El amor comienza con un sentimiento y sigue con un sentimiento, pero además es una tarea
Por: Salvador Casadevall | Fuente: Catholic.net
Cuando yo era chico, el hombre y la mujer que deseaban entablar una relación medianamente duradera, tenían a su alcance tres instituciones: el noviazgo, el matrimonio y el concubinato. Eso era todo lo que el mercado amoroso le ofrecía.
Con el paso del tiempo aparecieron otras opciones: el matrimonio a prueba, el vivir en pareja con variadas formas de convivencia, compartiendo la cama además de la heladera y el techo, o solo compartiendo la cama y viviendo cada uno donde le plazca, con etapas agregadas a su relación, como sea compartir juntos vacaciones, viajes o temporadas de la clase que ustedes quieran, o ellos quieran. Hay una gran variedad de situaciones. Los de la vieja usanza no sabemos ya que nombre darle.
Los crecidos a la vieja usanza, ya hemos tenído que aprender a no horrorizamos de nada o de casi nada. Antes pasábamos por el altar y después a ponchazos iniciábamos el trámite para la venida del hijo. Ahora, cada día es más frecuente, la llegada al altar con el hijo elaborado, con el hijo ya en camino. Dicen por ahí que hay que alegrarse de las cosas que terminan bien. Alegrémonos que el altar sigue siendo un inicio de una vida nueva, de una nueva vida sino para dos, si para tres.
Los tiempos del amor vienen barajándose distinto, tengamos esperanza de que sea solamente eso, un barajar distinto los tiempos del amor.
Yo no sé si todo el mundo, los de la vieja o nueva usanza, se dan cuenta que en el día del casamiento junto con los variados regalos, también se recibe un regalo especial: una persona.
Esa persona es el otro y esa persona trae consigo un montón de cosas. Todo lo que lleva el otro es también un regalo para mí.
En esa nueva vida en común deberé aprender a convivir con dos dificultades que todos llevamos a cuestas y por lo tanto lo llevamos también como regalo de boda. Uno es el orgullo y el otro es el egoísmo. Cada uno deberá aprender a convivir con el orgullo y el egoísmo del otro, si quiero llegar lejos en la vida matrimonial. Deberé aprender a convivir.
Y en ese nuevo aprender debo estar atento a toda una nueva manera de convivir:
Cuidar mis pensamientos porque se volverán palabras.
Cuidar mis palabras por que se volverán actos.
Cuidar mis actos porque se volverán costumbres.
Cuidar mis costumbres porque se volverán carácter.
Cuidar mi carácter porque influirá en el destino de dos. Y este destino será modelo de vida para los hijos.
Un ciego le preguntó a San Antonio: ¿Qué puede ser peor que perder la vista? Él le respondió: Que pierdas tu visión de las cosas.
La felicidad es un hábito o el resultado de varios hábitos (Aristóteles)
La clave para ser feliz mora en el interior de cada uno (Jesús)
Para ser feliz hay que dejar de culpar a los demás y buscar la causa en nuestra propia mente, en nuestra manera de ver y vivir las cosas.
La felicidad está en la degustación de los valores espirituales.
La felicidad es un asunto del espíritu y si no te gusta lo que recibes de regreso, ¡revisa muy bien lo que estás dando!
La felicidad no consiste en tener buenas cartas, sino en jugar bien las que uno tiene. (Josh Billings)
El amor es una larga paciencia. El verdadero amor está hecho de una vida de paciencia. Todo hombre y toda mujer viven mendigando el amor toda su vida y tenemos que tener la paciencia de darlo y de recibirlo.
El amor comienza con un sentimiento y sigue con un sentimiento, pero además es una tarea: una tarea en la cual la paciencia ocupa un lugar predominante. ¿Cómo se ama de verdad? Se ama de verdad cuando se ama sin esperar nada a cambio. Nada reporta tanta felicidad como hacer feliz al otro sin que siquiera se entere. (Fernando Albercoa). Frecuentemente uno escucha a personas que han roto su matrimonio y confiesan que si hubieran tenido la mitad de la paciencia que tienen en su segunda unión, el primer matrimonio no se hubiera roto.
No se tiene noción del gran daño que se provoca cuando un matrimonio se rompe. Daño mucho mayor cuando hay hijos pequeños. No solamente se daña el yo personal y el de los hijos, sino la comunidad toda sale dañada. Con mi actitud soy como un cáncer que corrompe las actitudes de otros.
En algunos estados de EE.UU. los jueces antes de otorgar el divorcio, llaman a los hijos, si los hay, para saber que dicen y si son de corta edad, solamente otorga la separación pero no el divorcio. Los hijos pueden entender que sus padres no se llevan bien y tengan que estar separados, pero siempre mantienen la esperanza de que un día volverán a convivir como padre y madre. Cuando hay un divorcio y hay nueva unión, con hijos de la nueva pareja, esta esperanza se pierde totalmente, causándoles un daño irreparable. De vivir un dolor con esperanza, pasan a vivir un dolor sin esperanza. Son los hijos de la desesperanza.
Nunca se tiene conciencia de la dimensión del daño que se hace cuando esa pequeña comunidad de a dos se rompe, se astilla y frecuentemente ocurre por una falta de paciencia. Hagamos el esfuerzo y pongamos voluntad para que no nos ocurra esto a nosotros.
Lo que la gente necesita es esperanza: saber que los matrimonios pueden perdurar, no porque los esposos fueron muy inteligentes en su inicio, sino porque pueden ser suficientemente amables y flexibles durante muchos y largos años
Si lo hacemos, nos estaremos no solo ganando el cielo, sino que contribuiremos a la felicidad de otros, empezando por nuestros hijos, si los hay. En definitiva, ¿para qué vive uno? Si no es para ir al paraíso
Por: Salvador Casadevall | Fuente: Catholic.net
Cuando yo era chico, el hombre y la mujer que deseaban entablar una relación medianamente duradera, tenían a su alcance tres instituciones: el noviazgo, el matrimonio y el concubinato. Eso era todo lo que el mercado amoroso le ofrecía.
Con el paso del tiempo aparecieron otras opciones: el matrimonio a prueba, el vivir en pareja con variadas formas de convivencia, compartiendo la cama además de la heladera y el techo, o solo compartiendo la cama y viviendo cada uno donde le plazca, con etapas agregadas a su relación, como sea compartir juntos vacaciones, viajes o temporadas de la clase que ustedes quieran, o ellos quieran. Hay una gran variedad de situaciones. Los de la vieja usanza no sabemos ya que nombre darle.
Los crecidos a la vieja usanza, ya hemos tenído que aprender a no horrorizamos de nada o de casi nada. Antes pasábamos por el altar y después a ponchazos iniciábamos el trámite para la venida del hijo. Ahora, cada día es más frecuente, la llegada al altar con el hijo elaborado, con el hijo ya en camino. Dicen por ahí que hay que alegrarse de las cosas que terminan bien. Alegrémonos que el altar sigue siendo un inicio de una vida nueva, de una nueva vida sino para dos, si para tres.
Los tiempos del amor vienen barajándose distinto, tengamos esperanza de que sea solamente eso, un barajar distinto los tiempos del amor.
Yo no sé si todo el mundo, los de la vieja o nueva usanza, se dan cuenta que en el día del casamiento junto con los variados regalos, también se recibe un regalo especial: una persona.
Esa persona es el otro y esa persona trae consigo un montón de cosas. Todo lo que lleva el otro es también un regalo para mí.
En esa nueva vida en común deberé aprender a convivir con dos dificultades que todos llevamos a cuestas y por lo tanto lo llevamos también como regalo de boda. Uno es el orgullo y el otro es el egoísmo. Cada uno deberá aprender a convivir con el orgullo y el egoísmo del otro, si quiero llegar lejos en la vida matrimonial. Deberé aprender a convivir.
Y en ese nuevo aprender debo estar atento a toda una nueva manera de convivir:
Cuidar mis pensamientos porque se volverán palabras.
Cuidar mis palabras por que se volverán actos.
Cuidar mis actos porque se volverán costumbres.
Cuidar mis costumbres porque se volverán carácter.
Cuidar mi carácter porque influirá en el destino de dos. Y este destino será modelo de vida para los hijos.
Un ciego le preguntó a San Antonio: ¿Qué puede ser peor que perder la vista? Él le respondió: Que pierdas tu visión de las cosas.
La felicidad es un hábito o el resultado de varios hábitos (Aristóteles)
La clave para ser feliz mora en el interior de cada uno (Jesús)
Para ser feliz hay que dejar de culpar a los demás y buscar la causa en nuestra propia mente, en nuestra manera de ver y vivir las cosas.
La felicidad está en la degustación de los valores espirituales.
La felicidad es un asunto del espíritu y si no te gusta lo que recibes de regreso, ¡revisa muy bien lo que estás dando!
La felicidad no consiste en tener buenas cartas, sino en jugar bien las que uno tiene. (Josh Billings)
El amor es una larga paciencia. El verdadero amor está hecho de una vida de paciencia. Todo hombre y toda mujer viven mendigando el amor toda su vida y tenemos que tener la paciencia de darlo y de recibirlo.
El amor comienza con un sentimiento y sigue con un sentimiento, pero además es una tarea: una tarea en la cual la paciencia ocupa un lugar predominante. ¿Cómo se ama de verdad? Se ama de verdad cuando se ama sin esperar nada a cambio. Nada reporta tanta felicidad como hacer feliz al otro sin que siquiera se entere. (Fernando Albercoa). Frecuentemente uno escucha a personas que han roto su matrimonio y confiesan que si hubieran tenido la mitad de la paciencia que tienen en su segunda unión, el primer matrimonio no se hubiera roto.
No se tiene noción del gran daño que se provoca cuando un matrimonio se rompe. Daño mucho mayor cuando hay hijos pequeños. No solamente se daña el yo personal y el de los hijos, sino la comunidad toda sale dañada. Con mi actitud soy como un cáncer que corrompe las actitudes de otros.
En algunos estados de EE.UU. los jueces antes de otorgar el divorcio, llaman a los hijos, si los hay, para saber que dicen y si son de corta edad, solamente otorga la separación pero no el divorcio. Los hijos pueden entender que sus padres no se llevan bien y tengan que estar separados, pero siempre mantienen la esperanza de que un día volverán a convivir como padre y madre. Cuando hay un divorcio y hay nueva unión, con hijos de la nueva pareja, esta esperanza se pierde totalmente, causándoles un daño irreparable. De vivir un dolor con esperanza, pasan a vivir un dolor sin esperanza. Son los hijos de la desesperanza.
Nunca se tiene conciencia de la dimensión del daño que se hace cuando esa pequeña comunidad de a dos se rompe, se astilla y frecuentemente ocurre por una falta de paciencia. Hagamos el esfuerzo y pongamos voluntad para que no nos ocurra esto a nosotros.
Lo que la gente necesita es esperanza: saber que los matrimonios pueden perdurar, no porque los esposos fueron muy inteligentes en su inicio, sino porque pueden ser suficientemente amables y flexibles durante muchos y largos años
Si lo hacemos, nos estaremos no solo ganando el cielo, sino que contribuiremos a la felicidad de otros, empezando por nuestros hijos, si los hay. En definitiva, ¿para qué vive uno? Si no es para ir al paraíso
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