Obispo, 23 de abril
Por: Ennio Apeciti | Fuente: santiebeati.it
Por: Ennio Apeciti | Fuente: santiebeati.it
Obispo
Martirologio Romano: En Milán, en la región de la Liguria, Italia, san Marolo, obispo, amigo del papa san Inocencio I († s. V).
Breve Biografía
El 23 de abril la iglesia de Milán recuerda a san Marolo, decimocuarto obispo de Milán (408-423), a quien el breviario ambrosiano define como "inclytus virtute", excelente en virtud. Posiblemente provenía del Oriente. El propio nombre Marolo significa "que viene del mar", o "habitante de la costa".
Ennodio, fino poeta latino, diácono milanés que llegó a ser obispo de Padua y murió en el 521, escribe que Marolo nació en al región de Babilonia, en las tierras que de una parte estaban "besadas por el Tigris", y por otra estaban entre las primeras "iluminadas" por Evangelio, y las primeras marcadas por la sangre de los mártires.
Tal vez por huir de la persecución de Sápor II, pasó a Antioquía de Siria, y de allí probablemente a Roma, ya que fue amigo del papa Inocencio I (401-417). De allí se trasladó a Milán, rodeado de la fama de hombre culto y cuidadoso en temas de la fe.
Ennodio dice que fue un obispo "atentísimo" a su misión, "empeñado", sin ahorrarse energía en su ministerio, "amante del ayuno" y de las penitencias, entendidas como instrumentos de intercesión ante Dios en favor de su pueblo; "ardiente de celo con su misión, providente con los pobres", o quizás podría traducirse "ardiente en su providencia con los pobres". En efecto, fue amado por sus obras de caridad, en favor de las víctimas de las invasiones de los visigodos. Sus restos reposan en la basílica de San Nazaro, consolado por las palabras de Ambrosio: "Ay de mí si no amare. Ay de mí si amare menos, a mí, a quien tanto se ha dado".
Gerardo de Toul, Santo
Obispo, 23 de abril
Por: Alban Butler | Fuente: Vida de los Santos
Por: Alban Butler | Fuente: Vida de los Santos
Obispo
Martirologio Romano: En Toul, en el territorio de Lotaringia, hoy en territorio de la región de Lorena en Francia, san Gerardo, obispo, que durante treinta y un años legisló sabiamente para la ciudad, atendió a los pobres, intercedió por el pueblo con ayunos y plegarias en tiempo de peste, dedicó la iglesia catedral y ayudó a los monasterios con bienes materiales y con la instrucción de los discípulos († 994).
Breve Biografía
San Gerardo nació en Colonia, el año 935. Se educó en la escuela catedralicia, pues tenía la intención de recibir las sagradas órdenes. Pero, cuando la madre de Gerardo murió, víctima de un rayo, el santo consideró eso como un castigo de sus propios pecados y decidió seguir un camino de mayor penitencia y devoción. Ingresó, pues, en la comunidad de canónigos de la iglesia de San Pedro, que era la catedral y, el año 963, Bruno, el arzobispo de Colonia, le nombró obispo de Toul.
No por ello redujo Gerardo sus penitencias. Consagraba buena parte de su tiempo al rezo del oficio divino y otras oraciones; leía diariamente la Biblia y las vidas de los santos. Su cargo era especialmente difícil, ya que no sólo comprendía el cuidado espiritual de su diócesis, sino también el gobierno temporal y la administración de la justicia, puesto que Toul formaba en ese momento un estado independiente, gobernado por el obispo, bajo el protectorado del emperador.
San Gerardo era un predicador notable, conocido no sólo en Toul, sino en todas las iglesias de la región. El santo reconstruyó la catedral de San Esteban, enriqueció el antiguo monasterio de Saint-Evre y terminó la fundación de Saint-Mansuy, emprendida por su predecesor, Gauzelin. Su caridad brilló especialmente durante la carestía del año 982 y la peste que se desencadenó como consecuencia. San Gerardo fue el fundador del «Hotel-Dieu», que es el hospital más antiguo de Toul.
Siguiendo los pasos de su predecesor, trató de convertir la ciudad en un centro del saber, para lo cual llamó a su diócesis a muchos monjes griegos e irlandeses. Gracias en parte a aquellos monjes, que enseñaron el griego y las ciencias de la época, Toul llegó a ser famosa por su piedad y como centro de estudios.
San Gerardo gobernó la diócesis durante treinta y un años y murió en 994, después de una vida de gran santidad e incesante mortificación. Uno de los primeros santos canonizados formalmente fue san Gerardo. El papa san León IX, quien fue uno de los sucesores del santo en la sede de Toul, narró en el sínodo romano de 1050 la gloriosa aparición de san Gerardo al monje Albizo. Los Padres allí reunidos declararon unánimemente que "el susodicho Señor Gerardo estaba en la gloria y que los hombres debían venerarle como santo".
VIDAS DE LOS SANTOS Edición 1965
Autor: Alban Butler (†)
Traductor: Wilfredo Guinea, S.J.
Editorial: COLLIER'S INTERNATIONAL - JOHN W. CLUTE, S. A.
Autor: Alban Butler (†)
Traductor: Wilfredo Guinea, S.J.
Editorial: COLLIER'S INTERNATIONAL - JOHN W. CLUTE, S. A.
Jorge de Suelli, Santo
Obispo, 23 de abril
Por: Antonio Borrelli | Fuente: santiebeati.it
Por: Antonio Borrelli | Fuente: santiebeati.it
Obispo
Martirologio Romano: En Suelli, en la Cerdeña, Italia, conmemoración de san Jorge, obispo († 1117).
Breve Biografía
El hecho de que haya muerto un 23 de abril ha causado confusión muchas veces, por ser el mismo día de celebración del gran mártir san Jorge, su homónimo.
Según su antigua biografía, única fuente confiable, Jorge nació en el siglo XI en Cagliari. Sus padres, Lucífero y Vivencia, siervos de la gleba [1] de una tal Greca, pero virtuosos y temerosos de Dios. Ya de niño se mostró penitente y lleno de virtud; estudió latín y griego, que para la época tenía gran importancia, y con sólo 22 años fue nombrado obispo de Suelli (Cagliari).
Fue para al diócesis un verdadero pastor, que amaba a los pobres y los ayudaba, y de los que tenía una lista. Era también dedicado en la oración y los ayunos.
El Señor lo gratificó con el don de milagros. Su vida era un reclamo de simplicidad franciscana. No está claro cuánto tiempo gobernó la diócesis, pero murió el 23 de abril de 1117, y fue sepultado en su catedral. Acerca de esta fecha hay ciertas discordancias en la mencionada biografía, por lo que algunos dicen que Jorge fue obispo antes de otro obispo llamado Juan, que sería quien murió en 1117, y colocan la muerte de Jorge en 1050.
La sede episcopal de Suelli, en la Cerdeña sud-oriental aparece en los documentos por primera vez en el siglo XI. Antes que la diócesis fuera asimilada a la de Cagliari al inicio del siglo XV, el culto de san Jorge estaba ya difundido, al menos desde el inicio del siglo XIII. Lo confirman el oficio en su honor, y las iglesias que le están dedicadas en Suelli, Lotzorai, Urzulei, Perfugas, Ossi, Anela, Bitti y las capillas en Tortolì y Girasole.
En Cagliari en 1601 el obispo Lasso Sedeno transformó en iglesia una casa en el barrio de Stampace, que se tenía por la casa natal del santo obispo, estableciendo también la fiesta anual el 23 de abril; pero un canónigo se opuso, afirmando que el obispo no había existido, y que no era más que una duplicación del mártir.
Para aclarar la situación, el sucesor del obispo, Mons. Desquivel, hizo efectuar una indagación histórica, cuyos resultados fueron enviados a Roma, a la Sagrada Congregación de Ritos (la que se encargaba de las causas de los santos), y en 1609 el papa Pablo V confirmó definitivamente el culto de san Jorge de Suelli. Su mitra se conserva como reliquia en Cagliari, y es invocado contra las carestías.
[1] Los siervos de la gleba eran unos seres humanos que, en época medieval, tenían una condición de semi-esclavitud. Anclados a la tierra en la que habitaban, carecían de cualquier derecho individual y no tenían más garantías legales que las que el amo de los territorios quisiera otorgarles. No tenían derechos. Eran parte del territorio.
Adalberto de Praga, Santo
Adalberto de Praga, Santo
Adalberto de Praga, Santo
Obispo y Mártir, 23 de abril
Fuente: divvol.org
Martirologio Romano: San Adalberto (Vojtech), obispo de Praga y mártir, que aguantó dificultades en bien de aquella iglesia y por Cristo llevó a cabo muchos viajes, trabajando para extirpar costumbres paganas, pero al ver el poco resultado obtenido, se dirigió a Roma donde se hizo monje, pero finalmente, vuelto a Polonia e intentando atraer a la fe a los prusianos, en la aldea de Tenkitten, junto al golfo de Gdansk, fue asesinado por unos paganos (997).
Etimológicamente: Adalberto=Aquel que brilla por la nobleza de su espíritu, es de origen germánico.
Aún era niño, cuando una enfermedad, que lo puso a las puertas de la muerte, le hizo ver la seriedad de la vida. El problema de su salvación se le presentaba con una insistencia alarmante, y ante él parecíanle verdaderas naderías la belleza angélica de su cuerpo, de todo el mundo alabada; la nobleza de su familia, una de las más poderosas de Bohemia, y la gloria de su saber, que acumulara al lado del obispo de Magdeburgo, Adalberto. Este obispo le dio su nombre; antes se llamaba Woytiez. Tendría algo más de veinte años cuando asistió a la muerte de Diethmaro arzobispo de Praga. Diethmaro había sido uno de aquellos pastores mundanos que tanto abundaron en aquella época. Al llegar su última hora, el aguijón de la conciencia le atormentaba sin piedad. "¡Mísero de mí-exclamaba- cómo he perdido mis días, cómo me ha engañado el mundo prometiéndome larga vida, riquezas y placeres!" Así hablaba en medio de los estertores de la agonía, con la voz ronca y entrecortada, con los ojos extraviados y convulsos los rasgos de su rostro. Cuando murió, parecía sumido en el abismo de la desesperación.
El joven Adalberto salió de la estancia transformado. La sacudida que aquel espectáculo causó en su sensibilidad eslava fue tal, que desde entonces las palabras del moribundo parecían resonar constantemente en sus oídos. La vida se le presentó con los más negros colores, y en sus ojos claros empezó a dibujarse una trágica inquietud. Inmediatamente dejó su túnica de seda, se vistió de un saco grosero, se echó ceniza en la cabeza y empezó a caminar de iglesia en iglesia, postrándose ante las reliquias de los santos, y de hospital en hospital, visitando a los enfermos. En esta forma lo encontraron cuando lo sentaron en la silla episcopal de Praga. Sólo esto le faltaba para hacer de su vida un tormento insoportable. La idea del juicio de Dios le atenazaba el alma. "Es fácil-decía-llevar una mitra de seda y un báculo de oro; lo grave es tener que dar cuenta de un obispado al terrible Juez de vivos y muertos."
Vivía triste y como dominado por una impresión de terror. Diríase que pendía sobre su cabeza el filo de una espada. Y efectivamente, algo más aterrador que una espada de fuego le abrumaba sin cesar: era la duda pavorosa de si llegaría a salvarse. El enigma sombrío le estremecía, le atormentaba y consumía sus carnes. Cuentan que jamás se le vio reír. A los que le preguntaban por qué teniendo un obispado tan rico, que le hacía uno de los más poderosos príncipes del Imperio, no reservaba algunas rentas para los lícitos placeres, contestaba él con una lógica inquietante: "¿No os parece una locura hacer piruetas al borde de un abismo?" No deja de causarnos extrañeza, después de haber sido predicada la suavidad del Evangelio, esta atmósfera de terror en que vive uno de sus más puntuales seguidores; pero Dios tiene muchas vías para llevar al Cielo a sus escogidos, y en el siglo X, tan disoluto y gangrenado por el crimen, convenía la aparición de esta figura ejemplar. Entonces alcanzó toda su realidad aquella palabra de Cristo: "El mundo se alegrará y vosotros os contristaréis."
Pero el mundo, que perdona fácilmente su virtud a algunos santos, porque la juzga más suave, más humana, más condescendiente, guarda un odio irreconciliable para aquellos que directamente, con sus palabras o con su conducta, se oponen a sus alegrías insensatas. Y Adalberto era, en su vida y en sus palabras, lo que era en su rostro. Sus súbditos yacían en la barbarie, sin más que el nombre de cristianos, y él tenía un temple incapaz de ceder. Predicaba, reprendía, excomulgaba, y la gente no veía más que la dureza de su palabra; no veía que todas las rentas de sus tierras se las llevaban los mendigos y los enfermos. Su rigidez de acero se estrelló contra el salvajismo del pueblo. Tres veces dejó su episcopado por juzgar inútil su labor, y otras tantas lo volvió a tomar por consejo de los Sumos Pontífices. En uno de estos intervalos vistió la cogulla benedictina en el monasterio de San Bonifacio, de Roma. Disfrazado con la máscara de la humildad y de la sencillez, nadie adivinó en el nuevo monje la luz de Bohemia. Vivió desconocido durante cinco años, como el último de los monjes, sirviendo, cuando le tocaba, a la mesa conventual, y sufriendo las sanciones regulares y las advertencias de los hermanos, porque, como no estaba acostumbrado a aquellos menesteres, rompía con frecuencia las copas y los platos.
Cuando, por última vez, se dirigía a su diócesis, los de Praga le enviaron una embajada diciéndole irónicamente: "Nosotros somos pecadores, gente de iniquidad, pueblo de dura cerviz; tú, un santo, un amigo de Dios, un verdadero israelita que no podrá sufrir la compañía de los malvados." Adalberto comprendió, se dio cuenta de que serían inútiles todos sus esfuerzos, y se encaminó a predicar el Evangelio en Prusia. A la severidad de su palabra añadió Dios el atractivo de la gracia. Ya antes, su predicación había convertido a muchos paganos en Polonia, y el rey de Hungría, San Esteban, había recibido de su boca la enseñanza de la fe. En Prusia, su apostolado tuvo una fecundidad asombrosa. Todos los habitantes de Dantzig recibieron el bautismo de sus manos. Para atraerlos más fácilmente se vistió como las gentes de aquella tierra, adoptó su manera de vivir y aprendió su lengua. "Haciéndonos semejantes a ellos-decía-, cohabitando en sus mismas casas, asistiendo a sus banquetes, ganando el sustento con nuestras manos y dejando crecer, como ellos, nuestra barba y nuestra cabellera, los ganaremos mejor para Cristo."
Los infieles se alarmaron y le persiguieron de pueblo en pueblo. Sitiado en una casa por una tribu de salvajes, les decía desde la puerta: "Yo soy el monje Adalberto, vuestro apóstol. Por vosotros he venido aquí, para que dejéis esos ídolos mudos y conozcáis a vuestro Creador, y creyendo en Él tengáis la verdadera vida." Nadie se atrevió a tocarle entonces; pero algo más tarde un sacerdote de los ídolos le atravesó con una lanza mientras rezaba el breviario. Adalberto pudo sostenerse un instante de rodillas para orar por sus asesinos. Al caer exánime, una sonrisa de felicidad se posaba por primera vez en sus labios. Su alma, inundada de gloria, volaba hacia Dios, descifrado ya el capital enigma que tantas veces le ensombreciera. Habíase cumplido la promesa del Salvador: "Vuestra tristeza se convertirá en gozo, y vuestro gozo nadie os lo podrá arrebatar."
Fuente: divvol.org
Obispo y Mártir
Etimológicamente: Adalberto=Aquel que brilla por la nobleza de su espíritu, es de origen germánico.
(959-997)
El joven Adalberto salió de la estancia transformado. La sacudida que aquel espectáculo causó en su sensibilidad eslava fue tal, que desde entonces las palabras del moribundo parecían resonar constantemente en sus oídos. La vida se le presentó con los más negros colores, y en sus ojos claros empezó a dibujarse una trágica inquietud. Inmediatamente dejó su túnica de seda, se vistió de un saco grosero, se echó ceniza en la cabeza y empezó a caminar de iglesia en iglesia, postrándose ante las reliquias de los santos, y de hospital en hospital, visitando a los enfermos. En esta forma lo encontraron cuando lo sentaron en la silla episcopal de Praga. Sólo esto le faltaba para hacer de su vida un tormento insoportable. La idea del juicio de Dios le atenazaba el alma. "Es fácil-decía-llevar una mitra de seda y un báculo de oro; lo grave es tener que dar cuenta de un obispado al terrible Juez de vivos y muertos."
Vivía triste y como dominado por una impresión de terror. Diríase que pendía sobre su cabeza el filo de una espada. Y efectivamente, algo más aterrador que una espada de fuego le abrumaba sin cesar: era la duda pavorosa de si llegaría a salvarse. El enigma sombrío le estremecía, le atormentaba y consumía sus carnes. Cuentan que jamás se le vio reír. A los que le preguntaban por qué teniendo un obispado tan rico, que le hacía uno de los más poderosos príncipes del Imperio, no reservaba algunas rentas para los lícitos placeres, contestaba él con una lógica inquietante: "¿No os parece una locura hacer piruetas al borde de un abismo?" No deja de causarnos extrañeza, después de haber sido predicada la suavidad del Evangelio, esta atmósfera de terror en que vive uno de sus más puntuales seguidores; pero Dios tiene muchas vías para llevar al Cielo a sus escogidos, y en el siglo X, tan disoluto y gangrenado por el crimen, convenía la aparición de esta figura ejemplar. Entonces alcanzó toda su realidad aquella palabra de Cristo: "El mundo se alegrará y vosotros os contristaréis."
Pero el mundo, que perdona fácilmente su virtud a algunos santos, porque la juzga más suave, más humana, más condescendiente, guarda un odio irreconciliable para aquellos que directamente, con sus palabras o con su conducta, se oponen a sus alegrías insensatas. Y Adalberto era, en su vida y en sus palabras, lo que era en su rostro. Sus súbditos yacían en la barbarie, sin más que el nombre de cristianos, y él tenía un temple incapaz de ceder. Predicaba, reprendía, excomulgaba, y la gente no veía más que la dureza de su palabra; no veía que todas las rentas de sus tierras se las llevaban los mendigos y los enfermos. Su rigidez de acero se estrelló contra el salvajismo del pueblo. Tres veces dejó su episcopado por juzgar inútil su labor, y otras tantas lo volvió a tomar por consejo de los Sumos Pontífices. En uno de estos intervalos vistió la cogulla benedictina en el monasterio de San Bonifacio, de Roma. Disfrazado con la máscara de la humildad y de la sencillez, nadie adivinó en el nuevo monje la luz de Bohemia. Vivió desconocido durante cinco años, como el último de los monjes, sirviendo, cuando le tocaba, a la mesa conventual, y sufriendo las sanciones regulares y las advertencias de los hermanos, porque, como no estaba acostumbrado a aquellos menesteres, rompía con frecuencia las copas y los platos.
Cuando, por última vez, se dirigía a su diócesis, los de Praga le enviaron una embajada diciéndole irónicamente: "Nosotros somos pecadores, gente de iniquidad, pueblo de dura cerviz; tú, un santo, un amigo de Dios, un verdadero israelita que no podrá sufrir la compañía de los malvados." Adalberto comprendió, se dio cuenta de que serían inútiles todos sus esfuerzos, y se encaminó a predicar el Evangelio en Prusia. A la severidad de su palabra añadió Dios el atractivo de la gracia. Ya antes, su predicación había convertido a muchos paganos en Polonia, y el rey de Hungría, San Esteban, había recibido de su boca la enseñanza de la fe. En Prusia, su apostolado tuvo una fecundidad asombrosa. Todos los habitantes de Dantzig recibieron el bautismo de sus manos. Para atraerlos más fácilmente se vistió como las gentes de aquella tierra, adoptó su manera de vivir y aprendió su lengua. "Haciéndonos semejantes a ellos-decía-, cohabitando en sus mismas casas, asistiendo a sus banquetes, ganando el sustento con nuestras manos y dejando crecer, como ellos, nuestra barba y nuestra cabellera, los ganaremos mejor para Cristo."
Los infieles se alarmaron y le persiguieron de pueblo en pueblo. Sitiado en una casa por una tribu de salvajes, les decía desde la puerta: "Yo soy el monje Adalberto, vuestro apóstol. Por vosotros he venido aquí, para que dejéis esos ídolos mudos y conozcáis a vuestro Creador, y creyendo en Él tengáis la verdadera vida." Nadie se atrevió a tocarle entonces; pero algo más tarde un sacerdote de los ídolos le atravesó con una lanza mientras rezaba el breviario. Adalberto pudo sostenerse un instante de rodillas para orar por sus asesinos. Al caer exánime, una sonrisa de felicidad se posaba por primera vez en sus labios. Su alma, inundada de gloria, volaba hacia Dios, descifrado ya el capital enigma que tantas veces le ensombreciera. Habíase cumplido la promesa del Salvador: "Vuestra tristeza se convertirá en gozo, y vuestro gozo nadie os lo podrá arrebatar."
Teresa María de la Cruz (Teresa Manetti), Beata
Teresa María de la Cruz (Teresa Manetti), Beata
Teresa María de la Cruz (Teresa Manetti), Beata
Fundadora, 23 de abril
Por: Rafael María López-Melús | Fuente: Carmelnet.org
Fundadora de la Congregación
Por: Rafael María López-Melús | Fuente: Carmelnet.org
Fundadora de la Congregación
de Carmelitas de Santa Teresa
Martirologio Romano: En Campo Bisenzio, de la Toscana, en Italia, beata Teresa María de la Cruz Menetti, virgen, fundadora de la Congregación de Carmelitas de Santa Teresa († 1910).
Etimológicamente: Teresa = Aquella que es experta en la caza, es de origen griego.
Breve Biografía
Teresa Adelaida Cesina Manetti nació de humilde familia en San Martino a Campo Bisenzio (Florencia-Italia), el 2 de Marzo de 1846.
Familiarmente le llamaban todos "Bettina". Quedó huérfana de padre muy pronto y conoció lo dura que era la vida. A pesar de ello, ayudaba a los pobres privándose hasta de lo más necesario.
En 1872, junto con otras compañeras, se retiró a una casita de campo y allí "oraban, trabajaban y reunían a algunas lóvenes para educarlas con buenas lecturas y enseñarles la doc frina cristiana".
El 16 de Julio de 1876 fueron admitidas a la tercera Orden del Carmen Teresiano y cambió su nombre por el de Teresa María de la Cruz.
El 1877 recibió las primeras huérfanas, cuyo número fue creciendo día a día. Aquellas niñas abandonadas "eran su mejor tesoro".
El 12 de julio de 1888 las 27 primeras religiosas vistieron el hábito de la Orden de Carmen Descalzo, a la que se habían agregado el 12 de junio de 1885.
El 27 de febrero de 1904 el papa Pío X aprobaba el Instituto con el nombre de "Terciarias carmelitas de Santa Teresa".
Madre Teresa María vio con gran alegría extenderse el Instituto hasta Siria y el Monte Carmelo de Palestina.
Gozó siempre de muy poca salud y también su espíritu fue duramente probado, por ello le cuadraba muy bien su sobrenombre "de la cruz". Recorrió valientemente su "calvario", y con frecuencia, decía: "Tritúrame, Señor, exprímeme hasta al última gota".
Su caridad no tenía Iímites.Se entregaba a todos y en todo, olvidándose siempre de sí misma. EI obispo Andrés Casullo. que la conocía bien a fondo,atirmaba de ella: "Se desvivía por hacer el bien".
Después de pasar por noches oscurísimas de su alma, preparada por la gracia, le llegó la muerte en su mismo pueblo natal el 3 de abril de 1910, mientras repetía una vez mas. "Oh Jesús mío, sí quiero padecer más..." Y murmuraba estática: "¡Está abierto!... ya voy".
Sus escritos, sencillos y profundos a la vez, fueron aprobados el 27 de noviembre 1937.
El papa Juan Pablo II la beatificaba el 19 de octubre de 1986.
Familiarmente le llamaban todos "Bettina". Quedó huérfana de padre muy pronto y conoció lo dura que era la vida. A pesar de ello, ayudaba a los pobres privándose hasta de lo más necesario.
En 1872, junto con otras compañeras, se retiró a una casita de campo y allí "oraban, trabajaban y reunían a algunas lóvenes para educarlas con buenas lecturas y enseñarles la doc frina cristiana".
El 16 de Julio de 1876 fueron admitidas a la tercera Orden del Carmen Teresiano y cambió su nombre por el de Teresa María de la Cruz.
El 1877 recibió las primeras huérfanas, cuyo número fue creciendo día a día. Aquellas niñas abandonadas "eran su mejor tesoro".
El 12 de julio de 1888 las 27 primeras religiosas vistieron el hábito de la Orden de Carmen Descalzo, a la que se habían agregado el 12 de junio de 1885.
El 27 de febrero de 1904 el papa Pío X aprobaba el Instituto con el nombre de "Terciarias carmelitas de Santa Teresa".
Madre Teresa María vio con gran alegría extenderse el Instituto hasta Siria y el Monte Carmelo de Palestina.
Gozó siempre de muy poca salud y también su espíritu fue duramente probado, por ello le cuadraba muy bien su sobrenombre "de la cruz". Recorrió valientemente su "calvario", y con frecuencia, decía: "Tritúrame, Señor, exprímeme hasta al última gota".
Su caridad no tenía Iímites.Se entregaba a todos y en todo, olvidándose siempre de sí misma. EI obispo Andrés Casullo. que la conocía bien a fondo,atirmaba de ella: "Se desvivía por hacer el bien".
Después de pasar por noches oscurísimas de su alma, preparada por la gracia, le llegó la muerte en su mismo pueblo natal el 3 de abril de 1910, mientras repetía una vez mas. "Oh Jesús mío, sí quiero padecer más..." Y murmuraba estática: "¡Está abierto!... ya voy".
Sus escritos, sencillos y profundos a la vez, fueron aprobados el 27 de noviembre 1937.
El papa Juan Pablo II la beatificaba el 19 de octubre de 1986.
Elena Valentini de Udine, Beata
Elena Valentini de Udine, Beata
Elena Valentini de Udine, Beata
Laica Agustina, 23 de abril
Por: Niccolò Del Re | Fuente: Osanet.org
Por: Niccolò Del Re | Fuente: Osanet.org
Laica Agustina
Martirologio Romano: En Udine, en la región de Venecia, beata Elena Valentini, viuda, que, para servir únicamente a Dios, abrazó la orden seglar de san Agustín, distinguiéndose por la oración, la lectura del Evangelio y las obras de misericordia († 1458).
Etimológicamente: Elena = Aquella que resplandece, es de origen griego.
Breve Biografía
Nacida el año 1396 ó 1397 en Údine (Italia), en la familia de los señores de Maniago, se unió en matrimonio hacia 1414 con el aristócrata Antonio Cavalcanti. Fueron padres de seis hijos. Muerto su marido en 1441, Helena decidió retirarse del mundo. Habiendo escuchado la palabra vibrante del agustino Ángel de S. Severino, se hizo terciaria agustina. Después de haber emitido la profesión, permaneció en la casa que había recibido de su esposo, y allí continuó hasta 1446, fecha en la que pasó a vivir con la hermana Perfecta, terciaria agustina como ella, permaneciendo a su lado hasta el final de sus días.
Durante los casi dieciocho años como laica consagrada, llevó siempre una vida de penitencia y rigurosa mortificación, alimentándose normalmente sólo de pan y agua, durmiendo sobre un duro lecho de piedras, apenas cubierto con un poco de paja, flagelando continuamente su cuerpo e, incluso, caminando con treinta y tres minúsculas piedras metidas en los zapatos “en recuerdo de los bailes y danzas – como ella misma solía repetir – con que en el siglo había ofendido a mi Señor, y en memoria de los treinta y tres años que mi dulce Jesús por mi amor caminó por el mundo”.
En las distintas formas de penitencia a las que quiso someterse, siempre se inspiró en el doble motivo de la imitación de Cristo y el contraste con su anterior existencia mundana. No le faltaron profundas crisis de desaliento y cansancio, a las que supo reaccionar con gran fuerza de ánimo, retirada en la pequeña celda construida en su misma casa, y de la que salía solamente para ir a rezar y a meditar en su querida iglesia de Santa Lucía. Autorizada por el padre Provincial de los agustinos, hizo voto, en 1444, del absoluto silencio, interrumpido sólo con ocasión de la Navidad para entretenerse en breves y edificantes conversaciones con sus hijos y algunos familiares. Como supremo consuelo en su vida de completa renuncia y lucha, tuvo éxtasis y visiones celestes, gratificada, además, por Dios con el don de los milagros y el conocimiento de cosas ocultas.
A causa de la fractura de los dos fémures en 1455, pasó sus últimos años postrada en un humilde y duro lecho, en serena y paciente espera de la muerte, acaecida el 23 de abril de 1458. Fue sepultada en el rincón de la iglesia de Sta. Lucía donde en vida solía abandonarse a la contemplación, oculta en el pequeño “oratorio” de madera que se había hecho construir para librarse de la admiración y de la curiosidad de los fieles. Después de diversos traslados, los restos mortales de la beata encontraron en 1845 un lugar digno en la catedral, donde hoy se hallan expuestos a la veneración pública.
El culto de la beata fue confirmado en 1848 por el papa Pío IX.
Durante los casi dieciocho años como laica consagrada, llevó siempre una vida de penitencia y rigurosa mortificación, alimentándose normalmente sólo de pan y agua, durmiendo sobre un duro lecho de piedras, apenas cubierto con un poco de paja, flagelando continuamente su cuerpo e, incluso, caminando con treinta y tres minúsculas piedras metidas en los zapatos “en recuerdo de los bailes y danzas – como ella misma solía repetir – con que en el siglo había ofendido a mi Señor, y en memoria de los treinta y tres años que mi dulce Jesús por mi amor caminó por el mundo”.
En las distintas formas de penitencia a las que quiso someterse, siempre se inspiró en el doble motivo de la imitación de Cristo y el contraste con su anterior existencia mundana. No le faltaron profundas crisis de desaliento y cansancio, a las que supo reaccionar con gran fuerza de ánimo, retirada en la pequeña celda construida en su misma casa, y de la que salía solamente para ir a rezar y a meditar en su querida iglesia de Santa Lucía. Autorizada por el padre Provincial de los agustinos, hizo voto, en 1444, del absoluto silencio, interrumpido sólo con ocasión de la Navidad para entretenerse en breves y edificantes conversaciones con sus hijos y algunos familiares. Como supremo consuelo en su vida de completa renuncia y lucha, tuvo éxtasis y visiones celestes, gratificada, además, por Dios con el don de los milagros y el conocimiento de cosas ocultas.
A causa de la fractura de los dos fémures en 1455, pasó sus últimos años postrada en un humilde y duro lecho, en serena y paciente espera de la muerte, acaecida el 23 de abril de 1458. Fue sepultada en el rincón de la iglesia de Sta. Lucía donde en vida solía abandonarse a la contemplación, oculta en el pequeño “oratorio” de madera que se había hecho construir para librarse de la admiración y de la curiosidad de los fieles. Después de diversos traslados, los restos mortales de la beata encontraron en 1845 un lugar digno en la catedral, donde hoy se hallan expuestos a la veneración pública.
El culto de la beata fue confirmado en 1848 por el papa Pío IX.
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