vez de forma permanente.
¿Qué sucede cuando el padre está ausente en la familia o hay una familia solo materna? Los niños parecen mutilados, se muestran inseguros e incapaces de definir un proyecto de vida. Tienen dificultad para aceptar el principio de autoridad y la existencia de límites. Una cosa es este principio antropológico del padre, una estructura permanente, fundamental en el proceso de individuación de cada persona. Esta función personalizadora no está condenada a desaparecer. Ella seguirá siendo internalizada por los hijos e hijas durante todo el ciclo de vida, como una matriz en la formación de la personalidad sana. Ellos la reclaman.
Otra cosa son los modelos histórico-sociales que encarnan el principio antropológico de padre. Estos son siempre cambiantes, distintos en los tiempos históricos y en las diferentes culturas. Pasan.
Una cosa, por ejemplo, es la forma del padre patriarcal del mundo rural con fuertes rasgos machistas. Y otra cosa es el padre de la cultura urbana y burguesa que se comporta más como amigo que como padre y se exime de poner límites.
Todo este proceso no es lineal. Es tenso y objetivamente difícil, pero imprescindible. Los padres deben estar coordinados, cada uno en su misión única, para actuar correctamente. Deben saber que puede haber avances y retrocesos, que pertenecen a la condición humana concreta, y son normales.
También es importante reconocer que por todas partes surgen figuras concretas de padres que se enfrentan a estas crisis con éxito, viven con dignidad, trabajan, cumplen con sus deberes, muestran responsabilidad y determinación, y así cumplen con la función arquetípica y simbólica para con sus hijos e hijas. Es una función indispensable para que maduren e ingresen en la vida sin traumas hasta que se hagan padres y madres de sí mismos. Es la madurez.
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