UN CAMINO NUEVO DE AMOR, MISERICORDIA Y ESPERANZA
El Viernes de Dolores, desde las 4,30 de la tarde a las 9,30 de la noche, visitaba varias comunidades cristianas para iniciar en las mismas el rezo del Viacrucis. En todas comencé rezando la primera estación e indicando lo que deseaba para todos los cristianos de nuestra Iglesia Diocesana: entrar por un camino nuevo de amor, de misericordia y de esperanza que es el que nos ofrece Jesucristo a través de la Iglesia en la Semana Santa. Tenemos una gracia inmensa: poder vivir la Semana más importante del año. No es algo más: es la manifestación del desbordamiento del amor de Dios y de su misericordia, de esa esperanza que nos da y que no defrauda. En la Semana Santa, a todos los cristianos se nos brinda una oportunidad extraordinaria: poder sumergirnos en los acontecimientos centrales que nos revelan lo que Dios ha hecho por los hombres. ¡Qué Semana de gracia nos regala el Señor! ¿Sabéis lo que significa para el ser humano sumergirnos en el Misterio que nos desvela la riqueza inmensa que tiene la vida humana vivida en la plenitud de quien la puede dar? ¿Sabéis lo que es poder descubrir un “camino nuevo” que tiene una trayectoria que nos ha descrito Jesucristo, Dios y hombre verdadero? Dejarnos hacer por la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo, el Amor, la Misericordia y la Esperanza, es todo un diseño de nuestra vida y del universo. Podemos apoyarnos en el camino de nuestra vida, podemos vivir y ofrecer a todos los hombres un horizonte distinto sumergiéndonos en el acontecimiento de la redención.
Las solemnidades de esta Semana, desde el domingo de Ramos con la entrada gloriosa de Jesucristo en Jerusalén, pasando por el Jueves Santo con la institución del ministerio sacerdotal y de la Eucaristía, el Viernes Santo con la celebración de la Pasión del Señor, y la Pascua que nos hace incorporarnos al triunfo de Cristo, es decir, el triduo Pascual, nos ayudarán a descubrir con más hondura lo que es decisivo para el hombre: tener un camino nuevo diseñado por Dios mismo, entrar en él con la gracia del Señor, construir nuestra vida y la historia desde Él. Meditemos y sumerjámonos en la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Pido al Señor que todos los cristianos tengamos estos días un tiempo especial de gracia. Celebrad allí donde estéis este acontecimiento decisivo y tened la valentía de invitar a otros hombres y mujeres a celebrarlo, a descubrir la grandeza de este “camino nuevo” que, como gracia, nos ofrece el Señor. Decídselo así: os invito a ver un camino nuevo ofrecido por Dios mismo. Que la gracia divina nos abra el corazón para que comprendamos el don inestimable de la salvación que nos ofrece Nuestro Señor Jesucristo.
Cada comunidad cristiana está llamada a redescubrir la belleza que tiene la vida vivida desde el Triduo Pascual, donde se nos manifiesta de una forma extraordinaria la misma. Hacernos contemporáneos del Señor y vivir con Él su pasión, muerte y resurrección es una gracia que se nos da, que Él nos entrega cuando nos permite reunirnos en su nombre para celebrar el Triduo Pascual. Así renovamos la comunión con aquel que da sentido a las alegrías y a los trabajos de cada día. Para afrontar el camino, ese viaje que todos los seres humanos tenemos que realizar, necesitamos sacar fuerzas de quien únicamente nos las puede dar: Cristo. Es una alegría poder encontrar la energía necesaria para el camino que hemos de recorrer, que no es arbitrario, sino el camino que Dios nos indica con su Palabra y que va en la dirección inscrita en la esencia misma del hombre.
Celebrar el Triduo Pascual nos ayuda a descubrir el “centro de la vida”, el núcleo de una existencia vivida con sentido y profundidad, capaz de hacernos vivir y construir la “cultura del encuentro” y no la del “descarte”, la de la “inclusión” y no la de la “exclusión”. Tomemos conciencia de que vivimos en medio de muchas cosas, de muchas personas, que no saben, no son conscientes de que les falta Cristo, pero ciertamente sienten y perciben que les falta “algo” en su vida. Os puedo asegurar, después de muchos encuentros con personas, que la falta y la ausencia de Cristo produce desdibujamiento, desesperanza y desorientación, no nos permite descubrir la esencia de la amistad, lo esencial de la misma, y no permite vivir la alegría más importante para la vida. No conocer este camino que se nos desvela en el Triduo Pascual nos hace también ver que por nosotros mismos no tenemos las fuerzas necesarias para crecer como personas, para madurar en plenitud. Y es que solamente quien es Camino, Verdad y Vida, Jesucristo, ofrece la Luz necesaria para dar orientación a la vida personal y colectiva. Urge mostrar “un camino nuevo de amor, misericordia y esperanza”.
En el domingo de Ramos se nos dice que no hay otro modo de entrar en la verdad de la vida más que por la puerta de la sencillez y de la humildad, del conocimiento de uno mismo a la intemperie de nuestra desnudez, en la debilidad de nuestro barro. Por eso sólo el amor de Dios nos hace ver y aceptar que el que se entrega por amor nos hace ganar siempre. En el Jueves Santo se nos manifiesta que el amor es más fuerte que la muerte y que abrirle puertas lleva a una alegría verdadera. El Señor nos sienta a su mesa para darse, regalarnos su amor, hacernos partícipes de su vida, alimentarnos de la misma y entregar la vida y esperanza que no se agota. La eucaristía nos incorpora a la novedad de la Pascua del Señor y nos hace sorprendernos cuando se nos dice que conjuguemos amor y servicio. En el Viernes Santo levantamos con entusiasmo la cruz gloriosa que nos descubre el sentido del amor extremo de Jesucristo, su compasión sin límites que nos hace vivir con fortaleza la debilidad de nuestras propias vidas y de la historia, que nos hace solidarios de aquellos que están crucificados. Mirando al que atravesaron somos curados. La vigilia Pascual nos manifiesta que la muerte ha sido vencida, que no tiene poder sobre el hombre, y que se nos llama a proclamar la resurrección y manifestar los signos del Reino con valentía, creatividad, compasión y alegría, por los caminos del testimonio.
Con la Pascua nace una nueva etapa de la historia marcada por la alegría. Hemos de dar noticia de la misma: descubramos la belleza y la alegría de ser cristiano, mostremos la capacidad que tiene el discípulo misionero que comunica con gratitud y alegría el don del encuentro con Jesucristo. No es una comunicación cualquiera, ni verbal: es el desbordamiento de gratitud y alegría que sigue regalando el amor recibido de Dios gracias a Jesucristo y con la fuerza del Espíritu Santo. Un amor que es cercano, que se descubre, que se ve, que alcanza a todos los hombres porque nos hace pasar de la muerte a la vida, de la tristeza al gozo, del absurdo al hondo sentido de la existencia, del desaliento a la esperanza que no defrauda. Ser cristiano no es una carga sino un don, no es un fardo sino un tesoro, no es conquista sino gracia, no es un sentimiento egoísta de bienestar sino una certeza que brota de la fe, que da serenidad y que nos capacita para anunciar el amor de Dios. Es la alegría misionera que nos provoca dos certezas: haber conocido a Jesús es el mejor regalo que he recibido en mi vida y darlo a conocer con obras y palabras es el mayor gozo que uno puede tener. Para hacer verdad el deseo del Señor de marchar, de salir, tenemos que entrar en la lógica del encuentro que se convierte en comunión con Él y nos hace ir a comunicar a todos con amor, con misericordia y con esperanza la felicidad que sólo Jesucristo nos regala.
Con gran afecto os bendice:
+ Carlos, Arzobispo de Madrid
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