jueves, 4 de junio de 2015

San Felipe Smaldone - Beato Antonio Zawistowski y Estanislao Starowieyski - San Metrófano de Bizancio - San Optato de Milevi 04062015


San Felipe Smaldone

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San Felipe Smaldone, presbítero y fundador
En Lecce, de la Apulia, san Felipe Smaldone, presbítero, que se dedicó a atender a los sordos y ciegos indigentes, y para instruirlos humana y cristianamente fundó el Instituto de Hermanas Salesianas de los Sagrados Corazones.
La vida de Felipe Smaldone, que se extiende desde 1848 a 1923, estuvo marcada por décadas particularmente densas de tensiones y contrastes en varios campos y sectores de la vida de la sociedad italiana, especialmente en su patria de origen y en la misma Iglesia. Nació en Nápoles el 27 de julio de 1848, el año de los famosos «motines de Nápoles ». Cuando tenía doce años, la monarquía borbónica, a la cual su familia estaba fuertemente unida, fue derrocada, y la Iglesia, con la conquista de Garibaldi, sufrió momentos muy dramáticos, que terminaron en el destierro del cardenal Arzobispo de Nápoles Sisto Riario Sforza.

Ciertamente no se vislumbraba un futuro favorable y prometedor, especialmente para la juventud, que padecía los « dolores del parto » del nuevo curso socio-político-religioso. Ahora bien, fue en esa fase de crisis institucional y social que Felipe tomó la decisión irrevocable de optar por el sacerdocio y de ponerse para siempre al servicio de la Iglesia, que veía en dificultad y perseguida.

Mientras aún era estudiante de filosofía y teología, quiso marcar su carrera eclesiástica con el servicio caritativo, dedicándose a la asistencia de una cierta categoría de personas marginadas, que, en aquellos tiempos, en Nápoles, eran particularmente numerosas y se encontraban en un lamentable estado de abandono: los sordomudos.

Se distinguió más por su actividad caritativa que por sus estudios. Su escaso rendimiento académico le obstáculo la recepción de las llamadas Órdenes Menores. Eso provocó que se cambiara de la Arquidiócesis de Nápoles a la de Rossano Calabro, cuyo Arzobispo, Mons. Pietro Cilento, en consideración de su bondad y su óptimo espíritu eclesiástico, lo acogió generosamente.

A pesar de ese cambio de diócesis, que duró pocos años, —pues en 1876, con licencia del nuevo Arzobispo, regresó en Nápoles— continuó sus estudios eclesiásticos en Nápoles, bajo la guía de uno de los Maestros del célebre Almo Colegio de Teólogos, mientras proseguía, con inalterada dedicación, su obra de asistencia a los sordomudos. Mons. Pietro Cilento, que lo estimaba mucho, quiso ordenarlo subdiácono personalmente en Nápoles el 31 de julio de 1870. El 27 de marzo de 1871 fue ordenado diácono y, finalmente, el 23 de septiembre de 1871, habiendo recibido la debida dispensa, pues era menor de 24 años, recibió, en Nápoles, con indecible gozo, la ordenación sacerdotal.

Apenas ordenado sacerdote inició un ardiente ministerio como asiduo catequista en las «capillas vespertinas», que, de pequeño, había frecuentado muy provechosamente; como celoso colaborador en varias parroquias, especialmente en la de Santa Catalina en el Foro Magno; y visitando asiduamente a los enfermos en clínicas, hospitales y casas privadas. Su caridad alcanzó el ápice de la generosidad y heroísmo con ocasión de una terrible peste que azotó Nápoles en aquellos días. Él mismo fue contagiado y se salvó por intercesión de la Virgen de Pompeya, cuya devoción lo acompañó por el resto de su vida.

Pero la cura pastoral preponderante de Don Felipe Smaldone era la de los pobres sordomudos, a los que quiso dedicar todas sus energías con criterios más idóneos y convenientes de los que veía que aplicaban los responsables de ese sector educativo. En efecto, le causaba gran pena que los esfuerzos y tentativos se hacían en la educación y formación humano-cristiana de los sordomudos, equiparados a paganos, de hecho, quedaban casi siempre frustrados.

En cierto momento, quizás para dar una expresión más directa y concreta a su sacerdocio, pensó en irse como misionero al extranjero. Pero su confesor, que lo guió constantemente desde la infancia, lo ayudó a entender que su «misión» estaba entre los sordomudos de Nápoles. Desde entonces se dedicó completamente al apostolado a favor sus queridos sordomudos. Dejó la casa paterna y se estableció con un grupo de sacerdotes y laicos, que querían instituir una Congregación de Sacerdotes Salesianos, que, de hecho, nunca se realizó. Con el tiempo adquirió una gran competencia pedagógica en el sector y gradualmente fue proyectando la realización de una Institución estable e idónea para la atención, instrucción y asistencia humana y cristiana de los sordomudos.

El 25 de marzo de 1885 fue a Lecce para abrir, junto con Don Lorenzo Apicella, un Instituto para sordomudos. Llevó algunas «hermanas», que había estado formando, y echó así las bases de la Congregación de las Hermanas Salesianas de los Sagrados Corazones, que, bendita y sostenida por los Obispos de Lecce, Mons. Salvatore Luigi dei Conti di Zola y Mons. Gennaro Trama, tuvo una expansión rápida y sólida.

El Instituto de Lecce, con secciones femeninas y masculinas, tuvo sedes cada vez más amplias por el creciente número de asistidos, hasta la adquisición del célebre ex-convento de las Descalzas, que se convirtió en la sede definitiva y Casa Madre. A éste siguió, en 1897, el instituto de Bari.

Ya que el corazón compasivo del sacerdote Smaldone no sabía decir que no a las solicitudes de muchas familias pobres, en un cierto momento empezó a hospedar, no sólo a las sordomudas, sino también las niñas ciegas, huérfanas y abandonadas. No olvidaba las necesidades humanas y morales de la juventud. Abrió, en efecto, muchas casas con escuelas maternas anexas, con talleres de costura y residencias para las niñas estudiantes, entre las cuales, también una casa en Roma.

Durante su vida, la Obra y la Congregación, a pesar de las duras pruebas a las cuales fue sometida desde afuera y desde adentro, se ensancharon y consolidaron. En Lecce fue furibundamente atacado por una Administración Municipal laicista y adversa a la Iglesia. Dentro de la Congregación tuvo que afrontar con amargura una delicada y compleja situación de secesión provocada por la primera Superiora General, que causó una larga Visita Apostólica. Fue en estas dolorosas circunstancias que brillaron las virtudes eximias de Smaldone, y quedó claro que su fundación era voluntada de Dios. En efecto, a veces Dios purifica con el sufrimiento a sus hijos mejores y las obras nacidas en su nombre.

Por espacio de cuarenta años aproximadamente, Don Felipe Smaldone estuvo siempre en la brecha, sin jamás echarse atrás, desvelándose para sustentar materialmente y educar moralmente a sus queridos sordomudos, hacia los que dispensaba siempre afecto y atenciones paternales, y para formar en la vida de perfección, a sus Hermanas Salesianas de los Sagrados Corazones.

En Lecce, además del reconocimiento general de sus méritos como director del Instituto y fundador de las Hermanas Salesianas, también brillaba por su intenso y múltiple ministerio sacerdotal. Fue asiduo y estimado confesor de sacerdotes y seminaristas, confesor y director espiritual de muchas comunidades religiosas, fundador de la Liga Eucarística de los Sacerdotes Adoradores y de las Damas Adoradoras, y fue Superior de la Congregación de los Misioneros de San Francisco de Sales para las misiones populares. Fue condecorado con la Cruz Pro Ecclesia et Pontifice, formaba parte de los canónigos de la Catedral de Lecce, y fue distinguido con una Encomienda por parte de las Autoridades civiles.

A la edad de 75 años terminó sus días en Lecce, soportando con admirable serenidad, una diabetes complicada de disturbios cardiocirculatorios y una esclerosis generalizada. Murió santamente a las nueve de la noche del 4 de junio de 1923, después de haber recibido todos los auxilios religiosos y la bendición del Arzobispo Trama, rodeado por muchos sacerdotes, sus Hermanas y sus queridos sordomudos.

Fue beatificado por Juan Pablo II el 12 de mayo de 1996 y canonizado por SS Benedicto XVI el 15 de octubre de 2006 en la Plaza de San Pedro.

fuente: Vaticano


Beato Antonio Zawistowski

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Beatos Antonio Zawistowski y Estanislao Starowieyski, mártires

Cerca de Munich, de Baviera, en Alemania, beatos Antonio Zawistowski, presbítero, y Estanislao Starowieyski, mártires, los cuales, detenidos en el campo de concentración de Dachau durante la guerra, murieron por Cristo después de atroces torturas.
En el campo de concentracion de Dachau dieron su vida por Cristo los mártires Antonio Zawistowski, presbítero, y Estanislao de Kostka Biberstem Starowieyski, seglar, pero en fechas distintas uno y otro: el sacerdote el 4 de junio de 1942 y el seglar el 13 de abril de 1941, sin embargo, el Martirologio engloba las memorias de ambos. Fueron beatificados el 13 de junio de 1999.
El sacerdote había nacido en Strumiamy, Polonia, el 10 de noviembre de 1882, y había estudiado en el seminario de Lublín, de donde pasó a la Academia eclesiástica de Petersburgo, donde se graduó. Ordenado sacerdote el año 1906, fue profesor del seminario, vicario parroquial de la catedral, censor de libros y finalmente canónigo y vicerrector del seminario. Tuvo a su cargo las «Damas de la caridad». Excelente predicador y confesor, publicó vanos libros. Pudo huir, pero prefirió quedarse, y fue arrestado el 17 de noviembre de 1939 junto con los obispos de la diócesis y otros sacerdotes. Fue llevado al campo de concentración de Sachsenhausen, y un año más tarde pasó al de Dachau. Aquí trabajó cuanto le fue posible en su ministerio sacerdotal de forma clandestina. El día del Corpus de 1942 un guarda le dio un golpe, a consecuencia del cual murió.
Estanislao nació en Ustrobna, Polonia, el 11 de mayo de 1895 en el seno de una noble y rica familia. Llegada la I Guerra Mundial hubo de servir en el ejército imperial austriaco, pero terminada la guerra y recuperada la independencia de Polonia se alistó en el ejército de su país y fue condecorado por su valor en la guerra contra los bolcheviques de 1920. En 1924 contrae matrimonio con la condesa María Szeptycka de Labume y pone su residencia en Tomaszow, diócesis de Lublín. Tuvo seis hijos a cuya cristiana educación se dedicó con esmero, al tiempo que administraba los bienes familiares. En 1931 organizó la Acción Católica, de la que es elegido presidente en 1935. El papa Pío XI reconoce su labor cristiana nombrándole camarero secreto de Su Santidad. Llevaba una gran vida interior, daba un magnífico ejemplo como cristiano y estaba siempre pronto a todas las actividades apostólicas como seglar comprometido. Llegada la guerra, es apresado por los soviéticos pero logra evadirse, y al ser ocupada su zona por los alemanes es arrestado el 19 de junio de 1940. Pasa por la cárcel de Zamosc, luego por la de Lublín, el campo de concentración de Sachsenhausen y finalmente lo llevan a Dachau, donde, maltratado y enfermo, no soportó las duras condiciones del campo y murió en el día de Pascua, 13 de abril de 1941.


fuente: «Año Cristiano» - AAVV, BAC, 2003




San Metrófano de Bizancio

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San Metrófano de Bizancio, obispo
En Constantinopla, san Metrófano, obispo de Bizancio, que consagró al Señor la Nueva Roma.
Muy poco, por no decir que casi nada, es lo que sabemos sobre san Metrófanes, aparte de que era obispo de Bizancio en los días del emperador Constantino; probablemente fue el primer obispo en aquella ciudad, que antes se hallaba comprendida en la diócesis de Heraclea. Gozó de gran reputación de santidad entre los cristianos de Oriente, quienes construyeron una iglesia en su honor, poco después de la muerte de Constantino; iglesia ésta que reconstruyó Justiniano en el siglo sexto, cuando ya estaba en ruinas.

Los «sinaxarios» [santorales] griegos y un «menaión» [calendario litúrgico del rito bizantino], que nunca fueron tomados como fuentes de información bien documentadas, relatan su historia como sigue: Metrófanes era el hijo de Domecio, hermano del emperador Probo. Aquel se convirtió al cristianismo y se fue a vivir a Bizancio, donde cultivó una profunda amistad con el obispo Tito. Este le confirió las órdenes y, al morir, invistió a Domicio con la dignidad episcopal. El obispado pasó a manos de los dos hijos de éste último: Probo, quien ocupó la sede durante quince años y, luego, Metrófanes. La vida de santidad del obispo fue, al parecer, uno de los factores que indujeron a Constantino a elegir la ciudad de Bizancio como su capital; el otro factor fue la inmejorable situación de la ciudad. La avanzada edad y los achaques de Metrófanes le impidieron asistir al Concilio de Nicea, pero envió a su presbítero Alejandro para representarle. Al regreso del emperador y los clérigos que habían asistido al Concilio, el obispo Metrófanes anunció a todos, como si hiciera una profecía, que el presbítero Alejandro sería un sucesor y que era su deseo que Pablo, un jovencito, lector del obispo, sucediera a Alejandro. Pocos días más tarde, murió.


fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI



San Optato de Milevi

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San Optato de Milevi, obispo
En Milevi, en Numidia, conmemoración de san Optato, obispo, que en sus escritos trató sobre la universalidad de la Iglesia, la necesidad de la íntima unidad de los cristianos y los errores de los donatistas.
Uno de los más ilustres paladines de la Iglesia durante el siglo cuarto, fue san Optato, un obispo de Milevis, en Numidia. San Agustín lo describe como a un prelado de venerable memoria que fue, por sus virtudes, ornamento de la Iglesia católica; en otro pasaje, lo compara con san Cipriano y san Hilario, convertidos, como Optato, del paganismo. San Fulgencio no sólo le honra con el lítulo de santo, sino que llega a colocarlo en el mismo nivel que a san Ambrosio y a san Agustín. Optato fue el primer obispo que hizo el intento de refutar por escrito los errores de los donatistas, quienes minaban a la Iglesia en África con un cisma y habían establecido una jerarquía rival, que rechazaba la validez de las órdenes y de los sacramentos de los católicos y declaraba ser la única y verdadera Iglesia de Cristo. Las teorías de los donatistas fueron publicadas y distribuidas en un tratado que escribió uno de sus obispos, un hombre muy hábil, llamado Parmenio. Con el propósito de exponer la falsedad de esas teorías, san Optato publicó un libro, alrededor del año 370, al que revisó e hizo algunos agregados, quince años más tarde. El tratado de Parmenio dejó de ser leído desde hace siglos; la obra de Optato aún está en vigor. Se trata de un libro escrito con palabras claras, frases enérgicas y llenas de espiritualidad; mantiene su tono de conciliación de principio a fin, porque si bien el obispo denuncia el cisma como un pecado tan grande como el parricidio, su propósito principal es el de ganarse a sus oponentes con razonamientos irrefutables.

En su escrito hace una distinción muy clara entre los herejes, a quienes llama «desertores o falsificadores del credo» y, en consecuencia, carecen de verdaderos sacramentos y de culto, y los cismáticos, que son «cristianos rebeldes con verdaderos sacramentos derivados de una fuente común». Si bien el autor se muestra de acuerdo con Parmenio en que la Iglesia es una sola, hace hincapié en que uno de sus distintivos esenciales es la universalidad o, por extensión, su catolicidad. Se pregunta cómo pueden asegurar los donatistas que ellos son la Iglesia, si están agrupados en un aislado rincón del África y en una pequeña colonia en Roma. Sostiene que otra de las prerrogativas de la Iglesia es la silla (sedis) de «San Pedro, que está en nuestro poder». «Pedro, dice, fue el primero en sentarse sobre esa silla y a él le sucedió Lino». A continuación, da una lista (incorrecta) de los papas, desde los primeros tiempos hasta san Siricio, el pontífice reinante por entonces, «con el cual estamos unidos, nosotros y el mundo». «Fue a Pedro, dice más adelante, a quien dijo Jesucristo: 'Yo te daré las llaves del Reino de los cielos y las puertas del infierno no prevalecerán contra ti'. ¿Con qué derecho reclamáis vosotros esas llaves, vosotros los que pretendéis luchar contra la silla de Pedro? No podréis negar que la silla episcopal se le dio a Pedro originalmente, en la ciudad de Roma; que él fue el primero en ocuparla como cabeza de los Apóstoles; que su silla es única y que la unidad se mantiene mediante la unión con ella; que los otros apóstoles no pensaron en establecer sedes rivales y que sólo los cismáticos se han atrevido a hacer semejante cosa». A las enseñanzas de los donatistas, opuso la doctrina católica, donde se afirma la santidad de los sacramentos por sí mismos, ya que su esencia no depende del carácter de las personas que los administran.

Respecto a las relaciones entre la Iglesia y el Estado, indica que éste no se encuentra en aquélla, sino que la Iglesia está en el Estado (es decir en el Imperio Romano). Al abordar el tema del pecado original y la necesidad del bautismo regenerador, alude a los exorcismos y a la unción que se realizan en el bautismo. También describe las ceremonias de la misa, a la que alude corno sacrificio, menciona las penitencias que la Iglesia proponía en su tiempo y la veneración tributada a las reliquias. Nada más se sabe sobre la historia de san Optato; aún vivía en el año 384, pero ln fecha de su muerte no se registró. El Card. Baronio agregó su nombre al Martirologio Romano.

Hay una breve nota sobre san Optato en el Acta Sanctorum, junio, vol. I, pero en relación con su historia personal, apenas si hay información. Sus escritos presentan muchos puntos interesantes que, en épocas recientes, han discutido los estudiosos. La Patrología, volumen III de Di Bernardino, BAC, 1981, pp 141ss ofrece una buena introducción en español, y abundante bibliografía.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI


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