La sociedad del cansancio y del abatimiento
social
2016-01-16
Hay una discusión en todo el
mundo sobre la “sociedad del cansancio”. Ha sido formulada principalmente por
un coreano que enseña filosofía en Berlín, Byung-Chul Han, cuyo libro con el
mismo título acaba de ser publicado en Brasil (Vozes 2015). El pensamiento no
siempre es claro y, algunas veces, discutible, como cuando afirma que el
“cansancio fundamental” está dotado de una capacidad especial para “inspirar y
hacer surgir el espíritu” (cf. Byung-Chul Han, p. 73). Independientemente de
las teorizaciones, vivimos en una sociedad del cansancio. En Brasil además de
cansancio sufrimos un desánimo y un abatimiento atroces.
Consideremos,
en primer lugar, la sociedad del cansancio. Ciertamente, la aceleración
del proceso histórico y la multiplicación de sonidos, de mensajes, la
exageración de estímulos y comunicaciones, especialmente por el marketing
comercial, por los teléfonos móviles con todas sus aplicaciones, la
superinformación que nos llega a través de los medios sociales, nos producen,
dicen estos autores, enfermedades neuronales: causan depresión, dificultad de
atención y síndrome de hiperactividad.
Efectivamente,
llegamos al final del día estresados y desvitalizados. No dormimos bien,
estamos agotados.
A
esto hay que añadir el ritmo del productivismo neoliberal que se está
imponiendo a los trabajadores en todo el mundo, especialmente el estilo
norteamericano exige de todos el mayor rendimiento posible. Esto es la regla
general también entre nosotros. Tal exigencia desequilibra emocionalmente a las
personas, generando irritabilidad y ansiedad permanente. El número de suicidios
asusta. Se resucitó, como ya mencioné en esta columna, el dicho de la
revolución del 68 del siglo pasado, ahora radicalizado. Entonces se decía: “metro,
trabajo, cama”. Ahora se dice: “metro, trabajo, tumba”. Es decir:
enfermedades letales, pérdida del sentido de la vida y verdaderos infartos
psíquicos.
Detengámonos
en Brasil. Entre nosotros, en los últimos meses, crece un desaliento
generalizado. La campaña electoral realizada con gran virulencia verbal,
acusaciones, deformación y el hecho de que la victoria del PT no haya sido
aceptada, suscitó ánimos de venganza por parte de las oposiciones. Banderas
sagradas del PT fuero traicionadas en altísimo grado por la corrupción,
generando una decepción profunda. Tal hecho nos hizo las buenas costumbres. El
lenguaje se canibalizó. Salió del armario el prejuicio contra el nordestino y
la descalificación de la población negra. Somos cordiales también en el sentido
negativo dado por Sergio Buarque de Holanda: podemos actuar a partir del
corazón lleno de rabia, de odio y de prejuicios. Tal situación se agravó con la
amenaza de impeachment a la Presidenta Dilma, por razones discutibles.
Descubrimos
el hecho, no la teoría, de que entre nosotros existe una verdadera lucha de
clases. Los intereses de las clases acomodadas son antagónicos a los de las
clases empobrecidas. Aquellas, históricamente hegemónicas, temen la inclusión
de los pobres y la ascensión de otros sectores de la sociedad que han venido a
ocupar el lugar antes reservado solo para ellas. Hay que reconocer que somos
uno de los países más desiguales del mundo, es decir, donde campean más las
injusticias sociales, la violencia banalizada y asesinatos sin cuenta que
equivalen en número a la guerra de Irak. Y todavía tenemos centenares de
trabajadores viviendo en condiciones equivalentes a la esclavitud.
Gran
parte de esos malhechores se profesan cristianos: cristianos martirizando a
otros cristianos, lo que hace del cristianismo no una fe sino solo una creencia
cultural, una irrisión y una verdadera blasfemia.
¿Cómo
salir de este infierno humano? Nuestra democracia es solo de voto, no
representa al pueblo sino los intereses de los que financian las campañas, por
eso es de fachada o, a lo sumo, de bajísima intensidad. De arriba no hay nada
que esperar pues entre nosotros se ha consolidado un capitalismo salvaje y
globalmente articulado, lo que aborta cualquier correlación de fuerzas entre
clases.
Veo
una salida posible a partir de otro lugar social, de aquellos que vienen de
abajo, de la sociedad organizada y de los movimientos sociales que poseen otro
ethos y otro sueño de Brasil y del mundo. Pero necesitan estudiar, organizarse,
presionar a las clases dominantes y al Estado patrimonialista, prepararse para
eventualmente proponer una alternativa de sociedad aún no ensayada, pero que
tiene sus raíces en aquellos que en el pasado lucharon por otro Brasil con
proyecto propio. A partir de ahí formular otro pacto social vía una
constitución ecológico-social, fruto de una constituyente inclusiva, una
reforma política radical, una reforma agraria y urbana consistentes y la
implantación de un nuevo modelo de educación y de servicios de salud. Un pueblo
enfermo e ignorante nunca fundará una nueva y posible biocivilización en los
trópicos.
Tal
sueño puede sacarnos del cansancio y del desamparo social y devolvernos el
ánimo necesario para enfrentarse a las trabas de los conservadores y suscitar
la esperanza bien fundada de que nada está totalmente perdido, que tenemos una
tarea histórica que cumplir para nosotros, para nuestros descendientes y para
la misma humanidad. ¿Utopía? Sí. Como decía Oscar Wilde: «si en nuestro mapa no
aparece la utopía, no lo mires porque nos esconde lo principal». Del caos
presente deberá salir algo bueno y esperanzador, pues esta es la lección que el
proceso cosmogénico nos dio en el pasado y nos está dando en el presente. En
vez de la cultura del cansancio y del abatimiento tendremos una cultura de la
esperanza y de la alegría.
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