El legado del Papa
2005-04-08
Juan Pablo II fue un hombre de profunda fe. Creyó en todo aquello que compone la galaxia eclesial, desde el agua bendita, las reliquias, los santos, los lugares sagrados... hasta la Santísima Trinidad. La metafísica católica (la forma como los católicos entienden y organizan el mundo) fue asumida en su totalidad sin ninguna reserva. Creyó y asumió todo aquello que la Iglesia dice que era su función como Papa, descrita en la primera página del Anuario Pontificio: «obispo de Roma, vicario de Jesucristo, sucesor del príncipe de los Apóstoles, sumo pontífice de la Iglesia universal, patriarca de Occidente, primado de Italia, arzobispo metropolitano de la Provincia romana, soberano del Estado de la Ciudad del Vaticano y siervo de los siervos de Dios».
El Papa subjetivamente asumió este su munus, su servicio. Y lo hizo con absoluta rectitud y convicción. Le ayudó el carisma que recibió de Dios: la seducción de su figura imponente, atlética e irradiante. Le ayudó también el hecho de haber sido actor, y que, con naturalidad y «gracia», sabía producir una irresistible dramatización mediática, con el gesto impactante y la palabra exacta. Y todo ello al servicio de la causa de la religión. Hay en él una condensación muy fuerte de lo religioso, de lo espiritual y de lo místico que se transparenta en su rostro, que en un momento se transfigura, en otro se cierra en contemplación, o se retuerce de dolor. Empuñaba la cruz con solemnidad y fuerza como quien empuña una lanza de caballero conquistador.
Lo importante no es la avalancha de documentos de todo tipo que ha dejado, que sobrepasa las cien mil páginas. El gran discurso es su figura. Lo que permanecerá en la historia es su imagen carismática y al mismo tiempo vigorosa y tierna y profundamente religiosa. ¿Cuál es su legado? Él mismo. ¿Cuál el contenido de ese legado? La religión.
El legado: él mismo como una figura carismática que vino a llenar un vacío sentido en todo el mundo. Hay una orfandad de líderes carismáticos. Los que existen, o son belicosos, o son burócratas del poder. No existe un Gandhi, un Luther King, un Che Guevara o una Madre Teresa. Las masas sienten la carencia de un Edipo bienhechor, de un padre con características de madre, del cual obtener inspiración y dirección para el futuro. Juan Pablo II apuntó un camino.
El contenido: rescatar la religión para la publicidad mundial, como fuerza que galvaniza masas y como poder político, decisivo en el derrocamiento del régimen soviético. Contra la tendencia secularizante de la modernidad que volvió la religión políticamente invisible, Juan Pablo II mostró que ella es parte esencial de la realidad y que puede producir paz o guerras.
Podemos discutir la orientación que dio a la religión, en una línea conservadora, doctrinariamente fixista y moralmente rígida, pero no podemos negar la relevancia del elemento religioso y místico en la configuración de la nueva humanidad.
No obstante todos estos valores positivos, un cristiano crítico no deja de angustiarse: ¿nos ha llevado este pontificado a la esencia del legado de Jesús, que nos dijo: «todos ustedes son hermanos y hermanas, no llamen a nadie en la Tierra padre, porque uno sólo es el Padre de ustedes, aquel que está en los cielos, ni se hagan llamar maestros, porque sólo uno es su Maestro, Cristo»? Los verdaderos adoradores, ¿se encuentran en el gran espectáculo mediático o cuando «adoran al Padre en espíritu y verdad»? Aquí otros son los criterios de evaluación.
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