León Dehon nace el 14 de marzo 1843 en La Capella, en Francia, diócesis de Soissons. Se alegrará de ser bautizado el 24 de marzo, en la vigilia de la Anunciación, “uniendo –escribe- mi bautismo al Ecce venio de Nuestro Señor”. Y así dirá a sus hijos los Sacerdotes del Corazón de Jesús: “En el Ecce venio y en Ecce Ancilla se encuentran toda nuestra vocación y misión”. Una tierna y filial devoción a la Virgen lo llevará a la contemplación apasionada del Corazón del Salvador atravesado en la cruz. El Corazón de Jesús y el Corazón de María, serán luz y fuerza para toda su larga vida.
De su familia, distinguida y apreciada, el joven Dehon recibe las características de nobleza de ánimo y distinción que lo hicieron rico en humanidad y abierto a relaciones de amistad con personalidades civiles y eclesiásticas durante su larga existencia. Particularmente daba gracias Dios “por el regalo de una madre que lo había iniciado en el amor al Corazón de Jesús”.
Durante sus estudios humanísticos, favorecido por la guía espiritual de sacerdotes eminentes en ciencia y virtud, siente la primera llamada al sacerdocio en la Navidad de 1856. Su padre, que tenía proyectos de una brillante posición social, intenta impedírselo enviándolo a estudiar a la Sorbona, en París, en la que, a sus 21 años, consigue el doctorado en derecho civil. Sus contactos con S. Sulpicio “donde reinaba un espíritu sacerdotal, refuerza su atractivo por el sacerdocio”. El padre, como queriendo quitarle la idea del sacerdocio, le ofrece un largo viaje por Oriente. El joven Dehon se alegra de recorrer sobre todo la tierra de Jesús y, a su vuelta, sin ceder a las presiones familiares, se para en Roma. Al Papa Beato Pío IX le confía su propia vocación. Y el Papa, en quien admira “la bondad unida a la santidad”, le invita a entrar en el seminario francés de Santa Clara”. Lo hará en octubre de 1865: “por fin me encuentro en mi verdadero ambiente: ¡era feliz!”.
Ordenado sacerdote el 19 de diciembre 1868, en S. Juan de Letrán, encuentra, junto a la alegría de su ordenación sacerdotal, la de la vuelta de su padre a la práctica religiosa. Después de la fuerte experiencia eclesial, como estenógrafo del Concilio Vaticano I, vuelve a su diócesis de origen, Soissons, obedeciendo a su Obispo, que lo nombra el último de los vicarios de S. Quintín. Con cuatro doctorados (derecho civil y canónico, teología y filosofía) y sobre todo con una sólida formación espiritual y eclesial, manifestará todo su fervor y sensibilidad en múltiples iniciativas pastorales y sociales: participará a los primeros congresos de asociaciones obreras, fundará un periódico católico, dará vida al Patronato de S. José para acoger y formar a jóvenes obreros y después fundará el Colegio de San Juan.
Nombrado por el Obispo confesor y director espiritual de las Siervas del Sagrado Corazón, podrá escribir: “Esta circunstancia providencial preparó la orientación de toda mi vida”. Si, porque a pesar de una actividad pastoral frenética, el canónigo Dehon se sentía atraído por la vida religiosa. El proyecto de amor y reparación al Corazón de Jesús que animaba el instituto de las Siervas, esperaba ser compartido por una congregación sacerdotal. Acompañando a su Obispo, en un viaje a Roma, pasando por Loreto, parada y etapa fundamental, fuente de inspiración originaria para su fundación, escribirá: “Aquí nació la Congregación en 1877”. En aquella casa, que siempre le recordará el hecho de la encarnación, en el Ecce Venio y el Ecce Ancilla, en los que intuye cuál debe ser el núcleo espiritual y dinámico de la Congregación.
El 28 de junio de 1878, fiesta del Corazón de Jesús, en el Colegio de S. Juan, emite sus primeros votos religiosos, como primer Oblato del Corazón de Jesús, uniendo el de víctima de amor y reparación. Por eso quiso llamarse Juan del Sagrado Corazón, nombre con el que se inició la Causa de Beatificación. Comienzan años de actividad ferviente, de florecer vocaciones, pero también de dificultades, incomprensiones y pruebas dolorosas, que llegarán hasta la supresión de la joven Congregación con el Consummatum est de 1883. El P. Dehon se siente “aplastado y machacado”, pero el gran sufrimiento es ocasión de una espléndida declaración de sumisión a la voluntad de Dios y de la Iglesia. La prueba será el amanecer del Instituto, con el nombre de “Sacerdotes del Corazón de Jesús”. Y el volver a nacer, el proyectarse hacia compromisos misioneros, apostolado social, misiones populares y evangelización. Recibido el Decretum laudis el 25 febrero 1888, va a Roma a agradecer al Papa León XIII, que lo anima a predicar sus encíclicas, a colaborar con los sacerdotes, a crear casas de adoración, ir a misiones lejanas: “Es la misión que nos confía el Papa”, anotará con alegría.
Otros Vía crucis se abren para él: calumnias sobre su comportamiento, dificultades con la diócesis, oposición dentro del Instituto. Parecía todo perdido e infamado. En el retiro ignaciano hallará la serenidad y renovará su pacto de amor: “Me ofrezco completamente a N. Señor para servirlo en todo y hacer su voluntad. Estoy pronto para sufrir lo que Él quiera con la ayuda de su gracia”.
Más tarde, meditando sobre las pruebas tan dolorosas de su vida, escribirá: “N. Señor ha aceptado mi oblación. Quería hacer una obra importante. Por eso hizo zanjas tan profundas”. La fecundidad de la cruz que el P. Dehon aceptó con fe, en espíritu de amor y de reparación, llevó a una consolidación y fuerte expansión de la congregación. Sostenido por la benevolencia de León XIII, Pío X, Benedicto XV, Pío XI, a los que profesó una devoción fiel y empeñada, el P. Dehon siguió incansable su misión, con escritos, la revista El Reino del Corazón de Jesús en las almas y en las sociedades, las conferencias (famosas en Roma y en Milán) la participación a congresos, y sobre todo las numerosas fundaciones de la Congregación: “El ideal de mi vida -dejó escrito en las últimas páginas de su diario-, el voto que formulaba con lágrimas en mi juventud era ser misionero y mártir. Me parece que este voto se ha cumplido. Misionero lo soy, por los más de cien misioneros por todo el mundo; mártir por que N. Señor dio cumplimiento a mi voto de víctima”.
Hombre incansable a pesar de su fragilidad física, sostenido por una fe profunda y genuina, hecha “de certeza en la confidencia”: la roca sobre la que el P. Dehon había construido el edificio de su vida y de su misión. De ella provenía el optimismo cristiano y constante, que superando toda prueba lo llevaba a mirar hacia delante con esperanza: “tenía una fe radiante que la manifestaba en la predicación y con el ejemplo, con un amor ardiente al Corazón de Cristo”. Amor y reparación eran sus grandes preocupaciones: reparación eucarística mediante la adoración confiada a sus religiosos como misión en la Iglesia; reparación social mediante la justicia y caridad como caminos hacia una “civilización del amor”. En la contemplación del Corazón de Cristo llega a aquello que fue considerado como una constante de su personalidad: la bondad luminosa que lo rodeaba de un atractivo y afecto grandes, especialmente entre los jóvenes, llegando a ser conocido como el “Trés Bon Père”.
Había en él un admirable equilibrio de virtudes humanas, en la simplicidad y en contexto de la vida ordinaria, que él con el celo apostólico y ascesis mística, con la gracia del Señor, hizo sobrenaturales en el esfuerzo constante hacia la perfección sacerdotal y religiosa, un ejemplo de sacerdote y religioso para los tiempos modernos.
El Padre Dehon muere en Bruselas el 12 de agosto de 1925. Volviendo su mano hacia la imagen del Corazón de Jesús, con voz clara, exclamó: “Por Él vivo, por Él muero”. A sus hijos espirituales, los Sacerdotes del Corazón de Jesús (llamados también dehonianos y reparadores), y a todos los que ven en él un padre y un guía para vivir en el Evangelio en la espiritualidad del Corazón de Cristo, la Familia Dehoniana actual, ha dejado en su estamento espiritual escrito: “Os dejo el más maravilloso de los tesoros. El Corazón de Jesús”.
“El reino del Corazón de Jesús en las almas y en las sociedades”, así compendiaba sus más altas aspiraciones y la misión de la Familia Dehoniana en la Iglesia: El reino de la civilización del amor.
Oremos
Confesamos, Señor, que sólo tú eres santo y que sin ti nadie es bueno, y humildemente te pedimos que la intercesión del Beato León Gustave Dehon venga en nuestra ayuda para que de tal forma vivamos en el mundo que merezcamos llegar a la contemplación de tu gloria. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
San Wilfrido York
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Arzobispo de York, 709.
San Wilfrido fue uno de los más grandes prelados de la Iglesia anglosajona, constructor de monasterios, y monje él mismo, organizador de iglesias, propulsor de la cultura eclesiástica, defensor de los derechos de Roma frente a la política absorbente de los reyes ingleses.
Como más tarde San Anselmo, anduvo gran parte de su vida peregrinando por el continente por haber sido expulsado de su tierra.
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