Beata Josefa María de Santa Inés – 21 de enero
«Examinando la vida de esta beata está claro que ante
la gracia de Dios la miope razón palidece. Sin luces aparentes en su forma de
ser, con firmeza se abrió paso en el sendero de la perfección que la condujo
directamente al cielo»
20 ENERO 2016BY ISABEL
ORELLANA VILCHESESPIRITUALIDAD Y ORACIÓN

En este día de santa Inés, la Iglesia
celebra la vida de esta beata que llevó el nombre religioso de esta mártir
cristiana.
El hecho de que el Padre Celestial ame
tan singularmente y de forma infinita a sus débiles hijos es un misterio, y una
gracia incuestionable que estos aquejados de tanto infortunio le contemplen con
indecible ternura y se lancen a sus brazos sin dudar, sin arrojarle los dardos
de la culpabilidad por sus aflicciones.
La torpeza y nula formación de esta
beata, la lesión epiléptica que padecía, su vulnerabilidad al quedar huérfana
prontamente y a merced de sus desaprensivos familiares, fueron algunas de las
causas del acerado sufrimiento que le abrió las puertas del cielo. Nació en
Benigànim, Valencia, España, el 9 de enero de 1625. Sus padres eran unos
campesinos sin apenas recursos económicos, que al ser creyentes se ocuparon de
que recibiese los sacramentos cuando era niña. Pero la prematura muerte de
éstos cercenó de un plumazo su infancia. Se trasladó a casa de un tío suyo,
hombre sin escrúpulos, que tenía personas a su servicio, y la incluyó entre
ellas, maltratándola desde el primer día. Su falta de luces, por así decir, la
convertían también en objeto de burlas. Por ejemplo, suscitó chanzas su
decisión de plantar un naranjo tomando el tallo que hundió en la tierra dejando
las raíces al descubierto. ¿Candidez, simplicidad…? Sea lo que fuere, el
inocente corazón de Josefa aspiraba el perfume del amor divino. Dios Padre la
protegía, mimándola, y además de constatarse el fértil crecimiento del naranjo
que plantó contraviniendo las leyes de la ciencia (naranjo que aún hoy día
puede contemplarse), pronto los consuelos divinos llegaron a su vida,
liberándola del asedio del maligno que andaba tras ella.
El Niño Jesús se le aparecía en el
huerto de la vivienda mientras se hallaba lavando y recibía también otros
dones. Pero en ese ambiente embrutecido que le rodeaba, uno de los criados se
obsesionó con ella, puesto que físicamente era bien parecida, y sintiéndose
burlado por la joven que tenía en altísima estima su virginidad, y la defendía
a capa y espada, quiso matarla asestándole varios tiros con un trabuco. Por
fortuna, los perdigones simplemente quedaron incrustados en la pared que
bordeaba la escalera por la que Josefa huía de su agresor buscando protección
en el piso de arriba. Pero ella sabía que el potencial asesino se hallaba fuera
de sí, y no dudó en escapar a un lugar más seguro utilizando una ventanilla tan
diminuta que era imposible traspasarla sin que mediase una intervención de lo
Alto.
Después del dramático episodio, tenía
claro que no podía permanecer más en esa casa, y dado que su tío influyó en la
fundación del convento de clausura de las Agustinas Descalzas de la Purísima
Concepción y San José, determinó ingresar con ellas. No lo consiguió a la
primera, pero sí después de tenaz perseverancia en su empeño. Al no tener
formación, entró como hermana lega. Su misión en la clausura no podía ser otra
que la que ella conocía bien: las tareas domésticas de diversa índole. Y las
realizó con el espíritu encomiable que brotaba de su estado de oración
continua. Era obediente y dispuesta, y estaba adornada con la virtud de la
inocencia. Por esa razón, al profesar le dieron el nombre de Josefa María de
santa Inés, la candorosa mártir de los primeros siglos. Sus hermanas de
comunidad se referían a ella como «la niña». En su oración tenía presentes las
necesidades que muchos le encomendaban, rezaba por las almas del purgatorio y
ofrecía sus penitencias por los demás.
Al no saber leer ni escribir, le
solicitaron al prelado que le permitiese asistir al coro sin más pretensiones,
ya que no podía formar parte de él. El obispo dio su autorización, pero
entonces las religiosas descubrieron en ella otro sorprendente prodigio. Vieron
que podía cantar las oraciones del Salterio maravillosamente sin desentonar y
con una belleza admirable en su voz con tan solo contemplar la estampa de un
Ecce Homo que divisaba desde el ángulo del coro en el que se situaba. Y es que,
a lo largo de su vida frecuentemente tuvo éxtasis y revelaciones. Numerosas
personas principales del lugar acudían a recabar su versado juicio confiándole
problemas que les acuciaban. El director espiritual que la asistía, manifestó: «Tratada
en cosas tocantes a lo del mundo, parecía no tener uso de razón ni discurso;
pero en punto de virtud y perfección discurría como un santo Tomás y aconsejaba
como un san Pablo». A fin de cuentas, esto es lo único que importa.
Las sabidurías de este mundo, en palabras paulinas, son necedades a los ojos de
Dios (1Cor 3, 18-9). Josefa murió a los 71 años el 21 de enero de 1696. Su
cuerpo incorrupto desapareció al estallar la Guerra Civil española en 1936,
aunque se conservan algunos de sus restos en el monasterio de Benigànim donde
se produjo su fallecimiento. Fue beatificada por León XIII el 26 de febrero de
1888.
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