jueves, 10 de julio de 2014

Se vende agua del río y La medalla (El canto del pájaro (Anthony de Mello))


 
SE VENDE AGUA DEL RÍO
 
Aquel día, el sermón del Maestro se redujo a una sola y enigmática sentencia.
Se limitó a sonreír con ironía y a decir: «Todo lo que yo hago aquí es estar sentado en la orilla y vender agua del río».
Y concluyó su sermón.
 
El aguador había instalado su puesto a la orilla del río y acudían miles de personas a comprarle agua. Todo el éxito de su negocio dependía de que aquellas personas no vieran el río. Cuando, al fin, vieron, él cerró el negocio.

El predicador tuvo un enorme éxito. Venían a él por millares a adquirir sabiduría. Cuando obtuvieron la sabiduría, dejaron de acudir a sus sermones. Y el predicador no podía ocultar su satisfacción, pues había logrado. su propósito, que no era sino el de retirarse lo antes posible, porque en el fondo sabía que él tan sólo ofrecía a la gente lo que ésta ya poseía, con tal de que fuera capaz de abrir los ojos y mirar. «Si yo no me voy», dijo Jesús a sus discípulos, «no vendrá a vosotros el Espíritu Santo».

* * *

Si hubieras dejado tan resueltamente de vender agua, la gente habría tenido más posibilidades de ver el río.
 
LA MEDALLA
 
El hombre se encuentra solo, perdido y lleno de temores en medio de este vasto universo.

La buena religión le hace audaz. La mala religión aumenta sus temores.
Había una madre que no conseguía que su hijo pequeño dejara de jugar y regresara a casa antes del anochecer. De modo que, para asustarle, le dijo que el camino que llevaba a su casa era frecuentado por unos espíritus que salían tan pronto como se ponía el sol. Desde aquel momento ya no tuvo problemas para hacer que el niño regresara a casa temprano.

Pero, cuando creció, el muchacho tenía tanto miedo a la oscuridad y a los espíritus que no había modo de sacarle de casa por la noche. Entonces su madre le dio una medalla y le convenció de que, mientras la llevara consigo, los espíritus no podrían hacerle ningún mal en absoluto. Ahora el muchacho ya no tiene miedo alguno a adentrarse en la oscuridad fuertemente asido a su medalla.
 
La mala religión refuerza su fe en la medalla.
La buena religión le hace ver que no existen tales malos espíritus.
 




 

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