San Norberto de Magdeburgo, obispo
y fundador
fecha: 6 de junio
n.: c. 1080 - †: 1134 - país: Alemania
otras formas del nombre: Norberto de Prémontré
canonización: C: Gregorio XIII 1582
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
n.: c. 1080 - †: 1134 - país: Alemania
otras formas del nombre: Norberto de Prémontré
canonización: C: Gregorio XIII 1582
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio: San Norberto, obispo, hombre
de austeras costumbres y totalmente dedicado a la unión con Dios y a la
predicación del Evangelio, que instituyó, cerca de Laon, en Francia, la Orden
Premonstratense de Canónigos Regulares, y luego, designado obispo de Magdeburgo,
en Sajonia, se mostró pastor eximio en la renovación de la vida cristiana y en
la difusión de la fe entre las poblaciones vecinas.
Patronazgos: patrono
de la región de Bohemia, de Magdeburgo, y protector para un parto seguro.
refieren a este santo: San Evermodo de Ratzeburg, Beato Godofredo, Beato Hugo de Fosses, San Vicelino de Oldenburgo
Oración: Señor, tú
hiciste del obispo san Norberto un pastor admirable de tu Iglesia por su
espíritu de oración y su celo apostólico; te rogamos que, por su intercesión,
tu pueblo encuentre siempre pastores ejemplares que lo conduzcan a la
salvación. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en
la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén
(oración litúrgica).
El lugar de
nacimiento de san Norberto fue la ciudad de Xanten, en el ducado de Cléves. Su
padre, Heriberto, conde de Gennep, estaba emparentado con el emperador; su
madre, Eduviges de Guisa, descendía de la noble casa de Lorena. No obstante que
el noble jovencito parecía no ambicionar nada más que una vida de diversiones y
placeres, decidió de pronto abrazar la vida religiosa, recibió las órdenes
menores, incluyendo el subdiaconato, y se le dio una canonjía en la iglesia de
San Víctor, en Xanten, así como otros beneficios. En la corte del emperador
Enrique V, quien le nombró su limosnero, Norberto participó en las diversiones,
pero ya con cierto desgano, como si le preocuparan otros asuntos más serios.
Cierto día, cuando cabalgaba a campo traviesa, en las proximidades de la aldea
de Wreden, en la Westfalia, fue sorprendido por una tempestad violentísima. El
caballo, asustado por el fulgor de un rayo, hizo caer a su jinete y Norberto
quedó tirado, sin conocimiento, durante casi una hora. Las primeras palabras
que pronunció al volver en sí, fueron las de San Pablo en el camino a Damasco:
«¡Señor! ¿Qué quieres que yo haga?» A esta pregunta respondió una voz interior:
«Apártate del mal y haz el bien: busca la paz y persigúela».
La conversión
fue tan repentina y absoluta como la del gran Apóstol de las Gentes. Norberto
se retiró inmediatamente a Xanten para entregarse a la oración, el ayuno, la
meditación y el examen de su vida pasada. Después, hizo un retiro en la abadía
de Siegburg, en Colonia, donde quedó bajo la benéfica influencia del abad
Conon. Estaba entonces en la etapa de preparación para recibir las órdenes
sacerdotales, las que hasta entonces se había mostrado rehacio a tomar, pese a
su canonjía. Frederick, el arzobispo de Colonia, le confirió el sacerdocio y el
diaconado en 1115. En esa ocasión apareció vestido con una zalea atada a la
cintura con una cuerda, a fin de manifestar públicamente su determinación de
renunciar a las vanidades del mundo. Al cabo de otros cuarenta días de retiro,
regresó a Xanten, decidido a no apartarse ni un ápice de la vida evangélica. La
forma vigorosa que usaba en sus exhortaciones, sumada a ciertas aparentes
excentricidades en su comportamiento, le crearon enemigos y, durante el
Concilio de Fritzlar, en 1118, fue denunciado ante el delegado del Papa, como
un hipócrita y un reformador, llegándosele a acusar de haberse dedicado a
predicar sin tener licencia y sin que nadie le hubiese asignado esa misión. La
actitud que asumió entonces Norberto, debe haber disipado todas las dudas
respecto a su sinceridad. Vendió todas sus propiedades en casas, campos y
terrenos; el producto de la venta, junto con el resto de sus bienes, lo
distribuyó entre los pobres y no reservó para sí más que cuarenta marcos de
plata, una mula (que murió pronto), un misal, las vestiduras indispensables, un
cáliz y una patena. Entonces, en compañía de dos asistentes, servidores suyos
que se habían negado a abandonarle, viajó a pie y descalzo hasta Saint Guilles,
en el Languedoc, donde residía el exilado pontífice Gelasio II. A los pies del
Vicario de Cristo hizo una confesión general de sus errores e irregularidades y
ofreció cumplir cualquier penitencia que se le impusiera. En respuesta a su
solicitud, el Papa le autorizó a predicar el Evangelio en cualquier parte que
eligiese. Provisto de su licencia, san Norberto reanudó su marcha, descalzo
sobre la nieve, puesto que era pleno invierno, e insensible, al parecer, a las
inclemencias del tiempo. Al llegar a Valenciennes, sus dos compañeros cayeron
enfermos y murieron. Pero no por eso Norberto quedó solo; aún se hallaba en
Valenciennes cuando recibió la visita de Burchardo, arzobispo de Cambrai y su
joven capellán, el beato Hugo de Fosses. El arzobispo se
mostró asombrado ante el cambio que se había operado en el hombre a quien
conoció como un cortesano frivolo, mientras que la impresión de Hugo fue tan
profunda, que en aquel momento decidió seguir a Norberto. Con el correr del
tiempo, llegó a ser el discípulo más fiel del santo y, eventualmente, le
sucedió como superior de su orden.
En 1119, cuando
el Papa Calixto II ocupó el puesto que dejó vacante Gelasio II, San Norberto
fue a Reims, donde el Pontífice asistía a un concilio, para obtener una
renovación de las sanciones recibidas del Papa anterior. A pesar de que el
santo no llegó a realizar los propósitos que perseguía, Bartolomé, el obispo de
Laon, obtuvo permiso para retener al misionero en su diócesis, a fin de que le
ayudara a reformar al grupo de canónigos regulares de San Martín, en Laon. Pero
como los canónigos no se mostraban bien dispuestos a aceptar las estrictas
reglas impuestas por san Norberto, el obispo ofreció a la elección del santo
varios sitios en los que podía fundar su propia comunidad religiosa. Norberto
escogió un valle solitario, llamado de Prémontré, enclavado en el bosque de
Coucy, que había sido abandonado antes por los monjes de San Vicente de Laon, a
causa de la infertilidad del suelo. Ahí empezó con trece discípulos, pero el
número creció rápidamente y fueron cuarenta los que hicieron su profesión el
día de Navidad de 1121. Llevaban hábito blanco y seguían la regla de san
Agustín, con algunos reglamentos adicionales. Su manera de vivir era
extremadamente austera, pero en realidad, su institución no era tanto una nueva
orden religiosa, como una reforma a los cánones regulares. Con extraordinaria
prontitud se extendió la institución a otros países, y muchas personas
distinguidas de ambos sexos se ofrecieron como postulantes e hicieron
donaciones de terrenos para nuevas fundaciones. Cuando la nueva organización
contaba con ocho abadías y uno o dos conventos de monjas, san Norberto
manifestó el deseo de asegurar una aprobación más formal de sus constituciones.
Con este propósito, emprendió un viaje a Roma, en 1125 y obtuvo todo lo que
pidió del Papa Honorio II. Los canónigos de San Martín, en Laon, que no habían
querido someterse antes a las reglas, se colocaron voluntariamente bajo el
mando de san Norberto, lo mismo que los monjes de la abadía de Vervins.
Otro hombre de
grandes riquezas y calidad, Teobaldo, conde de Champagne, aspiraba a ingresar
en la Orden, pero san Norberto, al comprobar que le faltaba la vocación, le
disuadió, instándole en cambio a que se casara y continuase cumpliendo con los
deberes de su alta posición. Al mismo tiempo, le entregó un pequeño escapulario
blanco para que lo llevara siempre al cuello y le impuso la obligación de
cumplir con ciertas reglas y devociones. Esta fue, al parecer, la primera
ocasión en que una orden religiosa reconoció la afiliación de un laico que
habría de seguir viviendo en el mundo exterior, y se cree que la idea de crear
terciarios seculares proviene de los Premonstratenses de Santo Domingo. Cuando
el conde partió a Alemania para casarse, en 1126, se llevó al santo consigo.
Los viajeros visitaron, de paso, la ciudad de Speyer, donde el emperador
Lotario realizaba una dieta y, al mismo tiempo que ellos, llegaron los miembros
de una delegación de Magdeburgo para solicitar al monarca que nombrase un
obispo para su sede vacante.
Lotario eligió
a san Norberto. Los mismos delegados lo condujeron a Magdeburgo, y el nuevo
prelado entró a la ciudad descalzo y tan pobremente vestido que, según se
cuenta, el portero de la residencia episcopal le impidió la entrada y le mandó
a colocarse en la fila de los mendigos que aguardaban su limosna. «¡Pero si
este hombre es nuestro obispo! -clamaron indignados algunos de los que
acompañaban al santo-. Es verdad; pero no te preocupes -explicó Norberto al
azorado portero-. Tú, querido hermano, me has juzgado mejor que aquellos que me
trajeron aquí».
En su nueva
dignidad conservó las prácticas austeras del monje, y la residencia episcopal
adoptó el severo aspecto de un claustro. Pero si bien en lo personal mantenía
su humildad y no pedía más que lo estrictamente necesario para vivir, se mostró
exigente e inflexible en sus resoluciones para resistir y combatir cualquier
intento de despojar a la Iglesia de sus derechos. Muchos laicos poderosos y
magnates locales habían aprovechado la debilidad de las anteriores autoridades
eclesiásticas para adueñarse de gran parte de las propiedades de la Iglesia.
San Norberto no vaciló en emprender una enérgica campaña contra ellos,
considerándolos como ladrones comunes. Buen número de clérigos llevaban una
existencia disipada y a veces escandalosa, dejando abandonadas sus parroquias y
desentendiéndose de su obligación de mantenerse célibes. Cuando no querían
entender por razones, el obispo recurría a métodos enérgicos, imponía castigos
a algunos y expulsaba a otros, y a éstos los reemplazaba, a veces, con sus
canónigos premonstratenses.
Como siempre,
sus reformas tuvieron muchos enemigos; sus opositores unieron sus fuerzas para
desacreditarlo y para instigar al pueblo a atacarlo. En dos o tres ocasiones,
el obispo estuvo a punto de perecer asesinado y, una vez, la plebe le atacó
mientras oficiaba en su catedral. La rebelión llegó a tal extremo, que el santo
decidió alejarse de la ciudad y dejar a las gentes que se las arreglaran como
mejor pudieran. La medida resultó acertada, porque el pueblo se encontró de
pronto bajo la censura eclesiástica y, en poco tiempo, una delegación de
ciudadanos fue a pedir a san Norberto que regresara, no sin haberse
comprometido a mostrar mayor sumisión a sus mandatos en el futuro. Antes de que
terminaran los días de san Norberto, ya había conseguido realizar con éxito la
mayor parte de sus proyectadas reformas. Durante todo el tiempo, no cesó de
dirigir sus casas premonstratenses, con la ayuda de su fiel discípulo, el beato
Hugo y, durante varios años antes de su muerte, desempeñó un papel de
importancia en la política de la Santa Sede y del Imperio.
Al morir el
Papa Honorio II, un infortunado cisma dividió a la Iglesia. Parte del Colegio
de Cardenales había elegido al cardenal Gregorio Papareschi, quien adoptó el
nombre de Inocencio II, mientras que el resto escogió al cardenal Pierleone.
Este último, que se hizo llamar Anacleto II, contaba con las simpatías de los
romanos, de manera que Inocencio se vio obligado a huir a Francia. Ahí se le
aceptó como al Pontífice legal, gracias a los esfuerzos de san Bernardo y san
Hugo de Grénoble. Al concilio que este Papa convocó en Reims asistió san
Norberto, quien abrazó la causa del Pontífice desterrado y le conquistó tantos
partidarios en Alemania, como San Bernardo le había conseguido en Francia. Fue
Norberto quien convenció al emperador para que declarase su apoyo a Inocencio.
A pesar de que tanto Francia como Alemania, Inglaterra y España, reconocían al
Papa exilado, era imposible enviarlo a Roma sin el respaldo de las fuerzas
armadas; fue entonces cuando, por influencia directa de san Norberto, el
emperador Lotario consintió en conducir un ejército hacia Italia. En mayo de
1133, el emperador y el Papa Inocencio II entraron a la Santa Sede, acompañados
por san Norberto y san Bernardo.
Como una
muestra de reconocimiento a sus notables servicios, san Norberto recibió el
palio, pero ya para entonces sus actividades iban a cesar definitivamente. Al
regresar a Alemania, tras el triunfo en Italia, el emperador Lotario rogó al
santo, con más insistencia que nunca, que asintiera en ser su canciller, pero
Norberto persistió en su negativa, y el emperador ya no le instó, puesto que
evidentemente su salud declinaba con alarmante rapidez. En los veinte años que
habían transcurrido después de su ordenación había acumulado el trabajo de toda
una vida y ya era un moribundo cuando llegó a Magdeburgo. Expiró el 6 de junio
de 1134, a los cincuenta y tres años de edad. En 1627, el emperador Fernando II
trasladó sus reliquias a la abadía Premonstratense de Strahov, en Bohemia. El
Papa Gregorio XIII lo reconoció oficialmente como santo en 1582.
Las biografías
modernas son muy numerosas, especialmente las escritas en alemán y en flamenco;
tal vez la mejor sea la de A. Zak, Der Heilige Norbert (1930). En francés se
recomienda la de E. Maire (1922) y la de E. Madelaine (1930). Véase también a
C. F. Kirkflet, History of S. Norbert (1916); F. Petit La Spiritualité des
Prémontrés aux XII et XIII siécles (1947).
fuente: «Vidas de
los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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