jueves, 23 de abril de 2015

Nuestros niños de mañana (Virtudes y Valores)

Nuestros niños de mañana
Cuando nos preguntamos qué será de nuestros niños el día de mañana nos alegramos porque sabemos que la respuesta definitiva está, de manera importante, en nuestras manos.


Por: Juan Albeto Armendariz | Fuente: Equipo Gama-Virtudes y valores






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Quizá todos pasamos por la misma experiencia. Somos niños y llega a casa visita de la tía María, de la comadre sabelotodo o de la tierna abuelita. Y si bien nos va nos dan gran posibilidad en la pregunta que suelen hacer: «Miguel: ¿tú qué quieres ser de grande…?» Por que hay otras ocasiones en las que la pregunta, con un tono un poco más vivaz, va por el estilo: «¿Miguel, verdad que cuando seas grande quieres ser físico-químico-matemático como tu papá? » Pues parece que permanecemos en las eras antiguas. Las huellas del papá siempre marcaban el camino. Y a los niños casi se les corta la respiración…

La pregunta es la de siempre. ¡Uf! Sin embargo, cosa amena, en los niños florece una gran variedad de insondables respuestas. Encontramos desde el deportista que inflándose de orgullo y exhibiendo sus dotes atléticos con estruendosa voz replica: «¡Torero, corredor o futbolista! », mientras que las cejas de los padres se levantan. Nos topamos con los cerebrales quienes a sus cumplidos once años, bajan la cabeza, meditan profundamente la cuestión, respiran profundo, miran a través de sus intelectuales gafas y con aire solemne, majestuoso, responden: "ingeniero electrónico o en su defecto licenciado en sistemas computacionales…" y la noticia casi la publican en el periódico. Encontramos a los más altruistas quienes sonríen con una cara de pícaros y entre algo de divino responden: sacerdote o astronauta… - y ante la perplejidad de la asamblea, les basta replicar: "es sólo para estar más cerca de Dios." Pero los más prácticos y astutos, fruncen las cejas, buscan el modo de escapar ante el interrogante y viendo que el reloj se hace tarde para salir a buscar a los amigos les es suficiente con articular un escueto “no sé”, y asunto arreglado. La pregunta se aplazará para otro día y otra ocasión. Y eso les basta pero en definitiva, lo que de verdad quieren reflejar detrás de cada respuesta es sacar a la luz tantos valores que les hayan enseñado sus padres y familiares.

A nosotros los adultos siempre nos da alegría saber qué cosa serán los niños del mañana. Tenemos una semilla de curiosidad. Nos alegramos viendo como esos pequeñines que un día observamos corriendo detrás de un balón, jugando a las escondidas, paseando a las muñecas y haciendo de las suyas –porque para eso no les hace falta el tiempo- se preparan sin saber, para el día de mañana. Porque también nosotros fuimos niños hace algún tiempo. Crecimos y llegamos a ser adultos, porque la niñez jamás ha sido eterna.

¿Qué será de nuestros niños de mañana? Parece una pregunta sencilla y fácil que requiere, sin embargo, una reflexión profunda.

Cuando somos niños queremos llegar a ser adultos. Y cuando somos adultos, nos sosegamos contemplando a los niños. Siendo niños vamos al kinder. Usamos pantaloncillo corto, shorts. Soñamos con aquel día en que pasaremos a llevar los pantalones largos. Nos entusiasmamos cuando nuestros padres nos llevan a eventos importantes vestidos con nuestro traje de ejecutivo, sin arruga ni doblez. Y nos vemos en el espejo. “Me parezco cada vez más a mi papá.” Las niñas comienzan a dejar de lado a las muñecas y las comiditas. Se meten de verdad a la cocina y como por instinto les vienen las ideas de pedir a mamá que les enseñe a hacer tartas de manzana. Van al espejo y se quieren peinar como la mamá.

Los niños nunca olvidan el ejemplo de sus padres. La mayor alegría que reciben los padres llega inesperada un cierto día. Los ojos de los pequeñines se clavan en la mirada de sus papás y aunque no articulen palabra desde el interior lo han dicho todo: “Cuando sea grande quiero ser como tú.” Quizá también algún día nosotros lo dijimos. Imitan la firma, el tono de voz y hasta la manera de tomar el teléfono.

Los niños del mañana serán, en buena parte, lo que seamos los padres de hoy. Esta historia tiene tanto de verdad como de historia. Cierta mañana un labrador se levantó muy temprano abrió las ventanas, y viendo en el valle su espíritu se exaltó. Y gritó: “Campo, ¿qué me darás en este año?” Su eco llenó toda la colina y una suave brisa desde la lejanía acarició su rostro. Nítida y suavemente escuchó clara la respuesta. “Lo que tú me des. Si me das trigo, trigo; si maíz, maíz te daré…” Lo que nosotros les demos a los niños hoy, eso lo serán mañana.

Por ello los adultos tenemos la gran responsabilidad de saber orientar a los pequeños. Los niños son como esas figuras de barro o plastilina. Se comienzan a moldear poco a poco. Se puede lograr con ellos grandes cosas: figuras y personajes de renombre. Poco importa lo que ellos deseen ser cuando crezcan, lo que importa es dejar sembrado en ellos una semilla que sola, con el pasar del tiempo, comenzará a germinar.

Los niños lo recuerdan todo. Y sobre todo hay tres cosas que nunca olvidan. Lo primero que retienen en su memoria es la fuente de cariño que se les dio en casa. Recuerdan los día en que mamá los recibía con la sopa caliente. Aquella sonrisa en el rostro. Es verdad, con mil preocupaciones, pero jamás sin esa sonrisa. Porque cuando hay amor en el hogar nunca falta la alegría.

Lo segundo que conservan es el ejemplo de esfuerzo. Todas aquellas mañanas de idas al colegio. No sólo por lo que les cuesta levantarse, sino por el ejemplo de papá y la mamá que les prepararon el desayuno, les alinearon el uniforme, les dieron una palabra de aliento y se despidieron con un beso antes de dejarlos en la escuela. Este tipo de hechos valen más que mil palabras.

Lo tercero se refleja en ese aire de valores que los niños aprenden en su primera escuela que es el hogar: a rezar por la mañana, a ayudar a las personas más necesitadas, y sobre todo esa fuerza que tildarían de casi sobre humana en los momentos más difíciles. Porque, creámoslo o no, a los niños se les grava ver la luz encendida del despacho de papá a las altas horas de la noche; un acto de honestidad con algún cliente; ver como su familia hace un acto de caridad con el limosnero de la calle.

Dice un viejo refrán: “De tal palo, tal astilla.” Es algo que cada día comprobamos. Por ello cuando nos preguntamos que será de nuestros niños el día de mañana nos alegramos, porque sabemos que la respuesta definitiva está, de manera importante, en nuestras manos.

 
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