lunes, 20 de julio de 2015

San Rodrigo Aguilar Alemán (Santo mexicano)


Santos Mexicanos: San Rodrigo Aguilar Alemán



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Según la Arquidiócesis de Puebla:

San Rodrigo Aguilar AlemánNació en Sayula, Jalisco, el 13 de febrero de 1875. Ingresó al seminario auxiliar de Zapotlán el Grande, en 1888, donde cultivó el estudio del idioma castellano, aplicando sus cualidades literarias en el ministerio de la palabra. Ordenado presbítero el 4 de enero de 1903, desempeñó su ministerio con celo y dedicación.
Desde 1925 párroco de Unión de Tula, Jalisco, a partir de la suspensión del culto público fue objeto de persecución: debido al acoso sufrido desde enero de 1927 buscó refugio fuera de los límites de su parroquia, en Ejutla, Jalisco, perteneciente a la diócesis de Colima, donde seguía atendiendo las necesidades espirituales de sus feligreses.
Durante lo más álgido de la persecución religiosa llegó a decir: “Los soldados nos podrán quitar la vida, pero la fe nunca”. El 27 de octubre de 1927 el general Juan B. Izaguirre llegó a Ejutla, capitaneando un nutrido contingente de militares. El padre Aguilar, nombrado examinador sinodal de un grupo de seminaristas, refugiados como él por la persecución, se disponía a cumplir con su oficio; alertados, todos huyeron, menos el padre, enfermo de sus pies. Al ser descubierto, los soldados le pidieron identificarse: “Soy sacerdote”, respondió, a sabiendas que eso significaba afrentas e injurias, como sucedió.
Pocas horas más tarde, a la una de la mañana del día siguiente, el general Izaguirre, cediendo a las peticiones de Donato Aréchiga, ordenó que el sacerdote fuera ahorcado en la plaza central de Ejutla. Suspendida la soga en la rama de un robusto mango, el padre Aguilar bendijo el instrumento de su martirio, perdonó a sus verdugos y a uno de ellos le obsequió su rosario. A cambio de salvar la vida, le propusieron abjurara de sus convicciones con un ¡Viva el Supremo Gobierno!; por esa razón un soldado le espetó: ¿Quién vive? ¡Cristo Rey y Santa María de Guadalupe!, fue la inmediata respuesta. Tiraron de la soga y mantuvieron a su víctima en el aire algunos momentos. Lo hicieron bajar para cuestionarlo de nuevo: ¿Quién vive? Sin titubear, dijo: ¡Cristo Rey y Santa María de Guadalupe! Repitieron una tercera vez la operación: ¿Quién vive? Arrastrando las palabras el mártir aún pudo decir: ¡Cristo Rey y Santa María de Guadalupe!, dicho lo cual lo ahorcaron. Sus restos se conservan en la parroquia de Unión de Tula, Jalisco.

Según la Arquidiócesis de Jalisco:

Nació en Sayula, Jal. el 13 de marzo de 1875
Murió en Ejutla, Jal. el 28 de octubre de 1927
Sus restos se encuentran en Unión de Tula, Jal.
Luego de que fue ordenado sacerdote el 4 de enero de 1905 y que fue designado a distintas parroquias, peregrinó a Tierra Santa, en donde recogió sus impresiones en la obra Mi viaje a Jerusalén; allí consigna que en el lugar donde según la tradición el Verbo se hizo carne, pidió, como una gracia, el martirio.
El 20 de marzo de 1925 fue designado cura interino de Unión de Tula y desde ese lugar oró en diversas ocasiones por esa misma gracia, además de pedirles a sus llegados que en sus oraciones pidieran por él en ese sentido.
Primogénito de doce hermanos, niño aún, ingresó al Seminario Auxiliar establecido en Sayula, Jalisco, su lugar de origen, en donde tuvo un notable aprovechamiento.
A los 50 años de edad –nació el 13 de marzo de 1875- ya en Unión de Tula, conquistó la simpatía y el respeto de quienes lo trataron. Paciente y caritativo con el prójimo, se preocupó por instruir y catequizar a sus fieles, fundando algunas asociaciones de laicos.
Escaso tiempo pudo estar al frente de su parroquia, pues al decretarse la suspensión del culto público en agosto de 1926, el Presbítero Aguilar decidió permanecer en los límites de su parroquia y el 12 de enero de 1927, la autoridad civil giró una orden de aprehensión en su contra, considerando delito el ejercicio de su ministerio.
El Cura huyó a un rancho próximo a la cabecera municipal, pero su huésped lo denunció: apenas pudo escapar a Ejutla, Jalisco, donde llegó el 26 de enero.
Se refugió en el Colegio de San Ignacio, de las religiosas Adoratrices de Jesús Sacramentado. Desde los corredores del inmueble, siempre que podía celebraba la misa y administraba los sacramentos. Hasta él acudían sus feligreses de Unión de Tula, a quienes atendía en sus necesidades espirituales, renovando cada semana la Reserva Eucarística, gracias a la valiente cooperación de una religiosa.
La mañana del 27 de octubre de 1927, una columna de soldados del ejército federal invadieron Ejutla; un grupo de soldados tomó el convento de las adoratrices, cuya superiora yacía en cama, gravemente enferma. Los presbíteros Rodrigo Aguilar, Juan de la Mora y Emeterio Covarrubias, se disponían a practicar un examen de lengua latina al seminarista Jesús Garibay cuando advirtieron la presencia de los soldados en las inmediaciones del convento y apenas lograron escapar.
El Padre Aguilar, sin embargo, antes de huir, destruyó la nómina de alumnos del Seminario, invirtiendo en ello minutos muy valiosos. El estudiante Rodrigo Ramos ayudó al párroco en su intento de escapar, pues se encontraba lastimado de los pies, pero los soldados lo sometieron. El Padre Aguilar, extenuado, dijo a su asistente: Se llegó mi hora, usted váyase. Un militar le pidió identificarse: Soy sacerdote, respondió. En la redada habían sido capturados el seminarista Garibay y algunas religiosas. Sabedor de su suerte, con ánimo sereno, el Padre Aguilar se despidió de las religiosas: Nos veremos en el Cielo.
Su semblante no manifestaba turbación, antes bien, se mantenía sereno. Dos religiosas adoratrices pudieron cruzar palabra con el reo. Amable, tranquilo y atento, les dijo: Tengo hambre, tráiganme, si pueden, unos taquitos de frijoles. Los jefes me exigen documentos para demostrar por escrito que soy inocente, pero no tengo ninguno.
Donato Aréchiga, quien encabezaba el contingente bélico, odiaba al párroco por haber impedido un matrimonio irregular, por lo que obtuvo la pena de muerte para Rodrigo Aguilar.
A la media noche del 28 de octubre de 1928, el Padre Aguilar fue llevado a la plaza central de Ejutla; tranquilo, las horas transcurridas las invirtió orando. En una rama de un robusto árbol de mango los soldados descolgaron una soga, uno de cuyos extremos tomó el Padre Aguilar, lo bendijo y en voz alta perdonó a sus verdugos. Luego de ponerle la soga al cuello, uno de estos le gritó en pleno rostro: ¿Quién vive?… Cristo Rey y Santa María de Guadalupe, contestó con firmeza el interpelado. La soga fue tirada con fuerza y la víctima suspendida en el aire. A punto de asfixiarse fue bajado para repetirle la pregunta, su respuesta fue la misma; nuevamente fue colgado por el cuello y vuelto a bajar y aún muy lastimado de la garganta, arrastrando las palabras, su pronunciamiento fue el mismo: Cristo Rey y Santa María de Guadalupe. Vuelto a colgar se le provocó al muerte por asfixia.
Por la tarde, unos vecinos descolgaron el cadáver, lo trasladaron al cementerio municipal y lo sepultaron. Cinco años después los restos del Padre Aguilar fueron exhumados para ser depositados en uno de los cruceros del Templo Parroquial de Unión de Tula.

https://defendiendomife.wordpress.com/2014/08/03/san-rodrigo-aguilar-aleman/

AGUILAR ALEMÁN, San Rodrigo

(Sayula, 1875 – Ejutla, 1927) Sacerdote y mártir.
El padre Rodrigo Aguilar sirvió en varios ministerios pastorales de los Altos de Jalisco y en otros lugares de aquel Estado. Fue ahorcado en un árbol de mango de la plaza de Ejutla, Jalisco, el 28 de octubre de 1927 a los 52 años de edad y 24 de sacerdote. Había dicho "los soldados nos podrán quitar la vida, pero la fe nunca"[1] . Se trató de un sacerdote culto y buen escritor que se había dedicado con toda su alma al ministerio sacerdotal, por lo que optó por permanecer junto a su gente.

Contenido

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Raíces y vida sacerdotal de un buen sacerdote mártir

Rodrigo nació el 13 de marzo de 1875 en Sayula, Jalisco. Sus padres fueron Buenaventura Aguilar y Petra Alemán, quienes le bautizaron dos días después de su nacimiento. Niño y joven despierto, entró en el Seminario auxiliar de Ciudad Guzmán, donde se distinguió por su aprovechamiento, talento y aplicación. Enseguida demostró tener un alma de poeta y estar dotado de buenas cualidades literarias. Sus escritos eran publicados en los periódicos de Ciudad Guzmán y tenían como temas principales, sobre todo, argumentos religiosos como el Santísimo Sacramento, la Santísima Virgen, la cultura cristiana, el sacerdocio, y acontecimientos de la Parroquia. Fue ordenado presbítero el 4 de enero de 1905 por manos del arzobispo de Guadalajara Don José de Jesús Ortiz y Rodríguez (1849-1912)[2] .
Desempeñó diferentes ministerios en la parroquia de La Yesca, en donde misionó y bautizó a muchos indígenas huicholes. Estuvo en diversas poblaciones de Jalisco, como Lagos de Moreno, Atotonilco el Alto, Cocula y Sayula. Pasó luego a Zapotiltic, en el mismo Estado, como vicario cooperador, y a la muerte del señor cura, en julio de 1923, recibió el nombramiento de párroco. Allí formó círculos de estudio y fomentó los ya fundados. Realizó también un viaje a Jerusalén y con sus impresiones y vivencias escribió un piadoso libro titulado: "Mi viaje a Jerusalén". El 20 de marzo de 1925 fue nombrado párroco de Unión de Tula.
Celebraba la Misa con fervor y devoción; su gran amor a la Eucaristía le hacía visitar varias veces al Santísimo; su meditación también la hacía frente al Sagrario, y en plena persecución continua¬ba haciendo fielmente una hora de adoración al Santísimo de 10 a 11 de la noche. Rezaba su breviario diariamente con recogimiento, así como el rosario para honrar a la Santísima Virgen. Esta devoción mariana tenía en él especial fuerza: “Todo lo debo a la Santísima Virgen de Guadalupe, a quien en día feliz tuve la dicha de consagrarle mi sacerdocio. Bajo la luz de su mirada pasé mis estudios, mi clericado, mi cantamisa y fui a rendirle mi corazón al Tepeyac[3] .

Hacia el martirio

El 20 de enero de 1927 tuvo que salir huyendo de Unión de Tula, porque habían ido a arrestarlo por ser sacerdote. Se fue a un rancho vecino, en donde pasó la noche bajo techo; pero el mismo que le dio asilo lo denunció, por lo que se fue a Ejutla. Los casos de “judas” traidores es otra constante en la larga historia de la Iglesia, a partir de Jesús mismo traicionado por un amigo. Y esta historia se repite en numerosas ocasiones en la historia de estos sacerdotes mártires, traicionados o por miedo, o por congraciarse con los perseguidores y con frecuencia por cuatro centavos. El futuro mártir llegó así, fugitivo, a Ejutla el 26 de enero. En este lugar funcionaba un Colegio, llamado de San Ignacio; allí permaneció administrando los sacramentos en los corredores del cole¬gio, celebraba la Misa siempre que podía y rezaba, como siempre lo hizo, su oficio y el rosario. Allí iban a verlo sus feligreses de Unión de Tula atendiéndolos en sus necesidades espirituales y estaba al cuidado de que no les faltara la Eucaristía; por ello solía mandar a una religiosa a renovarla cada ocho o quince días. Incluso, durante su vida retirada pudo dirigir los ejercicios espirituales a las religiosas adoratrices y él mismo los practicó.
Pero Ejutla, el pueblo donde moriría mártir, se encontraba en una región continuamente castigada por la Federación por ser un pueblo arraigadamente católico y por ello mismo, semillero de cristeros. El 27 de octubre de 1927, una columna de 600 soldados federales callistas al mando del general Juan B. Izaguirre, y otra partida de agraristas al mando de Donato Aréchiga, invadió el pueblo como a las once de la mañana y lo saquearon. La gente huyó a las montañas vecinas, dejando casas y posesiones para refugiarse en barrancas y cuevas. Lograron aprehender a muchos de los que huían y un grupo de soldados avanzó directamente al convento de las adoratrices, cuya superiora estaba gravemente enferma.
En aquel convento funcionaba una especie de seminario auxiliar clandestino, por ello se explica la presencia de sacerdotes y seminaristas en él. Los pocos seminaristas estaban presentando exámenes en aquellos días. Los más jóvenes lograron escapar brincando por ventanas y saltando la tapia posterior del viejo convento donde se encontraban y donde estaba el padre Rodrigo Aguilar. Precisamente el señor cura Rodrigo estaba en el convento, porque el entonces seminarista José Garibay (quien llegaría a ser el primer cardenal mexicano) presentaba examen de latín y él era uno de los sinodales. El padre Rodrigo entró a su cuarto para sacar unos documentos y se entretuvo; el seminarista Garibay se quedó a esperarlo, y en vista de que los soldados comenzaban a tirotear a los que huían, le pidió que se apresurase. Finalmente, un seminarista llamado Rodrigo Ramos quiso ayudar al padre y tomándolo por un brazo, puesto que se encontraba enfermo de los pies, lo hizo llegar al potrero, pero los soldados los cercaron y el padre le dijo a su ayudante: "Se me llegó mi hora, usted váyase".
Los soldados, con lenguaje grosero, preguntaron quién era, a lo que contestó: "Soy sacerdote". Lo injuriaron y lo aprehendieron, juntamente con el seminarista Garibay y algunas religiosas que también huían. El padre Aguilar iba a ser conducido a distinto lugar que los demás prisioneros, por lo que con toda calma se despidió de las religiosas diciéndoles: "Nos veremos en el cielo"[4] . Del potrero lo llevaron a la casa de la llamada Tercera Orden. Como a las cinco de la tarde fue conducido al seminario y puesto en el pasillo con centinelas de vista. Los testigos presenciales vieron el gran gozo que manifestaba el padre Aguilar ante la cercanía de su encuentro con Dios. Dos de las religiosas adoratrices pudieron verlo. Las acompañaron cuatro soldados y el jefe de los agraristas, Donato Aréchiga, quien odiaba al señor cura porque no había querido casarlo (porque estaba ya casado), intervino ante el general Izaguirre para que no lo dejara en libertad y lo ajusticiara[5].
El Padre Aguilar los recibió con amabilidad, tranquilo y atento, no obstante de encontrarse en medio de una turba maldiciente y soez, que lo injuriaba. A las religiosas les pidió unos taquitos de frijoles y les dijo que los jefes le exigían documentos para que demostrase por escrito su inocencia de que no estaba implicado en las revueltas cristeras, pero que él no tenía ningunos. Lo insultaron y lo llevaron preso con el seminarista y algunas religiosas de aquel viejo convento. Encarcelado, pasó el día en oración, como declaran los testigos: “El heroico sacerdote continuaba tranquilo y casi toda la tarde y las horas de la noche que habían transcurrido las había pasado en oración[6] .

Lo ahorcaron en la plaza

Poco después de la una de la madrugada del 28 de octubre de 1927 fue llevado a la plaza central de Ejutla para ser ahorcado. El sacerdote continuaba tranquilo y casi toda la tarde y las horas de la noche que habían transcurrido las había pasado en oración. Los soldados hicieron alto al pie de un grueso y alto árbol de mango. Amarraron una soga sobre una de las ramas más gruesas e hicieron una lazada. El padre Rodrigo tomó en su mano la soga con que lo iban a colgar, la bendijo y perdonó a todos y regaló su rosario a uno de los que lo iban a ejecutar.
Los soldados le pusieron la soga al cuello y uno de ellos, para poner a prueba su fortaleza, le dijo altaneramente: "¿Quién vive?". Le había dicho que no lo colgarían si gritaba: "¡Viva el Supremo Gobierno!"; pero él contestó con voz firme: "¡Cristo Rey y Santa María de Guadalupe!". La soga fue tirada y quedó suspendido en el aire; se le bajó y de nuevo se le volvió a preguntar: "¿Quién vive?", y nuevamente sin titubear contestó: "¡Cristo Rey y Santa María de Guadalupe!",; se le subió y bajó de nuevo. "¿Quién vive?" se le gritó otra vez, con soez provocación. "¡Cristo Rey y Santa María de Guadalupe!", dijo arrastrando la lengua, agonizante. Lo levantaron con rabia, lo dejaron caer y, en ese momento expiró[7] . Era la una de la madrugada del 28 de octubre, festividad de Cristo Rey. Los pobladores que estaban en las montañas afirman que tres veces vieron una luz en el cielo que iluminó a Ejutla.[8]

El cuerpo amaneció colgado del árbol en la plaza central. Se le había ajusticiado sin hacerle ningún proceso. Como permaneció suspendido hasta el medio día mucha gente pudo verlo. Estaba en camiseta, pantalones y calcetines, pero sin zapatos y con un sombrero de paja puesto de lado. El nudo de la soga lo tenía en la nuca y el cuerpo casi tocaba el suelo con los pies. Cerca de las cinco de la tarde, tres cristianos piadosos –Juan Ponce, Jesús y Silvano García- pidieron autorización a un capitán de los federales, llamado Mata, y descolgaron el cuerpo. Don Jesús llevó una tabla sobre la que pusieron el cuerpo y con la misma soga que lo habían colgado lo sujetaron a la tabla para que no se cayera. Lo llevaron inmediatamente al panteón municipal y lo enterraron superficialmente y sin caja, solamente pusieron encima del cuerpo la tabla en la que habían cargado el cuerpo y sobre la tumba colocaron algunas piedras y unas flores. El pueblo había quedado vacío, ya que Izaguirre había amenazado con incendiarlo por ser lugar y refugio de cristeros. Los soldados se dedicaron al saqueo; del convento se llevaron los ornamentos, la custodia y los vasos sagrados. Cerca del cadáver, en la plaza, quemaron imágenes sagradas y bancas que habían llevado del convento.
Cinco años después de los acontecimientos se promovió la exhumación de los restos; fueron trasladados al templo parroquial de Unión de Tula, y colocados en el crucero derecho. Inmediatamen¬te después de su muerte la gente lo tuvo como un verdadero mártir y esta fama continua firme hasta el día de hoy. En la iglesia parroquial de Unión de Tula se veneran sus reliquias y la gente implora su intercesión. Fue beatificado el 22 de noviembre de 1992 y canonizado el 21 de mayo del año 2000, por S.S. Juan Pablo II.
El Padre Rodrigo tenía alma de poeta. Había escrito varias poesías al Crucificado como éstas:
Miradle allí: pendiente del madero
Sobre la cumbre del tremendo Gólgota;
Tinto en la roja sangre que destila
Todo su cuerpo por las venas rotas.[9]
“Tórtola solitaria que suspiras
Del Gólgota en la cumbre tenebrosa,
En medio del horror y del espanto,
Que la naturaleza tremebunda
Ofrece a tu mirada vigorosa;
Anegada en un mar de sinsabores
Y en un océano inmenso de tristeza”.[10]

http://www.enciclopedicohistcultiglesiaal.org/diccionario/index.php/AGUILAR_ALEM%C3%81N,_San_Rodrigo

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