domingo, 5 de abril de 2015

EL VUELO DEL QUETZAL 17-18 (Pedro Casaldáliga)


2

POR LAS VEREDAS

DEL DIOS DEL PUEBLO
DESDE CENTROAMÉRICA


LA CRUZ

En primer lugar es muy importante "ver" la cruz. Porque hay muchos, incluso en la misma Centroamérica, que no ven la cruz en que Centroamérica está crucificada. Abrir los ojos. No quedarse en jaulas doradas. No permanecer voluntariamente ciegos.
Además de ver la cruz hay que "descodificarla". Hay que descifrarla. Ver sus causas, sus raíces, su estructura maléfica. Es decir, echar mano del análisis social.
Para nosotros, sin embargo, no basta con descodificar analíticamente esa cruz. Debemos "contemplarla". La contemplación: esa actitud más envolvente, más comprometida. Como María, sus compañeras y Juan... y todos aquellos jerosolimitanos testigos fieles, de pie junto a la cruz de Jesús, hasta el final, pese al miedo...
Sensibilizarnos. Sacudirnos. Darnos cuenta de que esa cruz nos toca, nos afecta, nos responsabiliza, incluso nos acusa, tiene mucho que ver con nosotros. No vayamos a desentendernos de nuestros hermanos, como Caín.
Para el cristiano toda cruz es condenación o salvación. No termina todo en que nos escandalicemos o en que nos parezca una locura. O nos salvamos o nos condenamos por la cruz. Simeón decía que Jesús iba a ser señal de contradicción...
Pedir perdón por encontrar a veces -tantas veces- justificaciones a la cruz. Justificaciones por conformismo, a causa de un cristiano dicotómico. Porque hay cristianos que piensan: "esta cruz centroamericana es una pena, pero no es problema nuestro, no es competencia nuestra, nosotros debemos ocuparnos solamente de predicar el evangelio...". (No sé qué evangelio, qué buena noticia...).
No debemos pensar narcisísticamente en nuestra propia cruz individual, sino en el pueblo crucificado, en ese colectivo Siervo de Yavé. Jesús no cargó su cruz, sino la cruz.
Nosotros, personalmente y en nuestro trabajo pastoral, debemos distinguir y ayudar a distinguir entre cruz y cruz. Yo termino un poema mío así: "maldita sea la cruz que no pueda ser Su cruz". las demás cruces son malditas. Hay que ayudar al pueblo de Centroamérica a distinguir entre cruz y cruz, entre cruz maldita y cruz bendita. Por desgracia, la Iglesia, secularmente, en este continente, multiplicando, utilizando los signos de viernes santo, de cruz, de pasión... ha dado a nuestro pueblo una actitud enfermiza, pasiva, angelista. Hemos hecho, con demasiada facilidad, un pueblo de crucificados, cuando es evidente que el evangelio no termina en la cruz.
La cruz del pueblo. El pueblo crucificado. La cruz en el pueblo. El pueblo en cruz.
El pecado del mundo: algo que está ahí, hecho a base de mucha cruz acumulada. Cruz de muchas cruces. Cruz estructurada. Una cruz colectiva, colectivizada, impuestamente colectiva, colectivamente impuesta, que puede ser también colectivamente asumida. Una cruz perpetuada. Porque si Centroamérica estuviera en cruz desde ayer... Pero van a ser 500 años...
Esta perspectiva de los 500 años nos debería sacudir, para que hiciéramos análisis más conscientes y para que tomáramos actitudes mas radicales. Se han sucedido los gobiernos, los regímenes, los imperios, los populismos, las soluciones... y seguimos ahí con esa cruz mortal, colectiva... Es que las soluciones que se dieron no son solución.
Si en algún lugar del mundo no caben los reformismos, ese lugar es Centroamérica.
Los causantes de la cruz tienen rostro propio y nombre y apellidos. Están en nuestras ciudades, y en nuestros caminos, en nuestras iglesias también... Ese es un desafío muy serio en América Latina, en Centroamérica: cómo comportarnos con los enemigos del pueblo, con los causantes de la cruz. Muchas amnistías, reconciliaciones y "puntos finales" que se propugnan por ahí nosotros sabemos que no son cristianos Una característica del cristianismo es la memoria. Jesús nos lo encomienda en la última cena: "hagan esto en memoria mía". Y la Biblia toda no es más que una memoria, recogida, escrita, sobre las maravillas de Dios. Pedir a los cristianos que pierdan la memoria sería pedirles que perdieran su identidad. Y nosotros tenemos memoria tanto del cautiverio como de la liberación. Tenemos tanto memoria del exilio como del retorno a la patria. Las totales amnistías o esos "puntos finales" no son cristianos. Hasta la moral más clásica pide la restitución. ¿Cómo vamos a olvidar delante de esos señores que no han robado simplemente gallinas al prójimo, sino que han robado vidas humanas a montón? Han de restituir. Las amnistías, los puntos finales que niegan la historia y niegan el proceso de los pueblos son injustos y no son cristianos. Posibilitan que sigamos en lo mismo. Es un tipo de reformismo fatal para nuestros pueblos.
Asesinan a Herbert Anaya, presidente de la Comisión de Derechos Humanos de El Salvador, y a los pocos días decretan una amnistía que absuelve a los propios asesinos de Anaya. Y eso después de Esquipulas...
Yo soy enemigo de la pena de muerte. Condeno toda pena de muerte. Pero la justicia, la restitución, el juicio, el castigo... tienen sentido, para beneficio incluso de los propios asesinos. Dejar al asesino, al perseguidor con su propio remordimiento es hacerle un mal...
La cruz tiene dos lados. Hay que saberla ver por los dos lados Por el lado de los crucificadores, por su parte, toda cruz es inicua. Por ese lado toda cruz es muerte. "Maldita sea la cruz". Porque los católicos nos hemos acostumbrado demasiado a aquello de "salve, cruz, única esperanza"... y eso hay que entenderlo, porque hay formas de entenderlo que no son cristianas...
Sólo los crucificados pueden hacer que la cruz sea redentora y liberadora. Quien no está en la cruz, quien no carga con la cruz, no entiende de cruz. También por esto es cierto eso que se acepta un poco festivamente por todas partes, de que "los pobres nos evangelizan". Debemos decir más: sólo los crucificados son capaces de hacer redentora y liberadora la cruz. Jesús, el Cristo, sólo fue liberador y redentor desde la cruz. Toda su vida fue un proceso de cruz, no sólo el viernes santo. Y en aquel punto culminante él llegó a ser plenamente redentor, plenamente liberador.
Sólo crucificadamente se puede ser cristiano. Una persona, una comunidad que no esté en la cruz no es cristiana, a priori. "Por la señal de la santa cruz...". Si falta esa señal... Eso es dogma de fe. Nosotros, que creemos en el Cristo resucitado, fuimos bautizados en su muerte de cruz, y sólo sumergiéndonos en su muerte de cruz podemos resucitar a su vida nueva. En ese sentido sí que sigue siendo válido aquello de la liturgia clásica: salve, cruz, esperanza única" Realmente, no hay otra esperanza.
Ninguna cruz debe ser asumida fácil, alegre, irresponsablemente. Sobre todo las cruces ajenas. Toda cruz debe ser asumida pascualmente. y para ello, debe ser asumida críticamente, reflexivamente, analizadamente. y dosificadamente. Es falso aquello de "cuanta más cruz, mejor". Es falso todo eso. Creer lo contrario sería llegar a afirmar que para el Dios de la Vida cuanta más muerte mejor. Jesús no buscó la cruz. Nos han presentado a veces a Jesús como un apasionado enamorado de la cruz, que iba detrás de ella... No. En la medida en que pudo huyó de la cruz: se camufló, cambió de identidad, "mintió" (decía que iba a un lugar y luego iba para otro)...
...Las tácticas y estrategias del Señor frente a la cruz. En este punto Centroamérica da unas lecciones muy grandes, que tienen sus raíces en primer lugar en el sufrimiento del pueblo: la resistencia "pasiva" del pueblo es muy activa. Es ésa una raíz típicamente indígena. Quien haya tenido contacto con los indígenas sabe que saben decir lo que tú quieres que te digan. Es la secular resistencia de nuestros pueblos centroamericanos...
Cuantas menos cruces, mejor. Ahora bien: toda la cruz que sea necesaria; sabiendo que sólo crucificadamente se es cristiano.
La cruz ha de ser asumida pascualmente. Como un paso. Como una mediación, como un medio necesario para el servicio y para la fidelidad al Reino.
Centroamérica, sin hacer retórica, por lo que de cruz es Centroamérica, es una hora de Dios, un lugar de Dios. Y también del diablo. Jesús, cuando estaba llegando su hora, ya la máxima hora suya, dijo también que era la "hora de las tinieblas". La hora de la luz y la hora de las tinieblas se conjugan. Están ahí. Y Centroamérica, lugar teológico y lugar de Dios, no hay duda de que es también en este momento lugar diabólico. Simultáneamente.
¡Cuántos mártires centroamericanos -laicos, religiosos, sacerdotes- viven tensiones gravísimas, angustias exasperantes...!
Mons. Romero volvió de Roma llorando. El Papa no le recibió bien. No le comprendió. Romero pasó por España, de vuelta, llorando. Volvió angustiadísimo. Jon Sobrino me escribió en aquella hora pidiéndome que le escribiera una carta a Romero, animándole. Estaba viviendo una situación tensísima, dramática.
El mismo Camilo Torres, que puede parecer un caso más extremo porque tomó las armas, dejó de celebrar la eucaristía... Cuando se lee su vida con un poco de detención se ve con qué seriedad tomó su vida. El era un hombre muy lúcido, muy preparado, coordinador de pastoral, responsable de la pastoral universitaria, íntimo del obispo. Había estudiado en Europa. Se había preparado en todos los sentidos... No asumió una opción así tan radical, a la ligera. No lo hizo porque no tuviera ideas más claras. Fue todo un proceso dramático, angustiante...
Nosotros ahora los recordamos como mártires, pero ellos pasaron por unas angustias gravísimas; las mismas que nosotros pasamos ahora, quizá en grado bien mayor.
Esto nos conforta, por un lado. Y por otro nos compromete. Pase lo que pase, no nos salimos de la Iglesia. Tengamos lo que tengamos que afrontar. Es la hora de Martirio en América Latina, en Centroamérica.
La cruz está ahí. Y de hecho, si alguno de nosotros quisiera prescindir de la cruz debería prescindir no sólo de la fe, de la Iglesia, sino también de la historia y de Cristo. Eso es evidente.
Dios no quiere la Cruz. Lo que Dios quiere es que asumamos la cruz salvadora y liberadoramente. La cruz por la cruz, no; de ningún modo.


«La salvación del pueblo ha de ser preferida a la paz de algunos hombres particulares. Por ello, cuando algunos por su perversidad son obstáculo para la salvación del pueblo el predicador y el doctor no deben temer ofenderlos a fin de garantizar justamente la salvación del pueblo». (Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica III, q. 42, a. 2c). 

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