San Andrés Corsini | |
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San Andrés Corsini, religioso y obispo
En Fiesole, en la Toscana, san Andrés Corsini, obispo, de la Orden de los Carmelitas, que se distinguió por su austeridad y por la asidua meditación de la Sagrada Escritura. Rigió sabiamente la Iglesia que se le había encomendado, repobló los conventos devastados por la peste, prestó auxilio a los pobres y reconcilió a los enemistados.
A este santo lo llamaron Andrés por el apóstol del mismo nombre, en cuyo día nació, en Florencia, en 1302. Pertenecía a la distinguida familia de los Corsini, y nos dicen que sus padres lo consagraron a Dios antes de su nacimiento; pero a pesar de todos sus cuidados, la primera parte de su juventud la pasó en el vicio y la disipación, entre malos compañeros. Su madre no dejaba de rogar por su conversión, y un día, en la amargura de su pena dijo, «Veo que ciertamente eres el lobo que vi en mi sueño», y explicó que antes de nacer él, había soñado que había dado a luz a un lobo que entró corriendo a una iglesia y se había cambiado en cordero. Añadió que ella y su padre lo habían consagrado al servicio de Dios, bajo la protección de la Santísima Virgen, y que esperaban que llevaría una vida muy diferente de la que llevaba. Estos reproches le causaron honda impresión. Lleno de vergüenza, fue Andrés al día siguiente a la iglesia de los frailes carmelitas, y después de haber rezado fervorosamente en el altar de Nuestra Señora, la gracia de Dios lo alcanzó de tal modo, que resolvió abrazar la vida religiosa en aquel convento. Todos los artificios de sus antiguos camaradas, y las solicitudes de un tío suyo, que trató de volverlo de nuevo al mundo, fueron inútiles para cambiar su propósito: nunca abandonó el primer fervor de su conversión.
Andrés se ordenó sacerdote en el año de 1328; pero para escapar a la fiesta y música que su familia había preparado -siguiendo la costumbre de la época- para el día en que celebrara su primera misa, se retiró a un pequeño convento, a siete kilómetros fuera de la población, y allí, desconocido y con muchísima devoción, ofreció a Dios Todopoderoso los primeros frutos de su sacerdocio. Después de dedicarse algún tiempo a predicar en Florencia, fue enviado a París, donde asistió a las escuelas por tres años. Continuó sus estudios por un tiempo en Aviñón con su tío, el cardenal Corsini, y en 1332, cuando regresó a Florencia, fue electo prior de su convento. Dios premió su virtud con el don de la profecía, y también se le atribuían milagros de curaciones. Entre los prodigios de orden moral y conquista de almas endurecidas, fue especialmente notable la conversión de su primo Juan Corsini.
Cuando el obispo de Fiésole murió, en 1349, el capítulo eligió por unanimidad a Andrés Corsini para ocupar la sede vacante. Sin embargo, tan pronto como le informaron de lo que estaba sucediendo, se escondió con los cartujos de Enna. Los canónigos, desesperados ya por no encontrarlo, iban a proceder a una segunda elección, cuando su escondite fue revelado por un niño. Después de su consagración como obispo redobló sus anteriores austeridades. Diariamente se daba una severa disciplina mientras rezaba la letanía, y su cama era unas ramas de vid esparcidas en el suelo. Decía que la recreación de sus labores era el meditar y leer las Sagradas Escrituras. Evitaba lo más posible hablar con mujeres, y rehusaba escuchar aduladores o soplones. Su ternura y cuidado para con los pobres eran extremos, y era particularmente solícito en buscar a los que tenían vergüenza de que se supiera su desgracia; a estos ayudaba con toda discreción posible. San Andrés también tenía talento para aplacar disputas, y con frecuencia tenía éxito para restablecer el orden en donde brotaban disturbios populares. Por esa razón, el beato Urbano V lo envió a Bolonia, donde la nobleza y el pueblo se hallaban lastimosamente divididos. Después de sufrir muchas humillaciones los apaciguó, y permanecieron en paz durante todo el resto de su vida. Todos los jueves lavaba los pies a los pobres, y nunca despachaba a ningún mendigo sin darle limosna.
Cuando cantaba la Misa de Navidad la noche de 1372, san Andrés cayó enfermo y murió en la Epifanía siguiente, cuando tenía setenta y un años de edad. Inmediatamente, por la voz del pueblo fue proclamado santo, y el papa Urbano VIII lo canonizó solemnemente en 1629. Andrés fue sepultado en la iglesia carmelita de Florencia. El papa Clemente XII, que pertenecía a lu familia Corsini, construyó y dotó una capilla en honor de su pariente en la basílica de Letrán. El arquitecto de esta capilla, en la cual sepultaron al propio Clemente, fue Alejandro Galilei. En 1737, el mismo papa añadió al calendario general de la Iglesia occidental a san Andrés Corsini.
Las dos vidas principales de san Andrés en latín están impresas en Acta Sanctorum, enero, vol. II, véase también S. Mattei, Vita di S. Andrea Corsini (1872), y la biografía por el P. Caioli (1929), que utiliza ciertos documentos inéditos florentinos.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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San Pedro Tomas | |
San Pedro Tomás, obispo
En Famagusta, ciudad de Chipre, tránsito de san Pedro Tomás, obispo de Constantinopla, de la Orden de los Carmelitas, que fue legado del Pontífice Romano en Oriente.
La carrera de san Pedro Tomás es una curiosa combinación de vocación religiosa y vida diplomática. Nació en 1305, de humilde linaje, en la aldea de Salles, al sudoeste de Francia. A temprana edad entró en contacto con los carmelitas, quienes le recibieron gozosamente en el noviciado de Condom. En 1342, Pedro fue hecho procurador general de la orden. Este nombramiento le llevó a vivir en Aviñón, que era entonces la residencia de los papas; este nombramiento muestra que el santo tenía todas las cualidades de un hombre de negocios. Su notable elocuencia le dio pronto a conocer, e incluso se encomendó a él la oración fúnebre para Clemente VI. Se puede decir que, a partir de ese momento, aunque el santo conservó su sencillez de monje, consagró la vida a las negociaciones, como representante de la Santa Sede. Sería imposible describir aquí las complicadas circunstancias políticas que solicitaron su intervención; baste con decir que fue legado papal en negociaciones con Génova, Milán y Venecia. En 1354, fue consagrado obispo y representó al Papa en Milán, durante las ceremonias de la coronación del emperador Carlos IV como rey de Italia. De ahí pasó a Serbia y, más tarde, se le confió la misión de allanar las dificultades surgidas entre Venecia y Hungría. En un viaje a Constantinopla, recibió la orden de hacer un nuevo esfuerzo para obtener la reconciliación entre la Iglesia bizantina y la occidental.
Lo más sorprendente, por lo menos en nuestra época, es que Inocencio VI y Urbano V parecen haber puesto a Pedro Tomás al mando de expediciones de carácter claramente militar. En 1359, fue enviado a Constantinopla con un fuerte contingente de tropas y una buena cantidad de dinero, como «Legado Universal a la Iglesia de Oriente»; en 1365, fue de nuevo puesto, prácticamente, al mando de las fuerzas lanzadas al ataque de la infiel Alejandría. Esta expedición terminó desastrosamente. El legado papal fue alcanzado por varias flechas en el asalto. Tres meses después (6 de enero de 1366), murió en Chipre y como se dijo que la muerte le sobrevino como consecuencia de las heridas, se le honró como a un mártir, aunque no está inscripto en el Martirologio a ese título.
Es probable que una de las razones por las que los papas confiaron a san Pedro Tomás tantas misiones diplomáticas, haya sido su sentido de la economía, ya que la tesorería papal atravesaba entonces momentos muy críticos y el santo evitaba toda pompa y ostentación innecesarias. Por su parte hubiese deseado viajar del modo más humilde, y no hurtaba el cuerpo a las grandes austeridades que tales expediciones imponían, aun a los hombres más recios. Tampoco hemos de olvidar que, si bien sus biógrafos escriben en el tono poco crítico de un panegírico, todos están de acuerdo en proclamar su deseo de evangelizar a los pobres, su espíritu de oración y la confianza que su santidad inspiraba a todos. La biografía de Mézieres, que es nuestra fuente principal, no ofrece muchos detalles de tipo más íntimo; pero el mejor tributo a la impresión que el santo obispo producía en sus contemporáneos, consiste precisamente en el hecho de que Felipe Mézieres, que era un devoto cristiano y un eminente político, haya podido hablar de su amigo en términos tan elogiosos y desprovistos de toda envidia. Un decreto de la Santa Sede, de 1608, concedió a los carmelitas celebrar la fiesta de san Pedro Tomás, como obispo y mártir, lo que puede considerarse una confirmación de culto; pero no ha habido hasta ahora una canonización formal.
Acta Sanctorum, II, 29 de enero; P. Daniel, Vita S. Petri Thomae (1666); Parraud, F Vie de St Pierre Thomas (1859).
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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