Santas Agape y Quionia, vírgenes y mártires
fecha: 1 de abril
fecha en el calendario anterior: 3 de abril
†: 305 - país: Grecia
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
fecha en el calendario anterior: 3 de abril
†: 305 - país: Grecia
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio: En Tesalónica, ciudad de Macedonia, santas Agape y Quionia, vírgenes
y mártires, que en la persecución bajo el emperador Diocleciano, por negarse a
comer carne sacrificada a los ídolos, fueron entregadas al prefecto Dulcecio,
quien las condenó a ser quemadas vivas.
refieren a este santo: Santa Irene

El año 303, el emperador Diocleciano
publicó un decreto que condenaba a la pena de muerte a quienes poseyesen o
guardasen una parte cualquiera de la Sagrada Escritura. En aquella época vivían
en Tesalónica de Macedonia tres hermanas cristianas, Agape, Quionia e Irene,
hijas de padres paganos, que poseían varios volúmenes de la Sagrada Escritura.
Tan bien escondidos los tenían, que los guardias no los descubrieron sino hasta
el año siguiente, después de que las tres hermanas habían sido arrestadas por
otra razón.
Dulcicio presidió el tribunal, sentado en
su trono de gobernador. Su secretario, Artemiso, leyó la hoja de acusaciones,
redactada por el procurador. El contenido era el siguiente: «El pensionario
Sandro saluda a Dulcicio, gobernador de Macedonia, y envía a su Alteza seis
cristianas y un cristiano que se rehusaron a comer la carne ofrecida a los
dioses. Sus nombres son: Agape, Quionia, Irene ,
Casia, Felipa y Eutiquia. El cristiano se llama Agatón». El juez dijo a las
mujeres: «¿Estáis locas? ¿Cómo se os ha metido en la cabeza desobedecer al
mandato del emperador?» Después, volviéndose hacia Agatón, le preguntó: «¿Por
qué te niegas a comer la carne ofrecida a los dioses, como lo hacen lo otros
súbditos del emperador?» «Porque soy cristiano», replicó Agatón. «¿Estás
decidido a seguir siéndolo?» «Sí». Entonces, Dulcicio interrogó a Agape sobre
sus convicciones religiosas. Su respuesta fue: «Creo en Dios y no estoy
dispuesta a renunciar al mérito de mi vida pasada, cometiendo una mala acción».
«Y tú, Quionia, ¿qué respondes?» «Que creo en Dios y por consiguiente no puedo
obedecer al emperador». A la pregunta de por qué no obedecía al edicto imperial,
Irene respondió: «Porque no quiero ofender a Dios». «¿Y tú, Casia?», preguntó
el juez. «Porque deseo salvar mi alma». «¿De modo que no estás dispuesta a
comer la carne ofrecida a los dioses?» «!No!» Felipa declaró que estaba
dispuesta a morir antes que obedecer. Lo mismo dijo Eutiquia, una viuda que
pronto iba a ser madre. Por esta razón, el juez mandó que la condujesen de
nuevo a la prisión y siguió interrogando a sus compañeros: «Agape -preguntó-
¿has cambiado de decisión? ¿Estás dispuesta a hacer lo que hacemos quienes
obedecemos al emperador?» «No tengo derecho a obedecer al demonio -replicó la
mártir-; todo lo que digas no me hará cambiar». «¿Cuál es tu última decisión,
Quionia?», prosiguió el juez. «La misma de antes». «¿No poseéis ningún libro o escrito
referente a vuestra impía religión?» «No. El emperador nos los ha arrebatado
todos». A la pregunta del juez de quién las había convertido al cristianismo,
Quionia respondió simplemente: «Nuestro Señor Jesucristo».
Entonces Dulcio dictó la sentencia: «Condeno
a Agape y a Quionia a ser quemadas vivas por haber procedido deliberada y
obstinadamente contra los edictos de nuestros divinos emperadores y césares y
porque se niegan a renunciar a la falsa religión cristiana, aborrecida por
todas las personas piadosas. En cuanto a los otros cuatro, los condeno a
permanecer prisioneros hasta que se juzgue conveniente».
Pío Franchi de Cavalieri descubrió y
publicó en 1902 las actas de estas mártires en Studi e Testi, pte. ix. Todos
los autores admiten que dicho documento se basa en las actas oficiales
verídicas, pero la traducción latina publicada por Ruinart en Acta Martyrum
Sincera no es del todo satisfactoria. Véase la traducción directa del griego en
A. J. Masón, Historie Martyrs of the Primitive Church (1905), pp. 341-346. El
martirologio o Breviarium sirio, que data de principios del siglo v, menciona a
Quionia y Ágape el 2 de abril. Probablemente la omisión del nombre de Irene se
debe a que fue juzgada y martirizada más tarde. Nada sabemos sobre la suerte que
corrieron sus otros cuatro compañeros. Ver Acta Sanctorum, nov., vol. II, pars
posterior (1932), pp. 169-170; y Delehaye, Les Passions des Martyrs..., pp.
141-143.
Nota de ETF: En el original esta hagiografia comprende también la de Irene, que en época de la edición se celebraba el 3 de octubre, junto con sus hermanas, mientras que en la actualidad se celebra sola, el 5 de octubre. En la imagen: urna de santa Agape, en la parroquia San Miguel Arcángel, Oreno, Italia.
Nota de ETF: En el original esta hagiografia comprende también la de Irene, que en época de la edición se celebraba el 3 de octubre, junto con sus hermanas, mientras que en la actualidad se celebra sola, el 5 de octubre. En la imagen: urna de santa Agape, en la parroquia San Miguel Arcángel, Oreno, Italia.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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Santa María Egipcíaca, penitente
fecha: 1 de abril
fecha en el calendario anterior: 2 de abril
†: s. V - país: Jordania
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
fecha en el calendario anterior: 2 de abril
†: s. V - país: Jordania
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio: En Palestina, santa María Egipcíaca, célebre pecadora de Alejandría,
que por la intercesión de la Bienaventurada Virgen se convirtió a Dios en la
Ciudad Santa, y llevó una vida penitente y solitaria a la otra orilla del
Jordán.
Patronazgos: patrona de los pecadores
arrepentidos y penitentes; protectora para la fiebre.

Según parece, la biografía de santa María
Egipciaca se basa en un corto relato, bastante verosímil, que forma parte de la
«Vida de San Ciriaco», escrita por su discípulo Cirilo de Escitópolis. El santo
varón se había retirado del mundo con sus seguidores y, según se dice, vivía en
el desierto al otro lado del Jordán. Un día, dos de sus discípulos divisaron a
un hombre escondido entre los arbustos y le siguieron hasta una cueva. El
desconocido les gritó que no se acercasen, pues era mujer y estaba desnuda; a
sus preguntas, respondió que se llamaba María, que era una gran pecadora y que
había ido allí a expiar su vida de cantante y actriz. Los dos discípulos fueron
a decir a San Ciriaco lo que había sucedido. Cuando volvieron a la cueva,
encontraron a la mujer muerta en el suelo y la enterraron allí mismo. Este
relato dio origen a una complicada leyenda muy popular en la Edad Media, que se
halla representada en los ventanales de las catedrales de Bourges y de Auxerre.
Podemos resumirla así:
Durante el reinado de Teodosio, el Joven,
vivía en Palestina un santo monje y sacerdote llamado Zósimo. Tras de servir a
Dios con gran fervor en el mismo convento durante cincuenta y tres años, se
sintió llamado a trasladarse a otro monasterio en las orillas del Jordán, donde
podría avanzar aún más en la perfección. Los miembros de ese monasterio
acostumbraban dispersarse en el desierto, después de la misa del primer domingo
de cuaresma, para pasar ese santo tiempo en soledad y penitencia, hasta el
Domingo de Ramos. Precisamente en ese período, hacia el año 430, Zósimo se
encontraba a veinte días de camino de su monasterio; un día, se sentó al
atardecer para descansar un poco y recitar los salmos. Viendo súbitamente una
figura humana, hizo la señal de la cruz y terminó los salmos. Después levantó
los ojos y vio a un ermitaño de cabellos blancos y tez tostada por el sol; pero
el hombre echó a correr cuando Zósimo avanzó hacia él. Este le había casi dado
alcance, cuando el ermitaño le gritó: «Padre Zósimo, soy una mujer; extiende tu
manto para que puedas cubrirme y acércate». Sorprendido de que la mujer supiese
su nombre, Zósimo obedeció. La mujer respondió a sus preguntas, contándole su
extraña historia de penitente: «Nací en Egipto -le dijo-. A los doce años de
edad, cuando mis padres vivían todavía, me fugué a Alejandría. No puedo
recordar sin temblar los primeros pasos que me llevaron al pecado ni los
excesos en que caí más tarde». A continuación le contó que había vivido como
prostituta diecisiete años, no por necesidad, sino simplemente para satisfacer
sus pasiones. Hacia los veintiocho años de edad, se unió por curiosidad a una
caravana de peregrinos que iban a Jerusalén a celebrar la fiesta de la Santa
Cruz, aun en el camino se las arregló para pervertir a algunos peregrinos. Al
llegar a Jerusalén, trató de entrar en la iglesia con los demás, pero una
fuerza invisible se lo impidió. Después de intentarlo en vano dos o tres veces
más, se retiró a un rincón del atrio y, por primera vez reflexionó seriamente sobre
su vida de pecado. Levantando los ojos hacia una imagen de la Virgen María, le
pidió con lágrimas que le ayudase y prometió hacer penitencia. Entonces pudo
entrar sin dificultad en la iglesia a venerar la Santa Cruz. Después volvió a
dar gracias a la imagen de Nuestra Señora y oyó una voz que le decía: «Ve al
otro lado del Jordán y allí encontrarás el reposo».
Preguntó a un panadero por dónde se iba al
Jordán y se dirigió inmediatamente al río. Al llegar a la iglesia de San Juan
Bautista, en la ribera del Jordán, recibió la comunión y, en seguida cruzó el
río y se internó en el desierto, en el que había vivido cuarenta y siete años,
según sus cálculos. Hasta entonces no había vuelto a ver a ningún ser humano;
se había alimentado de plantas y dátiles. El frío del invierno y el calor del
verano le habían curtido y, con frecuencia había sufrido sed. En esas ocasiones
se había sentido tentada de añorar el lujo y los vinos de Egipto, que tan bien
conocía. Durante diecisiete años se había visto asaltada de éstas y otras
violentas tentaciones, pero había implorado la ayuda de la Virgen María, que no
le había faltado nunca. No sabía leer ni había recibido ninguna instrucción en
las cosas divinas, pero Dios le había revelado los misterios de la fe. La
penitente hizo prometer a Zósimo que no divulgaría su historia sino hasta
después de su muerte y le pidió que el próximo Jueves Santo le trajese la
comunión a la orilla del Jordán.
Al año siguiente, Zósimo se dirigió al
lugar de la cita, llevando al Santísimo Sacramento y el Jueves Santo divisó a
María al otro lado del Jordán. La penitente hizo la señal de la cruz y empezó a
avanzar sobre las aguas hasta donde se hallaba Zósimo. Recibió la comunión con
gran devoción y recitó los primeros versículos del «Nunc dimittis» (Cántico de
Simeón). Zósimo le ofreció una canasta de dátiles, higos y lentejas dulces,
pero María sólo aceptó tres lentejas. La penitente se encomendó a sus oraciones
y le dio las gracias por lo que había hecho por ella. Finalmente, después de
rogarle que volviese al año siguiente al sitio en que la había visto por
primera vez, María pasó a la otra ribera, en la misma forma en que había
venido. Cuando fue Zósimo al año siguiente al sitio de la cita, encontró el
cuerpo de María en la arena; junto al cadáver estaban escritas estas palabras:
«Padre Zósimo, entierra el cuerpo de María la Pecadora. Haz que la tierra
vuelva a la tierra y pide por mí. Morí la noche de la Pasión del Señor, después
de haber recibido el divino Manjar». El monje no tenía con qué cavar, pero un
león vino a ayudarle con sus zarpas a abrir un agujero en la arena. Zósimo tomó
su manto, que consideraba ahora como una preciosa reliquia y regresó, para
contar a sus hermanos lo sucedido. Siguió sirviendo a Dios muchos años en su
monasterio y murió apaciblemente a los cien años de edad.
Esta leyenda se difundió mucho y alcanzó
gran popularidad en el Oriente. Según parece, San Sofronio, patriarca de
Jerusalén, que murió en el año 638, fue quien le dio forma definitiva. Sofronio
tenía a la vista dos textos: la digresión que Cirilo de Escítópolis introdujo
en su Vida de San Ciriaco y una leyenda semejante relatada por Juan Mosco en
«El Prado Espiritual». Tomando numerosos datos de la vida de San Pablo de
Tebas, dicho autor construyó una leyenda de dimensiones respetables. San Juan
Damasceno, que murió o mediados del siglo VIII, cita largamente la Vida de
Santa María Egipciaca, que considera aparentemente como un documento auténtico.
Un poema medieval con la «Vida de Santa María Egipcíaca» reproduce así la
oración de la penitente a la Virgen en la iglesia de la Santa Cruz:
Tornó la cara on sedia,
vio huna ymagen de Santa María.
La ymagen bien figurada
en su mesura taiada;
María, quando la vio,
leuantósse en pie; ant ella se paró.
Los ynogos ant ella fincó,
tan con uerguença la cató.
A tan piadosamente la reclamó, e dixo:

«¡Ay, duenya, dulçe madre,
que en el tu vientre touiste al tu padre,
Sant Gabriel te aduxo el mandado,
e tul respondiste con gran recabdo;
tan bueno fue aqueil día,
que él dixo: Aue María,
en ti puso Dios ssu amança,
llena fuste de la su gracia.
En ti puso humanidat
el fidel Rey de la magestat.
Lo que él dixo tú lo otorgueste,
e por su ançilla te llameste;
por esso eres del çiello reyna,
tú seyas oy de mi melezina.
A mis llagas, que son mortales,
non quiero otros melezinables.
En tu fijo metre mi creyença,
tornarme quiero a penitencia.
Tornar-me quiero al mío Senyor,
a tu metre por fiador,
en toda mi vida lo seruiré,
iamás del non me partiré;
entiéndeme duenya esto que yo te fablo
que me parto del diablo,
e de sus companyías,
que non lo sierua en los míos días.
E dexaré aquesta vida,
que mucho la e mantenida;
e ssiempre auré repintençia,
mas faré graue penitençia.
Creyó bien en mi creyençia.
que Dios fue en tu nasçençia;
en ti priso humanidat,
tú non perdiste virginidat.
Grant marauilla fue del padre
que su fija fizo madre;
e fue marauillosa cosa
que de la espina sallió la rosa.
Et de la rosa ssallió friçió,
porque todo el mundo saluó.
Virgo, reyna, creyo por ti
que si al tu fiio rogares por mí,
si tú pides aqueste don,
bien ssé que hauré perdón.
Si tú con tu fijo me apagas,
bien sanaré de aquestas plagas.
Virgo, por quien tantas marauillas sson,
acába-me este perdón.
Virgo, en pos partum virgo,
acábame amor del tu fiio.»
H. Leclercq, en Dictionnaire d'Archéologie
chrétienne et de Liturgie, vol. X (1932), cc. 2128-2136, presenta toda la
cuestión y da una bibliografía muy nutrida. Ver también Acta Sanctorum, abril,
vol. I; y A. B. Bujila Rutebeuf; La Vie de Sainte Marie l'Egyptienne (1949). El
poema medieval, que no formaaba parte del artículo del Butler, proviene de un
manuscrito de fines del siglo XIV que se conserva en El Escorial, y que tomamos
de «Los mejores textos sobre la virgen María», por Pie Regamey, Ed. Patmos,
1992, pág 96ss.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
accedida 1616 veces
ingreso o última modificación relevante: ant 2012
Estas biografías de santo son propiedad de
El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino
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referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente enlace: http://www.eltestigofiel.orgindex.php?idu=sn_1065
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