Lo que hoy nos puede parecer un problema, mañana puede ser lo que necesitemos
Por: Domenico Agasso Jr. | Fuente: vaticaninsider.lastampa.it
«También San Francisco de Asís se embarcó clandestinamente una vez». Lo narra, al margen de la extraordinaria visita de Papa Francisco a Lampedusa, el historiador del franciscanismo don Felice Accrocca. El hecho de la anécdota habría sucedido hacia el año 1212, en el sexto año de su conversión:
«Francisco subió a una nave con el deseo de llegar a Siria, pero vientos desfavorables desviaron la embarcación hacia las costas de Dalmacia. Puesto que no había naves que partieran hacia su destino original, trató de volver a Italia. Los marineros de una nave que se dirigía a Ancona no quisieron recibirlo, aduciendo que llevaban pocos víveres». El primer hagiógrafo franciscano escribió que «el santo, confiando en la bondad de Dios, subió a escondidas a la embarcación con su compañero. Y de repente, movido por la divina Providencia, un desconocido entregó a uno de la tripulación, que vivía con temor de Dios, algunos víveres y le dijo: "toma estas cosas y entrégalas fielmente a esos pobrecillos que están escondidos en la nave, cada vez que lo necesiten".
Y sucedió que, al estallar una tormenta embravecida, los marineros tuvieron que remar con mucha más dedicación por lo que se acabaron todos sus víveres; solo quedaban los del pobrecillo Francisco, que se multiplicaron de tal manera, con la gracia y la potencia operativa de Dios, que, quedando todavía muchos días de navegación, fueron suficientes para las necesidades de todos hasta que llegaron al puerto de Ancona. Entonces, los marineros comprendieron que había sobrevivido a los peligros del mar gracias al siervo de Dios Francisco». (1Cel, 55).
La lección de esta enésima estocada franciscana es una provocación: como san Francisco, que fue considerado un problema por los marineros pero acabó siendo un recurso, lo mismo podría suceder hoy con los que desembarcan en Lampedusa y en otros sitios.
«No quiero decir con ello -continúa don Accrocca- que hay que abrirnos a una acogida ilimitada y sin condiciones, porque el bien tiene sus reglas y hay que respetarlas, y nosotros, como siempre me decía mi obispo mons. Giuseppe Petrocchi, ahora arzobispo de L’Aquila, debemos aprender a hacer el bien. Pero tampoco debemos olvidar que los que llegan a nuestras costas en "carretas del mar" son la encarnación viva de Cristo (¿no lo dijo Él mismo?) y que podrían ser en el futuro un recurso también para nosotros».
Por: Domenico Agasso Jr. | Fuente: vaticaninsider.lastampa.it
«También San Francisco de Asís se embarcó clandestinamente una vez». Lo narra, al margen de la extraordinaria visita de Papa Francisco a Lampedusa, el historiador del franciscanismo don Felice Accrocca. El hecho de la anécdota habría sucedido hacia el año 1212, en el sexto año de su conversión:
«Francisco subió a una nave con el deseo de llegar a Siria, pero vientos desfavorables desviaron la embarcación hacia las costas de Dalmacia. Puesto que no había naves que partieran hacia su destino original, trató de volver a Italia. Los marineros de una nave que se dirigía a Ancona no quisieron recibirlo, aduciendo que llevaban pocos víveres». El primer hagiógrafo franciscano escribió que «el santo, confiando en la bondad de Dios, subió a escondidas a la embarcación con su compañero. Y de repente, movido por la divina Providencia, un desconocido entregó a uno de la tripulación, que vivía con temor de Dios, algunos víveres y le dijo: "toma estas cosas y entrégalas fielmente a esos pobrecillos que están escondidos en la nave, cada vez que lo necesiten".
Y sucedió que, al estallar una tormenta embravecida, los marineros tuvieron que remar con mucha más dedicación por lo que se acabaron todos sus víveres; solo quedaban los del pobrecillo Francisco, que se multiplicaron de tal manera, con la gracia y la potencia operativa de Dios, que, quedando todavía muchos días de navegación, fueron suficientes para las necesidades de todos hasta que llegaron al puerto de Ancona. Entonces, los marineros comprendieron que había sobrevivido a los peligros del mar gracias al siervo de Dios Francisco». (1Cel, 55).
La lección de esta enésima estocada franciscana es una provocación: como san Francisco, que fue considerado un problema por los marineros pero acabó siendo un recurso, lo mismo podría suceder hoy con los que desembarcan en Lampedusa y en otros sitios.
«No quiero decir con ello -continúa don Accrocca- que hay que abrirnos a una acogida ilimitada y sin condiciones, porque el bien tiene sus reglas y hay que respetarlas, y nosotros, como siempre me decía mi obispo mons. Giuseppe Petrocchi, ahora arzobispo de L’Aquila, debemos aprender a hacer el bien. Pero tampoco debemos olvidar que los que llegan a nuestras costas en "carretas del mar" son la encarnación viva de Cristo (¿no lo dijo Él mismo?) y que podrían ser en el futuro un recurso también para nosotros».
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