San Antonio Abad – 17 de enero
Es uno de los padres del desierto, un gran asceta que
fue tentado por el maligno de muy diversas formas. Es también uno de los santos
que suscita gran devoción popular al ser considerado protector de los animales.
ENERO 16, 2016BY ISABEL ORELLANA VILCHESESPIRITUALIDAD Y
ORACIÓN

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Es uno de los santos más populares, al
menos en España, por cuanto este día existe la tradición de llevar a los
animales a las iglesias para ser bendecidos. Su biógrafo fue san Atanasio.
Antonio nació en el Alto Egipto hacia el año 251, y siendo joven quedó
conmovido por el pasaje evangélico del joven rico que escuchó en una iglesia.
Entregó su patrimonio a los pobres (pertenecía a una familia pudiente) y
emprendió una vida de severo ascetismo. Durante un tiempo su “lecho” fue un
sepulcro vacío, y después las ruinas de una fortaleza de fortaleza militar que
se hallaba en ruinas en el desierto de Nitria hasta que se afincó en un
promontorio cerca del Mar Rojo morando en una humilde choza que se construyó él
mismo.
Muchos jóvenes de su tiempo conmovidos
por esta vida de silencio, oración y penitencia, acudían allí para materializar
sus sueños de perfección en el yermo. Se había convertido en el punto de
referencia para los que llevaban una vida de oración compartida a ratos
comunitariamente y otras en la soledad de las oquedades que convirtieron en sus
moradas. Veinte años permaneció Antonio haciendo frente a las tentaciones que
querían atentar contra su castidad. La violencia de las mismas se aprecia en
las palabras que dirigió a sus seguidores: «Terribles y pérfidos son nuestros
adversarios. Sus multitudes llenan el espacio. Están siempre cerca de nosotros.
Entre ellos existe una gran soledad. Dejando a los más sabios explicar su naturaleza,
contentémonos con enterarnos de las astucias que usan en sus asaltos contra
nosotros».
La bibliografía sobre este santo
ermitaño refleja las múltiples artimañas de toda índole empleadas por el
maligno para seducirle. Lo intentó todo con objeto de apresarlo entre sus
pérfidas redes, acosándolo de una forma tremebunda. En una ocasión en la que el
rugido de la horda brutal de fieras manipulada por Satanás hacía temblar todo
en derredor de Antonio, una inmensa luz desterró instantáneamente las fieras
que campeaban entre tinieblas, y del mismo modo que siglos más tarde le
sucedería a Santa Catalina de Siena, exclamó: «¿Dónde estabas, mi buen Jesús?
¿Dónde estabas? ¿Por qué no acudiste antes a curar mis heridas?». La voz de lo
alto replicó: «Contigo estaba, Antonio; asistía a tu generoso combate. No
temas; estos monstruos no volverán a causarte el menor daño». Pero prosiguieron
atormentándole durante un tiempo con otras estrategias más sutiles, hasta que
el acoso del inmundo diablo que prosiguió tras él no le causaba ni la más
mínima turbación. Solía decir: «Los rezos y las lágrimas purifican hasta lo más
impuro»; «Los más puros son los que con más frecuencia se ven acosados por las
arteras mañas del demonio».
El denominado «padre de los monjes», de
vez en cuando abandonaba el desierto y misionaba en Alejandría combatiendo el
arrianismo. Su máxima fue: «esforcémonos en no poseer nada que no nos podamos
llevar a la tumba, es decir, la caridad, la dulzura y la justicia. Toda prueba
nos es favorable. Si no hay tentaciones no se salva nadie». Para todos los que
se acercaban a él, que fueron multitudes, tenía un sabio consejo: «Nada es tan
vano como la desesperación. Llorad, que las lágrimas lavan el alma; llorad sin
descanso, hasta que la losa de plomo que pesa sobre vosotros se derrita con el
calor de vuestras lágrimas», decía a los que se hallaban al borde del desánimo,
sopesando su fragilidad espiritual. Un día del año 356, siendo de avanzadísima
edad, parece que superó con creces los cien años, sintió que su vida se
apagaba. Y dio las últimas indicaciones a sus discípulos. Les dejó su cilicio,
el único objeto material que poseía, y entregó su alma a Dios. San Atanasio
conservó su túnica. Antonio fue canonizado el año 491.
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