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POR
LAS VEREDAS
DEL DIOS DEL PUEBLO
DESDE CENTROAMÉRICA
LA CRUZ
En primer lugar es muy
importante "ver" la cruz. Porque hay muchos, incluso en la misma
Centroamérica, que no ven la cruz en que Centroamérica está crucificada. Abrir
los ojos. No quedarse en jaulas doradas. No permanecer voluntariamente ciegos.
Además de ver la cruz
hay que "descodificarla". Hay que descifrarla. Ver sus causas, sus
raíces, su estructura maléfica. Es decir, echar mano del análisis social.
Para nosotros, sin
embargo, no basta con descodificar analíticamente esa cruz. Debemos
"contemplarla". La contemplación: esa actitud más envolvente, más
comprometida. Como María, sus compañeras y Juan... y todos aquellos jerosolimitanos
testigos fieles, de pie junto a la cruz de Jesús, hasta el final, pese al
miedo...
Sensibilizarnos.
Sacudirnos. Darnos cuenta de que esa cruz nos toca, nos afecta, nos
responsabiliza, incluso nos acusa, tiene mucho que ver con nosotros. No vayamos
a desentendernos de nuestros hermanos, como Caín.
Para el cristiano toda
cruz es condenación o salvación. No termina todo en que nos escandalicemos o en
que nos parezca una locura. O nos salvamos o nos condenamos por la cruz. Simeón
decía que Jesús iba a ser señal de contradicción...
Pedir perdón por
encontrar a veces -tantas veces- justificaciones a la cruz. Justificaciones por
conformismo, a causa de un cristiano dicotómico. Porque hay cristianos que
piensan: "esta cruz centroamericana es una pena, pero no es problema
nuestro, no es competencia nuestra, nosotros debemos ocuparnos solamente de
predicar el evangelio...". (No sé qué evangelio, qué buena noticia...).
No debemos pensar
narcisísticamente en nuestra propia cruz individual, sino en el pueblo crucificado,
en ese colectivo Siervo de Yavé. Jesús no cargó su cruz, sino la cruz.
Nosotros,
personalmente y en nuestro trabajo pastoral, debemos distinguir y ayudar a
distinguir entre cruz y cruz. Yo termino un poema mío así: "maldita sea la
cruz que no pueda ser Su cruz". las demás cruces son malditas. Hay que
ayudar al pueblo de Centroamérica a distinguir entre cruz y cruz, entre cruz
maldita y cruz bendita. Por desgracia, la Iglesia, secularmente, en este
continente, multiplicando, utilizando los signos de viernes santo, de cruz, de
pasión... ha dado a nuestro pueblo una actitud enfermiza, pasiva, angelista.
Hemos hecho, con demasiada facilidad, un pueblo de crucificados, cuando es
evidente que el evangelio no termina en la cruz.
La cruz del pueblo. El
pueblo crucificado. La cruz en el pueblo. El pueblo en cruz.
El pecado del mundo:
algo que está ahí, hecho a base de mucha cruz acumulada. Cruz de muchas cruces.
Cruz estructurada. Una cruz colectiva, colectivizada, impuestamente colectiva,
colectivamente impuesta, que puede ser también colectivamente asumida. Una cruz
perpetuada. Porque si Centroamérica estuviera en cruz desde ayer... Pero van a
ser 500 años...
Esta perspectiva de
los 500 años nos debería sacudir, para que hiciéramos análisis más conscientes
y para que tomáramos actitudes mas radicales. Se han sucedido los gobiernos,
los regímenes, los imperios, los populismos, las soluciones... y seguimos ahí
con esa cruz mortal, colectiva... Es que las soluciones que se dieron no son
solución.
Si en algún lugar del
mundo no caben los reformismos, ese lugar es Centroamérica.
Los causantes de la
cruz tienen rostro propio y nombre y apellidos. Están en nuestras ciudades, y
en nuestros caminos, en nuestras iglesias también... Ese es un desafío muy
serio en América Latina, en Centroamérica: cómo comportarnos con los enemigos
del pueblo, con los causantes de la cruz. Muchas amnistías, reconciliaciones y
"puntos finales" que se propugnan por ahí nosotros sabemos que no son
cristianos Una característica del cristianismo es la memoria. Jesús nos lo
encomienda en la última cena: "hagan esto en memoria mía". Y la
Biblia toda no es más que una memoria, recogida, escrita, sobre las maravillas
de Dios. Pedir a los cristianos que pierdan la memoria sería pedirles que perdieran
su identidad. Y nosotros tenemos memoria tanto del cautiverio como de la
liberación. Tenemos tanto memoria del exilio como del retorno a la patria. Las
totales amnistías o esos "puntos finales" no son cristianos. Hasta la
moral más clásica pide la restitución. ¿Cómo vamos a olvidar delante de esos
señores que no han robado simplemente gallinas al prójimo, sino que han robado
vidas humanas a montón? Han de restituir. Las amnistías, los puntos finales que
niegan la historia y niegan el proceso de los pueblos son injustos y no son
cristianos. Posibilitan que sigamos en lo mismo. Es un tipo de reformismo fatal
para nuestros pueblos.
Asesinan a Herbert
Anaya, presidente de la Comisión de Derechos Humanos de El Salvador, y a los
pocos días decretan una amnistía que absuelve a los propios asesinos de Anaya.
Y eso después de Esquipulas...
Yo soy enemigo de la
pena de muerte. Condeno toda pena de muerte. Pero la justicia, la restitución,
el juicio, el castigo... tienen sentido, para beneficio incluso de los propios
asesinos. Dejar al asesino, al perseguidor con su propio remordimiento es
hacerle un mal...
La cruz tiene dos
lados. Hay que saberla ver por los dos lados Por el lado de los crucificadores,
por su parte, toda cruz es inicua. Por ese lado toda cruz es muerte.
"Maldita sea la cruz". Porque los católicos nos hemos acostumbrado
demasiado a aquello de "salve, cruz, única esperanza"... y eso hay
que entenderlo, porque hay formas de entenderlo que no son cristianas...
Sólo los crucificados
pueden hacer que la cruz sea redentora y liberadora. Quien no está en la cruz,
quien no carga con la cruz, no entiende de cruz. También por esto es cierto eso
que se acepta un poco festivamente por todas partes, de que "los pobres
nos evangelizan". Debemos decir más: sólo los crucificados son capaces de
hacer redentora y liberadora la cruz. Jesús, el Cristo, sólo fue liberador y
redentor desde la cruz. Toda su vida fue un proceso de cruz, no sólo el viernes
santo. Y en aquel punto culminante él llegó a ser plenamente redentor, plenamente
liberador.
Sólo crucificadamente
se puede ser cristiano. Una persona, una comunidad que no esté en la cruz no es
cristiana, a priori. "Por la señal de la santa cruz...". Si falta esa
señal... Eso es dogma de fe. Nosotros, que creemos en el Cristo resucitado,
fuimos bautizados en su muerte de cruz, y sólo sumergiéndonos en su muerte de
cruz podemos resucitar a su vida nueva. En ese sentido sí que sigue siendo
válido aquello de la liturgia clásica: salve, cruz, esperanza única"
Realmente, no hay otra esperanza.
Ninguna cruz debe ser
asumida fácil, alegre, irresponsablemente. Sobre todo las cruces ajenas. Toda
cruz debe ser asumida pascualmente. y para ello, debe ser asumida críticamente,
reflexivamente, analizadamente. y dosificadamente. Es falso aquello de
"cuanta más cruz, mejor". Es falso todo eso. Creer lo contrario sería
llegar a afirmar que para el Dios de la Vida cuanta más muerte mejor. Jesús no
buscó la cruz. Nos han presentado a veces a Jesús como un apasionado enamorado
de la cruz, que iba detrás de ella... No. En la medida en que pudo huyó de la
cruz: se camufló, cambió de identidad, "mintió" (decía que iba a un
lugar y luego iba para otro)...
...Las tácticas y
estrategias del Señor frente a la cruz. En este punto Centroamérica da unas lecciones
muy grandes, que tienen sus raíces en primer lugar en el sufrimiento del
pueblo: la resistencia "pasiva" del pueblo es muy activa. Es ésa una
raíz típicamente indígena. Quien haya tenido contacto con los indígenas sabe
que saben decir lo que tú quieres que te digan. Es la secular resistencia de
nuestros pueblos centroamericanos...
Cuantas menos cruces,
mejor. Ahora bien: toda la cruz que sea necesaria; sabiendo que sólo
crucificadamente se es cristiano.
La cruz ha de ser
asumida pascualmente. Como un paso. Como una mediación, como un medio necesario
para el servicio y para la fidelidad al Reino.
Centroamérica, sin
hacer retórica, por lo que de cruz es Centroamérica, es una hora de Dios, un
lugar de Dios. Y también del diablo. Jesús, cuando estaba llegando su hora, ya
la máxima hora suya, dijo también que era la "hora de las tinieblas".
La hora de la luz y la hora de las tinieblas se conjugan. Están ahí. Y
Centroamérica, lugar teológico y lugar de Dios, no hay duda de que es también
en este momento lugar diabólico. Simultáneamente.
¡Cuántos mártires
centroamericanos -laicos, religiosos, sacerdotes- viven tensiones gravísimas,
angustias exasperantes...!
Mons. Romero volvió de
Roma llorando. El Papa no le recibió bien. No le comprendió. Romero pasó por
España, de vuelta, llorando. Volvió angustiadísimo. Jon Sobrino me escribió en
aquella hora pidiéndome que le escribiera una carta a Romero, animándole.
Estaba viviendo una situación tensísima, dramática.
El mismo Camilo
Torres, que puede parecer un caso más extremo porque tomó las armas, dejó de
celebrar la eucaristía... Cuando se lee su vida con un poco de detención se ve
con qué seriedad tomó su vida. El era un hombre muy lúcido, muy preparado,
coordinador de pastoral, responsable de la pastoral universitaria, íntimo del
obispo. Había estudiado en Europa. Se había preparado en todos los sentidos...
No asumió una opción así tan radical, a la ligera. No lo hizo porque no tuviera
ideas más claras. Fue todo un proceso dramático, angustiante...
Nosotros ahora los
recordamos como mártires, pero ellos pasaron por unas angustias gravísimas; las
mismas que nosotros pasamos ahora, quizá en grado bien mayor.
Esto
nos conforta, por un lado. Y por otro nos compromete. Pase lo que pase, no nos
salimos de la Iglesia. Tengamos lo que tengamos que afrontar. Es la hora de
Martirio en América Latina, en Centroamérica.
La cruz está ahí. Y de
hecho, si alguno de nosotros quisiera prescindir de la cruz debería prescindir
no sólo de la fe, de la Iglesia, sino también de la historia y de Cristo. Eso
es evidente.
Dios no quiere la
Cruz. Lo que Dios quiere es que asumamos la cruz salvadora y liberadoramente.
La cruz por la cruz, no; de ningún modo.
«La
salvación del pueblo ha de ser preferida a la paz de algunos hombres
particulares. Por ello, cuando algunos por su perversidad son obstáculo para la
salvación del pueblo el predicador y el doctor no deben temer ofenderlos a fin
de garantizar justamente la salvación del pueblo». (Santo Tomás de
Aquino, Suma Teológica III, q. 42, a. 2c).
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