Los generales del Terror se vanagloriaban del exterminio y lo contaron todo | |||||||||||
El genocidio de La Vendée: las pruebas de la determinación anticatólica de la Revolución Francesa | |||||||||||
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"Camaradas, entramos en el país insurrecto. Os doy la orden de entregar a las llamas todo lo que sea susceptible de ser quemado y pasar al filo de la bayoneta todo habitante que encontréis a vuestro paso. Sé que puede haber patriotas [ciudadanos afectos a la Revolución] en este país; es igual, debemos sacrificarlo todo".
El primer genocidio de la era moderna Ni Lenin fue más claro. De todos los intentos de exterminio que jalonan la historia de la Modernidad (armenios, ucranianos, judíos, rusos blancos, camboyanos, tutsis...), aquel en el que mejor consta la determinación genocida es el que tuvo lugar en 1793 y 1794 contra la población de la región francesa de la Vendée a causa de su fidelidad católica. La voluntad exterminadora del Comité de Salud Pública era tan clara, que los ejecutores materiales de las matanzas, sintiéndose inequívocamente respaldados, no temieron dejar constancia de ellas, por incriminatorio que pudiese resultar. La frase citada al principio, por ejemplo, la pronunció el general Grignon, al mando de la primera columna que entró en el país. Pero esa y otras pruebas padecieron durante dos siglos un espeso manto de silencio: la historia de la Revolución Francesa la escribieron los revolucionarios, y la protección pública a una verdad oficial que ocultaba esos hechos laminaba en la práctica la labor de los historiadores que osaran discutirla. Una investigación capital: Reynald Secher Sólo en torno a 1989, con ocasión del bicentenario, comenzaron a llegar a la opinión pública hechos que hasta entonces sólo divulgaban las minorías contrarrevolucionarias. En 1985, cuando Reynald Secher quiso defender primero, y publicar después, su tesis doctoral sobre el genocidio de la Vendée (La Vendée-Vengé. Le génocide franco-français), que allegaba cientos de testimonios de autoinculpación de los revolucionarios, fue seriamente advertido de las consecuencias para su futuro académico de exponer unos hechos que contradecían el adoctrinamiento impuesto a los franceses desde la escuela durante doscientos años. Pero siguió adelante, y aunque el libro nunca se ha publicado en español, forma ahora el punto de partida de la reciente obra de investigación del profesor Alberto Bárcena en La guerra de la Vendée. Una cruzada en la revolución (San Román). Bárcena brinda así, por primera vez al lector no especializado, los elementos esenciales de la investigación de Secher, completados con la propia investigación del autor. El libro demuestra, con base documental y testifical, que el fundamento de la resistencia de los vendeanos, y la causa del odio revolucionario hacia ellos, fue la religión. Amor a los refractarios, desprecio a los juramentados Tras el asesinato de Luis XVI el 21 de enero de 1793 y el inicio de la guerra contra España en marzo, la Convención ordenó una leva de 300.000 hombres, que fue la chispa que encendió la rebelión. Pero lo que realmente había convertido en rebeldes los espíritus de los franceses (no sólo los vandeanos) era la Constitución Civil del Clero, que exigía a los sacerdotes un juramento de fidelidad a la Revolución. La persecución contra los obispos y sacerdotes que se negaron fue brutal, y las autoridades los sustituían por el clero adicto. Bárcena cita multitud de documentos en los que el pueblo exige "buenos curas" como una de sus principales reivindicaciones. Los curas juramentados eran detestados como infieles. Los refractarios, protegidos y escondidos por la gente aun a riesgo de su propia vida. La canción El escapulario evoca la memoria católica del pueblo vandeano en su lucha por el Reinado Social de Cristo. Los vandeanos, entrañablemente adheridos a la monarquía católica, se distinguieron particularmente en ese rechazo a las autoridades revolucionarias. Héroes de la resistencia católica El levantamiento popular, en ocasiones sin más armas que los aperos de labranza, fue tan entusiasta que infligió a los azules derrotas memorables, de forma que los caudillos católicos se convirtieron en mitos, comenzando por el primero de ellos, Jacques Cathelineau, muerto en combate, y siguiendo por nombres de leyenda como François de Charette o el conde de La Rochejaquelein. Cathelineau (arriba) y Charette (abajo), dos de los grandes caudillos vandeanos. Hasta 40.000 soldados lograron presentar en orden de batalla los contrarrevolucionarios, que estuvieron a punto de conquistar Nantes. Llegaron a sumar más de cien mil hombres. Se decide el genocidio La Convención comprendió que la mecha vandeana podía prender en todo el país por motivos similares, y fue entonces cuando se tomó la decisión del genocidio: el decreto de 1 de agosto de 1793, que incluía el envío a la región de cantidades ingentes de materiales combustibles de toda clase. El pueblo no combatiente abandonó masivamente la zona, en número de 80.000 personas, mientras los revolucionarios saqueaban y quemaban sus casas. Un despacho del general Marceau, comandante en jefe interino del ejército del oeste, describe así su paso por la Vendée: "Por agotadas que estuvieran nuestras tropas hicieron todavía ocho leguas, masacrando sin cesar y haciendo un botín inmenso. Nos hicimos con siete cañones, nueve cajas y una inmensidad de mujeres (tres mil fueron ahogadas en Pont-au-Baux)". Los ahogamientos masivos en los ríos fueron uno de los métodos más usados para las matanzas: las llamaban eufemísticamente "deportaciones verticales". "Fusilamos a todo el que cae en nuestras manos, prisioneros, heridos, enfermos en los hospitales", confiesa el general Rouyer. Medidas "buenas y puras" La intensidad de las matanzas era de tal calibre, que algunos de los ejecutores quisieron ponerse a cubierto de cualquier responsabilidad. El 17 de de enero de 1794, el general Turreau exige a la Convención que le confirme la orden de "quemar todas las villas, pueblos y aldeas de la Vendée que no estén en el sentido de la Revolución". Y no por escrúpulos morales, sino por mera seguridad jurídica, pide certidumbres: "Debéis igualmente pronunciaros de antemano sobre la suerte de las mujeres y los niños. Si hay que pasarlos a todos por el filo de la espada, yo no puedo ejecutar semejante medida sin una orden que ponga mi responsabilidad a cubierto". La respuesta del Comité de Salud Pública llegó el 8 de febrero, y es la prueba evidente de que en la Vendée no hubo excesos: todo lo que se hizo estaba amparado por las autoridades de la Revolución Francesa. "Te quejas, ciudadano general", le dicen, "de no haber recibido del Comité una aprobación formal a tus medidas. Éstas le parecen buenas y puras pero, alejado del teatro de operaciones, espera los resultados para pronunciarse: extermina a los bandidos hasta el último, ése es tu deber". Los "bandidos" eran, obviamente, los católicos vandeanos. La rebelión ocultada es un docudrama de reciente producción sobre el genocidio de la Vendée. He aquí el tráiler. Un horror inconcebible De las atrocidades cometidas da cuenta la denuncia de un oficial de policía, Gannet, sobre lo que vio cometer al general Amey, que mandaba la división con sede en Mortagne. Una vez más, la denuncia no es moral, sino política: sencillamente, Amey, en absoluta orgía asesina, está matando también a partidarios de la Revolución Francesa. He aquí el impresionante testimonio de Gannet: "Amey hace encender los hornos y cuando están bien calientes mete en ellos a las mujeres y los niños. Le hemos hecho amonestaciones; nos ha respondido que era así como la República quería cocer su pan. Primeramente se ha condenado a este género de muerte a las mujeres bandidas, y no hemos dicho demasiado; pero hoy los gritos de esas miserables han divertido tanto a los soldados y a Turreau que han querido continuar esos placeres. Faltando las hembras de los realistas, se han dirigido a las esposas de verdaderos patriotas. Ya veintitrés, que sepamos, han sufrido este horrible suplicio y no eran culpables más que de adorar a la nación. Hemos querido interponer nuestra autoridad, los soldados nos han amenazado con la misma suerte". Aquellas fuerzas revolucionarias, uniformadas, al mando de generales que luego destacarían bajo Napoleón, debidamente respaldadas por el Comité de Salud Pública, fueron denominadas "columnas infernales". Se justifica por más testimonios. El capitán Dupuy, del batallón de la Libertad, escribe así a su hermana: "Por todas partes donde pasamos, llevamos la llama y la muerte. La edad, el sexo, nada es respetado. Un voluntario mató, con sus propias manos, a tres mujeres. Es atroz, pero la salvación de la República lo exige imperiosamente. No hemos visto un solo individuo sin fusilarle. Por todas partes la tierra está cubierta de cadáveres". El cirujano Thomas describe escenas horrorosas: "He visto quemar vivos a hombres y mujeres. He visto ciento cincuenta soldados maltratar y violar mujeres, chicas de catorce y quince años, masacrarlas después y lanzarse de bayoneta en bayoneta tiernos niños que habían quedado al lado de su madre sobre las baldosas". Hay datos aún más escalofriantes, como la utilización de la piel de las víctimas, un hecho firmemente documentado en varias causas judiciales e incluso en un informe oficial del capitoste revolucionario Saint-Just: "Se curte en Meudon la piel humana. La piel que proviene de hombres es de una consistencia y de una bondad superiores a la de las gamuzas. La de los sujetos femeninos es más flexible, pero presenta menos solidez". Los cadáveres de los vandeanos servían incluso para grasa. De nuevo, a confesión de parte, en este caso de uno de los soldados del general Crouzat que el 5 de abril de 1794 quemaron a 150 mujeres: "Hicimos agujeros en la tierra para colocar calderas a fin de recibir lo que caía; habíamos puesto barras de hierro encima y colocado a las mujeres encima. Después, más encima aún, estaba el fuego. Dos de mis camaradas estaban conmigo en este asunto. Envié diez barriles a Nantes. Era como la grasa de momia: servía para los hospitales". Reacción tardía Algunos revolucionarios, como el general Danican, sí denunciaron la barbarie: "He visto masacrar a viejos en su cama, degollar niños sobre el seno de sus madres, guillotinar mujeres embarazadas e incluso al día siguiente de su alumbramiento. Las atrocidades que se han cometido ante mis ojos han afectado de tal manera mi corazón que no sentiré nunca la vida". Y al final, la misma Convención que había ordenado el genocidio y amparado su brutalidad tuvo que reconocer, el 29 de septiembre de 1794, que "jefes bárbaros, que osan aún decirse republicanos, han hecho degollar, por el placer de degollar, a viejos, mujeres, niños. Municipios patriotas incluso han sido las víctimas de esos monstruos de los que no detallaremos las execrables actuaciones". Exterminada la quinta parte No hacía falta, pues sus mismos autores no tuvieron reparo en contarlas. Todo este aporte documental, que se hallaba virgen hasta 1985 porque nadie se atrevía a desmentir la versión oficial hasta que Reynald Secher lo hizo, forma parte de La guerra de la Vendée de Alberto Bárcena. El autor, durante un acto de presentación del libro. Pero la obra de Bárcena no se limita a estudiar la represión. Es una historia completa de las campañas bélicas, de la trastienda política y de las razones que, aparte la religión (la principal), también contribuyeron al ensañamiento con esa región francesa, que perdió el 14,38% de la población (dos tercios campesinos, un tercio comerciantes) y vio destruidas el 18,16% de sus casas. Son valores medios, porque hay pueblos donde el exterminio de personas y de hogares llegó al 80%. Todo ello, bajo la divisa Libertad, Igualdad, Fraternidad y en nombre de los Derechos Humanos. Una historia que estaba por escribirse. |
sábado, 22 de abril de 2017
El genocidio de La Vendée: las pruebas de la determinación anticatólica de la Revolución Francesa 19042017
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