sábado, 11 de abril de 2015

EL VUELO DEL QUETZAL 45 - 48 (SIGNIFICADO ESPIRITUAL DE NICARAGUA).(Pedro Casaldáliga)


SIGNIFICADO ESPIRITUAL DE NICARAGUA

-Pedro, ¿qué crees que significa Nicaragua en el mundo de hoy?
-Nicaragua es una frontera histórica. Nicaragua es un lugar crucial. Lugar crucial política, teológica, eclesialmente.
Nicaragua, un pueblo pequeño, a partir de una tradición de levantamiento contra el imperialismo, encarnado ese Espíritu sobre todo en la figura de Sandino, y asimilado ese Espíritu por una juventud revolucionaria -marxista por un lado, cristiana por el otro, marxistacristiana también-, que se levanta contra el imperialismo y ensaya una revolución original, autóctona, latinoamericana. Sandinista en este caso concreto. Una revolución anti-imperialista. Y, simultáneamente -para hacer honor a lo más profundo de la palabra revolución-, popular, al servicio del pueblo, en las transformaciones radicales que una revolución popular exige: tierra para los campesinos, cultura, alfabetización para todos, salud, alimento, arrumbamiento de privilegios de la burguesía y de la oligarquía -tan característica de Centroamérica y de América Latina toda-. A lo largo de toda la historia, imperios y oligarquías lacayas vienen consumiendo la riqueza y la paz de América Latina, desde hace quinientos años.
-¿ Cómo interpretas teológicamente a Nicaragua?
-Nicaragua, por esa convergencia de lo marxista y lo cristiano en lo sandinista -una experiencia realmente única- es un lugar teológico. El gran proceso del Reino de Dios se manifiesta históricamente en ese proceso, parcial sin duda, contingente, pero muy importante, humanísimo, de una revolución popular. Dios pasa por Nicaragua Liberador de la esclavitud del Imperio y de la marginación a la que el pueblo nicaragüense venía siendo secularmente sometido. Por esa convergencia, por esa presencia profética del Dios de la liberación, la Iglesia en Nicaragua se siente interpelada, y responde, o no responde. Inicialmente, la Iglesia entera, como Nicaragua toda, porque la figura de Somoza encarnaba la miseria del pueblo, la represión, la muerte... La Iglesia entera -más o menos conscientemente, más o menos comprometida- se pone del lado de la revolución ya prácticamente victoriosa.
Después vienen los compromisos reales: asumir el proceso, acompañarlo... Y ahí se da la conocida división de la Iglesia de Jesús en Nicaragua. Los cristianos llamados revolucionarios, que saben vivir su fe en el proceso y contribuir al mismo como fermento y luz y sal del evangelio. Y los cristianos que, o por inconsciencia o por una ideología coartada o por vinculación con intereses de la propia burguesía, no saben lanzarse a ese proceso. El conflicto histórico que en estos últimos años viene viviendo la Iglesia como dividida en Nicaragua representa para toda América Latina una experiencia, una amonestación, un ensayo.
Nicaragua es para América Latina una experiencia única de revolución autóctona latinoamericana, popular, en sus aspiraciones mayores. Una revolución contra el imperialismo que, como dominó secularmente en Nicaragua, dominó secularmente en todo el continente. Es una experiencia de compromiso cristiano en una fe sin dicotomías que sabe conjugar la Biblia y la vida, el Reino con la historia. Es un desafío para que la Iglesia de Jesús sepa poner sus estructuras al servicio del Reino también en los procesos contingentes e históricos de cada pueblo.
Hemos dicho repetidamente que Nicaragua -lugar crucial para América Latina y, más concretamente, de inmediato, para Centroamérica-, si falla, cierra el camino a otras posibles experiencias de transformación radical de la sociedad latinoamericana con la presencia, con la contribución de los cristianos.
-¿Cómo ves, globalmente, la Iglesia de Nicaragua?
-La Iglesia de Nicaragua es la Iglesia de América Latina, con todas sus luces y sus sombras. Con una religiosidad popular, tradicional, inmediatista, milagrera, un poco pasiva y, simultáneamente, una iglesia que ha penetrado el alma, las estructuras todas de este pueblo. Al mismo tiempo, en Nicaragua la Iglesia es comunidad eclesial de base, centros de apoyo a estas comunidades, mucho martirio, mucha celebración real e histórica y vivencial de la pascua de Jesús... La fe del pueblo nicaragüense es una fe tan dramática en ciertas ocasiones como alegre.
La Iglesia y la fe cristiana en Nicaragua han propiciado un diálogo con el marxismo, con la revolución, un diálogo que ninguna otra Iglesia, ninguna otra fe han propiciado en ningún otro lugar del mundo. Por otra parte, la misma tensión interna de la Iglesia y el proceso, el momento de superación de esta tensión mayor que estamos viviendo, creo que es también una sufrida contribución de la fe de la Iglesia de Nicaragua a las otras Iglesias de Centroamérica, de Latinoamérica. En Nicaragua pasaron, o pasan aún, lo que otros ya podrán experimentar posiblemente de un modo menos tenso. Yo creo que el mismo Vaticano ha aprendido bastante del conflicto de la Iglesia en Nicaragua.
-En Nicaragua la palabra-símbolo del conflicto es la "Iglesia popular". Reflexionemos sobre ello. ¿Qué sería una Iglesia popular?
-En primer lugar yo quiero lamentar una vez más que se haya perdido la libertad y hasta la alegría de usar esta expresión. Varias veces se lo he "reclamado" a nuestros teólogos, que por una docilidad explicable en medio de ciertas persecuciones que los buenos teólogos de América Latina vienen sufriendo, se vieron obligados a renunciar a una expresión llena de sentido y de legitimidad.
Si decimos Iglesia jerárquica, con más razón podemos decir Iglesia popular. Por dos motivos: la Iglesia tiene jerarquía, pero "es" pueblo, Pueblo de Dios. La jerarquía es minoritaria en la Iglesia, es un servicio a la Iglesia y, a partir de la Iglesia, al mundo. Mientras que el pueblo, ese Pueblo de Dios, es la inmensa mayoría.
Por otra parte, hablar de Iglesia popular significaría, significa una Iglesia en la base, donde están los pobres. Una Iglesia en el lugar donde se puso Jesús. Una Iglesia en el pueblo que se reconoce, que recobra su identidad, que asume su proceso.
Para nosotros, en esta América Latina, hablar de pueblo prácticamente es hablar de pueblo en proceso histórico. Más aún, pueblo en proceso histórico de liberación. En Brasil, por ejemplo, distinguimos normalmente en los encuentros de pastoral, de teología o de trabajo popular, entre masa y pueblo. Masa, pueblo, comunidad, liderazgo...
Bíblicamente hablando, el pueblo de Dios, "el pueblo que no era pueblo, que es pueblo ahora...". "Ellos serán mi pueblo, y yo seré su Dios".
En fin, se trata de una expresión tan hermosa que yo hago votos porque sea recobrada, sin rubores, sin ceder a incomprensiones, que podrán partir de la mejor buena voluntad, pero que ciertamente no parten de lucidez teológica ni de visión comprometida pastoral, y que posiblemente, sin querer, le están haciendo el juego a los que no quieren que el pueblo sea pueblo, a los que no quieren que la Iglesia sea pueblo, a los que no quieren que el pueblo se haga Iglesia.
Iglesia popular... Diría algunos sinónimos: Iglesia comunitaria, Iglesia participativa, Iglesia realmente inculturada, Iglesia autóctona. Creo que se trata de valores indispensables en la verdadera Iglesia de Jesús.
-¿Iglesia popular e Iglesia de los pobres serían términos semejantes?
-Iglesia popular sería Iglesia de los pobres conscientes, que se organizan, en proceso, en fermento de liberación...
-Dice Leonardo Boff que Iglesia popular no se opone a Iglesia jerárquica, sino a Iglesia burguesa...
-Evidente. Y se opone también a Iglesia clerical, en el sentido peyorativo de la palabra (una Iglesia clericalizada). La Iglesia popular acaba siendo la Iglesia pueblo de Dios, que opta realmente por los pobres, que se pone en su lugar, que toma partido por ellos, que asume su causa y sus procesos. Una Iglesia también que tira de la jerarquía y del clero, tira de la teología, tira de la liturgia, tira del mismo derecho canónico y le hace bajar en una kénosis histórico-pastoral al lugar en que realmente se puso Jesús, que es el mismo pueblo.
-¿ "Iglesia burguesa" sería una contradicción ?
-Evidente, evidente.
-¿No puede existir una Iglesia burguesa?
-Pregunto: ¿cuál sería el real código canónico evangélico de la Iglesia? y respondo: el mandamiento nuevo, las bienaventuranzas. En una Iglesia burguesa, Iglesia de privilegio, Iglesia de explotación de las mayorías, Iglesia de expulsión de las mayorías... ¿caben las bienaventuranzas? Una Iglesia burguesa ya no sería la Iglesia de Jesús.
-¿Es que el bautismo, la conversión, exigiría cambiar de clase?
-Pregunto: ¿no es acaso el bautismo un sumergirse en la Pascua, en la muerte, en la resurrección? Ese sumergirse en la muerte de Jesús, evidentemente, ha de ser la muerte del egoísmo, la muerte del privilegio acumulativo y excluidor. Y, en ese sentido, la muerte a una vida burguesa. Una vida burguesa es una vida pecaminosa, estructuralmente pecaminosa.
-Según todo esto, la conversión exigiría ponerse de parte de los pobres. ¿Exigiría también participar en un partido?
-Ciertamente que hay que relativizar los partidos. Pero, evidentemente que si la dimensión política, la caridad política, la santidad política... son derivaciones connaturales de una vivencia cristiana consciente, encarnada, histórica, esta dimensión política exigiría normalmente, en la realidad actual de la vida política de los pueblos, la participación en la política partidaria.
Es evidente que hoy día en muchos sectores de izquierda incluso se relativiza cada vez más el partido. Ya fue con demasiada frecuencia el partido algo absoluto. Yo digo muchas veces: no hagáis del partido la Causa. La Causa es el Pueblo. El partido es apenas un instrumento. Pero continúa siendo mediación normal en la vida de la mayor parte de las sociedades y naciones.
-¿Qué responderías a la objeción de que la Iglesia es para todos, de que está por encima de las opciones políticas?
-Respondería que Cristo también vino para todos, y optó por los pobres. Y condenó a los ricos. Y rechazó el privilegio. Y fue sentenciado, torturado, ejecutado y colocado en la cruz por los poderes del latifundio, de la ley, del imperio.
No es posible pensar que el evangelio sea para todos por igual. Lo peor que se podría decir del evangelio es que el evangelio es neutro. Yo suelo decir: el evangelio es para todos, a favor de los pobres y contra los ricos. Y me explico.
A favor de los pobres en lo que tienen ellos de pobreza evangélica, y contra la marginación y quizá la desesperación en que les toca vivir. Y contra los ricos: contra la posibilidad, la capacidad que ellos tienen que vivir en un privilegio que expolia a la inmensa mayoría de los hermanos, contra la capacidad de explotar a esos hermanos, contra la insensibilidad en que ellos viven, contra la idolatría en que ellos están sumidos.
En nuestro pequeño catecismo de São Félix hemos hecho hincapié en la parte final en esto, cuando en la parte final, al referirnos a la moral cristiana, a la ley fundamental, poníamos, además de los 10 mandamientos y las bienaventuranzas, las malaventuranzas de Jesús.
El rico, normalmente hablando, está excluido del Reino de los cielos. Sólo puede entrar en él si deja de ser rico.
-¿Qué podemos esperar de Nicaragua?, ¿qué le podemos pedir?
-De Nicaragua esperamos que se mantenga fiel a la autoctonía de su revolución. Que siga siendo, a pesar de la agresión, del cerco económico, de la incomprensión de sectores de la misma iglesia, de la contrainformación a que se siente sometida, que se mantenga fiel a la autoctonía de su revolución latinoamericana, sandinista, popular. Que sea una revolución "al servicio", sin burocracias de partido, sin privilegios de cúpula, sin distorsión de la utopía primera que llevó a tantos al martirio. Que siga siendo siempre una revolución poética, juvenil, utópica, para ser una revolución verdaderamente popular y latinoamericana.
Le pedimos a Nicaragua, simultáneamente, que sepa vivir la revolución cristianamente -estoy hablando de los cristianos-. Que la Iglesia de Jesús, en un proceso que se vive al servicio del pueblo, sepa dar la contribución crítica, esperanzada y comunitaria del mismo evangelio.
Todos esperamos que Nicaragua "no se raje", que no se rinda, que no se pierda los nervios delante de la contrainformación, delante de un cerco económico, delante de una agresión militar de guerra de baja intensidad que quiere desestabilizar la revolución por dentro del propio país y justificar delante de la opinión pública mundial la misma intervención en caso extremo.
Le pedimos a Nicaragua, también, no que exporte revolución (cada país hará autóctonamente la suya), pero sí que sea ejemplo fraterno, una esperanza fundada que devuelva a los países de Centroamérica y de América Latina la extraordinaria solidaridad con que ella misma ha sido agraciada tan tiernamente por todos los espíritus revolucionarios del mundo, por tantos pueblos hermanos.
Le pedimos a Nicaragua que no traicione ni la sangre de sus mártires ni el llanto de sus madres ni el sueño de sus niños. Que no defraude a los ojos del mundo entero, que la miran como la nación más importante de la actual historia humana en orden a una transformación radical de la sociedad.
-Por último: ¿qué podemos esperar de la Iglesia de Nicaragua? ¿qué podemos pedir a la Iglesia de Nicaragua ?
-A esas "dos Iglesias" que quieren ser la única Iglesia de Jesús, podemos pedirles que se confronten siempre con ese proceso mayor del Reino, que las juzgará, con la suprema referencia del evangelio y la otra segunda suprema referencia del propio pueblo: sus necesidades, sus aspiraciones, su ritmo.
Que la jerarquía nicaragüense sea realmente capaz de dialogar. Que el gobierno nicaragüense en su diálogo con la Iglesia sepa exigirle capacidad de profecía, de servicio fraterno, de esperanza pascual.
Que la Iglesia llamada de los pobres más comprometida con el pueblo no se exaspere por incomprensiones, por cercos, por censuras. Que deje de lado lo que podría ser una irritación más casera y se dedique al trabajo diario de las comunidades eclesiales, a la producción material de formación teológica, catequética, pastoral, a los ministerios de la frontera y de la consolación. Y que sepa vivir, más allá de sus propias murallas coyunturales, en unión fraterna con tantas iglesias hermanas, con tantas comunidades eclesiales de base que en América Latina, en el Tercer Mundo, en el mundo entero tratan de vivir el evangelio de un modo realístico, histórico, comprometido, siendo Iglesia pobre e Iglesia de los pobres, Iglesia libre e Iglesia de la liberación.
Veo a Nicaragua, veo a Centroamérica como un lugar crucial donde la presencia del Dios liberador, la dominación, la dependencia de los pueblos, de unos pueblos pequeños, secularmente dominados, y la voluntad de autonomía, de independencia, de identidad de esos mismos pueblos, se conjugan en un desafío, en un drama, en una esperanza únicos.
Creo yo que hoy, Nicaragua muy concretamente, por lo avanzado de su proceso, y toda América Central en general, es el lugar más importante del mundo para que se pueda vivir a la luz de la fe en el Dios de Jesucristo un proceso integralmente liberador, una revolución que sea verdaderamente autóctona, que responda a la cultura, a las necesidades de un pueblo, de unos pueblos concretos, y que simultáneamente camine iluminada, criticada, potenciada por la misma fe cristiana en ese Dios Padre de Jesús, nuestro Dios y Padre.
Yo pienso que la Iglesia en Centroamérica, en Nicaragua, sólo puede responder con gratitud a ese mismo Dios que le proporciona un espacio de profecía, de testimonio, de martirio también ciertamente. Y la Iglesia del mundo entero, la Iglesia católica, las Iglesias cristianas, como todas las personas y organismos, toda la humanidad capaz de desear la liberación, el respeto mutuo, la autonomía, la justicia y la paz de los pueblos, no pueden sino apoyar con una solidaridad lúcida, concreta, permanente, intensiva, este proceso de liberación que Nicaragua vive, que está empezando a vivir y que necesita apasionadamente toda Centroamérica.
No me puedo despedir de Centroamérica. Centroamérica es el eje del nuevo mundo. Por ella pasa hoy el Dios de Jesús. Por ella pasa nuestra propia historia. Y ésta debería ser la nueva conciencia, el compromiso de urgencia que todos nosotros asumimos y tornaremos eficaz, compartido, diario. Nicaragua es Centroamérica. No me despido de Nicaragua. Y espero que no se despida de ella ninguno de mis amigos, ninguno de mis compañeros de camino, ningún humano sensible a los derechos de la Justicia y a las búsquedas de la liberación. ¡Debemos centroamericanizarnos!
Seleccionado de J.M. VIGIL, Nicaragua y los teólogos, Edit. Siglo XXI, México 1988


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