martes, 21 de julio de 2015

Profeta Daniel (A.T.) - San Lorenzo de Brindis - Santa Práxedes de Roma - San Víctor de Marsella 21072015

Profeta Daniel (A.T.)

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Daniel a quien la Biblia cita como prototipo de santidad (EZ.14, 14 y 20) y de sabiduría (Ez. 28, 3) vivió, como Ezequiel, en Babilonia durante el cautiverio, que presenció hasta el fin, mas no fue sacerdote que adoctrinase al pueblo, como aquél, y como Jeremías en Jerusalén, sino un alto personaje en la corte del rey pagano, como fue José en Egipto y Ester y Mardoqueo en Persia; de dónde resultó de gran alivio y consuelo para los judíos en el cautiverio y en los trabajos que padecían en Babilonia. De ahí, sin duda, que la Biblia Hebrea lo colocase mas bien entre los hagiógrafos (aunque no siempre) y que el Talmud viese en él una figura del Mesías por su fidelidad en las persecuciones.
Su libro, último de los cuatro profetas mayores en el orden cronológico y también por su menor extensión, reviste, sin embargo, una importancia extraordinario debido al caracter mesiánico y escatológico de sus revelaciones, "como que en él se contienen admirable y especialísimo vaticinio del estado político del mundo, y así mismo del de la Iglesia, desde su tiempo hasta la encarnación del Verbo eterno, y después, hasta la consumación del siglo, según el pensamiento de San Jerónimo" (Sio ).
Precisamente por ello, el Libro de Daniel es uno de los más misteriosos del Antiguo Testamento, el primer Apocalipsis, cuya visiones quedarían en gran parte incomprensible, si no estuviéramos en el Nuevo Testamento un libro paralelo, el Apocalipsis de San Juan. Es, por lo tanto, muy provecho leer los dos juntos, para no perder ni una gota de su admirable doctrina. Algunas de las revelaciones sólo se entenderán en los últimos tiempos, dice el mismo Daniel en 10, 14; y esos tiempos bien pueden ser los que vivimos nosotros.
Oriundo de una noble familia de Judá, y tal vez de sangre real, como sostienen Flavio Josefo y San Jerónimo (Cfr. 1, 3), Daniel fue llevado a Babilonia en la primera deportación, que tuvo lugar en el tercer año del rey Joakim, o sea, en 606 - 605 a.C. Siendo todavía de tierna edad, fue educado en el palacio del rey de Babilonia, dónde se distinguió de tal manera, que fue ascendido a los más altos cargos y honores. Su servicio en la corte, si bien de vez en cuando interrumpido, duró desde el comienzo del reinado de Nabucodonosor (604 - 561) hasta el tercer año de Ciro, rey de los Persas, que conquistó Babilonia el año 538.
Entre los catorce y diez y seis años de edad, según el testimonio de San Ignacio mártir, obispo de Antioquía, pronunció aquella célebre sentencia en favor de Susana, mujer de Joaquín y contra los dos perversos viejos, que pretendieron oprimirla con calumnias, por haberse resistido varonilmente a condescender con sus infames deseos. Desde este lance comenzó a hacerse célebre y ganarse la admiración de todos los babilónios y judíos; y aunque no ejercitó públicamente el encargo de profeta, para predicar al pueblo y declararle en sus sagradas juntas las revelaciones de lo que DIos le hacía conocer y le inspiraba, esto, no obstante, su libro ha sido puesto en el número de los otros Profetas.
El libro de Daniel se divide en dos partes principales. La primera (cap. 1 a 6) se refiere a acontecimientos relacionados principalmente con el profeta y sus compañeros, menos el cap. 2 que, como observa Nácar - Columga, es una visión profética dentro de la parte histórica. La segunda (cap. 7 a 12) contiene exclusivamente visiones proféticas. "Anuncia, en cuatro visiones notables, los destinos sucesivos de los grandes imperios paganos, contemplados, sea en ellos mismos, sea en sus relaciones con el pueblo de DIos: 1°, las cuatro bestias, que simbolizan la sucesión de las monarquías paganas y el advenimiento del reino de Dios (cap. 7); 2°, el carnero y el macho cabrío (cap. 8); 3°, las setenta semanas de años (cap. 9); 4°, las calamidades que el pueblo de Jehová deberá sufrir por parte hasta su glorioso restablecimiento (cap. 10 a 12). El orden seguido en cada una de estas dos partes es el cronológico" (Fillion).
Un Apéndice de dos capítulos (13 y 14) cierra el libro, que está escrito como lo fue el de Esdras, en dos idiomas entremezclados: parte en hebreo (1, 1 a 2, 4 a; cap. 8 a 12) y parte en arameo (2, 4 b a 7, 28) y cuya traducción por los Setenta ofrece tan notable divergencia con el texto masorético, que ha sido adoptada en su lugar para la Biblia griega la de Teodoción; de la que San Jerónimo tomó los fragmentos Deuterocanónicos (3, 24 - 90 y los cap. 13 y 14) para su versión latina; el empleo de dos lenguas se explica por las diferencias de los temas y destinatarios. Los capítulos escritos en arameo, que en aquel tiempo era el idioma de los principales reinos orientales, se dirigen a éstos (véase 2, 4) mientras que los escritos en hebreo, que era el idioma sagrado de los judíos, contienen lo tocante al pueblo escogido, y en sus últimas consecuencia a nosotros.
Muchos se preguntan si los sucesos históricos que sirven de marco para las visiones y profecías, han de tomarse en sentido literal e histórico, o si se trata sólo de tradiciones legendarias y creaciones de la fantasía del hagiógrafo, "que, bajo forma y apariencia de relato histórico o de visión profética, nos hubiera transmitido, inspirado por Dios, sus concepciones sobre la intervención de Dios en el gobierno de los imperios y el advenimiento de su Reino" (Prado). San Jerónimo aboga por el sentido literal e histórico, con algunas reservas respecto a los dos últimos capítulos, y su ejemplo han seguido, con pocas exepciones, todos los exégetas católicos, de modo que las dificultades que se oponen al caracter histórico de los relatos daniélicos, han de solucionarse en el campo de la historia y de la arqueología bíblicas, así como muchas de sus profecías iluminan los datos de la historia profana y se aclaran recíprocamente a la luz de otros vaticinios de ambos Testamento.
También contra la autenticidad del libro de Daniel se han levantado voces que pretenden atribuirlo en su totalidad o al menos en algunos capítulos, a un autor mas reciente. Felizmente, existen no pocos argumentos en favor de la autencidad, especialmente el testimonio de Ezequiel (14, 14 ss.; 28, 3), del primer Libro de los Macabeos (1, 57) y del mismo Jesús, quién habla del profeta Daniel (Mateo, 24, 15), citando un pasaje de su libro (Daniel 9, 27). Poseemos, además, una referencia en el historiador judío Flavio Josefo, quién nos dice que el Sumo Sacerdote Jaddua mostró las profecía de Daniel a Alejandro Magno, lo que significa que éste libro debe ser anterior a la época del gran conquistador del Siglo IV, es decir, que no puede atribuirse al período de los Macabeos, como sostienen aquellos críticos. Lo mismo se deduce de la incorporación del libro de Daniel en la versión griega de los Setenta, la cual se hizo en el siglo III o II a. C.
No obstante los problemas históricos planteados en éste libro divino, su profecías fueron de amplia y profunda influencia, particularmente durante las persecuciones en el tiempo de los Macabeos. "en los relatos y revelaciones de Daniel el pueblo de Jehobá poseía un documento auténtico que le prometía claramente la liberación final y gracias al Mesías" (Fillon). En ellas se encontraron los judíos perseguidos por el tirano Antíoco Epífanes el mejor consuelo y la seguridad de que, como dice el mismo Fillon, " los reinos paganos, por mas poderosos que fuesen no conseguirían destruirlo", y que, pasado el tiempo de los gentiles, vendrá el reino de Dios que el Profeta anuncia en términos tan magníficos (cfr. 2, 44; 7, 1 a 3 ss.; 9, 24 ss.). Para nosotros, los cristianos, no es menor la importancia de libro de Daniel, siendo, como es, un libro de consoladora esperanza y una llave de inapreciable valor para el Apocalipsis de San Juan. Un estudio detenido y reverente de las profecías de Daniel, nos proporcionan no solamente claros conceptos acerca de los acontecimientos del fin, sino también la fortaleza para mantenernos fieles hasta el día en que se cumpla nuestra "bienaventurada esperanza" (Tit. 2, 13 ).
Como bien notan Nacar Columga, hablando de los misterios que aún rodean el libro de Daniel: "son estas dificultades de las que dice Pío XII en su encíclica Divino Afflante Spiritu, que no han sido resueltas todavía y esperan su solución de la asidua y mancomunada labor de los estudiosos."
La encíclica Divino Afflante Spiritu, en efecto, orienta con respecto a casos, como el presente en que los intérpretes no han llegado a ponerse de acuerdo. Señala ante todo, Pío XII la humilde convicción de que lo que unos no entendieron puede estar reservado a que lo aclaren otros ( como Dios indica a Daniel en 12, 9 ).Y luego estimula a los estudiosos para que, con el debido espíritu de oración y respecto que corresponde a las palabras de Dios, acomentan una y otra vez decididamente el estudio de esas cuestiones, utilizando cada vez los nuevos elementos de que pueda disponerse, y sin temer las críticas, a cuyo efecto el Pontífice no vacila llamar odioso el modo de pensar, según el cual " todo lo que es nuevo es por eso mismo rechazable, o por lo menos sospechoso. Porque deben tener sobre todo ante los ojos que ... entre las muchas cosas que se proponen en los Libros Sagrados, legales, históricos, sapienciales y proféticos, sólo muy pocas cosas hay cuyo sentido haya sido declarado por la autoridad de la Iglesia, y no son muchas más aquellas en las que sea unánime la sentencia de los Santos Padres. Quedan, pues, muchas otras, y gravísimas, en cuya discusión y explicación se puede y debe ejercer libremente la agudeza e ingenio de los intérpretes católicos" (Pío XII Encíclica Divino Afflante Spiritu, septiembre de 1943).
Deduciendo, pues, la profunda enseñanza de la encíclica pontificia, vemos que esa gran humildad que ha de guiarnos en el estudio de la Palabra de DIos, no consiste en abandonar su investigación, so pretexto de incapacidad, pues esto equivaldría a guardar la mina improductiva (Lucas, 19, 20 ss.), y desentenderse " como los días de Noé y de Lot" (Lucas, 17, 26 ss.) de las divinas enseñanzas, que tanto en profecía como en doctrina nos han sido dadas bondadosamente para que " hallemos en ella la vida", es decir, para que, aun cuando no hallásemos las mismas cosas que buscamos, hallemos sin embargo otras que Dios quiera mostrarnos, de no menor utilidad para nuestra alma y la del prójimo. Es conocido el caso de un célebre y talentoso pensador inglés que, encargado por una secta anticristiana de estudiar la religión de Cristo para atacarla, halló en la Biblia lo contrario de lo que buscaba, es decir, halló la luz que lo llevó a Cristo, lo mismo que en otro tiempo sucediera al gran apologista San Justino, después de recorrer  banamente, en busca de la sabiduría, todas las escuelas de la filosofía griega. Mucho de eso mismo nos sucede a todos siempre que nos dedicamos a espigar en el campo divinamente fecundo de la Sagrada Escritura, haciendo a nuestro Padre del cielo el soberano homenaje de prestar atención a lo que Él ha hablado.
Como un pequeño índice para facilitar el estudio sobre la persona de Daniel, un autor presenta el siguiente: cautivo en Babilonia (cap. 1) su fidelidad (1, 6 al 16). Explica los sueños del rey (cap. 2 a 4), y la inscripción del muro (5, 17). Ministro de Darío (6 ); desobece al decreto idolátrico (6, 10); librado de los leones (6, 21). grandes visiones (cap. 7 a 12). oración (9, 3). Promesas de retorno (9, 20; 10, 10; 12, 13).
Otro sumario por materias podría ser éste:
1- Introducción: la historia personal de Daniel desde la conquista de Jerusalén hasta el segundo año de Nabucodonosor (1, 21).
2- La visión de Nabucodonosor y sus efectos (2, 1 a 4, 34).
3- La historia personal de Daniel durante los reinados de Baltasar y de Darío (5, 1 a 6, 28).
4- Las visiones de Daniel (7, 1 a 12, 13).
5- La historia de Susana (13, 1-64).
6- Beel y el dragón (13, 65 a 14, 42).
Daniel, anunciando acontecimientos por la mayor parte venturosos, mereció la benevolencia de todos los hombres.







" Ya no sois extranjeros ni forasteros, sino que sois ciudadanos del pueblo de Dios y miembros de la familia de Dios. Estáis edificados sobre el cimiento de los Apóstoles y Profetas, y el mismo Cristo Jesús es la piedra angular. Por él todo el edificio queda ensamblado, y se va levantando hasta formar un templo consagrado al Señor. Por él también vosotros os vais integrando en la construcción, para ser morada de Dios por el Espíritu. " Ef. 2, 19-22


San Lorenzo de Brindis

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San Lorenzo de Brindis, presbítero y doctor de la Iglesia
San Lorenzo de Brindis, presbítero y doctor de la Iglesia, de la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos, predicador incansable por las regiones de Europa, que, de carácter sencillo y humilde, cumplió fielmente todas las misiones que se le encomendaron, como defender la Iglesia contra los infieles, reconciliar a los príncipes enfrentados y llevar el gobierno de su Orden religiosa. Murió en Lisboa, en Portugal, el veintidós de julio de 1619.
Al día siguiente de nacer en Brindisi, Italia, el 22 de julio de 1559, Lorenzo fue bautizado con el nombre de Julio César. Tal vez sus padres intuían que él también sería grande, infinitamente más que el valiente emperador y líder romano, porque este niño estaba llamado a dar gloria a Cristo y a su Iglesia, de la que a su tiempo sería nombrado doctor. El pequeño era delicioso en su trato: afable, sencillo, dócil y humilde, virtudes que se acrecentarían con los años. De modo que cuando murió su padre cuando él tenía 7 años, y fue acogido en el convento entre los niños oblatos, su presencia en las aulas constituyó una bendición. Además de su excelente carácter, tenía inteligencia, y una memoria excepcional, lo cual hizo de él un alumno más que aventajado. Perdió a su madre en la adolescencia y fue enviado a Venecia junto a un tío sacerdote que estaba al frente de un centro docente privado. Allí tomó contacto con los padres capuchinos y decidió ingresar en la Orden. Entró sabiendo lo que significaba la vida de consagración, con sus renuncias y contrariedades. Pero cuando el superior le informaba, simplemente preguntó: «Padre, ¿en mi celda habrá un crucifijo?». Al recibir respuesta afirmativa, manifestó rotundo: «Pues eso me basta. Al mirar a Cristo crucificado tendré fuerzas para sufrir por amor a Él cualquier padecimiento».
Tomó el hábito en 1575 y el nombre de Lorenzo. Profesó en 1576 y se trasladó a Padua para cursar estudios de lógica, que completó después en Venecia con los de filosofía y teología. En esta etapa ya comenzó a atisbarse su extraordinaria capacidad para penetrar en problemas de índole antropológica y teológica. La Sagrada Escritura no tenía secretos para él. Tanto es así, que confidenció a un religioso que de perderse la Biblia podría recuperarse plenamente porque la tenía grabada en su mente. Fue autodidacta en el estudio de las lenguas bíblicas sorprendiendo hasta a los propios rabinos con su excepcional preparación y dominio de la literatura rabínica. La oración y el estudio eran los polos sobre los que gravitaba su vida; no podía decirse donde comenzaba la una o culminaba la otra, y viceversa. Aludía a la oración diciendo: «¡Oh, si tuviésemos en cuenta esta realidad! Es decir que Dios está de verdad presente ante nosotros cuando le hablamos rezando; que escucha verdaderamente nuestra oración, aunque si solo rezamos con el corazón y con la mente. Y no sólo está presente y nos escucha, sino que puede y desea contestar voluntariamente y con máximo placer nuestras preguntas».
Ordenado sacerdote en Venecia en 1582 se convirtió desde entonces en un ministro de la Palabra fuera de lo común. Poseía para ello unas dotes formidables a todos los niveles. La predicación la conceptuó como: «Misión grande, más que humana, angélica, mejor divina». Los fieles que le escuchaban quedaban subyugados porque hablaba «con tanto celo, espíritu y fervor, que parecía salirse fuera de sí, y, llorando él, conmovía también al pueblo hasta las lágrimas». Cuidaba sus sermones con oraciones que podían prolongarse varias horas, y penitencias. La celebración de la Santa Misa, usualmente de larga duración, junto a su meditación en los pasajes evangélicos de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo eran igualmente prioritarias en su quehacer. A la exigencia del carisma capuchino, añadía mortificaciones diversas aún a costa de su salud. Pero se preparaba para ser un santo sacerdote. Su «libro» era la Sagrada Escritura. Para dilucidar lo que debía decir se postraba a los pies de una imagen de María, tomando nota in situ de lo que le era inspirado. En Cuaresma su comida, que ya era frugal de por sí, se reducía a la mínima expresión.
Fue lector, guardián, maestro de novicios, vicario provincial, provincial, definidor general y general de la Orden. Fidelísimo y obediente cumplidor en todas las misiones, destacaba también por sus dotes diplomáticas; eran singulares. Así logró, entre otras, la reconciliación de gobernantes enemistados, y defendió a la Iglesia ante los turcos. Su dominio de lenguas, entre las que se hallaba la hebrea, le permitió llevar a cabo exitosamente la misión que el papa Clemente VIII le encomendó: la conversión de los judíos. Impulsó la fundación de la Orden en Praga superando toda clase de pruebas y dificultades, penurias y enfermedades, injurias y atropellos. La fecundidad apostólica que surgía tras su predicación le atraía no pocas hostilidades de los adversarios de la fe. Abrió otros conventos en Europa, entre ellos los de Viena y Graz. Cuando fue elegido general tenía 43 años y un vastísimo territorio que visitar; lo hizo a pie. Así recorrió gran parte de Italia y de Europa; pasó también por España. Nunca aceptó tratos de favor; quiso ser considerado como los demás y participó en todas las tareas domésticas con humildad y gozoso espíritu. Dejó escritas numerosas obras. Los grandes hombres, gobernantes y religiosos se rindieron a este santo que falleció en Lisboa el 22 de julio de 1619, cuando tenía 60 años. Había ido con la intención de entrevistarse allí con el rey de España, Felipe III, para mediar por los derechos de los ciudadanos napolitanos vulnerados por el gobierno local. Fue canonizado por León XIII el 8 de diciembre de 1881. En 1959 Juan XXIII lo declaró Doctor de la Iglesia, añadiendo el título de Doctor Evangélico.





Oremos  

 Oh Dios, que para gloria de tu nombre y salvación de las almas otorgaste a san Lorenzo de Brindis espíritu de consejo y fortaleza, concédenos llegar a conocer, con ese mismo espíritu, las cosas que debemos realizar y la gracia de llevarlas a la práctica después de conocerlas. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica).



Santa Práxedes de Roma

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Santa Práxedes, virgen
Según la leyenda, Práxedes era una doncella romana, hermana de Santa Pudenciana. Cuando el emperador Antonino Pío (138-161) desató la persecución contra los cristianos, Práxedes se dedicó a prestarles toda clase de ayuda: económica, corporal y espiritual. A unos los escondía en su casa, a otros los exhortaba a permanecer firmes en la fe; sepultaba los cadáveres de los mártires y procuraba que no faltase nada a los presos y a los que trabajaban como esclavos. Pero llegó un momento en que ya no pudo soportar la crueldad del tirano con los cristianos y Práxedes rogó a Dios que la librase de las ataduras del cuerpo, si tal era su voluntad. Dios la llamó a recibir el premio celestial el 21 de julio. El sacerdote Pastor le dio sepultura en la tumba de su padre, Pudente y de su hermana, Pudenciana, en el cementerio de Priscila en la Vía Salaria.

Es un hecho que la santa fue sepultada en la catacumba de Priscila, junto a Santa Pudenciana. Pero no hay ninguna razón de peso para afirmar que era hermana de esta última y que ambas eran hijas del senador romano, Pudente, a quien san Pedro había convertido. Originalmente se veneraba a Práxedes como mártir en la «ecclesia Pudentiana». Pero más tarde, a fines del siglo V, no después del 491, se construyó una iglesia en su honor, en el sitio en que, según la leyenda, se hallaba antiguamente su casa. El papa san Pascual I (muerto en 824) reconstruyó dicha iglesia, que -con muchas modificaciones a lo largo de siglos- es la actual «Santa Prassede», y mandó trasladar a ella las reliquias de la santa.

No es seguro que el «titulus» de la iglesia de Santa Práxedes se refiera a la misma santa de la Via Salaria. En cuanto a las Actas, Benedicto XIV (1740-1758) nombró una comisión para la revisión del Breviario, y esa comisión declaró que las «actas» eran espurias y no merecían crédito alguno. El Martirologio Romano actual, como puede verse por el elogio, mantiene la fecha tradicional, pero celebra a la santa a la que corresponda el «titulus» de la Iglesia que lleva su nombre, haya sido quien haya sido. En muchas de estas conmemoraciones, lo que en realidad celebramos es la gesta de toda una Iglesia inicial, resumida en algunos pocos nombres que no siempre tienen la concresión de un dato biográfico.

La leyenda de las dos hermanas puede verse en Acta Sanctorum, mayo, vol. IV. Acerca del culto y del «titulus» de Santa Práxedes, véase sobre todo De Waal, en Römische Quartalschrift, vol. XIX (1905), pp. 169-180 (sección arqueológica). Cf. Marucchi, Basiliques et églises de Rome (1909), pp. 323 ss. Hay abundante iconografía de la santa, el cuadro que reproducimos es de 1655, atribuido a Jan Vermeer.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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Su nombre trae a la memoria el de Pedro en el momento histórico de plantar la Iglesia en Roma con la palabra y la sangre. Bien pronto el príncipe de la Iglesia engendró para Cristo al senador romano Pudencio, y con él a sus hijas Pudenciana y Práxedes, según atestiguan las actas. Fue en su casa donde por primera vez ondeó la cruz, guión y cifra de una fe que descuaja los montes y de una esperanza que busca la inmortalidad. Hasta ayer el senador ha errado por un desierto sin caminos, palpando en las tinieblas sin luz. Hoy la cruz es camino y es luz vertida torrencialmente en su alma por el bautismo y en su hogar por la incorporación a la Iglesia. junto a la cruz se alza el ara, y sobre el ara se acuesta el Cordero que, con mano temblorosa, sacrificará el pescador de Galilea. Prudencio vio con alegría íntima cómo su morada se trocaba en cenáculo de la nueva Ley.
 La historia nos dice que los primeros lugares del culto cristiano eran las mansiones de los miembros mejor acomodados, los cuales ante la ley figuraban como propietarios en épocas en que a la Iglesia no se la reconocía, como corporación, título alguno de propiedad. Los nombres de las más antiguas iglesias titulares de Roma, como la iglesia de San Clemente, la iglesia de Santa Cecilia y la iglesia de Santa Pudenciana. conservados hasta nuestros días, pregonan los nombres de sus propietarios primitivos. Los mismos Hechos de los Apóstoles se adelantan a consignar diferentes reuniones litúrgicas en casas privadas. Y las circunstancias de otras ciudades y lugares eran similares a las de Jerusalén y Troas. Más tarde, creciendo el número de cristianos, se impusieron los templos propios, pasando la propiedad de los mismos, al menos desde mediados del siglo III, a las comunidades como tales. Santa Práxedes rogó y obtuvo que la casa paterna fuera consagrada después como iglesia con el título de Pastor.
 Aunque históricamente no nos consta, nos hace ilusión imaginarnos aquella mansión señorial a la usanza romana: con los dos patios, el atrio, el peristilo, alrededor de los cuales estaban los aposentos. Posiblemente uno de los patios se transformará en lugar de reunión, y las dependencias anexas se conservarán para la custodia de objetos y libros y habitación del obispo. Cada uno de aquellos lugares conservaba el recuerdo perfumado del paso del Vicario de Cristo y primer obispo de Roma. Su diseño sirvió como esquema arquitectónico para levantar las primeras basílicas, y la designación "domus ecclesiae", tan familiar en la época preconstantiniana para designar el templo, autoriza a creer que entonces las iglesias no diferían esencialmente de la forma y distribución de la antigua casa privada.
 La familia del senador Pudencio fue levadura que fermentó una masa pagana y reventó en un ambiente enrarecido y hostil. Las tinieblas eran demasiado densas y el credo cristiano se abría paso lentamente, penosamente. Era el momento del pusillus grex discutiéndole al demonio sus conquistas y desalojándole de sus posiciones en lucha heroica por la verdad. Muchos caían, y del polvo de sus huesos nacían nuevos servidores del Dios verdadero. Hacerse cristiano era sacar entrada para el martirio. La Iglesia se debatía en la clandestinidad con un enemigo siempre al acecho y manejando con refinamiento todos los resortes: autoridad, astucia, soborno, dinero, pasiones, desesperación, El arrojo de los mártires, la valentía de los apologistas, como San Justino, y la honradez de quienes vivían haciendo bien y morían bendiciendo, amando, perdonando... eran las únicas armas que apoyaban las ideas renovadoras del cristianismo. En este clima de lucha y heroísmo, de persecución y de rabia, despertó Práxedes a la vida.
 Su misma cuna se vio mecida en la iglesia de la comunidad cristiana. Allí pudo sorprender el latido íntimo del pastor, San Pío I, y la difícil situación de la Iglesia. Asumía con entusiasmo los servicios de prevenir y aderezar cuanto los actos de culto exigían. Le resultaba familiar la voz del Vicario de Cristo y guardaba en su corazón, ilusionada, su palabra de vida. Tan cerca de Dios, saltó la chispa, y Práxedes sintió quemársele las entrañas en fuego divino. Pensó que ella misma podía ser ofrenda, como la hostia que el Papa alzaba en sus manos al celebrar. Pensó que su corona mas brillante habría de comprarla con la moneda preciosa de la virginidad. Desde aquel día fue virgen de Cristo, por Cristo y para Cristo.
 "Todo el arte de los sacrificios —escribió Platón enEl banquete— no tiene otro fin que conservar el amor. Le está encomendado cuidar del amor entre los hombres y los dioses, y producirlo." El cristiano, Práxedes, corrigiendo al filósofo, diría que el fin del sacrificio es comprar el amor de Dios. Y a cualquier precio. El amor de Dios es el tesoro escondido en el campo. Y cuando por la fe se descubre el lado más fino, más delicado de ese amor, el cristiano lo vende todo, renuncia a todo y sale ganando en la operación. El amor de Dios es amor virginal. Por ese amor la virgen no da algo, se da a sí misma. No divide su corazón. Consagra la unidad servida por la integridad de alma y de cuerpo. Por la fe descubrió Práxedes el misterio de la virginidad. Muy temprano entendió lo que dejó consignado Baruc: "Las estrellas fueron llamadas de la nada por el Señor, y exclamaron: "Henos aquí". Y lucieron para Él con alegría". Llamada Práxedes a la luz, como una estrella lució siempre para Él. Su lámpara nunca se extinguió. Repetidas veces golpearon su puerta mendigos del amor. Para todos, siempre, invariablemente, tuvo la misma respuesta: "Alguien se adelantó y ninguno de vosotros le iguala. Amándole soy casta, estrechándole vivo limpia: entregándome a Él no mancillo mi virginidad". ¡Qué bien comprendió Práxedes que la virginidad es fruto exquisito de nuestra religión, que nace en la misma Trinidad, baja a la tierra en brazos del Verbo y se revela a la humanidad en el misterio de una maternidad virginal! La virginidad cristiana no se impone. Se resuelve en un campo de absoluta libertad y consciente valoración. El fiat de Práxedes a Cristo brindándole la virginidad es libre, consciente y meritorio como el de María para la maternidad. La virginidad realzó la limpieza de sangre, claridad de ingenio, nobleza y hermosura de Práxedes. Penetró en la bodega del Esposo y bebió hasta embriagarse del mejor de sus vinos.
 San Vicente de Paúl podría inspirarse en los gestos caritativos de la virgen Práxedes para escribir aquella página luminosa a las Hijas de la Caridad: "El fin principal para el que Dios las ha llamado es para honrar a nuestro Señor sirviéndole corporal y espiritualmente en la persona de los pobres, unas veces como niño, otras como necesitado, otras como enfermo y otras como prisionero". Para el Apóstol de la Caridad los pobres pasan a ser "nuestros señores".
 Práxedes mantiene abiertas las puertas de su casa día y noche. Su casa será escuela, y asilo, y hospital, y templo, y lugar de refugio para los perseguidos. Saben los cristianos de Roma que a su sombra están defendidos y guardados. Acuden a ella para reanimar la fe que vacila, seducidos por promesas tentadoras o aterrados por las torturas. Es catequista ardiente e incansable que los lleva al sacerdote o a la Eucaristía para devolverles una fe que perdieron o empujarles con mayor entusiasmo a la lucha. Su actuación abarca el cuadro completo de la misericordia corporal y espiritual. Si los cristianos se ven impedidos de acudir irá ella a su encuentro. Las cárceles, los lugares de tortura y de hacinamiento la vieron a diario y se estremecieron con su sonrisa, con la fuerza de su palabra y con la ternura de su corazón virginal. Práxedes no rastrea como serpiente; vuela como águila hasta las mismas regiones del sol. Demostró que la virgen ha de ser lámpara —la pintura es evangélica— siempre encendida, siempre ardiendo por la caridad interior hacia Dios, y por la caridad exterior hacia los prójimos, miembros débiles, enfermos tarados de Cristo. De su patrimonio hizo dos partes: la una para el servicio del Señor y la otra para alivio de los pobres. Su vida entera, su tiempo, su ilusión, su dinero..., todo giraba en esa órbita sobrenatural.
 El emperador Antonino Pío sorprendió en la casa de Práxedes, con el presbítero Simetrio, a otros veintidós cristianos, a los cuales, sin previo proceso, mandó degollar. La Santa los envidió y con santa osadía argumentaba al tirano, como luego públicamente lo haría el apologista San Justino: "Si encontráis todo esto razonable, respetadlo; si lo juzgáis ridículo, despreciadlo; pero no condenéis a muerte a los hombres inocentes que no han hecho ningún daño".
 La copa se había colmado y Práxedes retornaba a su Dios, como una estrella que lucirá desde entonces en otro hemisferio. Era el 21 de julio del año de gracia 159. Las reliquias, en su mayor parte, se guardan en la iglesia de su título. Una parte de ellas pasó a Mallorca, donde reciben veneración.


San Víctor de Marsella

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San Víctor de Marsella, mártir
echa: 21 de julio
†: c. 292 - país: Francia
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, 
En Marsella, ciudad de Provenza, en la Galia, san Víctor, mártir.
Víctor era guardia del emperador Maximiano en el siglo III. Cuando el emperador descubrió que su guardia romano favorito era cristiano, lo sometió a diversas torturas.
Un día, cuando Víctor estaba siendo torturado en el potro por negarse a adorar a los dioses paganos, se le apareció Jesucristo.
Esa noche, Dios envió a sus ángeles a su celda y esto hizo que se convirtieran tres guardias de la prisión. Al día siguiente, el emperador Maximiano ordenó que se decapitara a los recién conversos.
Víctor fue llevado nuevamente ante el emperador. Maximiano le ordenó al apaleado hombre que ofreciera incienso a Júpiter. Víctor pateó la estatua y esto enfureció al emperador. Entonces, ordenó que le cortaran un pie con un hacha, antes de destrozarlo en la prensa.
La piedra de amolar se rompió a la mitad de la ejecución, sin embrago, Víctor, parcialmente pulverizado, seguía con vida. Uno de sus verdugos sacó una espada y lo decapitó.
Es patrono de las víctimas de tortura e invocado contra los problemas de los pies.

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