En una boda de Caná
Carta del obispo de Córdoba, Mons. Demetrio Fernández.
‘Jesús ha venido para restaurar lo que el pecado había roto y hace posible ese
sueño del corazón humano’
ENERO 15, 2016BY DEMETRIO FERNÁNDEZESPIRITUALIDAD Y
ORACIÓN

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Jesús fue de
boda. Con su madre, con los apóstoles. A Caná
de Galilea. Fue a compartir la alegría de los novios y a darles lo que ellos no
tenían. En una boda hay convivencia, hay compartir, hay encuentro con los
amigos que hace tiempo no vemos. Una boda es una circunstancia gozosa por
muchos motivos. Y allí estaba Jesús. Allí estaba María. Compartiendo la alegría
de aquellos novios, que empezaban su vida en común.
Y estando allí, se agotó el vino,
símbolo de la alegría que los novios compartían. María se dio cuenta y acudió a
Jesús y a los sirvientes: “Haced lo que él os diga”. Y Jesús convirtió el agua
en vino, y renació la alegría en aquella fiesta. Todos quedaron maravillados
por el vino abundante que Jesús trajo, y mejor que el primero, de manera que no
se agotó en toda la fiesta.
Este fue el primer milagro de Jesús. Es
significativo que fuera en el contexto de una boda, para significar que él ha
venido a desposarse con la humanidad, para llegar al corazón de cada persona en
esa dimensión más honda, la dimensión esponsal, y llenarla de sentido. De esta
manera, Jesús ha santificado el matrimonio, cuyas raíces están en la misma
creación: “hombre y mujer los creó… y los bendijo Dios: creced y multiplicaos”
(Gn 1,26-28), elevando el matrimonio a la categoría de sacramento, esto es, de
signo de la unión de Cristo con la Iglesia, su esposa. “Este es un gran
misterio, y yo lo refiero a Cristo y a su Iglesia” (Ef 5,32), nos enseña san
Pablo.
El matrimonio es el fundamento de la
familia, según el plan de Dios. Un hombre y una mujer, unidos en el amor
bendecido por Dios, abiertos generosamente a la vida hasta que la muerte los
separe. Este es el deseo natural, puesto en el corazón de cada hombre, de cada
mujer, que sólo puede ser satisfecho plenamente por Jesucristo, sólo puede ser
entendido con su luz y sólo puede ser alcanzado con su gracia. El hombre, la
mujer quiere ser querido/a para siempre. Pero no son capaces de ello con sus
solas fuerzas. De manera que el proyecto de Dios parece irrealizable. Jesús ha
venido para hacerlo posible.
Jesús ha venido para restaurar lo que el
pecado había roto y hace posible ese sueño del corazón humano. ¿Cómo? Ha
instituido el sacramento del matrimonio por el que los esposos son consagrados
por la acción del Espíritu Santo para darse plenamente durante toda la vida el
uno al otro, en una entrega de amor. En este camino, todos los días hay que
aprender y todos los días hay que estrenar el amor verdadero.
¿Y cuando se acaba el amor? Parece que
todo termina y que la única solución sea volverse cada uno por su camino. Pero
no. Cabe el recurso de decírselo a María, de dirigirse a Jesús: “No tienen
vino”. Si Jesús está presente, él puede sacar vino de donde sea, con tal que la
felicidad no se acabe nunca, como hizo en la boda de Caná. Si ese amor primero
se ha enfriado, puede reavivarse con la petición humilde a Jesús, que ha venido
para llenar el corazón humano en todos los sentidos, también en esta dimensión
esponsal.
En nuestros días se hace quizá más
necesario este recurso: la petición humilde cada día por parte de los esposos
de que no falte el vino de la alegría en el hogar, el vino del amor que
Jesucristo entregó a cada uno de los esposos el día de su boda. Una petición
que hace la Iglesia en nuestros días por todos los que viven en matrimonio. Es
posible la fidelidad para toda la vida, es posible un amor que no se acaba
nunca, es posible la felicidad en el matrimonio que Dios ha inventado y Cristo
ha santificado. Hay que pedirlo con fe humildemente cada día. Este es el
milagro que Jesús está dispuesto a multiplicar en nuestro tiempo, de manera que
no falte el vino bueno de un amor renovado en todos y cada uno de los hogares.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba
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