Beato Basilio Antonio María Moreau – 20 de enero
«Vivió al abrigo de la cruz, su única esperanza en
medio de los numerosos contratiempos que le salieron al paso para poder
sostener sus fundaciones integradas por sacerdotes, religiosos y laicos. Tuvo
como modelo la Sagrada Familia»
19 ENERO 2016BY ISABEL ORELLANA VILCHESESPIRITUALIDAD Y
ORACIÓN

En esta festividad de san Sebastián, la
Iglesia celebra la vida de este beato. Como tantos otros fundadores y
fundadoras, Antonio sufrió mucho para llevar adelante su obra. Fue
incomprendido en no pocas ocasiones, pero nunca dejó de confiar plenamente en
la divina providencia. En su afán de cumplir en todo momento la voluntad de
Dios, no dudó en entregarse por completo hasta el fin de sus días. Este
sentimiento de actuar en nombre de Dios, de ser instrumento suyo, lo transmitió
a sus hijos espirituales: «La obra de la Santa Cruz no es obra del hombre, sino
obra de Dios mismo […]. Por eso os exhorto a renovar el espíritu de vuestra
vocación, que es un espíritu de pobreza, castidad y obediencia».
Había nacido en Laigné-en-Bélin,
distrito de Le Mans, Francia, el 11 de febrero de 1799. Formaba parte de una
generosa familia, compuesta por catorce hermanos, de los que fue el noveno.
Cuando decidió ser sacerdote, el párroco le ayudó en las enseñanzas básicas,
que después prosiguió en el colegio de Château-Gontier y en el seminario de Le
Mans. Su vocación eran las misiones. Y allí hubiera querido partir cuando se
convirtió en sacerdote en 1821. Sin embargo, las previsiones de su obispo eran
otras. Vio en él cualidades para la enseñanza y formación de los nuevos
seminaristas, y decidió que ampliase estudios fuera de la diócesis. Al regresar
a Le Mans, junto a su intensa actividad pastoral, impartía diversas disciplinas
en el seminario del que fue profesor desde 1823 a 1836. Tres años antes de
cesar en esta tarea, tomó contacto con la fundación del Buen Pastor de Le Mans,
institución destinada a la reeducación de jóvenes que erraron su camino y se
adentraron en los peligrosos derroteros de la delincuencia. Fue una experiencia
inolvidable para él.
En 1835 conoció de cerca la Congregación
de los Hermanos de San José que tenía como objetivo la formación de los
campesinos. Estaba en manos de laicos comprometidos, y él se convirtió en su
director espiritual. Consciente de la gran tarea pastoral que siempre tienen
delante los presbíteros, ese año de 1835 fundó la sociedad de Sacerdotes
Auxiliares. Con ella dio un impulso más que notable a su labor, asistiéndoles a
través de predicación, retiros, cursillos y misiones populares. En 1837 surgió,
como fusión de esta sociedad y la Congregación de Hermanos de San José, otra
nueva fundación: la Congregación de la Santa Cruz con el lema: «Salve, oh cruz,
nuestra única esperanza». Le dio este nombre por el alcance que la cruz tenía
en su vida. Dado que es la señal del seguidor de Cristo, siempre aludía a ella
en su dirección espiritual.
Cuatro años más tarde impulsó la tercera
fundación: las Marianitas de la Santa Cruz, integrada por religiosas. Sabedor
del valor incuestionable de la unidad, fuente de bendiciones que sostiene
cualquier empresa, hacía notar: «La unión hace la fuerza y la desunión lleva a
la ruina». Unidad, naturalmente, que debía estar vinculada en Cristo: «Debemos
permanecer unidos en Él los unos a los otros, de forma que seamos uno solo,
como las ramas con el tronco, sostenidas por la misma raíz y alimentadas por la
misma savia, que forman un solo árbol».
Tomando como modelo a la Sagrada Familia
denominó a los sacerdotes, Salvatoristas, a los hermanos, Josefinos, y a las
religiosas, Marianitas. En conjunto, extendieron sus redes en el entorno rural
y en otras misiones emprendidas en el extranjero. Educación y predicación eran
pilares básicos de la acción apostólica, junto a la labor parroquial y
«difusión de la buena prensa». Por otro lado, se ocuparon de crear y dirigir
casas destinadas a la reinserción de delincuentes jóvenes y a acoger personas
sin hogar. Las tres ramas de la Congregación fueron estableciéndose en
distintos lugares del mundo: Argelia, Estados Unidos, India y Canadá, entre
otros países. El P. Moreau siguió la expansión desde su morada situada junto al
Instituto de la Santa Cruz.
Él, que tanto amó la unidad, durante más
de una década tuvo que padecer su ausencia entre sus hijos. Tanta fue la
presión y acusaciones que ponían en solfa su capacidad gestora, amén de otras
discrepancias añadidas, que se propuso dimitir como superior general en 1860,
gesto honroso y edificante que no prosperó hasta 1866, año en el que tras
persistir y acentuarse las tropelías contra su persona, el papa acogió su
deseo. Desamparado por los integrantes de la obra que puso en marcha, solo pudo
contar con la asistencia de dos hermanas suyas. Conviviendo junto a ellas,
ejerció su labor predicadora por las parroquias colindantes a Le Mans hasta que
el 20 de enero de 1873 entregó su alma a Dios. Fue beatificado por Benedicto
XVI el 15 de septiembre de 2007 en esa ciudad.
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