miércoles, 2 de diciembre de 2015

San Habacuc (A.T.) - Santa Bibiana de Roma - San Cromacio de Aquilea - San Pimenio de Roma 02122015

San Habacuc (A.T.)

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San Habacuc, santo del AT
Conmemoración de san Habacuc, profeta, el cual, ante la iniquidad y violencia de los hombres, anunció el juicio de Dios, pero también su misericordia, diciendo: «El justo vivirá por su fe».
Dicen que cuando el filósofo Heidegger debía introducir a sus alumnos en el pensamiento de uno de los grandes filósofos, no comenzaba como solemos hacer, contando a grandes rasgos la biografía, sino solamente «nació y murió, y escribió... tales y tales ... obras», para que sus alumnos no perdieran de vista que lo que debemos valorar en un escritor es su escrito, y no las circunstancias personales que lo llevaron a escribirlo. No sé yo si esta anécdota es cierta o sólo una leyenda urbana, pero el gran pensador alemán hubiera estado muy a gusto haciendo la hagiografía de los doce profetas menores, de los cuales apenas podemos decir «nació, murió, y escribió el libro que lleva su nombre».
De Habacuc sólo puede deducirse, por indicios internos del libro, que pronunció sus oráculos en relación a los acontecimientos que ocurrían en Judá entre el 605, victoria de Nabucodonosor el Grande que se alza con el poder en Oriente Medio, y el primer asedio de Jerusalén, en 597, diez años antes de la destrucción del templo por obra del mismo rey. Es, por tanto, contemporáneo de Jeremías. Jerusalén está sumida en el pecado, en el abandono de la fidelidad a Yahvé, en la idolatría; el hombre religioso espera la llegada del castigo divino, sabe que no faltará, pero ¿cómo es posible que Dios castigue el mal de los suyos por medio de pueblos aun más pecadores que el propio Judá? ¿Qué enigma es éste del mal en la historia, de un Dios que ni se va del todo, ni termina de aparecer? Habacuc plantea a Dios, con toda reverencia pero sin concesiones, el misterio del mal en la historia; su librito, de apenas tres capítulos, contiene las preguntas y, con la autoridad del propio Yahvé, lo que puede decir el profeta en Su nombre. Notemos que estamos más de un siglo antes del libro bíblico que se ha hecho clásico por plantear rigurosamente este tema, el de Job.
Los tres capítulos de Habacuc saben a poco, es verdad, una vez hecha la pregunta por el misterio del mal en la historia, desearíamos que Dios «se suelte a hablar» más largamente de lo que lo hace, pero a pesar de su brevedad, podemos decir que es un libro perfectamente estructurado y bellamente escrito, rasgo que -a diferencia de lo que ocurre en otros libros de la Biblia- se sigue notando incluso en las traducciones. El libro consta de dos quejas del profeta, seguidas cada una de ellas de una respuesta -oráculo- por parte de Dios, luego una serie de invectivas contra los males del mundo, y todo ello cierra con un extenso salmo que bien pronto se integró en la liturgia, primero judía y luego también en la cristiana: lo rezamos en las Laudes del viernes de la segunda semana del salterio.
Sin embargo lo que los estudiosos coinciden en que podría llamarse el resumen del mensaje profético de Habacuc está contenido en una sola frase, pero que ha tenido una larga trayectoria en el mundo de la fe, especialmente la nuestra; en efecto, dice Habacuc 2,4:
«He aquí que sucumbe quien no tiene el alma recta,
más el justo por su fidelidad vivirá.»
Todos reconocemos en ese versículo cómo sus palabras han calado hondo en nuestra fe a través de la cita que hace de ellas san Pablo en Romanos 1,17. Entre Habacuc y san Pablo ha pasado Cristo, y lo que podía llamar «justo» Habacuc y lo que san Pablo entiende por «justo» se ha profundizado. Ciertamente que la frase «el justo vivirá por la fe» en el contexto de la Carta a los Romanos tiene unas resonancias que no tiene aun en Habacuc, pero eso no implica no reconocer en el profeta una voz del Antiguo Testamento que ya reclama, claramente, una revelación inaudita de Dios, algo que venga a «dar vuelta» la historia, tal como dirá en su salmo final:

Señor, he oído tu fama,
me ha impresionado tu obra.
En medio de los años, realízala;
en medio de los años, manifiéstala;
en el terremoto, acuérdate de la misericordia.

El Señor viene de Temán;
el Santo, del monte Farán:
su resplandor eclipsa el cielo,
la tierra se llena de su alabanza;
su brillo es como el día,
su mano destella velando su poder. (3,2-4)


Santa Bibiana de Roma

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Santa Bibiana, mártir
En Roma, santa Bibiana, mártir, a quien el papa san Simplicio dedicó una basílica en el Esquilino.
Santa Bibiana «la de los trenes», probablemente esto es lo primero que se le ocurre a un romano al mencionar su nombre, porque la iglesia que se llama así queda como empotrada en las vías que están a punto de morir, unos metros más allá, en la Stazione Termini. Una iglesia barroca con su espléndida estatua de la Santa obra de Bernini. El escultor, cumpliendo el encargo del infatigable Urbano VIII, la representó con los atributos de su martirio: la columna de la flagelación, los azotes, la corona de mártir y una sonrisa angelical que asombra o desconcierta; es la felicidad en la muerte, o, mejor dicho, la felicidad entrevista por la fe más allá de la muerte.

Según cuenta la leyenda, el martirio ocurrió en tiempos de Juliano el Apóstata (360-363); el gobernador Aproniano, después de haber hecho asesinar a sus padres Flaviano y Dafrosa, seguro de poderse adueñar de su patrimonio, trató de obligar a la apostasía a las jóvenes hijas de los mártires. Encerradas en la cárcel, Demetria murió antes de la terrible prueba. Bibiana, impávida y resuelta, enfrentó al gobernador, que, para debilitar su resistencia la confió inútilmente a una alcahueta. Entonces ordenó que Bibiana fuera atada a una columna y flagelada. Llena de llagas por todo el cuerpo, finalmente la joven mártir entregó su alma a Dios. Echaron su cuerpo a los perros, pero un cristiano de nombre Juan, que la leyenda identifica con el tutor cristiano de Juliano (de antes de apostatar, naturalmente), que se asocia con san Pimenio (celebrado hoy mismo) lo rescató y le dio sepultura junto a la tumba de sus padres y de la hermana, cerca de su casa, en donde pronto construyeron una capilla y más tarde la actual basílica, sobre el monte Esquilino.


La leyenda proviene de narraciones no anteriores al siglo VII, pero Bibiana sí existió, y posiblemente también su hermana Demetria y su madre Dafrosa, cuyos restos se descubrieron en una excavación, junto a las reliquias de la santa, en dos vasos de vidrio. La Iglesia ha venerado desde hace siglos el recuerdo de esta mártir desconocida por la historia pero bien conocida por Dios. Al papa Simplicio se le atribuye la construcción de una basílica en honor de la bienaventurada mártir Bibiana, que de hecho existió desde el siglo V. Butler explica que se la venera como patrona de los enfermos mentales y epilépticos porque en la leyenda se decía que había sido encerrada con locos.






Oremos



Dios todopoderoso y eterno, que concediste a Santa Bibiana por la fe hasta derramar su sangre, hay que, ayudados por su intercesión, soportemos por tu amor nuestras dificultades y con valentía caminemos hacia ti que eres la fuente de toda vida. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.



San Cromacio de Aquilea

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San Cromacio de Aquilea, obispo
En Aquilea, en el territorio de Venecia, san Cromacio, obispo, auténtico artífice de la paz, que, arrasadas las fronteras de Italia por Alarico, remedió las penas de los pueblos, y, explicando exquisitamente los misterios de la divina palabra, elevó las almas a la contemplación.
Cromacio se educó en la ciudad de Aquilea, en la que probablemente había nacido. Allí vivíó con su madre (la buena opinión que tenía san Jerónimo de esta viuda, puede verse en la carta que le escribió el año 374), su hermano, que también llegó a ser obispo, y sus hermanas solteras. Después de su ordenación sacerdotal, san Cromacio tomó parte en el sínodo de Aquilea contra el arrianismo (381), bautizó a Rufino siendo todavía joven y adquirió gran reputación. El año 388, a la muerte de san Valeriano, fue elegido obispo de Aquilea y llegó a ser uno de los prelados más distinguidos de su tiempo. Fue amigo de san Jerónimo, con quien sostuvo correspondencia epistolar y quien le dedicó varias de sus obras. No por ello dejó de ser amigo de Rufino y trató de hacer las veces de pacificador y moderador en la disputa origenista. Precisamente San Cromacio fue quien incitó a Rufino a traducir la «Historia Eclesiástica» de Eusebio y otras obras y, por consejo suyo, san Ambrosio escribió su comentario sobre la profecía de Balaam. El santo ayudó también a Heliodoro de Altino a financiar la traducción de la Biblia hecha por san Jerónimo. Cromacio fue un partidario enérgico y valioso de san Juan Crisóstomo quien le profesaba gran estima. El obispo de Aquilea escribió al emperador Honorio para protestar contra la persecución de que era objeto san Juan Crisóstomo, y Honorio transmitió la protesta a su hermano Arcadio. Desgraciadamente, los esfuerzos de san Cromacio no produjeron efecto alguno.
Fue un autorizado comentarista de la Sagrada Escritura; se conservan diecisiete de sus estudios sobre algunos pasajes del Evangelio de San Mateo y una homilia sobre las Bienaventuranzas. San Cromacio murió hacia el año 407. Su fiesta se celebra en las diócesis de Gorizia y de Istria, que antiguamente formaban parte de la provincia de Aquilea.

Expositio de oratione dominica, publicada por M. Andrieu en Les Ordines romani du haut moyen-age, vol. II (1948), pp. 417-447. En la «Patrología» de Quasten-Di Berardino, vol. III, 1981, pág 697-699, puede verse otra introducción a la vida y obras de san Cromacio.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI





Oración:


Tú, Señor, que concediste a San Cromacio un conocimiento profundo, de la sabiduría divina, concédenos, por su intercesión, ser siempre fieles a tu palabra y llevarla a la práctica en nuestra vida. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.


San Pimenio de Roma

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San Pimenio, presbítero y mártir
También en Roma, en el cementerio de Ponciano, en la vía Portuense, san Pimenio, presbítero y mártir.
La tradición ha asociado el nombre de Juan, el sacerdote que rescató el cuerpo de santa Bibiana (ver hoy mismo) con el de san Pimenio, quien fue tutor de Juliano el Apóstata antes de que éste abandonase la Iglesia. Cuando Juliano empezó a perseguir a los cristianos, Pimenio huyó a Persia. Más tarde, volvió a Roma y encontró en la calle al emperador. Este exclamó al verle: «¡Gloria sea dada a mis dioses y diosas por veros de nuevo!» El santo replicó: «¡Gloria sea dada a mi Señor Jesucristo, el nazareno que fue crucificado, porque no os he visto en mucho tiempo!» Juliano mandó que le arrojasen al punto al Tíber. Como lo ha demostrado Delehaye, esta leyenda procede de fábulas hagiográficas ligeramente más antiguas, en particular, que las relacionadas con la vida de los santos Juan y Pablo. Por otra parte, no es imposible que el nombre de Pimenio se derive de la palabra griega «poimén», que significa pastor; en ese caso, se trataría de la leyenda de «san Pastor». Lo cierto es que con él ha quedado representado un mártir romano realmente venerado desde antiguo, de los siglos III o IV, cuya tumba se halla en el cementerio de Ponciano.

Etude sur le légendicr romain (1936.), pp. 124-143; en un apéndice publica el autor dos textos de particular importancia (pp. 259-268) titulados Passio Sancti Pygmenii y Vita Sancti Pastoris. En realidad, el personaje principal de esta leyenda es Pimenio o Pigmenio, no Bibiana.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

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