sábado, 4 de abril de 2015

San Isidoro de Sevilla - San Benito el Moro - Karol Józef Wojtyla 04042015

sábado 04 Abril 2015

San Isidoro de Sevilla

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San Isidoro de Sevilla, obispo y doctor de la Iglesia
Queridos hermanos y hermanas: Hoy quisiera hablar de san Isidoro de Sevilla: era hermano menor de Leandro, obispo de Sevilla, y gran amigo del Papa Gregorio Magno. Esta observación es importante, pues constituye un elemento cultural y espiritual indispensable para comprender la personalidad de Isidoro. En efecto, le debe mucho a Leandro, persona muy exigente, estudiosa y austera, que había creado en torno a su hermano menor un contexto familiar caracterizado por las exigencias ascéticas propias de un monje y por los ritmos de trabajo exigidos por una seria entrega al estudio.
Además, Leandro se había preocupado por disponer lo necesario para afrontar la situación político-social del momento: en aquellas décadas los visigodos, bárbaros y arianos, habían invadido la península ibérica y se habían adueñado de los territorios que pertenecían al Imperio Romano.
Era necesario conquistarlos a la romanidad y al catolicismo. La casa de Leandro y de Isidoro contaba con una biblioteca sumamente rica de obras clásicas, paganas y cristianas. Isidoro, que sentía la atracción tanto de unas como de otras, aprendió bajo la responsabilidad de su hermano mayor una disciplina férrea para dedicarse a su estudio, con discernimiento.    En la sede episcopal de Sevilla se vivía, por tanto, en un clima sereno y abierto.
Lo podemos deducir a partir de los intereses culturales y espirituales de Isidoro, tal y como emergen de sus mismas obras, que comprenden un conocimiento enciclopédico de la cultura clásica pagana y un conocimiento profundo de la cultura cristiana. De este modo se explica el eclecticismo que caracteriza la producción literaria de Isidoro, el cual pasa con suma facilidad de Marcial a Agustín, de Cicerón a Gregorio Magno.
La lucha interior que tuvo que afrontar el joven Isidoro, que se convirtió en sucesor del hermano Leandro en la cátedra episcopal de Sevilla, en el año 599, no fue ni mucho menos fácil. Quizá se debe a esta lucha constante consigo mismo la impresión de un exceso de voluntarismo que se percibe leyendo las obras de este gran autor, considerado como el último de los padres cristianos de la antigüedad.
Pocos años después de su muerte, que tuvo lugar en el año 636, el Concilio de Toledo (653) le definió: "Ilustre maestro de nuestra época, y gloria de la Iglesia católica".   Isidoro fue, sin duda, un hombre de contraposiciones dialécticas acentuadas. E incluso, en su vida personal, experimentó un conflicto interior permanente, sumamente parecido al que ya habían vivido san Gregorio Magno y san Agustín, entre el deseo de soledad, para dedicarse únicamente a la meditación de la Palabra de Dios, y las exigencias de la caridad hacia los hermanos de cuya salvación se sentía encargado, como obispo.
Por ejemplo, sobre los responsables de la Iglesia escribe: "El responsable de una Iglesia (vir ecclesiasticus) por una parte tiene que dejarse crucificar al mundo con la mortificación de la carne, y por otra, tiene que aceptar la decisión del orden eclesiástico, cuando procede de la voluntad de Dios, de dedicarse al gobierno con humildad, aunque no quisiera hacerlo" (Libro de las Sentencias III, 33, 1: PL 83, col. 705 B).
Y añade un párrafo después: "Los hombres de Dios (sancti viri) no desean ni mucho menos dedicarse a las cosas seculares y gimen cuando, por un misterioso designio divino, se les encargan ciertas responsabilidades... Hacen todo lo posible para evitarlas, pero aceptan aquello que no quisieran y hacen lo que habrían querido evitar. Entran así en el secreto del corazón y allí, adentro, tratan de comprender qué es lo que les pide la misteriosa voluntad de Dios.
Y cuando se dan cuenta de que tienen que someterse a los designios de Dios, agachan la cabeza del corazón bajo el yugo de la decisión divina" (Libro de las Sentencias III, 33, 3: PL 83, col. 705-706).   Para comprender mejor a Isidoro es necesario recordar, ante todo, la complejidad de las situaciones políticas de su tiempo, que antes mencionaba: durante los años de la niñez había tenido que experimentar la amargura del exilio.
A pesar de ello, estaba lleno de entusiasmo: experimentaba la pasión de contribuir a la formación de un pueblo que encontraba finalmente su unidad, tanto a nivel político como religioso, con la conversión providencial del heredero al trono, el visigodo Ermenegildo, del arrianismo a la fe católica.    Sin embargo, no hay que minusvalorar la enorme dificultad que supone afrontar de manera adecuada los problemas sumamente graves, como los de las relaciones con los herejes y con los judíos.
Toda una serie de problemas que resultan también hoy muy concretos, si pensamos en lo que sucede en algunas regiones donde parecen replantearse situaciones muy parecidas a las de la península ibérica del siglo VI.    La riqueza de los conocimientos culturales de que disponía Isidoro le permitía confrontar continuamente la novedad cristiana con la herencia clásica grecorromana. Más que el don precioso de la síntesis, parece que tenía el de la collatio, es decir, la recopilación, que se expresaba en una extraordinaria erudición personal, no siempre tan ordenada como se hubiera podido desear.    En todo caso, hay que admirar su preocupación por no dejar de lado nada de lo que la experiencia humana produjo en la historia de su patria y del mundo. No hubiera querido perder nada de lo que el ser humano aprendió en las épocas antiguas, ya fueran éstas paganas, judías o cristianas.
Por tanto, no debe sorprender el que, al perseguir este objetivo, no lograra transmitir adecuadamente, como él hubiera querido, los conocimientos que poseía, a través de las aguas purificadoras de la fe cristiana. Sin embargo, según las intenciones de Isidoro, las propuestas que presenta siempre están en sintonía con la fe católica, defendida por él con firmeza.    Percibe la complejidad en la discusión de los problemas teológicos y propone a menudo, con agudeza, soluciones que recogen y expresan la verdad cristiana completa. Esto ha permitido a creyentes a través de los siglos hasta nuestros días servirse con gratitud de sus definiciones.  Un ejemplo significativo en este sentido es la enseñanza de Isidoro sobre las relaciones entre vida activa y vida contemplativa.
Escribe: "Quienes tratan de lograr el descanso de la contemplación tienen que entrenarse antes en el estadio de la vida activa; de este modo, liberados de los residuos del pecado, serán capaces de presentar ese corazón puro que permite ver a Dios" (Diferencias II, 34, 133: PL 83, col 91A).    El realismo de auténtico pastor le convence del riesgo que corren los fieles de vivir una vida reducida a una sola dimensión. Por este motivo, añade: "El camino intermedio, compuesto por una y otra forma de vida, resulta normalmente el más útil para resolver esas cuestiones, que con frecuencia se agudizan con la opción por un sólo tipo de vida; sin embargo, son mejor moderadas por una alternancia de las dos formas" (o.c., 134: ivi, col 91B).   Isidoro busca la confirmación definitiva de una orientación adecuada de vida en el ejemplo de Cristo y dice: "El Salvador Jesús nos ofreció el ejemplo de la vida activa, cuando durante el día se dedicaba a ofrecer signos y milagros en la ciudad, pero mostró la vida contemplativa cuando se retiraba a la montaña y pasaba la noche dedicado a la oración" (o.c. 134: ivi).
A la luz de este ejemplo del divino Maestro, Isidoro ofrece esta precisa enseñanza moral: "Por este motivo, el siervo de Dios, imitando a Cristo, debe dedicarse a la contemplación, sin negarse a la vida activa. Comportarse de otra manera no sería justo. De hecho, así como hay que amar a Dios con la contemplación, también hay que amar al prójimo con la acción. Es imposible, por tanto, vivir sin una ni otra forma de vida, ni es posible amar si no se hace la experiencia tanto de una como de otra" (o.c., 135: ivi, col 91C).    Considero que esta es la síntesis de una vida que busca la contemplación de Dios, el diálogo con Dios en la oración y en la lectura de la Sagrada Escritura, así como la acción al servicio de la comunidad humana y del prójimo. Esta síntesis es la lección que nos deja el gran obispo de Sevilla a los cristianos de hoy, llamados a testimoniar a Cristo al inicio del nuevo milenio.
Benedicto XVI; San Isidoro de Sevilla,
© Copyright 2008 - Libreria Editrice Vaticana





Oremos

Escucha, Señor, las súplicas que te dirigimos al celebrar hoy la festividad de San Isidoro de Sevilla; haz que tu Iglesia, que tuvo en este santo obispo un maestro insigne de vida espiritual, encuentre ahora en él un poderoso intercesor ante ti. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.



Calendario   de Fiestas Marianas: Nuestra Señora Treves, Italia (746). Se  le apareció a San Jerónimo Emiliani, 1530



San Benito el Moro

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Benito de san Filadelfo, llamado el Negro o el Moro, porque era hijo de padres africanos y esclavos -quizás nubios- que trabajaban en una propiedad cercana a Messina. Siciliano de nacimiento, nació también como ellos en la esclavitud y se sabe que de niño fue pastor.   A los veintitantos años se unió a un grupo de eremitas franciscanos, convirtiéndose a partir de entonces en un fidelísimo seguidor del ejemplo del santo de Asís.
Por razones no muy claras para la historia, aquel grupo se dispersó en torno al año 1564 y, dependiendo del biógrafo que se lea, Benito funda o llama a las puertas de un convento. Sea lo que fuere, se le ve hecho todo un franciscano en el convento llamado Monte-Pellegrino, a poca distancia de Palermo. Eso sí, como no ha aprendido a leer ni a escribir, trabaja en la cocina de los frailes como hermano lego.   Fue Benito un cocinero especial.
La singularidad de Benito estriba en que, además de ser buen cocinero, es admirable por su piedad, por su humildad y por las curaciones milagrosas que prodigaba.    En el año 1578, los frailes le eligen superior del convento a pesar de ser sólo lego y no tener conocimientos de letras ni experiencia en el gobierno. Costó mucho convencerle para que aceptara y quizá, luego, más de un fraile se arrepintió de haberle convencido, porque llegó a establecer la interpretación más estricta y austera de la regla franciscana.







Oremos

Señor, Dios todopoderoso, que nos has revelado que el amor a Dios y al prójimo es el compendio de toda tu ley, haz que, imitando la caridad de San Benito, seamos contados un día entre los elegidos de tu reino. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.



Karol Józef Wojtyla

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Karol Józef Wojtyła, Juan Pablo II (18 de mayo de 1920  +2 de abril de 2005).
Juan Pablo II, sucesor número 263 del apóstol Pedro en la sede episcopal de Roma, falleció el 2 de abril a las 21.37. Su pontificado, de casi 27 años, ha sido el tercero más largo de la historia de la Iglesia.
Karol Józef Wojtyła, conocido como Juan Pablo II desde su elección al papado en octubre de 1978, nació en Wadowice, una pequeña ciudad a 50 kilómetros de Cracovia, el 18 de mayo de 1920. Era el segundo de los dos hijos de Karol Wojtyła y Emilia Kaczorowska. Su madre falleció en 1929. Su hermano mayor Edmund (médico) murió en 1932 y su padre (suboficial del ejército) en 1941.
A los 9 años hizo la Primera Comunión, y a los 18 recibió la Confirmación. Terminados los estudios de enseñanza media en la escuela Marcin Wadowita de Wadowice, se matriculó en 1938 en la Universidad Jagellónica de Cracovia y en una escuela de teatro.
Cuando las fuerzas de ocupación nazi cerraron la Universidad, en 1939, el joven Karol tuvo que trabajar en una cantera y luego en una fábrica química (Solvay), para ganarse la vida y evitar la deportación a Alemania.
A partir de 1942, al sentir la vocación al sacerdocio, siguió las clases de formación del seminario clandestino de Cracovia, dirigido por el Arzobispo de Cracovia, Cardenal Adam Stefan Sapieha. Al mismo tiempo, fue uno de los promotores del «Teatro Rapsódico», también clandestino.
Tras la segunda guerra mundial, continuó sus estudios en el seminario mayor de Cracovia, nuevamente abierto, y en la Facultad de Teología de la Universidad Jagellónica, hasta su ordenación sacerdotal en Cracovia el 1 de noviembre de 1946.
Seguidamente, fue enviado por el Cardenal Sapieha a Roma, donde, bajo la dirección del dominico francés Garrigou-Lagrange, se doctoró en1948 en teología, con una tesis sobre el tema de la fe en las obras de San Juan de la Cruz. En aquel período aprovechó sus vacaciones para ejercer el ministerio pastoral entre los emigrantes polacos de Francia, Bélgica y Holanda.
En 1948 volvió a Polonia, y fue vicario en diversas parroquias de Cracovia y capellán de los universitarios hasta 1951, cuando reanudó sus estudios filosóficos y teológicos. En 1953 presentó en la Universidad Católica de Lublin una tesis titulada «Valoración de la posibilidad de fundar una ética católica sobre la base del sistema ético de Max Scheler». Después pasó a ser profesor de Teología Moral y Etica Social en el seminario mayor de Cracovia y en la facultad de Teología de Lublin.
El 4 de julio de 1958 fue nombrado por Pío XII Obispo Auxiliar de Cracovia. Recibió la ordenación episcopal el 28 de septiembre de 1958 en la catedral del Wawel (Cracovia), de manos del Arzobispo Eugeniusz Baziak.
El 13 de enero de 1964 fue nombrado Arzobispo de Cracovia por Pablo VI, quien le hizo cardenal el 26 de junio de 1967.    Además de participar en el Concilio Vaticano II (1962-65), con una contribución importante en la elaboración de la constitución «Gaudium et spes», el Cardenal Wojtyła tomó parte en todas las asambleas del Sínodo de los Obispos.    Desde el comienzo de su pontificado, el 16 de octubre de 1978, el Papa Juan Pablo II ha realizado 104 viajes pastorales fuera de Italia, y 146 por el interior de este país.
Además, como Obispo de Roma ha visitado 317 de las 333 parroquias romanas.    Entre sus documentos principales se incluyen: 14 Encíclicas, 15 Exhortaciones apostólicas, 11 Constituciones apostólicas y 45 Cartas apostólicas.
El Papa también ha publicado cinco libros: «Cruzando el umbral de la esperanza» (octubre de 1994); «Don y misterio: en el quincuagésimo aniversario de mi ordenación sacerdotal» (noviembre de 1996); «Tríptico romano - Meditaciones», libro de poesías (Marzo de 2003); «¡Levantaos! ¡Vamos!» (mayo de 2004) y «Memoria y identidad» (febrero de 2005).
Juan Pablo II ha presidido 147 ceremonias de beatificación -en las que ha proclamado 1338 beatos- y 51 canonizaciones, con un total de 482 santos. Ha celebrado 9 consistorios, durante los cuales ha creado 231 (además de uno impectore 1 «in pectore») Cardenales.
También ha presidido 6 asambleas plenarias del Colegio Cardenalicio.    Ha presidido 15 Asambleas del Sínodo de los Obispos: 6 ordinarias (1980, 1983, 1987, 1990, 1994, 2001), 1 general extraordinaria (1985), y 8 especiales (1980, 1991, 1994, 1995, 1997, 1998 [2] y 1999).    Ningún otro Papa se ha encontrado con tantas personas como Juan Pablo II: en cifras, más de 17.600.100 peregrinos han participado en las más de 1160 Audiencias Generales que se celebran los miércoles.
Ese numero no incluye las otras audiencias especiales y las ceremonias religiosas [más de 8 millones de peregrinos durante el Gran Jubileo del año 2000] y los millones de fieles que el Papa ha encontrado durante las visitas pastorales efectuadas en Italia y en el resto del mundo.
Hay que recordar también las numerosas personalidades de gobierno con las que se ha entrevistado durante las 38 visitas oficiales y las 738 audiencias o encuentros con jefes de Estado y 246 audiencias y encuentros con primeros ministros.









Cristo, Cabeza, Rey de los pastores,
el pueblo entero, madrugando a fiesta,
canta a la gloria de tu sacerdote
himnos sagrados.
Con abundancia de sagrado crisma,
la unción profunda de tu Santo Espíritu
lo armó guerrero y lo nombró en la Iglesia
jefe del pueblo.
Él fue pastor y forma del rebaño,
luz para el ciego, báculo del pobre,
padre común, presencia providente,
todo de todos.
Tú que coronas sus merecimientos,
danos la gracia de imitar su vida
y al fin, sumisos a su magisterio,
danos su gloria. Amén

Calendario   de Fiestas Marianas: Nuestra Señora Treves, Italia (746). Se  le apareció a San Jerónimo Emiliani, 1530

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