Beato Marcelo Spínola y Maestre – 19 de enero
«Este fundador de la congregación de las Esclavas del
Divino Corazón, gran jurista, fue aclamado abogado de los pobres y arzobispo
mendigo por su acción a favor de los desfavorecidos por los que se desvivió y
pidió limosna»
18 ENERO, 2016BY ISABEL ORELLANA VILCHESESPIRITUALIDAD Y
ORACIÓN

Retablo Cerámico Del Beato Marcelo
Spínola (1835-1906), Que Fue Cardenal Y Arzobispo De Sevilla.
Nació en San Fernando, Cádiz, España, el
14 de enero de 1835. Su padre, el marqués de Spínola, era un ilustre oficial de
la Marina. Pero él orientó su vida profesional licenciándose en derecho en la
universidad de Sevilla el año 1856. Incluso abrió su propio despacho en Huelva
durante un tiempo, poniendo su buenos oficios al servicio de los necesitados, a
los que prestaba ayuda desinteresadamente. De ahí el apodo que le dieron: «el
abogado de los pobres». Desde su más tierna infancia había experimentado una
singular devoción por el Sagrado Corazón de Jesús, y los talentos que Dios le
había otorgado estaban a merced de todos. Cuando su padre tomó posesión de la
plaza de Sanlúcar de Barrameda como comandante de Marina, Marcelo lo siguió.
Había crecido en las ciudades de Motril, Valencia, Huelva, Sevilla y
Sanlúcar. A ellas añadiría nuevos destinos. Era la vida itinerante de un
hijo de militar, de un hombre bueno, afable, humilde y alegre, que conservaba
estampas de las gentes sencillas a las que fue conociendo y supo ganarse con su
generosidad y simpatía.
Ya tenía cierta edad cuando sintió la
llamada al sacerdocio y enseguida dio un sí a Cristo. Cursó estudios
eclesiásticos en el seminario de Sevilla y fue ordenado sacerdote en 1864. Su
primera misa la celebró en la iglesia de San Felipe Neri. Después, le
encomendaron la capellanía de la iglesia de la Merced, de Sanlúcar. Vinculado a
las cofradías, se integró en laHermandad de San Pedro y Pan de los Pobres,
hasta que en 1871 el cardenal de la Lastra y Cuesta le confió la parroquia de
San Lorenzo de Sevilla. En esta ciudad se incorporó a la Hermandad del Gran
Poder, de la que fue mayordomo y director espiritual, así como a la Hermandad
de la Soledad. Fue en esta parroquia cuando en 1874 conoció en el confesionario
a la recién enviudada Celia Méndez, con la que tiempo después habría de poner
en marcha la fundación de las Esclavas.
En 1879 fue nombrado canónigo de la
catedral de Sevilla por el arzobispo Lluch, y en 1881 designado obispo auxiliar
de la diócesis hispalense. En 1884 su fecunda labor pastoral ya había
traspasado las fronteras, y León XIII lo nombró obispo de Coria, Cáceres. Dos
años escasos fueron suficientes para dejar impreso su sello apostólico. Allí
fundó en 1885 la congregación de las Esclavas del Divino Corazón junto a la
sierva de Dios, Celia Méndez. En 1886 fue trasladado a Málaga impulsando en la
diócesis una acción inolvidable con los desfavorecidos, a la par que encabezaba
una sólida defensa de los derechos de los trabajadores a través de los medios
pastorales que tenía a su alcance.
Juzgó que la Iglesia no había acogido a
los pobres, y quiso paliar la situación. En 1896 regresó a Sevilla, diócesis de
la que fue nombrado arzobispo. Fundó «El Correo de Andalucía», que nació con el
objetivo de «defender la verdad y la justicia». Y cuando la peste asoló la
ciudad en 1905, recorrió las calles sevillanas desafiando el sol de justicia
del mes de agosto, pidiendo limosna para los damnificados. Entonces las gentes
acuñaron para él nuevo título: el «arzobispo mendigo». Poco después, ese mismo
año de 1905, san Pío X lo elevó al cardenalato.
Era un hombre piadoso, de intensa
oración y mortificación, extremadamente sensible a las necesidades y al
sufrimiento de sus fieles, y un infatigable apóstol. Hogares, círculos obreros,
centros en los que se daba de comer a quienes lo precisaban, orfanatos,
escuelas nocturnas, creación de la facultad de teología de Sevilla, etc.,
rubrican su impronta. Recorrió todas las diócesis en las que ejerció su
ministerio viajando en un mulo, luchó contra el intento de desplazar la
enseñanza de la religión de los centros públicos siendo senador de Granada,
consoló a los afligidos, y llevó el evangelio por todos los rincones,
predicando y confesando.
Alguna vez se sintió tentado a renunciar
al episcopado considerándose indigno de asumirlo, y fue disuadido de ello. En
el centro de su corazón: la Eucaristía: «La obra maestra del amor de
Jesucristo a la humanidad es la Eucaristía; maravilla que sería increíble si
Jesucristo no amara como Dios». «La Eucaristía se halla a nuestro
alcance. Todos podemos acercarnos a Cristo huésped y conversar con él, y
percibir el calor de su palabra. ¡La palabra! ¡Cómo enardece los ánimos! ¡Cómo
los enardecerá la palabra de Cristo! Todos podemos llegarnos al altar cuando se
inmola y nos grita: Mirad cuánto os he amado y amo. Y todos podemos sentarnos a
su mesa y comer el pan y beber el vino embriagador de la caridad».
Con clarividencia y profundidad, como
santo que era, en una de sus cartas, escribió: «El sacerdote puede con
su palabra imitar, aunque sea de lejos, a Cristo, y ejecutar las maravillas que
hacía con la suya el celestial Maestro; para que la palabra sacerdotal posea
tamaña eficacia es menester que sea total y verdaderamente divina, lo cual no
se verificará cumplidamente, sino sometiéndose el ministro del Evangelio a un
doble procedimiento: vaciarse de sí y llenarse de Dios». Murió en
Sevilla el 19 de enero de 1906 cuando regresaba de asistir a los esponsales del
rey Alfonso XIII. Juan Pablo II lo beatificó el 29 de marzo de 1987.
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