EL ESPÍRITU SANTO UNGE AL PRESBITERIO Y AL PUEBLO DE DIOS
MISA CRISMAL DE JUEVES SANTO
23 de marzo de 1978
Isaías 61, 1-3a. 6a. 8b-9Apocalípsis 1, 5-8
Lucas 4, 16-21
Hermanos sacerdotes:
...que en esta mañana junto con el Obispo son ante el pueblo de Dios el signo más elocuente de la presencia misericordiosa del Redentor en el mundo.
Queridas religiosas;
Queridos fieles:
En las lecturas del evangelio encontramos el modelo de una homilía. Después que Cristo lee el pasaje bíblico de Isaías dice estas palabras: "Hoy se cumplen aquí estas cosas". Ese es el papel de la homilía : decir que la Palabra de Dios que se ha leído no es una historia del pasado, sino que se está realizando aquí en medio de nosotros. Y si siempre es así: que donde quiera que se celebre la Misa y proclama la palabra de Dios un sacerdote o un cristiano, allí se está realizando esa palabra y está iluminando esa realidad de manera especial. Hermanos, esto tiene actualidad el Jueves Santo por la mañana. Hoy se están cumpliendo aquí esas cosas.
¿Qué cosas? La maravilla del espíritu de Dios que ha querido ungir a la humanidad con su propia dignidad y hacerlo participante de su vida divina. Esta es la Misa Crismal, la misa del Santo Crisma, la Misa en que rendimos honor al Espíritu Santo que unge con su fuerza divina al presbiterio para hacerlo ministro de la misericordia de Dios para el pueblo, y unge también al pueblo con el carácter sacerdotal que ustedes, queridos laicos, han recibido desde el día del bautismo.
LA UNCION
¿Que es la unción? La unción, significa una participación de los
poderes divinos, de la dignidad divina y por eso sólo el Espíritu de Dios puede ungir. Esta Misa en que vamos a consagrar, a bendecir aquellos aceites sagrados que son el signo de esa unción del Espíritu de Dios al mundo, a la humanidad, es el recuerdo y la realidad de tres unciones que vamos a celebrar esta mañana.
1º. La unción personal de Cristo.
2º. La unción de nosotros los ministros, los del sacerdocio ministerial.
3º. La unción del Espíritu de Dios a todo el pueblo de Dios.
1º. LA UNCION PERSONAL DE CRISTO
En primer lugar es Cristo el ungido; eso quiere decir Cristo: el ungido, el ungido por excelencia. Pero si nosotros hombres para ser ungidos se nos aplica el aceite sagrado que es el signo de la unción, a Cristo no fue necesario administrarle un sacramento porque su humanidad fue ungida desde el principio de su ser. La unción de Cristo consiste en que el Espíritu Santo, como le anunció el ángel a María, forma en las entrañas de la Virgen un ser humano, alma y cuerpo; y a esa alma y a ese cuerpo que comienza a ser el hombre Cristo, el Espíritu Santo lo asume a la vida divina de tal manera que los miembros de Cristo son al mismo tiempo miembros de Dios. Habla el lenguaje de un hombre de la tierra, pero su lenguaje transmite directamente el mensaje de Dios. Sufre los tormentos de la pasión y no es simplemente un hombre el que está sufriendo, sino que en ese hombre está la dignidad de Dios; y por eso el sufrimiento de la pasión de Cristo tiene el poder redentor porque está esa humanidad que sufre, ungida desde las entrañas de su madre Santísima con la potencia, con la virtud del Espíritu Santo.
Cristo pues, es la plenitud, es la fuente de la unción divina. Si Dios ha querido comunicar su vida a los hombres, comienza por hacer Dios a un hombre que al mismo tiempo que hombre, es Dios, Cristo, el Niño Dios, el joven, el hombre: es Dios y es hombre. Esta es la unción substancial de nuestro Señor Jesucristo. Y ahora en la mañana del Jueves Santo, cuando vamos a adentramos a meditar en la pasión y en la resurrección de ese hombre que redimió al mundo y le devolvió la vida perdida por el pecado, ¡qué hermoso pórtico este de la celebración de los santos óleos: la celebración de la unción! Diríamos que esta mañana es una fiesta en honor del Espíritu Santo que unge a Cristo y le venimos a decir: Gracias Divino Espíritu que tuviste la potencia de hacer en las entrañas de una Virgen, un ser humano capacitado para ser ungido con la vida de Dios.
2o. LA UNCION DE LOS DEL SACERDOCIO MINISTERIAL
EL OBISPO Y LOS SACERDOTES
Y esa vida de Dios que Cristo recibe ya en el principio de su ser, la unción única, la plenitud de la gracia, la fuente, de allí deriva para todo hombre que quiera creer en Cristo, la unción del cristianismo. Pero para poderse hacer capaz, esa fuente que es Cristo y llevar esa vida de Dios a todo el mundo, a todos los hombres, necesitaba un organismo, un canal y eso somos los sacerdotes. En cada diócesis un obispo rodeado por estos colaboradores necesarios que son los presbíteros, son el instrumento: obispo y sacerdotes, para poder llevar la vida de Dios al pueblo, el perdón de Dios al pueblo que peca, el alimento de Dios en la hostia consagrada al pueblo que necesita alimentarse, el perdón de Dios al niño que nace manchado con el pecado original. La fuerza del Espíritu Santo en la confirmación que da el obispo; la santificación del amor, cuando un hombre y una mujer quieren hacer de su amor una señal del amor de Dios, allí está también un sacerdote dándole el sentido divino a ese amor del matrimonio. Y cuando llega la hora de emigrar de la tierra a la eternidad, allí está también el instrumento de la misericordia de Dios, un sacerdote llevándole el viático, la última absolución, la unción del enfermo, el espíritu de Dios que unge los miembros del enfermo para poderse hacer capaz de redimir al mundo como miembros de Cristo crucificado y tener también la fuerza para emprender el viaje a la eternidad.
Hermanos, cuando pensamos esta mañana en el Espíritu Santo ungiendo al sacerdote, ¡qué respeto nos merece este hombre hoy,- tan vilipendiado como Cristo, el gran bienhechor de la humanidad!; pero incomprendido, el que predica el mensaje de salvación y se le distorsiona porque estorba en este mundo. El que convive con el pobre, con el miserable, con el campesino y lo defiende y quiere como Cristo nuestro Señor predicar la liberación a los pobres, a los oprimidos, a los prisioneros, a los que sufren. Este es Cristo que está en medio de nosotros, como dice el Concilio en la persona del Obispo, a quien asisten los presbíteros: es Cristo que está presente para enseñar, para santificar y para gobernar, para conducir al pueblo de Dios.
QUE DIOS PAGUE EL HABER SIDO FIELES A VUESTRA ORACION
Yo quiero aprovechar esta mañana sacerdotal para decirle a mis queridos sacerdotes presentes en esta ceremonia o que no han podido venir porque precisamente están allá en los pueblos lejanos atendiendo sus ministerios, quiero decirles a mis hermanos sacerdotes: mil gracias queridos hermanos, que Dios os pague el haber sido fieles a vuestra vocación. Y, sobre todo, el sentir que sólo en comunión con el obispo, que aunque sea el más indigno de los sacerdotes es el signo de la unidad sacerdotal y del cual como que depende toda la vida espiritual de la diócesis. Y por eso el sacerdote necesita estar en comunión con el obispo. No se entiende un ministerio sacerdotal al margen del obispo; no se entiende una palabra de sacerdote dicha en un templo, que no esté acorde con la predicación, con la enseñanza del obispo; no se concibe un sacerdote administrando sacramentos si no está conectado con aquel que es como la fuente en la diócesis, como signo de esa fuente que es Cristo. Por eso, gracias queridos sacerdotes, por que en la casi totalidad del clero, todos dan este testimonio de comunión con su obispo.
LO QUE MAS ANHELA EL OBISPO ES LA UNIDAD CON SU CLERO
Si en algo el obispo ha ofendido a un sacerdote y por eso tal vez no exista la plena unidad con él, en esta mañana en que Cristo nos pide la unión sacerdotal como señal de su presencia, de su gracia, de su vida al pueblo, yo, queridos hermanos, les quiero pedir perdón. Yo quiero decirles que el obispo nada anhela como la unidad con su clero y que nada le aflige tanto como el cisma, la separación, la desunión de sus sacerdotes. Y que el pueblo nos está reclamando esa unidad porque el pueblo es el que sufre víctima de la desunión si existiera, así como el pueblo es el que se beneficia en la exuberancia de una vida espiritual en la medida en que permanecemos unidos con el obispo, y el obispo y los sacerdotes tratamos de estar unidos con la fuente de la gracia que repartimos con Cristo Nuestro Señor. Por eso, hermanos sacerdotes, en esta mañana es nuestra responsabilidad sacerdotal, el objeto principal de nuestro culto en las ánforas sagradas que ustedes mismos van a traer para que las consagremos, y que la gracia de los sacramentos siga siendo fuente de vida para el pueblo, está simbolizada nuestra ordenación sacerdotal en esta mañana de Jueves Santo.
Queridos hermanos sacerdotes, ¡qué hermoso es hacer un recuerdo de aquella mañana inolvidable en que nuestras manos tendidas ante un obispo eran ungidas con ese sagrado Crisma que ahora vamos a consagrar! yo, como obispo, recuerdo aquel día también. Fue en 1970, un 21 de junio, allá en el estadio de los Hnos. Maristas, ante un pueblo que veía como una catequesis la unción episcopal. El sagrado Crisma que ahora yo voy a consagrar, fue el que ungió mi cabeza para hacerme Pastor, entonces colaborador del venerado anciano Mons. Chávez y González a quien ahora tengo el honor inmerecido de estar sucediendo. Y así ustedes, queridos sacerdotes, recordarán la mañana inolvidable de su ordenación sacerdotal. ¡Qué hermoso, hermanos, fieles, muchos de ustedes familiares de sacerdotes, o pueblos, comunidades donde están siendo conducidas con tanto amor y tanta sabiduría por estos dirigentes del pueblo de Dios! Démosle gracias al Señor por haber escogido a estos hombres desde su seno materno para la gran vocación sacerdotal. Esta mañana vamos a renovar con los queridos sacerdotes, nuestros compromisos sacerdotales y vamos a pedir a ustedes, pueblo de Dios, que recen mucho por nosotros para que seamos dignos de esta unción del Espíritu Santo.
Es el Espíritu Santo el que nos capacita por medio del carácter sacerdotal que ha marcado nuestra alma para siempre, es el Espíritu Santo al que ofendemos cuando despreciamos al sacerdote, es el Espíritu de. Dios al que honramos cuando atendemos así como el honor que me están haciendo en esta mañana ustedes de atenderme, no a una palabra de hombre sino aquel del que pudo decir Cristo al pronunciar su homilía: "el Espíritu de Dios sobre mí, a evangelizar me ha enviado". Sigue diciendo Cristo en sus sacerdotes : es el Espíritu de Dios". Yo les agradezco, hermanos, esas múltiples manifestaciones de oración, de solidaridad que han manifestado al magisterio del obispo durante este año recién pasado, año tan difícil pero año tan consolador cuando hemos visto florecer la palabra de Dios por todas partes gracias a la unidad, a la colaboración, a la fidelidad con que los sacerdotes todos estamos tratando de ser servidores de Dios, de su palabra, de su espíritu; para ustedes pueblo llamado por Dios, a ser también un pueblo sacerdotal.
3º. LA UNCION DEL ESPIRITU DE DIOS A TODO EL PUEBLO
Y esta es la tercera idea: la unción que celebramos esta mañana, no sólo unge a Cristo en su persona, en su naturaleza humana que se hace tan íntimamente naturaleza de Dios, sino que nos ha ungido también a nosotros los presbíteros el día de nuestra ordenación sacerdotal. Pero es todo esto en función de ustedes, hermanos, en función de ustedes hasta el punto que Cristo mismo puede decir: "no he venido a que me sirvan sino a servir y dar mi vida por ustedes". Y así cada uno de nosotros, sacerdotes, sabemos que nos hemos ordenado no para nosotros sino para ustedes. Si algo tenemos que cuidar para nosotros, no nos viene de la ordenación sacerdotal, nos viene precisamente del bautismo que con ustedes hemos recibido.
CON UDS. SOY EL CRISTIANO, PARA UDS. SOY EL OBISPO
Y esta mañana, aquí en la Catedral de San Salvador, haciendo mía la palabra del famoso obispo San Agustín puedo decirles: "con ustedes soy el cristiano, para ustedes soy el Obispo." El cristiano es un nombre que me llena de esperanza y me hace esperar la redención y la salvación mía también. El nombre de Obispo es mi responsabilidad que me hace temblar pero que al mismo tiempo me hace confiar en la potencia de Dios que me ha dado este cargo. Así puede decir cada sacerdote también: para ustedes somos el presbiterio, para ustedes somos los cristianos. Antes que ser sacerdotes somos cristianos y cristianos con ustedes, creemos las mismas verdades, esperamos la misma esperanza, tratamos de amarnos; con ustedes tenemos unos y otros que amarnos también en señal de cristianismo. Antes que sacerdotes y obispos, somos cristianos, somos pueblo de Dios. Y por eso, hermanos, comprendámonos mutuamente en este sublime ministerio del sacerdocio; y ustedes, pueblo sacerdotal, sepan descubrir su grandeza, el Espíritu Santo los ungió, nosotros sacerdotes fuimos instrumentos cuando en la pila bautismal no sólo el agua del bautismo lavaba el pecado original sino que el Crisma que ahora vamos a consagrar, también ungió la cabecita del niño que se bautizaba para significar que desde este momento ya es participante del Cristo sacerdote, profeta y rey.
Y así todos ustedes, queridos hermanos religiosos, religiosas y laicos, que no han recibido otro sacramento distinto del bautismo, por el bautismo, así como nosotros bautizados, llevamos esa marca de la unción del Espíritu Santo, el carácter del cristiano, el pueblo de Dios, ungido para ser pueblo sacerdotal, pueblo profético, pueblo que debe de reinar con Cristo y hacer reinar los principios divinos del Evangelio. Pueblo sacerdotal inmerso en tantas ocupaciones en el mundo. Piensen las diversas ocupaciones que están presentes en esta reflexión, tal vez profesionales, profesores, obreros, campesinos, vendedoras del mercado, señoras de su casa, cocineras, todo eso es pueblo de Dios que está santificando todos esos ambientes del mundo. La santidad de Ustedes allá en el siglo es la santidad que santifica al mundo.
LA UNCIÓN DEL PUEBLO
Esta mañana, hermanos, Cristo que va a morir por nosotros nos pide la colaboración de nuestra santidad personal, que es redención que nos salvó del pecado original y nos incorporó a su cuerpo místico para hacer prolongación de Cristo en el mundo y en la historia, ese Cristo que nos hizo por el bautismo miembros suyos, nos está pidiendo, hermanos, comprender nuestra dignidad, nuestra responsabilidad y hacer de nuestra vida un verdadero sacramento de la misericordia, de la gracia, de la verdad, de la justicia de nuestro Dios. Un pueblo profético, un pueblo que anuncia las maravillas de Dios y que denuncia la maldad de los hombres. Un pueblo que se une en la santidad de una doctrina y que reclama en las exigencias de Dios ante los hombres que atropellan la dignidad humana, que abusan de su poder, de sus riquezas, pueblo que tiene que proclamar la justicia del Señor, pueblo profético. Por eso no se entiende que un bautizado sea un cobarde, mucho menos un traidor, porque sería un Judas.
Todos llevamos esa responsabilidad como pueblo ungido por el Espíritu Santo.
Queridos hermanos, vamos a celebrar en la consagración de las tres ánforas que ya van a ser traídas al altar, esta triple consagración: La consagración de Cristo, el sacerdote eterno, el Profeta único, el Rey universal pero que ha hecho derivar a estos queridos hermanos sacerdotes y a este indigno servidor de ustedes, su dignidad de sacerdote, profeta y rey para conducir, para guiar al pueblo de Dios en el ministerio sacerdotal y que en tercer lugar ha ungido a ustedes pueblo de Dios, para que como pueblo de Dios celebremos las maravillas de su redención en esta Semana Santa, no como algo extraño sino como algo que somos nosotros como pueblo ungido que nos identifica con Cristo, somos los protagonistas del Cristo que va con su cruz a cuestas. El pueblo que sufre, del pueblo que muere en la cruz, pueblo acribillado pero del Cristo que después de tres días, resucita llenando las esperanzas después del sufrimiento. Pueblo salvadoreño que por el bautismo se ha hecho pueblo de Dios, hagamos honor a esta unción que juntos, como pueblo sacerdotal vamos a celebrar agradecidos al Señor.
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