Homilía del Arzobispo de Madrid en la Misa Crismal
Querido Sr. Cardenal, querido Sr. Nuncio, queridos hermanos Obispos, hermanos sacerdotes, hermanos y hermanas:
Acabamos de dirigirnos al Señor diciéndole: “Oh Dios, que por la unción del Espíritu Santo constituiste a tu Hijo Mesías y Señor, y a nosotros, miembros de su cuerpo, nos haces partícipes de su misma unción; ayúdanos a ser en el mundo testigos fieles de la redención que ofreces a todos los hombres”.
“Nos has hecho partícipes de la misma unción de Jesucristo”. Esto es lo que nos reúne a todo el presbiterio diocesano en esta Misa Crismal. En ella vamos a renovar las promesas sacerdotales y vamos a bendecir los óleos: el de los enfermos y el de los catecúmenos, y consagraremos el Crisma. Deseamos decirte Señor, al renovar nuestras promesas sacerdotales, que queremos unirnos fuertemente a Ti, que deseamos reafirmar la promesa de cumplir todo lo que Tú nos regalaste configurándonos contigo por la ordenación, y que tan gozosamente aceptamos el día de nuestra ordenación: configurarnos contigo. Cantaremos siempre tus misericordias, con la fuerza con la que el salmo 88 nos decía y que juntos hemos cantado, dispensaremos los misterios de Dios en la celebración de la Eucaristía y en las demás acciones litúrgicas, y en la predicación como seguidores tuyos nos moverá el celo por todos los hombres.
Señor: Tú nos encontraste y por pura misericordia nos elegiste y nos ungiste con óleo sagrado. Somos ungidos para llevar en nosotros tu mismo diseño. Por pura gracia, Tú, por una obra maravillosa que solamente tú puedes hacer, como tantos santos han dicho, nos hiciste “otros Cristos”. Tu mano está siempre con nosotros, y nos hace valientes y audaces para alimentar a los hombres con tu misma Vida en la celebración de la Eucaristía. Eres Tú mismo quien a través de nosotros sigues diciendo “tomad y comed que esto es mi Cuerpo y esta es mi sangre”. Eres Tú mismo quien sigues regalando a los hombres el perdón y la misericordia, tu amor y tu entrega. Nosotros te prestamos la vida para que Tú hagas maravillas en medio de los hombres. Renueva nuestro ministerio y haznos caer en la cuenta del tesoro que llevamos. Gracias por la fidelidad que tienes con nosotros. En Ti nos apoyamos, en tu nombre actuamos, con tu fuerza nos sostenemos, con tu gracia haces valiosa nuestra vida para todos los que se acercan a nosotros y para todos los que buscamos, pues tú nos mandas salir para acercar tu Vida, esa que deseas seguir entregando a todos los hombres. Gracias Señor por contar con nosotros.
Ante una obra tan maravillosa como la que has hecho con nosotros, tu Palabra Señor, la que hoy nos regala la Iglesia en tu nombre, nos hace entender mejor todo lo que Tú hiciste con nosotros por la ordenación: 1) El Señor me ha ungido, nos ungiste, quisiste dedicarnos a una tarea exclusiva, llevar en nosotros tu misterio y tu ministerio (Is 61, 1-3ª. 6ª. 8b-9); 2). Nos elegiste para proclamar a todos los hombres la gracia y la paz de parte de Jesucristo, que es el Alfa y la Omega, el que es, el que era y el que viene, el Todopoderoso (Ap 1, 5-8); 3) Nos has enviado para anunciar el Evangelio a los pobres y que la mayor pobreza es no conocer a Dios, que es quien nos dice que somos hermanos, y que la vida del Señor no sólo tiene consecuencias personales, sino también sociales; nos has enviado para anunciar a los cautivos la libertad, esa que nace de estar sólo con la atadura de vivir unidos exclusivamente a Dios, y nos has enviado a dar a los ciegos la vista que nos hace ver el título con el cual tenemos que vivir todos los hombres: hijos de Dios y, por ello, hermanos de todos los hombres; para dar libertad a los oprimidos, es decir, para hacer la cultura del encuentro, donde todos cuentan y todos son y a todos se les trata como imágenes de Dios, semejantes a Él; en definitiva, para anunciar el año de gracia del Señor.
En esta primera Misa Crismal con vosotros, queridos hermanos, quiero deciros lo que San Francisco de Asís decía a sus primeros compañeros: “prediquen el Evangelio con la vida y, si fuera necesario, anúncienlo también con palabras”. Hablar con los hechos aunque necesitemos las palabras. Hoy se nos abre una exigencia, que siempre ha sido así, pero que hoy es urgente y clara: los hechos, los gestos, la vida van a contar más que las palabras. Recobra una fuerza especial la advertencia del Beato Pablo VI: “El hombre de hoy cree más a los testigos que a los maestros, si cree a los maestros es porque son también testigos”. Y es que instalarse en el reino de la pura idea equivale a reducir la fe a la retórica (EG 231-232). Hagamos la reforma, “una nueva etapa evangelizadora”, nos dice el Papa Francisco, marcada por la alegría, abriendo caminos nuevos para la marcha de la Iglesia en los próximos años (EG 1). Hagamos una apuesta por la novedad de Jesucristo que rompe los esquemas aburridos en los que pretendemos encerrarlo y nos sorprende con su constante creatividad; una vuelta a la fuente para recuperar la frescura original del Evangelio, recorriendo el único camino que hace nueva la evangelización: el Evangelio como fuente de la que brotan nuevos caminos, métodos creativos, diferentes formas de expresión, signos más elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el mundo actual (EG 11). Hagamos y vivamos el diseño misionero de la Iglesia y nuestro propio ministerio. Un diseño que tiene dos palabras que contienen todo para hacer la reforma y llevar la alegría del Evangelio. Son las que diseñan nuestro nuevo plan de pastoral que vamos a elaborar todos juntos: “Comunión y misión en el anuncio de la alegría del Evangelio”.
Hoy, en esta Misa Crismal, os invito y me invito a mí mismo a vivir una de las líneas fuerza de la Evangelii Gaudiumque de manera tan apremiante nos dice el Papa Francisco: “volver a Jesús”, “volver al Evangelio”. Los sacerdotes somos los primeros llamados a responder… cada uno de nosotros sabe bien que nunca deja de ser discípulo, que Jesús camina con nosotros, que habla con nosotros, que respira con nosotros, que trabaja con nosotros. Si no descubrimos esta cercanía de Cristo, que se manifiesta en nuestro ministerio, pronto perdemos el entusiasmo, la entrega, la fuerza, la pasión…. Y, no nos engañemos, un sacerdote no convencido o que se apoya en otras fuerzas que no sea Jesucristo, no convencerá a nadie.
Queridos hermanos sacerdotes: hemos de buscar con entusiasmo el único cauce que existe para un reencantamiento global de nuestro ministerio. Y lo hemos de hacer uniendo siempre la permanencia en el diálogo con el Señor, la oración y la “pastoral de la mirada”, el trabajo pastoral. Y no hay otro que nos pueda hacer unirlo más que Jesucristo. Dejemos que nos toque, que nos “hiera” como personas en el sentido místico, como lo hizo con tantos santos y con Santa Teresa de Jesús, seamos sacerdotes con espíritu, que nos abrimos sin temor a la acción del Espíritu Santo y que acogemos su fuerza para anunciar la novedad del Evangelio, con audacia, en voz alta, en todo tiempo y lugar, incluso contracorriente (EG 260). Alentemos con nuestra vida una nueva etapa evangelizadora, fervorosa, audaz, alegre, llena de amor hasta el fin de una vida entregada y contagiosa, llena de misericordia. “Volver a Jesús”, “volver al Evangelio”, misioneros y convertidos, haciendo que a la Iglesia se la vea como Madre que acoge, lugar de misericordia, con las puertas abiertas: también las físicas, también las de participación y también las de regalar la gracia de los sacramentos. Aprendamos a trabajar con la “pastoral de la mirada”, que es la mirada de Cristo, ver con los ojos de Cristo. Dejemos que el Señor nos haga un “trasplante de ojos”, que nos de sus ojos para ver la realidad y acercarnos a ella. Para esta nueva etapa evangelizadora no sirven nuestros diagnósticos, es necesario el diagnóstico que Jesucristo hace con su mirada, ver la realidad con los ojos de Cristo: ahí está un secreto importante de nuestra pastoral en esta etapa en la que se necesita “predicar con la vida”. No diluyamos la evangelización acercándonos a la realidad sin pre-juicios: hay que acercarse como se acercó el Señor, con pre-juicios, es decir, con su mirada, con los ojos y la mirada de Cristo.
Pedid esto para todo nuestro presbiterio de Madrid a nuestra Madre la Virgen de la Almudena. Que Nuestro Señor bendiga a todo nuestro presbiterio y que la intercesión de Nuestra Señora de la Almudena nos alcance el corazón a todos los sacerdotes. Amén.
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